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El Obradorismo ante la ola de la posmodernidad



El Obradorismo ante la ola de la posmodernidad

Cesar Martínez (@cesar19_87)

Fue justo cuando la idea del consenso se vinculó al derecho igualitario de toda persona para participar de la creación y el ejercicio del poder que la teoría moderna de la democracia comenzó a brillar con luz propia.

Alessandro Passerin d’Entrèves.

El rechazo contra la democracia participativa, las consultas populares, plebiscitos y referéndums por parte de quienes dicen que “la ley no se consulta” o que “los derechos no son plebiscitables” anuncia la lucha política que el Obradorismo habrá de librar ante el ‘identity politics’ u ola de la posmodernidad. Entiéndase por posmodernidad y/o política identitaria el intento flagrante de desplazar el derecho de la gente a ser consultada en las amplias cuestiones de la cotidianeidad, por un debate político actualmente encasillado en lo sexual. Esto resulta paradójico, cuando no perverso, pues en un Estado moderno-democrático el derecho a la participación política fundamenta las libertades individuales y no al revés.

Hay que decir sin pelos en la lengua que se trata de numerosas agrupaciones feministas y también de la comunidad LGBTQ+ cuya coincidencia fundamental (pese a los ríspidos encontronazos que frecuentemente tienen entre sí) consiste en ver al organismo individual como sujeto de propiedad privada en detrimento del organismo social. “Mi cuerpo, mi decisión”. Antes de saltar a la conclusión de que este texto pretende negar libertades de mujeres y otras personas cuya agenda política está determinada por su identidad de género, volvamos a leer la reflexión de arriba del jurista italiano Passerin d’Entrèves: si la modernidad supone que para que una ley sea legítima debe ser consensuada democráticamente (y no una mera expresión del poder de la fuerza), la posmodernidad supone que el ‘demos’ o Pueblo sale sobrando en un mundo donde la legalidad cualquiera que esta sea es incuestionable y, como se dice en latín, dura lex sed lex, la ley es la ley.

De modo que la lucha del Obradorismo por hacer real el ideal moderno del artículo 39 de la Constitución –“todo poder público dimana del Pueblo y se ejerce en su beneficio”– choca como arrecife ante la ola posmoderna, no porque el Obradorismo busque dictar a la gente qué hacer o no hacer con sus cuerpos, sino porque el Obradorismo aspira históricamente a recuperar al Estado mediante “la democracia como sistema de legitimación”, para decirlo en palabras del filósofo méxico-argentino Enrique Dussel. De ahí que sorprenda (o quizás no) que más allá de las figuras feministas y LGBTQ+ omnipresentes tanto en prensa corporativa como en medios públicos, quien ha surgido como detractor de la democracia participativa en nombre de lo posmoderno ha sido el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, quien sostiene que “hoy vemos referéndums sometiendo libertades a consulta.”

La prueba de que en el fondo del discurso posmoderno de Zaldívar lo más importante es la postura político-jurídica, antagónica respecto del Obradorismo, es que coincide con la tesis del exministro más inclinado por conservar el status-quo: José Ramón Cossío Díaz. Mientras el actual presidente de la SCJN sostiene que los derechos deben ser ‘blindados’ ante los métodos de democracia directa, el exministro tiene toda una concepción de la justicia constitucional que reduce el derecho a su función de coerción legal ante lo que él llama “crisis de la democracia” y “populismo.”

En otras palabras, tanto en Zaldívar como en Cossío se aprecia que la posmodernidad antes que nada pretende ubicar la base de la legitimidad del poder público en cualquier lugar excepto en el suffragio, cuya raíz latina, nos dice Passerin d’Entrèves, involucra al Pueblo expresando su voluntad deliberadamente. Siguiendo la argumentación de este brillante teórico del Estado, entendemos que las expresiones de Zaldívar y Cossío exhiben cuán limitada resulta cualquier teoría legal del Estado que no apela a la ética, la moral y la filosofía política. Citando este jurista italiano a Max Weber, “se demuestra que hoy día la base más usual de la legitimidad es la creencia en la legalidad: la disposición de conformarnos con reglas correctas en lo formal y establecidas mediante procedimientos sancionados.” (p.143)

Al abordar la cuestión de la legitimidad de la ley aun en el terreno de los derechos individuales, sin embargo, cabe la posibilidad de que apelar a la legalidad sea sinónimo de alcahuetear el abuso del fuerte contra el débil. Aquí Passerin nos ilumina con una definición del concepto de fuerza, entendida en términos de las desigualdades inherentes en las relaciones políticas y socioeconómicas, mediante el cual podemos comenzar a debatir cómo resulta más fácil en el México actual para feministas y LGBTQ+ acceder a espacios como la prensa, la academia, las organizaciones no gubernamentales y las cámaras legislativas de lo que resulta el mismo acceso para migrantes, indígenas y personas adultas mayores en situación de pobreza y marginación.

Antes de concluir este texto, vale resumir con base en la teoría democrática de Passerin cómo llegamos a esta retórica posmoderna donde se establece la contradicción libertad política contra derechos individuales a través de la cual quien llegue a cuestionar estos en relación con aquella es tachado de ser “anti-derechos.” Se trata del conflicto de interés entre el bien común y el bien individual que surge en el liberalismo de John Locke en forma de numerosas contradicciones: cuando se habla del espacio de libertad individual (libertad negativa) sin considerar al Estado cuya plenitud moderna es justamente la democracia (libertad positiva o autogobierno), se corre el riesgo de tomar por libertad lo que simplemente es propiedad privada, derecho de exclusión. Así lo ilustra Passerin al mencionar la clásica reflexión de Alexis de Tocqueville sobre que un Estado que reduce a sus sujetos al afán por satisfacerles necesidades individuales habrá de “mantenerles en estado de infancia perpetua e incurrirá en nuevas formas de despotismo.”

No obstante que cuestionar cuál es el concepto de libertad abanderado por la ola posmoderna es para el Obradorismo la posibilidad de definirse a sí como un humanismo que rebasa por la izquierda al ‘identity politics’, la cuestión práctica más inmediata nos regresa a la lucha por hacer valer el derecho del Pueblo a gobernarse democráticamente por la vía del sufragio. La democracia, como hábito de vida. Y es que en la retórica que mañosamente desvincula la idea de consenso respecto del derecho igualitario de toda persona a ser consultada en lo relativo al poder, Alessandro Passerin d’Entrèves identifica el vacío político aprovechado por distintas tecnocracias. De una tecnocracia neoliberal a una tecnocracia posmoderna, podemos concluir que ahora mismo caminamos entre lobos antidemocráticos disfrazados de ovejas de colores.

*Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bristol y en Literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.

Bibliografía

Passerin d’Entrèves, Alessandro (1967) The Notion of the State: an Introduction to Political Theory, Oxford University Press.




El obrador colectivo



El obrador colectivo

Adrián Velázquez Ramírez

La doctrina del movimiento

¿Tiene el obradorismo una filosofía política que le es propia? La cuestión dista mucho de ser trivial o especulativa. Dar una respuesta afirmativa a esta pregunta significa asumir el compromiso de precisar cuáles son los principios y las premisas que orientan esta filosofía. En otras palabras, significa encarar una pregunta por la identidad, pues inevitablemente termina siendo una conversación sobre aquello que se presume compartido.

Y es precisamente porque se asume como compartida que, de existir, esta filosofía debe encontrarse ya operando. Digámoslo de una vez. Esta filosofía no puede ser el resultado premeditado de una reflexión sin un anclaje real en las bases del movimiento, ni tampoco la creación artificial de un comité especializado, sino que debemos buscarla viva en las propias prácticas, en las discusiones, en la trama histórica del lenguaje empleado y en los rituales de militancia. Y, sobre todo, debemos encontrarla en las demandas que ya enarbola el movimiento.

Desde este punto de vista, la tarea intelectual parece limitarse a la de ensayar proyectos de codificación que muestren la integralidad de esa filosofía implícita en el habitus del movimiento. Se trataría de devolverle al movimiento un retrato hablado de lo que en realidad ya es. Se entiende por qué esta filosofía se parece más a un libro colectivo que hay que aprender a leer que a una invención teórica fabricada en un aula universitaria.

El objetivo de estas líneas es ofrecer algunas coordenadas generales que nos permitan interrogar ese libro vivo del movimiento que es su doctrina.

Por el bien de todos, primero los pobres

¿Por dónde empezar? Casi siempre la respuesta a esta pregunta es: por el principio. Desde su aparición en el espacio público, la consigna “por el bien de todos, primero los pobres” funcionó como santo y seña de una pluralidad de grupos que hicieron de esas palabras un punto de encuentro. La frase se convirtió rápidamente en parte de la mística del movimiento ¿Qué fue lo que encontramos ahí que nos pareció digno de empuñar como bandera?

Analicemos brevemente. El sentido fundamental de la consigna no es sólo que se toma posición por los humildes, sino que plantea que el mejoramiento de las condiciones de vida de las clases desfavorecidas coincide con el interés de la sociedad como un todo. El progreso de la sociedad se debe medir por su capacidad para garantizar una vida digna a la totalidad de sus grupos, empezando por aquellos que han sido excluidos e ignorados por el sistema. El lema establece por lo tanto un criterio de justicia, una proporción de cómo debe ser la relación entre el todo y las partes.

“Por el bien de todos”, es decir: la sociedad o el pueblo en su conjunto; “primero los pobres”: dentro de ese todos, una parte debe ser prioridad y su mejoramiento de vida es el patrón de medida del progreso del conjunto. ¿Por qué la opción por los pobres coincide con el bien común? ¿Qué es lo que hace que el interés particular de una clase sea al mismo tiempo válido como interés general? Son todas preguntas que debemos de hacernos para aproximarnos al núcleo de esta filosofía.

De este principio de justicia se desprenden las más diversas consecuencias éticas, políticas, jurídicas e institucionales. Es desde este dictum que el gobierno siempre debe ser gobierno socialmente justo, es decir, que tiene como objetivo cuidar la relación entre las partes y el todo velando por el interés de los más desfavorecidos. La orientación de empuje del movimiento debe dirigirse a asegurar las condiciones para que esta mejora se logre y se sostenga en el tiempo, es decir, conseguir darle una expresión institucional que le dé un carácter concreto. Los nuevos derechos constitucionales que obligan socialmente al Estado son tan sólo una de las puntas de este nudo que hay que desenmarañar. 

Fraternidad nacional

¿Por qué lo que le suceda a una clase particular resulta del interés de todos? Una posible respuesta la encontramos en el carácter nacionalista del movimiento. Lo importante aquí es precisar qué es “la nación” desde esta filosofía política. Es falso que la apelación a este singular colectivo sea una reificación xenófoba o producto de un chauvinismo cultural. Para el movimiento, la nación es un conjunto de solidaridades, muy diversas, pero unidas por un lazo social común. La nación es entonces una solidaridad de solidaridades, un grupo de grupos. Lejos de ser la negación de lo diverso es la condición para que lo diverso entre en comunicación, base fundamental de toda praxis política. De la suerte de los humildes depende la suerte de todos porque estamos ya ligados entre sí: su destino es el de todos. Esa ligación es lo que nosotros llamamos nación.

Este mismo reconocimiento de la pertenencia a un todo común (la nación) la podemos encontrar en la base conceptual en los apoyos a la tercera edad y las becas. Un conjunto de dispositivos de justicia social que ya no pasan por la relación salarial sino por el hecho de pertenecer a una comunidad determinada, llamada México. Son derechos y obligaciones que se desprenden de la solidaridad nacional. La pertenencia a un todo debe ser reconocida por las partes, traducida a obligación jurídica y convertida en vector de instituciones.

El Estado es solidaridad organizada

Tal vez el gran legado de esta primera etapa de la transformación sea que se inició el camino para recuperar el Estado y emanciparlo de su servidumbre al poder económico. Sólo con un Estado autónomo del poder económico y con capacidad para actuar eficientemente se puede cumplir con el principio de justicia y buen gobierno. Una tarea titánica y que llevará tiempo pues va desde recuperar la capacidad de regulación en distintos ámbitos de la vida social hasta retomar la rectoría del Estado en la administración de recursos esenciales. La penosa situación de seguridad pública y la crisis de derechos humanos deben situarse como parte de este proceso y sin duda una de las deudas que todavía tenemos.

Reconstruir la autoridad del Estado no significa concederle capacidad para imponer arbitrariamente una voluntad, ni mucho menos la eliminación de contrapesos, sino el reconocimiento de su legitimidad para actuar como esfuerzo colectivo organizado, es decir, como instrumento de una aspiración de justicia socialmente compartida. “Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho” es la herencia que retumba del juarismo en el movimiento. Para el obradorismo el Estado es solidaridad organizada, es capacidad de acción colectiva, garante de la fraternidad social de la nación y por lo tanto un aspecto central de la política.

La democracia como forma de vida del pueblo

¿Qué papel tiene la democracia en esta secuencia? Si la democracia es algo más que un medio para conseguir los objetivos del movimiento debemos preocuparnos por ofrecer una fundamentación que explique porqué considerarla como un fin en sí mismo. Una posible dirección de respuesta es la que traza un vínculo interno entre nación y democracia.

La democracia es la forma de vida que le corresponde a una nación en tanto comunidad que ha hecho de la participación en la creación común su único criterio de pertenencia. La democracia es coextensiva a la nación en tanto permite distribuir y organizar el esfuerzo colectivo de todas las partes que participan de lo común. De esta manera, la vida pública democrática es la expresión de una comunidad que trabaja, reflexiona, disputa y exige en común. Los conflictos internos a esta comunidad sólo pueden encontrar una resolución productiva –es decir, sólo pueden convertirse en dínamos de cambio social- si se tramitan de una forma democrática: representar nuestras disputas en el gran escenario de la democracia es también socializarlas, conectarlas a efectos concretos y dilucidar sobre soluciones. Desde este punto de vista la democracia es la nación organizada políticamente y su concreción real debe ser una aspiración central del movimiento.

Para cerrar

Vayan estas líneas con el único objetivo de promover el debate sobre la filosofía política del obradorismo. En este sentido, los tópicos sólo aspiran a establecer algunas coordenadas generales de una conversación necesariamente colectiva. 

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El Obradorismo a través del humanismo de Karl Marx



El Obradorismo a través del humanismo de Karl Marx

Cesar Martínez (@cesar19_87)**

La crítica principal de Marx al capitalismo no es la injusticia en la distribución de la riqueza; es la perversión del trabajo en un trabajo forzado, enajenado, sin sentido, que transforma al hombre en un “monstruo tullido.”

Erich Fromm

La estoica resistencia del Obradorismo ante las embestidas de una clase media alienada resulta fascinante toda vez que Andrés Manuel López Obrador ha prescindido por completo del discurso anti-capitalista y anti-Estado que suele conseguir el beneplácito de los grandes medios de comunicación globales y de las élites universitarias extranjeras, simbolizado por íconos del pop como Alexandria Ocasio-Cortez y su Tax the rich. Para sorpresa de propios y extraños, López Obrador ha rechazado una y otra vez el discurso marxista dominante según el cual la acumulación de la riqueza es producto de la explotación del trabajador por parte del dueño de los medios de producción. Esto es, la propiedad privada. “En el caso de México,” dice AMLO, “no aplica el marxismo que nos enseñaban en la facultad de ciencias sociales de la UNAM, pues la desigualdad y la violencia han sido los frutos podridos de la corrupción”.

Así podemos decir que la diferencia de fondo entre el Obradorismo y la izquierda académico-mediática de Europa y Estados Unidos radica en el contenido del concepto de la lucha de clases como una de las formas de comprender la realidad o mediaciones identificadas por el propio Karl Marx. La pregunta es: ¿Qué dice el Obradorismo sobre el dicho marxista de que “la historia de toda sociedad es la historia de la lucha de clases” y en qué se distingue del marxismo dominante?

Asimismo, la pugna Obradorismo versus marxismo dominante (este último, paradójicamente, a menudo ni siquiera necesita invocar a Marx porque su estandarte anti-capitalista se viste con cualquier bandera disponible en el mercado de las ideologías) es el debate clásico entre el “Joven Marx” y el “Viejo Marx.” Este debate, según Erich Fromm, es el artefacto de poder usado en un principio por distintas burocracias en ambos lados del telón de acero durante la Guerra Fría para descartar las primeras reflexiones de Marx sobre esencia y existencia humana: la libertad, el amor, la igualdad entre la mujer y el hombre, las leyes de la belleza y la naturaleza humanizada. En nuestros días, sin embargo, este artefacto continúa siendo usado por la academia occidental, descalificando el carácter de revelaciones póstumas de aquellos escritos donde Marx incorpora y supera a Hegel y a Feuerbach en cuanto a la filosofía de la historia. Hablamos de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844 y la Ideología Alemana. El profesor Terrell Carver, quien fue mi gran maestro marxista en la Universidad de Bristol, tacha a ambas publicaciones de “fabricaciones editoriales”, “textos muertos”, “notas desordenadas” y “formas simplonas y hasta populistas.”

Los golpes por parte del marxismo dominante, que en el México post-2018 podemos llamar “extrema izquierda”, “izquierda verdadera”, “progres”, “neo-zapatistas”, “anti-imperialistas” y “wokes” contra el Obradorismo pueden resumirse así: al tener una postura institucional hacia los grandes dueños del capital como Carlos Slim Helú y Ricardo Salinas Pliego, o la banquera española Ana Patricia Botín, López Obrador rehúye a la lucha de clases. Desde esta perspectiva, él es un neoliberal de clóset, un cachorro del imperio y un apologista de la propiedad privada. “La Cuarta Transformación es pura propaganda y atole con el dedo” señala al borde de un ataque de nervios cierto escritor de columnas de opinión en un conocido periódico de izquierda.

No obstante, cabe preguntarnos si la lucha de clases concebida por el Marx cuyo genio vigente fue haber logrado un pensamiento consistente consigo mismo desde su juventud hasta su madurez, hubiera admitido juicios hechos sobre la superficie de las formas ideológicas y no en la profundidad de la existencia humana desenvuelta a través de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Es lo que Marx denominó en el prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política como “base material” del movimiento histórico.

Vale la pena repetir aquí “la anécdota de los peones” relatada por AMLO para explicar cómo la lucha de clases no empieza ni termina en la simple forma ideológica de una ley o una narrativa mediática; sino que empieza y termina con el ser humano al interior del proceso histórico. La anécdota empieza cuando Miguel Hidalgo promulga la abolición de la esclavitud en 1810 y sin embargo la esclavitud continúa en México incluso más de 100 años hasta que Venustiano Carranza emite decretos en 1914. Dice López Obrador: “Existen testimonios de que los revolucionarios llegaban a las haciendas y les decían a los peones que ya eran libres, pero los peones en vez de alegrarse se ponían a llorar, porque no sabían qué era la libertad […] En esas haciendas estaban enterrados sus tatarabuelos, sus bisabuelos, sus abuelos.” La anécdota de los peones exhibe el error garrafal del marxismo dominante en Estados Unidos y Europa que establece la mediación de la propiedad privada como el punto de partida de la lucha de clases, cuando el caso es que Marx en los Manuscritos de 1844 fue claro y explícito al respecto de que la propiedad privada solo es un velo que cubre al trabajo enajenado, lo cual es el corazón de la crítica del Marx maduro contra Adam Smith y David Ricardo alrededor del tema de la división social del trabajo. Por buenas que hayan sido las promulgaciones anti-esclavistas de Hidalgo y de Carranza desde la superestructura política, nada avanza en la historia si las mujeres y los hombres de a pie no abrigan en lo hondo de su ser el anhelo de la libertad. Por eso Marx pertenece a la casta de liberales del siglo 19 que en México incluye a Francisco Zarco, Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga y Benito Juárez.

Es precisamente en la idea del trabajo como actividad natural, humana y social donde Marx absorbe lo mejor de Friedrich Hegel y Ludwig Feuerbach, sus antecesores en el desarrollo del método dialéctico. Si para Hegel la actividad es la mediación estrictamente ideal y especulativa entre esencia y existencia, para Marx el trabajo es la mediación concreta y material entre la naturaleza humana (su cuerpo orgánico compuesto por sus sentidos y facultades) y la realidad exterior (cuerpo inorgánico compuesto por todo aquello que le rodea incluyendo a otros seres vivos y sensibles). Por ello el “Viejo Marx” en El Capital nos habla, al criticar a Jeremy Bentham, de que debemos distinguir entre la naturaleza humana general y la naturaleza humana históricamente condicionada, donde el trabajo enajenado deshumaniza a las personas quienes se denigran entre sí y se denigran a sí mismas para satisfacer sus necesidades individuales.

Cuando Marx dice en sus manuscritos que “El trabajo enajenado invierte la relación, en tanto que el hombre como ser con conciencia de sí hace de su actividad vital, de su ser, solo un medio para su existencia”, está diciéndonos que la enajenación es la raíz de la corrupción humana:

¿Qué constituye la enajenación del trabajo? Primero, que el trabajo es externo al trabajador, que no es parte de su naturaleza; y que, en consecuencia, no se realiza en su trabajo sino que se niega, experimenta una sensación de malestar más que de bienestar, no desarrolla libremente sus energías mentales y físicas sino que se encuentra físicamente exhausto y mentalmente abatido. […] Su trabajo no es voluntario, sino impuesto, es un trabajo forzado. (p. 125)

El Marx humanista, el Marx que todavía está vivo, el Marx que sigue denunciando la alienación y las numerosas formas de miseria humana desde hace casi 200 años es precisamente el Marx embestido por el marxismo dominante bajo la excusa de que él nunca desarrolló una “teoría sociológica de clase.” Que, por tanto, de Marx solo vale rescatar el anti-capitalismo como forma “descremada y desnatada” de Marx dentro de universidades, partidos políticos y medios de comunicación.

Marx no se preocupó en desarrollar semejante teoría porque originalmente estableció que las clases sociales son formas ideológicas dependientes del desarrollo del modo de producción: las clases son en un primer lugar reconocibles a través de las actitudes activas o pasivas de distintos grupos sociales ante las ideas dominantes de cada época. Una época caracterizada por la enajenación no solo involucra la decadencia material (las relaciones sociales, el influyentismo, el nepotismo, el compadrazgo, la lambisconería, estorban a las fuerzas productivas), sino también la decadencia moral tal como es personificado por los peones de la anécdota, a quienes embarga la tristeza ante la libertad, pues para ellos la libertad marca el fin de la hacienda como su forma misma de existir. La hacienda, que es su existencia, avasalla la esencia de los peones como seres humanos, naturales y sociales. La hacienda los deshumaniza gradualmente, pero ellos no pueden darse cuenta porque dicha deshumanización se les presenta como un proceso inconsciente del que no pueden liberarse de la noche a la mañana y por eso rompen en llanto desconsolado.

Finalmente, la anécdota de los peones relatada por AMLO también nos ayuda a entender cómo la alienación o existencia enajenada es la bisagra a partir de la cual se crea la clase conservadora y la clase liberal según lo explicado por Marx como el “Fetichismo de la Mercancía.” Donde el marxismo dominante señala que la idolatría por el dinero es obra del capitalismo, el humanismo de Marx responde que se trata más bien de una autoenajenación sufrida por personas que renuncian a sus facultades humanas transfiriéndolas a objetos, individuos e instituciones que se las devuelven en forma de hábitos corruptos o de vicios. Aunque el latifundio era ya completamente insostenible, injusto e inhumano desde la perspectiva histórica, los peones sufren existencialmente su desaparición porque ellos mismos fetichizaron la hacienda: no pueden concebir modo alternativo de existir puesto que su consciencia no es productiva sino pasiva, en claro contraste con los revolucionarios anónimos quienes activamente van de hacienda en hacienda proclamando la libertad de los cautivos.

Para dimensionar cuán fundamental es la dicotomía actividad/pasividad en el pensamiento de Marx, Erich Fromm rescata esta cita de Las Tesis Sobre Feuerbach en La Ideología Alemana donde explica la manera en que Feuerbach acierta al concebir la actitud activa (actividad vital) como la esencia del ser, pero se equivoca al no colocar esta actividad en la base de lo natural-humano-social ( es el trabajo productivo haciendo historia):

La falla fundamental de todo el materialismo precedente reside en que sólo capta la cosa (Gegenstand), la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto (Objekt) o de la contemplación (Anschauung), no como actividad humana sensorial, como práctica; no de un modo subjetivo. De ahí que el lado activo fuese desarrollado de un modo abstracto, en contraposición al materialismo, por el idealismo, el cual, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, en cuanto tal. Feuerbach aspira a objetos sensibles, realmente distintos de los objetos conceptuales, pero no concibe la actividad humana misma como una actividad objetiva (gegenständliche) (p.26).

Según Marx, la actitud de contemplación pasiva es sinónimo de falsa conciencia o de consciencia transferida al objeto usurpando el sentido del ser por el sentido del tener. Fromm incluso señala que Marx fue influenciado por el poeta Goethe citando estas líneas de Fausto: “Ni la posesión, ni el poder, ni la satisfacción sensual pueden realizar el deseo del hombre de encontrarle un sentido a su vida; en todos esos casos permanece separado del todo e infeliz. Solo cuando es productivamente activo, puede el hombre hallar sentido a la vida y, aunque así la goza, no vive aferrado a ella codiciosamente.”

En conclusión, la lucha de clases del Obradorismo supera al fetiche de la revolución anti-capitalista, tan anhelada por el marxismo académico-mediático, ya que el Obradorismo atraviesa las formas ideológicas para abordar directamente el problema de la humanidad deshumanizada, pasiva y corrupta. El Obradorismo no pretende una lucha fratricida, sino la superación de la pasividad como vicio de la vieja clase media que lleva a varios a confundir la cultura y la educación con los grados académicos o a confundir la verdad y la memoria con las opiniones establecidas por los medios de comunicación. Transformar o revolucionar las consciencias es crear una nueva clase media dotada de sentimientos humanos: no es ya cuestión de realizar lecturas fetichizantes de El Manifiesto Comunista o El Capital; es cuestión de llevar el humanismo de Marx a la práctica activa. Cuando Marx apunta que “La coincidencia del cambio de las circunstancias con el de la actividad humana o cambio de los hombres mismos solo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”, López Obrador complementa con la frase bíblica de que ya no puede ni debe ponerse el vino nuevo en botellas viejas.

* Maestro en relaciones internacionales por la Universidad de Bristol y en literatura estadounidense por la Universidad de Exeter.

** Fueron invaluables para la elaboración de este ensayo las cápsulas de youtube del canal Filosofía de la Historia, de Amilcar Paris Mandoki.

Bibliografía

Carver, Terrell (2018) Marx, Cambridge: Polity.

Fromm, Erich (2019) Marx y su concepto del Hombre, México: Fondo de Cultura Económica.

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Coordenadas históricas de la 4T. Apuntes y precisiones sobre un proceso inédito (parte 2)




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Coordenadas históricas de la 4t. Apuntes y precisiones sobre un proceso inédito (parte 2)

Alejandro Rozado

 

Una izquierda no socialista

La 4T es la oportunidad de acceder a nuestra propia modernidad. Con el fin de determinar las coordenadas de esta transformación histórica en ciernes, es preciso aquí responder a una pregunta casi obligada: ¿Es de izquierda el nuevo gobierno que encabeza este cambio de régimen? Por supuesto que la derecha retardataria se muestra horrorizada de que «AMLO nos llevará al comunismo», pero no me detendré en ese tipo de apuntes meramente viscerales afectados por un trastorno elitista de pánico social.   

Sin embargo, entre ciertas personalidades de la opinión pública persiste la duda. Por ejemplo, algunos radicales, decepcionados, creen que el gobierno de la 4T no es de izquierda porque no es socialista; para ellos, cualquier acción política con tufo a capitalismo es de derechas. Y como AMLO promueve para México una sociedad capitalista sin corrupción, entonces aquéllos concluyen catastróficamente que la Cuarta Transformación Mexicana es sólo una restauración derechista del sistema, una maniobra burguesa más, cargada de demagogia populista. Como es evidente, estos compañeros confunden izquierda con socialismo; su teoría entra de inmediato en conflicto al revisar la historia nacional, pues ninguno de los líderes y movimientos transformadores de la sociedad mexicana -desde Hidalgo hasta Lázaro Cárdenas- han sido socialistas, pero sí de izquierda. A propósito del tema, cabe recordar la definición que Adolfo Gilly propone:

Por izquierda entiendo un binomio: justicia y libertad. Si esta definición es buena, quien quiera la una sin la otra, quien haya atado su vida e ideas a regímenes que niegan una u otra, cualquiera sea su creencia o su imagen de sí mismo, no se ubica en la izquierda.

Creo que Gilly da en el clavo: desde la Guerra de Independencia hasta la 4T, México posee una rica tradición de doscientos años de izquierda no socialista -con la cual AMLO se alínea- que precisamente ha buscado trabajosamente vías de acceso a la modernidad. Desde luego que también tenemos cien años ya de una tradición igualmente rica de izquierda comunista que, no por ser tan exitosa es menos importante en sus contribuciones al país.

Coordenadas de la 4T

Aún así, la dicotomía izquierda-derecha es apenas uno de los ejes de lucha en la 4T; el otro eje, no menos importante, describe la tensa polaridad que hay entre modernidad y patrimonialismo. De tal modo que podríamos inscribir las coordenadas de la 4T en un cuadrante donde se mueven las fuerzas principales de una izquierda moderna, en contraposición tanto de una derecha neoliberal promotora de un capitalismo salvaje como de una izquierda y derecha patrimonialistas y, lo que es peor, de escaso pensamiento. A diferencia de lo que opina AMLO, la contradicción política principal de hoy dista mucho de ser entre liberales y conservadores (conflicto del siglo XIX). En el siglo XXI, México será escenario de la disputa mundial entre una sociedad justa, cooperativa y ambientalista y una barbarie decadente y depredadora. Sobre tal escenario tendrá que desenvolverse -motivada por la historia- una izquierda empeñada en ser moderna: la única manera de conducir, hoy, al país hacia un bienestar digno y libre.

Una metáfora deportiva

Eso significa que hasta las formas de la lucha de clases tendrán que cambiar, pues se trata de la disputa cultural más grande jamás dada que requiere el convencimiento de hasta el último de los ciudadanos, pues está en juego la sobrevivencia de la humanidad frente a una civilización en franco declive. Aquí, la 4T ha preferido -y seguirá prefiriendo- más la competencia que el choque frontal. Más el convencimiento con argumentos superiores que la descalificación soez y dogmática del adversario. Mediante la competencia, Andrés Manuel obtuvo treinta millones de votos -y así debe seguir la izquierda que lo acompaña. La analogía deportiva quizá pueda ilustrar con claridad la diferencia de los tipos de lucha. En vez del enfrentamiento tradicional, de poder a poder, entre dos grandes colosos en un ring de boxeo, la 4T deberá elegir la pista de atletismo y la carrera de medio fondo -digamos, los 400 metros planos- como deporte político moderno. Eso significa ocupar su propio carril y dar una gran carrera, venciendo a los rivales de la derecha sin distraerse mucho en ellos -quizá sólo viéndolos con el rabillo del ojo- y llegar a la meta de la modernidad como ganador indiscutible, sorteando las zancadillas de los competidores tramposos y los tropiezos de uno mismo, así como las limitaciones propias por falta del entrenamiento o de la estrategia adecuada. Entonces, la 4T es un fenómeno histórico que -como un atleta vigoroso y bien entrenado- corre por el carril de la izquierda no socialista, y compite con técnicas y espíritu modernos contra la derecha en sus diferentes versiones cachirulas y contra cierta izquierda patrimonialista. 

Revolución, revuelta, rebelión o reforma

De ahí la importancia de la 4T bajo los nuevos tiempos que corren. Con la complejidad que adquirió en Estado moderno capitalista, sobrevino en el mundo aquello que se llamó el ocaso de las revoluciones; a partir de 1968, el cambio radical ya no llegaría como un momento cataclísmico, sino como una sucesión interminable de sorpresas, caminando de manera zigzagueante hacia una sociedad más decente. Eso es la 4T: un acontecimiento inédito que ha ido cobrando forma con el paso de las años -para el asombro de muchos- desde los difíciles años de la oposición hasta su contundente hegemonía política. Antes, en tiempos que concebíamos como revolucionarios, no había medias tintas: o eras comunista o no lo eras y nos imponíamos como tarea inexorable «tomar al cielo por asalto»; hoy, en cambio, no hay necesidad de grandes acciones heroicas para participar en el proceso de transformación social. Acciones pequeñas, como ir a votar o defender tu humilde opinión, multiplicadas por millones de personas, pueden transformar el mundo.

Independientemente de la retórica sobre una “revolución de las conciencias”, en estricto sentido la 4T no es una revolución propiamente dicha, en el sentido filosófico de la palabra; es decir, no es «hija de filosofía radical» alguna (como lo fueron la francesa –heredera de la Ilustración- o la rusa –consumación histórica del marxismo), ni está dirigida por un puñado de poseedores de la verdad histórica (jacobinos, bolcheviques, etc.); tampoco, finalmente, pretende asaltar el aparato del Estado y destruirlo mediante el terror o la dictadura del proletariado -ni siquiera inaugurar un orden económico socialista en México. Ya no es tiempo de revoluciones. Éstas fueron la respuesta a un tipo de dominación estatal básicamente coercitiva que ya no es preponderante -de ello se ha estudiado ya mucho.

Tampoco la 4T es una revuelta de los pueblos, en el sentido en que Octavio Paz dio al término: es decir, un regreso social instintivo y nostálgico a los orígenes fundacionales de la nación -como fue el caso del zapatismo. El EZLN, expresión viva de la revuelta de los pueblos en la actual posmodernidad mexicana, no participa de la 4T, precisamente porque no se identifica con el perfil moderno de ésta.

AMLO, ¿caudillo? 

La 4T tampoco es una mera rebelión que sólo pretenda eliminar los abusos -sin cambiar los usos-, ni es liderada por un alzado rebelde o caudillo regional de enorme carisma. Que el Presidente López Obrador sea carismático no lo convierte necesariamente en caudillo -como lo quiere ver Krauze. Una reciente intervención decrépita del no menos decrépito Mario Vargas Llosa recicla el espantajo neoliberal del «populismo». El Nobel de Literatura sostiene que el pueblo de México está embelesado con AMLO, pero que «la era de los caudillos debe terminar» tarde o temprano. Bien. Lo que debe terminar es esa dizque teoría de los «caudillos populistas» cada vez que surgen liderazgos sociales alternativos a las políticas que privilegian a los núcleos financieros más poderosos del planeta. A intelectuales como Vargas Llosa y Krauze les falta, ni más ni menos, que el «toque de ubicación histórica» en sus análisis. Así, por ejemplo, el caudillismo fue un fenómeno de rebeldes latinoamericanos del siglo XIX, en tiempos en que los diversos Estados incipientes carecían del control total del territorio y de una red de instituciones democráticas sólidas. Nada que ver con el presente. De igual modo, el populismo fue un fenómeno político del siglo XX -con Estados más desarrollados- que rompió los viejos esquemas de las democracias oligárquicas y dio paso a estructuras políticas que respondiesen a la emergencia de la sociedad de masas (Cárdenas, Perón, Getulio Vargas). En México, todo eso ya sucedió. Cierto: AMLO es carismático, mas ello no lo convierte automáticamente en caudillo, pues no vivimos una época de caudillos -así de sencillo: la circunstancia condiciona al fenómeno. Es decir, si la personalidad de Andrés Manuel hubiese existido en el siglo XIX, hubiese sido -no tengo duda- un caudillo típico. Pero al vivir en el México actual, eso es imposible, por mucho arrastre social que aquél tenga. La circunstancia moderna de México hace que AMLO sea un hombre de instituciones y apegado a la ley. Y su enorme carisma sólo ayuda a que la sociedad transite más rápido -pues urge- hacia un verdadero Estado de derecho. 

Hoy se está superando la crisis del modelo autoritario de democracia simulada que todavía defienden, inútilmente, los Krauze y los Vagas Llosa. El Estado que se fue carcomiendo durante los años neoliberales fue una mixtura particular de patrimonialismo y voracidad financiera que promovió, mediante el privilegio y la violación de la ley, la entrega a particulares de los recursos de la nación, arrojó a la miseria y la desprotección a la población más vulnerable y toleró y protegió el gran negocio del crimen organizado. Es la crisis de un Estado a todas luces canalla que está siendo sustituido por un verdadero Estado de derecho. Es decir, un Estado moderno.

Un Aggiornamento para México

Por eso, desde sus primeras medidas, López Obrador ha pegado “duro y a la cabeza” a la figura principal del patrimonialismo político mexicano: el presidencialismo. La cancelación de las onerosas pensiones presidenciales; la disolución del cuerpo de élite:el Estado Mayor Presidencial (EMP) y su reintegración al ejército; la conversión de la lujosa y hermética residencia oficial de Los Pinos en un gran centro cultural abierto al público; la venta del avión presidencial y la flotilla de aeronaves al servicio del poder ejecutivo; la reducción drástica del sueldo del presidente y de los demás altos funcionarios, la reforma constitucional para poder juzgar a quien ocupe la silla presidencial por el delito de corrupción y la iniciativa para la revocación del mandato si la ciudadanía así lo decidiese son algunas de las decisiones que modernizarán al régimen político desde el Poder Ejecutivo. Ello ha provocado ya una reacción en cadena: el cierre de los flujos de subsidio ilegítimo a otras estructuras como los medios de comunicación chayoteros y la eliminación del intermediarismo de los programas sociales y agrícolas, los contratos leoninos en Pemex y CFE, la disolución de la descompuesta y delincuencial Policía Federal, etc. Así, AMLO está desmontando los baluartes del viejo régimen. La batalla de los siguientes 30 años ha comenzado y será ganada por las fuerzas modernas frente a las tradicionales o patrimonialistas. Al extirpar de su vida la corrupción, México será una potencia a la cual le tendrán más respeto y consideración los demás países por la calidad que tendrán sus ciudadanos.

Entonces: ni revolución, ni revuelta, ni rebelión. Y aunque a menudo se manifiesten y confundan algunos rasgos de estas tres formas conocidas de cambio social, la 4T es otra cosa: una puntualización de la democracia moderna que tantas décadas hemos tardado en conquistar. Asistimos a una gran reforma histórica –“de gran calado”, como se dice ahora- en todas las áreas de la vida nacional que buscará su definitivo Aggiornamento (puesta al día) en el siglo XXI. En efecto: la 4T es un reformismo pacífico, altamente participativo, legal y socialmente justo. En ello estriba el carácter inédito de la 4T. 

 




Nuestra Crítica




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Nuestra Crítica

Sergio Álan Piña

Mucho se ha hablado sobre la necesidad de ser crítico del gobierno federal, ahora que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador encabeza una reconfiguración de la visión del Estado; críticos a toda costa, de lo que se haga y no se haga; hay quienes con la vara muy en alto van dictando imperativamente lo que debe hacerse, con la seguridad propia de quien tiene la razón, porque para ellos la razón se tiene. Una cosa tremendamente curiosa es que, en este afán por ser críticos a toda costa, haya coincidencias entre las izquierdas más laxas y diversas, y las derechas más ortodoxas y anticuadas ¿Qué clase de crítica los puede conjuntar? ¿Esa es la crítica que queremos la que nos empate en juicios? No. Definitivamente nuestra crítica no es la de las derechas y hacerla coincidir es darle al adversario la potencia que no tiene, el ímpetu moral que perdió porque nosotros lo recuperamos.

Acompañar el cambio de régimen y gobierno en México en la Cuarta Transformación no es prestarse a la mirada esquiva de no saber reconocer errores. Acompañar es salir de la narrativa inmediatista, maniquea y limitada de lo absolutamente bueno y malo, del total acierto y del total fracaso. De la definición de diccionario sobre el qué hacer, a veces acertada pero gris, pues palpitar es más que su enunciado. Acompañar e incidir en el cambio es inscribirnos en los horizontes históricos de los límites y los alcances del actuar político, de las demandas de quienes nos precedieron, quienes lanzaron al horizonte metas para ser realizadas. Nuestra crítica no quiere definiciones para hacer las cosas, quiere hacer para definirlas.

Aunque no nos guste comprendemos los nichos de la gobernanza en tensión; a diferencia de quienes en un exceso retórico dan por hecho que el gobierno cambia lo histórico, nosotros comprendemos el gobierno como resultado histórico. Es cierto que inscribirse desde un carácter militante a la narrativa de una Cuarta Transformación no nos vuelve defensores ad náuseam del «obradorismo» pero tampoco críticos a toda costa, no aspiramos a la medalla religiosa. Partimos de la verosimilitud porque la vida social es práctica y en cuanto tal le debemos un análisis. Pensar que necesitamos la estampa ideológica (de izquierda, marxista, neoliberal, capitalista) para analizar un gobierno es un error. Nuestra crítica sabe que la práctica vale por lo que es y no por lo que dice ser, en ese sentido sabemos a qué atenernos y tomamos partido.

Por ello buscamos comprender las contradicciones de la herencia de Estado, los sesgos de perspectiva del gobierno, no disfrazamos nuestras derrotas de escepticismos, ni hacemos expresiones maximalista de los grandes fracasos. La política es también horizonte, nuestra crítica no sólo tiene presente sino busca un futuro, es una vieja tonta que mueve montañas, por ello los nuevos sabios se afanan al escepticismo. Para ellos la universalidad moral está en sí mismos, son “el ejemplo”, seres mejores que Cristo. Nosotros no, somos minúsculos pero enfáticos sobre la realidad histórica, no estamos exentos del fallo y no actuamos como si lo estuviésemos.

Nuestros esfuerzos no están con quienes buscan, de forma complaciente y reaccionaria, el optimismo en lo ideal y el pesimismo en lo real. No esa fórmula. Nuestro optimismo está en la voluntad, y si somos pesimistas a la hora de pensar es porque sabemos dónde poner las piezas. Porque aunque no parezca, escribimos lo que pensamos, pensando lo que escribimos. Por ello, será raro pero posible que en ciertos márgenes entre derechas e izquierdas los juicios coincidan, pero nuestros fundamentos no pueden coincidir. Su crítica no es la nuestra, tanto ustedes como nosotros vemos y atestiguamos lo real, pero la gran diferencia es que ustedes en lo real no ven lo posible y nuestra crítica sí.

 




El partido como herramienta del movimiento social.




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El partido como herramienta del movimiento social.

Javier Sainz Paz

Morena nace de un gran movimiento popular que llamamos obradorismo, el cual emerge en 2004 con el intento del grupo gobernante de desaforar a AMLO e impedirle participar como candidato en las elecciones federales de 2006; dicha acción creó un descontento popular, pues en el imaginario de muchos amenazaba con clausurar la vía electoral como medio de transformación de la sociedad. Muchas son las pruebas que ha pasado este movimiento: incrustarse en una estructura burocrática y osificada como la que representaba el Partido de la Revolución Democrática; su constitución como Movimiento de Regeneración Nacional, que lo dotó de autonomía e identidad propia; un primero proceso de institucionalización como partido político en MORENA, cuya participación en elecciones locales y federales trajo la titularidad del poder ejecutivo y una mayoría legislativa. Todos estos momentos fueron atravesado por muchas coyunturas que jugaron un papel en el rumbo de los acontecimientos.

El actual momento, en donde MORENA pasó por un proceso de elección de su dirigencia no es la excepción. La principal crítica que se ha dado a este proceso considera tres puntos: 1) el INE vulneró la independencia política de MORENA al imponerle el procedimiento de encuesta y pasar por encima de sus estatutos; 2) el proceso evidenció la incapacidad de las dirigencias de ponerse de acuerdo, dando exabruptos y acusaciones de todo tipo entre ellos; 3) se habla de una división entre dos polos, los “neoliberales” y “la izquierda social en MORENA”. En lo siguiente buscaré problematizar estas afirmaciones.

En varias coyunturas, los consejeros que presiden el Instituto Nacional Electoral han dado muestra de una total imparcialidad que en muchas ocasiones perjudicó a MORENA y benefició al PRIAN. Al momento que el INE se inmiscuye en el proceso de la elección de la dirigencia, muchos recordamos la manera como se inició el conflicto en Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) que derivó en la extinción de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. En aquel 2009, tras las elecciones en donde se decidiría el cambio o la renovación de la dirigencia en el SME, la Secretaría del Trabajo, ante la acusación de fraude en la elección por una de las partes, negó la toma de nota a la dirigencia de Martín Esparza. El conflicto fue aprovechado por el gobierno de Felipe Calderón para asestar un golpe por la privatización del sector eléctrico, pero también creo un sisma en el SME que sacó a la luz las luchas internas, la falta de democracia y la burocratización de la organización, factores que impidieron a los trabajadores generar un frente común al ataque. Mucho hay por escribir sobre ese conflicto, pero por ahora, sirve de ejemplo para dar cuenta de los objetivos tras la decisión del INE y los peligros que se deben sortear.

Tal vez el INE haya buscado crear los escenarios de los puntos 2 y 3, es decir, mostrar a todos los miembros de MORENA como iguales a la camarillas de los demás partidos y generar una lucha interna.

Pero ¿cual hubiese sido el otro camino? ¿qué hubiese pasado si se hubiera hecho una elección interna? ¿La izquierda en Morena estaba lista para afrontar en las urnas a los conservadores en el partido? ¿La izquierda hubiese sido capaz de hacer un solo frente común? No es posible dar repuestas a estos supuestos, pero sirven para cuestionarnos acerca de la situación de las tendencias que existen en este partido y lo que se está disputando.

En días pasados, Gustavo Gordillo cuestionó que la designación del próximo candidato presidencial pasara por el partido, es decir, por el grupo en la dirigencia. Este es un escenario para considerar debido a que en el análisis de muchos acerca de las tensiones entre el partido y el movimiento, al menos hay dos elementos ausentes y de gran importancia: las grupos que desde el gobierno están actuando y creando bloques, y la acción u omisión del propio presidente.

López Obrador ha decidido no inmiscuirse en las batallas del partido y se ha colocado como un referente externo capaz de sancionar las acciones de éste; al mismo tiempo que alienta al movimiento obradorista a ir más allá del partido. Morena, aunque partido joven, que tras la elección tuvo que dejar ir al gobierno a muchos de sus mejores cuadros, ha logrado crecer, sin embargo, en el ámbito electoral tiene la tarea de lograr un proceso de transformación, para dejar de necesitar a la figura de AMLO para ganar las elecciones, así como crear una militancia capaz de llevar a cabo las tareas necesarias.

En el ámbito del movimiento social, su tarea es más grande aún. Como ya mencionamos, MORENA nace como expresión del movimiento obradorista y muestra de ello es la pluralidad de expresiones políticas que conviven en uno y otro. Sin embargo en el partido, la convivencia entre estos sectores debe pasar por canales institucionales que eviten que olviden lo fundamental: sin el movimiento social, están destinados a convertirse en otro PRI o PRD, es decir, un cascarón que alguna vez fue la expresión de la unidad de muchos sectores y que hoy es una instrumento del bloque conservador.

Es necesario que MORENA camine pensado en las particularidades concretas de los diferentes movimientos, su historia, el peso específico, sus relaciones, los problemas económicos y sociales que enfrenta. También, si desea ser la cabeza del obradorismo, requiere formular las consignas adecuadas que llamen a la movilización, no por capricho e improvisación, sino aquellas derivadas del conjunto de peculiaridades que forman una determinada situación política. Y por último, convertirse en herramienta del movimiento social, rebasar el espontaneísmo (arma de doble filo de los movimientos) y el oportunismo. Estos últimos planteamientos no son nuevos y en realidad son parte de un esquema ideal, pero no por ello deben ser olvidados, pues las tareas que tiene el partido, el movimiento, el gobierno y la figura del presidente, son titánicas.

La dirigencia actual de MORENA debe tomar cartas en el asunto de manera inmediata y buscar transitar el proceso de unidad, pero también hacia su transformación para convertirse en lo que muchos esperamos que sea: una herramienta del movimiento popular.