El Obradorismo sin López Obrador

Gustavo Hernández Flores

Podría decirse que el obradorismo como fenómeno político nacional surgió a la luz en el año 2004 a partir de la intención del entonces presidente Vicente Fox, a través de la Procuraduría General de la República, de desaforar al jefe de gobierno de la ciudad de México Andrés Manuel López Obrador para, por esa vía, fincarle delitos e impedir así su participación en el proceso electoral del año 2006 como candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) a la presidencia de la república. De la resistencia y oposición al desafuero surgió el Obradorismo con todas sus características que hasta el día de hoy lo caracterizan en cuanto a formas de lucha, organización e ideología, teniendo como denominador común y principal eje articulador el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador. Del 2004 al 2024 el Obradorismo ha sido el acompañamiento de una buena parte del pueblo de México a la trayectoria política de López Obrador.

El avasallador éxito electoral que el obradorismo ha tenido en las urnas, con el nombre de Morena (nombre que adopto en el 2011) es innegable, ha ganado desde el 2018 la presidencia de la república, 23 gobernaturas estatales, mayoría en el congreso federal y mayoría en 22 congresos locales. En este 2 de junio del año en curso nuevamente se llevarán a cabo elecciones generales en México en las que se elegirán 20 mil 375 cargos, incluida la Presidencia de la República.

Para estas elecciones Morena goza de la mayoría de las preferencias; sino sucede una catástrofe política se alzará con el triunfo en la mayoría de los cargos en disputa, y la doctora Claudia Sheinbaum quien se enfile de manera incontenible a suceder a López Obrador, para convertirse en la primera mujer en ocupar la presidencia. Sheinbaum pertenece al mismo proyecto político de AMLO, ha colaborado con él desde que fue jefe de gobierno de la CDMX, cuenta con su confianza y muchos, dentro y fuera del movimiento, han señalado que fue la favorita del presidente para ser la candidata presidencial por Morena.

Con el eventual y casi asegurado triunfo de Sheinbaum se afirma que la continuidad de la 4ta transformación está garantizada, con lo que la discusión se desplaza de la duda de si Claudia ganará, al margen con que lo hará; además se afirma que este segundo sexenio morenista será de profundización del proyecto transformador. Sin embargo, más allá de la apariencia superficial del fenómeno que señala un triunfo relativamente sencillo y holgado del obradorismo, indicativo evidente de que goza de cabal salud, habrá que preguntarse sobre la solidez y calidad política de los cimientos que lo sostienen, ¿son estos sólidos y profundos, bien arraigados en el pueblo? o en cambio son superficiales, coyunturales y relativamente endebles; ¿cuál es la razón que mantiene articulado, vivo y atractivo ante la ciudadanía al obradorismo? es acaso su proyecto y estructura organizativa o lo es únicamente la figura carismática unipersonal de López Obrador (fenómeno que ya se ha visto en otras latitudes latinoamericanas con otros personajes carismáticos); en suma ¿Es el obradorismo un proyecto transformador de largo aliento o es un gigante con pies de barro?

Las anteriores interrogantes son pertinentes para todo aquel interesado en el devenir político de la nación y sobre todo para aquellos que han visto en el obradorismo la ruta para construir un México más libre, justo y soberano, para los que ven en él una esperanza.

Una nueva etapa

En el proceso electoral del 2024 se concluye una etapa y se inaugura otra para el obradorismo, sería la última vez que la presencia, legitimidad e influencia directa de López Obrador juegue un papel fundamental en su éxito electoral; de ahí en adelante se inicia la etapa en la que Morena tendrá que levantarse por su propio pie y obtener legitimidad, respaldo y apoyo social en un contexto en el que su fundador, inspirador y principal activo político ya no se encuentre en el primer plano de la política nacional, un reto para nada sencillo.

Frente a ese desafío resulta pertinente reflexionar sobre las bases que sostienen al obradorismo y para ello la reflexión debe partir de la consideración de los elementos realmente existentes en la articulación estructural de Morena, aparato electoral que enarbola el proyecto obradorista, que lo convierte en políticas públicas una vez hecho gobierno y que se asume como el instrumento para la organización popular. A su vez habrá que señalar, cuando menos de manera somera, los eventuales retos que afrontará el llamado segundo piso de la 4ta transformación, las debilidades que amenazan con descarrilarlo, así como las fortalezas con que cuenta para enfrentarlos.

Debilidades del movimiento para el segundo piso de la 4ta transformación

Como parte de los elementos internos a considerar en el fenómeno obradorista esta su estrategia de articulación y movilización de su base social, la cual se ha basado fundamentalmente en la personalidad carismática de López Obrador; la mayoría de los votantes y simpatizantes del obradorismo lo son por la confianza que tienen en el liderazgo histórico de AMLO, a quien han visto como la solución a todos los males sociales; en su estilo personal, característico e inigualable, de dirigente político y de gobernante, el pueblo se ha identificado con su forma sencilla, con su habla sin tecnicismos ni palabras grandilocuentes, en el ideario colectivo es un hombre del pueblo el que ocupa la presidencia. Pero esta característica del movimiento que por su propia evolución ha convertido a la figura de López Obrador en el principal activo político de relevancia y en la principal fuerza motivadora de movilización puede convertirse en un problema para la continuidad del obradorismo más allá de las próximas elecciones, lo anterior ya que la legitimidad carismática no se hereda ni se traspasa mecánicamente y solamente un programa y un partido pueden dotar de solidez a un proyecto popular progresista.

Sin embargo, el partido que debía estructurar el apoyo espontáneo y masivo del pueblo hacia AMLO simplemente se desentendió de esa tarea y en los primeros dos años del gobierno de López Obrador el partido únicamente se destacó por las pugnas y conflictos internos que se desataron por el control de sus órganos de dirección. A tal grado llegó la contradicción entre las elites del partido que incluso se apeló a la tutela del tribunal electoral para realizar el proceso de renovación de la dirigencia. ¡El colmo del absurdo! el partido que debía asumir la tarea histórica de ser el instrumento articulador del pueblo para realizar la transformación resultó incapaz de llevar a buen puerto un simple proceso interno de renovación de dirigencia, dando pauta a que fuerzas externas pudieran intervenir en la vida interna del partido, lo cual a su vez reveló la estatura política de los actores involucrados en ese conflicto y en lo que verdaderamente se encontraba su interés.

Desvinculado de las fuerzas sociales que impulsaron el triunfo del obradorismo en el 2018 y reducido en sus contradicciones internas, el partido se retrajo de su tarea histórica y el protagonismo y defensa del proyecto transformador recayó únicamente, como había sido desde el principio, en la figura de López Obrador ahora presidente de México. Tan fuerte ha sido su carisma y el cariño que le tiene el pueblo que, aunque Morena se encontrara en un estado de parálisis trabado en sus contradicciones esto no afecto en nada el auge y fortaleza del obradorismo, lo cual se reflejó en los altos índices de aprobación del presidente y en los posteriores triunfos electorales de Morena. La burocracia que controlaba al partido continúo nadando de a muertito cosechando los éxitos de López Obrador.

Para el 2021, después de ese ríspido proceso de renovación de su dirigencia, el partido se convirtió en una maquinaria electoral aparentemente exitosa; aparente no porque no hayan alcanzado el triunfo en la mayoría de los cargos en disputa, sino porque nadie ignora que el éxito no surgió de las estrategias de penetración territorial del partido ni de su articulación con los sectores populares, sino porque el grueso de los candidatos ganadores impulsados por el partido lo fueron en buena medida por la influencia positiva que la imagen de López Obrador insufló en ellos. El partido en un grado no menor se ha dedicado a administrar el carisma de López Obrador.

La labor de organización de los sectores populares, que son los que integran la base social del obradorismo, y que en su organización y movilización se encuentra la clave para el fortalecimiento real y efectivo de todo proceso de transformación progresista, se ha mantenido en el olvido. Los denominados comités de protagonistas del cambio verdadero hoy llamados comités para la defensa de la cuarta transformación, que en teoría son la célula básica de organización de Morena, son prácticamente inexistentes, carecen de vida orgánica y no tienen ninguna influencia ni social ni partidista relevante, todo lo significativo dentro del partido lo determinan las elites que encabezan a las facciones internas de Morena.

Las tareas básicas que tendrían que cumplir los comités de defensa de la cuarta transformación como lo son la difusión, el estudio colectivo para la elevación de la conciencia política del pueblo, la afiliación, las discusiones vecinales de las problemáticas de su barrio, colonia o pueblo son en los hechos inexistentes. En ausencia de una estructura organizativa viva y real en el seno del pueblo el partido ha creado una burocracia asalariada denominada coordinadores territoriales, con la que busca suplir artificialmente la organización popular; sin embargo, la labor de estos COTS se ha reducido más a una labor propagandística que a una labor de organización social, aunque en teoría promueven la formación de comités, la mayoría de estos son simplemente hojas de papel. Aunado a lo anterior el grueso de la base social del obradorismo tampoco se encuentra organizado en algún tipo de organización social o sindicato, es una base social cuyo apoyo es espontaneo.

Puede por tanto cuando menos advertirse que en el aspecto organizativo el obradorismo adolece de una seria deficiencia, lo cual es grave ya que el grado de organización real y efectivo del pueblo es un factor que considerar en la correlación de fuerzas cuando está en disputa el poder para realizar un proyecto de nación orientado a disminuir la desigualdad, la oligarquía no va a dejarse arrebatar sus privilegios de buena gana.

Apoyar a López Obrador no es suficiente para lograr un cambio profundo y duradero en el modelo neoliberal, no lo es cuando se carece de una organización que dote de poder efectivo a las clases populares para empujar con firmeza un proyecto progresista y que este a su vez no sea revertido a la vuelta de unos pocos años. La ausencia de una organización popular lo suficientemente amplia y bien estructurada ha ocasionado que en otras latitudes de América Latina los proyectos progresistas naufraguen una vez que el líder carismático se retira (o es retirado) del primer plano de la vida política y con ello se ha llevado a cabo una restauración neoliberal muy agresiva e inclusive autoritaria. Ecuador y Argentina son ejemplos de ello.

Otro aspecto de preocupación para la consolidación y trascendencia efectiva del proyecto obradorista se encuentra en el pragmatismo extremo de su dirigencia partidista a la hora de realizar alianzas con actores políticos que en muchos casos han sido feroces adversarios del movimiento; este pragmatismo es mal visto por la militancia y por su base social, que con sorpresa y desconfianza observa como personajes de la calidad de Eruviel Ávila Villegas, Omar Fayad, Alejandro Murat, Carlos Ramírez Marín, Romel Pacheco, José Chedraui o Adrián Ruvalcaba, por señalar los más conocidos, pasan de un día a otro de virulentos denostadores del obradorismo integrantes de la mafia del poder a “desinteresados” promotores de la 4ta transformación y de los principios de “no robar, no mentir y no traicionar”. Lo anterior se manifiesta igualmente en el plano local y municipal encontrando que políticos impresentables emanados del PRI o del PAN pasan a ser incorporados sin mucho esfuerzo a las estructuras partidistas, a las candidaturas a algún cargo de elección popular o a las áreas administrativas de los gobiernos emanados de Morena.

Este juego que se le da al arribismo desde la dirigencia genera en la base social del obradorismo suspicacia sobre su sinceridad y congruencia (la lucha contra la mafia del poder pareciera ser un estribillo vacío de contenido). La desconfianza nace porque se observa que, irónicamente, a través de Morena o de sus aliados están resurgiendo a la vida política los mismos personajes vinculados a la mafia del poder, que con mucho esfuerzo y con el voto popular en favor de Morena fueron expulsados del gobierno y de la vida pública (o al menos eso parecía). El riesgo se encuentra en que esos personajes se enquisten nuevamente en los cargos públicos para continuar con sus viejas prácticas.

Otro aspecto para tomar en consideración sobre los cimientos del obradorismo se encuentra en la solidez de la diciplina partidista, aspecto que también se encuentra muy ligado a la preeminente figura de López Obrador como eje articulador del obradorismo. Para nadie es un secreto que aquello que mantiene cohesionadas a las diversas expresiones, corrientes y equipos que conforman a Morena en una unidad relativamente estable es el liderazgo y legitimidad incuestionables de López Obrador, legitimidad a la que esas mismas corrientes apelan para presentarse como sus depositarias y justificar así su existencia y su aspiración a ocupar los cargos públicos. Cada corriente busca presentarse como la más y auténticamente obradorista de todas. Abrevan de esa legitimidad porque en muchos casos carecen de otra. Se parecen más a clubes de porristas que a estructuras de organización popular.

La legitimidad de AMLO, por tanto, ha impedido que las fisuras que ha presentado el movimiento se conviertan en verdaderas rupturas. Sin embargo, las manifestaciones y ánimos rupturistas se han presentado inclusive en personajes de primer orden del obradorismo; Ricardo Monreal jugó en contra de Morena en la CDMX en las elecciones intermedias del 2021 con consecuencias adversas para el partido; John M. Ackerman ha pretendido crear una corriente opositora a la dirigencia nacional de Morena basada en una fuerte crítica a lo que él ha señalado como una conducción copular del partido; Marcelo Ebrard no reconoció los resultados de la encuesta para elegir al candidato de Morena y amagó con separase del movimiento y con él un número importante de legisladores, desacredito el proceso, a la administración federal y en suma intentó deslegitimar el triunfo de Claudia;

A nivel local no han faltado los amagos separatistas de actores políticos del obradorismo que, olvidando el objetivo de gobernar para la transformación, ven a los cargos gubernamentales a los que han accedido como algo de su propiedad, al grado de pretender imponer en la sucesión de esos encargos (amagando con irse del partido sino se cumplen sus pretensiones) a esposas, esposos, hermanas y hermanos vía las candidaturas del partido, para así continuar controlando el poder y el presupuesto.

Se manifiesta así, entre algunos destacados dirigentes del obradorismo, además del chantaje separatista una tendencia que ve en los cargos públicos una prerrogativa patrimonialista que aspira a través del control familiar de los mismos a generar una especie de dinastía política. Este nefasto fenómeno ha sido eclipsado por la elevada tasa de aprobación de AMLO y ha sido pasado por alto por la ciudadanía, pero quien sabe cuánto más pueda ignorarse una vez que López Obrador deje de estar en el primer plano de la política nacional, seguramente no mucho.

Otro de los aspectos clave que el obradorismo deberá poner mayor atención después de que López Obrador deje de estar en el centro de la palestra política, y que hasta ahora ha sido un aspecto no atendido con el suficiente rigor, será el de la eficacia de las administraciones locales emanadas de Morena, los cambios que se esperaban en varios estados y municipios gobernados por Morena simplemente no llegan, en muchos el tema de seguridad los ha rebasado, el fenómeno de la escasez del agua es un tema que no encuentra respuestas eficaces, las obras publicas para abatir el rezago son insuficientes y en muchos casos inexistentes, algunas administraciones se han destacado más por los escándalos de sus administradores que por su eficacia al frente de las mismas.

Retos externos para el segundo piso de la 4ta transformación

Los retos a los que se enfrentará Claudia Sheinbaum una vez que asuma como presidenta serán básicamente los mismo a los que se ha enfrentado el presidente López Obrador (cuya alta popularidad le ha permitido sortear sin mucho esfuerzo), solo que en mayor intensidad y frecuencia, lo anterior ya que la oposición tanto interna como externa calcula que Claudia Sheinbaum no tendrá (y en esa premisa descansa buena parte de la estrategia opositora) el mismo carisma, popularidad y arrastre social que Andrés Manuel.

Las primeras acciones de la oposición (que ya comenzaron a realizar) será descalificar a priori el proceso mismo de la elección, señalando supuestas intromisiones del gobierno Federal y de los gobiernos estatales emanados de Morena en favor de Claudia Sheinbaum, con lo que buscarán posicionar la narrativa de que está en curso una “elección de Estado”; simultáneamente tratarán de, sin escatimar en mentiras, tergiversaciones y desinformación, vincular al crimen organizado con el proyecto obradorista para desacreditar y deslegitimar el triunfo de Claudia Sheinbaum. Para ese propósito la oposición tendrá a su aparato mediático nacional y extranjero, como se demostró con el reportaje de ProPublica escrito por Tim Golden, al que se le dio un revuelo inusitado, en que se acusaba sin fundamento una supuesta donación de un cártel a la campaña de 2006 de López Obrador; en esas campañas de desinformación la derecha contará con el apoyo de las agencias de espionaje norteamericano expertas en generar estrategias desestabilizadoras.

El reto del crimen organizado será otro y de los de mayor algidez para el nuevo gobierno, desde el inicio las provocaciones de los grupos armados serán de una insolencia descarada que irá aceleradamente en aumento (grupos que son controlados por las agencias norteamericanas y por el gran capital como ha quedado evidenciado en los recientes hechos ocurridos en Ecuador). Los patrocinadores de los carteles no dudarán en utilizarlos como punta de lanza para propagar el terror y con ello la desestabilización. La estrategia: un crimen organizado desatado y frenético con actos criminales espectacularizados cada vez más impactantes, violentos e indignantes dirigidos progresivamente contra la población civil. El propósito: sembrar recelo en la población sobre la eficacia de la estrategia de seguridad llevada a cabo por el gobierno, reforzando a su vez la narrativa de una supuesta connivencia entre este y el narco, con el fin de provocar desconfianza de la población en la honestidad y capacidad de Claudia Sheinbaum para dirigir a la nación; en suma, desacreditar y deslegitimar. Con ello la oposición buscará descarrilar el gobierno de Claudia e imponer un régimen de extrema derecha militarizado como ya ha sucedido en otras experiencias latinoamericanas (caso El Salvador, Ecuador).

Los medios tradicionales, como lo han venido haciendo con López Obrador, continuarán con nuevos bríos en su campaña desinformativa, buscando a toda costa crear un ambiente adverso hacia Claudia Sheinbaum y su administración. Mentirán, calumniarán, tergiversarán para imponer la idea que el de Claudia será un gobierno fallido e incapaz; para ello las acciones beligerantes y provocadoras del narco serán la materia prima sobre la que descanse su narrativa. Serán caja de resonancia de las narrativas de la oposición. Serán los principales publicitas de los intentos de la derecha por calentar las calles con sus marchas y concentraciones que realizaran contra la “dictadura populista”, las cuales maximizaran y difundirán hasta el hartazgo.

Sumado y engarzado a lo anterior, y en caso de no lograrse la mayoría calificada para reformar constitucionalmente su estructura, el poder judicial como ya lo ha demostrado, no cejará (inclusive aumentará) en su empeño obstruccionista y opositor a las políticas de la 4ta Transformación en su segundo sexenio. Vía amparos, recursos de inconstitucionalidad y una retorcida interpretación de la ley de la que hace uso la Suprema Corte de Justicia, todas las iniciativas; obras, reformas, acciones y programas que ejecute el gobierno de Claudia Sheinbaum estarán sujetas a un acoso judicial permanente. Sin embargo, la embestida judicial no se limitará a eso, engarzado con las estrategias golpistas y desestabilizadoras, podrían inclusive promover un golpe de Estado al estilo lawfare, intentando deponer a Claudia Sheinbaum del cargo de presidente bajo cualquier pretexto o campaña orquestada por los medios y las agencias estadounidenses; el caso Tim Golden y la intentona de sentencia del ministro Luis María Aguilar Morales que proponía separar del cargo al presidente Andrés Manuel López Obrador anuncian el porvenir.

Algunas consideraciones finales

El Obradorismo una vez que inicie su segundo sexenio, como se perfila que así suceda, contará con un bono de legitimidad y apoyo social muy elevado resultado de la inercia favorable que deje López Obrador. Tendrá a su favor las gobernaturas que encabeza, más las que pueda sumar en el proceso electoral y contará con la muy probable mayoría en el Congreso (lo medular será si alcanza mayoría calificada), lo cual dotará de solidez los primeros años de la administración de Claudia Sheinbaum. El cuánto durará esta fortaleza dependerá de cómo el movimiento obradorista pueda reinventarse después de López Obrador y corregir puntualmente las debilidades que le afecta. Sin organización popular no hay transformación y sin un pueblo consciente y volcado a respaldar a su gobierno en la calle, barrio y colonia no hay transformación que dure ni gobierno que la aguante, ejemplos sobran.