La sabiduría práctica del Obradorismo: una reflexión sobre la formación política

Sandra Vanina Celis

En México estamos viviendo un proceso social inédito por varios motivos. Uno de ellos es la existencia del Instituto Nacional de Formación Política (INFP), un instrumento que nace como parte de los anhelos de la lucha obradorista y que corporiza una necesidad muy concreta de los sectores populares: la necesidad de conocer.

Pero ¿conocer para qué? Esta es una pregunta que siempre es necesario formular, porque el conocimiento no es neutral ni tampoco estático. Y también porque lo que se hace en los círculos de estudio no es como lo que se hace en la academia: no suele haber planes de estudio rigurosos, como en la universidad, ni tampoco leemos a Aristóteles o a Platón párrafo por párrafo. Porque el tiempo en la política no es como el de la academia. Conocer aquí es un acto organizativo, y por eso peligroso.

Claro que, al interior de estas experiencias de pedagogía popular no faltaron quienes quisieron impulsar un tipo de conocimiento más académico. Sin embargo, mientras más avanzaba el sexenio de López Obrador más evidente se volvió el hecho de que en los círculos de estudio no daría tiempo de repasar meticulosamente a los filósofos de la antigüedad. A duras penas, en nuestro caso, pudimos dar una breve introducción al neoliberalismo en forma de taller popular, lo que hicimos con plena intención de entender colectivamente qué era eso de lo que AMLO tanto hablaba y que nosotros habíamos combatido durante tantos años. De ahí en más, los círculos han oscilado entre la formación más o menos continua, los análisis de coyuntura y la organización de actividades frente a circunstancias concretas, como fueron las recientes elecciones de las que salió ganadora la maestra Delfina Gómez.

Así, y aunque en el Estado de México hay una multiplicidad de valiosas experiencias al interior de la Red Estatal de Círculos de Estudio del Estado de México —como, por ejemplo, los círculos que alternan la formación con el deporte—, algo que quizá se ha vuelto común a todos estos espacios es la necesidad de que las aulas o centros recreativos se conviertan en auténticos núcleos organizativos de las bases obradoristas en potencia.

Esto no quiere decir que no haya un intercambio de conocimiento al interior de los círculos de estudio, sino todo lo contrario. Supone una profunda articulación entre la formación y la organización y representa una experiencia inédita al interior de los procesos progresistas de América Latina.

En nuestra experiencia en Cuautitlán Izcalli este proceso de formación-acción ha dividido la labor en tres ejes estratégicos: 1) Entender al enemigo; 2) Entendernos a nosotros mismos; 3) Entender la correlación de fuerzas. Estos ejes son expresión de las necesidades de los sectores populares que buscan defender la Cuarta Transformación en este municipio del Estado de México. Y si bien no representan un conocimiento sistemático, es innegable que han propiciado sesiones con enormes cúmulos de saber práctico que van de la filosofía a la ciencia política, la sociología, la economía y la historia.

Resulta fascinante —y pareciera que paradójico, por lo dicho anteriormente—, que Aristóteles tenga aquí plena vigencia. Y es que los círculos de estudio tienen mucho de aristotélico. No porque sean como el Liceo, donde los alumnos caminaban mientras reflexionaban, sino más bien por la distinción que hace Aristóteles del conocimiento y que se expresa tácitamente en estos espacios. El conocimiento para Aristóteles se puede diferenciar en dos formas: “sabiduría teórica” (sophía) y “sabiduría práctica” (phrónesis).

La primera es una forma de saber contemplativo que el estagirita asocia con la ciencia y, por tanto, con lo divino y lo infinito. Es un saber de los principios que mueven al mundo, así como de la verdad. La segunda es una forma de saber práctico que se asocia a lo terrenal y a lo finito, y que refiere al comportamiento humano —que en Aristóteles remite al alma humana. A grandes rasgos, en su libro VI de la Ética Nicomáquea Aristóteles desarrolla que es a través de la sabiduría práctica como el hombre (sic) es capaz de distinguir entre el bien y el mal para así mediar sus deseos y deliberar sobre sus acciones; de ahí que trate este tema al investigar sobre la ética y que considere al saber práctico como una virtud intelectual que aglutina a las virtudes morales y las hace posibles.

Esta clase de entendimiento y de verdad son prácticos. La bondad y la maldad del entendimiento teorético y no práctico ni creador son, respectivamente, la verdad y la falsedad (pues ésta es la función de todo lo intelectual); pero el objeto propio de la parte intelectual y práctica, a la vez, es la verdad que está de acuerdo con el recto deseo (Ética Nicomáquea, Libro VI, p. 271. Subrayado nuestro).

Si bien ambas formas del saber se complementan, y la sabiduría teórica representa una virtud más perfecta que la sabiduría práctica, esta última tiene un papel decisivo cuando nos planteamos como seres relacionales y políticos. Por eso Aristóteles continuará en su exposición sobre esta virtud aludiendo a la existencia de una forma universal —o si se quiere colectiva— de la sabiduría práctica, misma que se expresa en la política. Así, y transportada esta teoría a nuestra época actual, si la prudencia (sabiduría práctica) es saber lo que más nos conviene y hacerlo a partir de la capacidad de elegir, deliberar y accionar de manera específica, la prudencia política es saber lo que más le conviene a nuestra comunidad y no sólo deliberar y accionar, sino también decretar con base en ello. Lo anterior es posible, forzando la teoría aristotélica, a partir de las instituciones y redes organizativas existentes en el Estado y en la sociedad civil —siendo una de ellas, fundamental, el partido-movimiento.

En nuestro contexto creo que Aristóteles preguntaría: ¿Qué forma de saber necesitan las bases obradoristas en estos momentos? ¿Una para debatir sobre complejos problemas del conocimiento universal? ¿O una para deliberar sobre el Proyecto de Nación que queremos en 2024-2030? Creo que nuestro filósofo apuntaría a la segunda opción, porque su filosofía admite un ordenamiento que supone la subordinación de unos conceptos a otros y de unas acciones a otras con base en los fines.

Y es que, si bien quienes hemos formado parte del esfuerzo del INFP aspiramos a que todas y todos tengamos sabiduría teórica, o por lo menos un piso mínimo de conocimiento colectivo —por ejemplo, que el pueblo supiera en su conjunto un poco más de los aportes de Aristóteles o de Marx—, lo cierto es que lo fundamental en estos espacios no es eso, sino la segunda forma de conocimiento: la sabiduría práctica. Es esa la vía para hacer del pueblo una masa de hombres y mujeres capaces de pensar coherentemente y lo más unitariamente posible, cosa que Gramsci llamaría “un hecho filosófico original” por ser aquel que arrebata la filosofía de manos de académicos y expertos elitistas para hacerla sentido común y parte de nuestro arsenal para transformar al mundo.

Eso es la “prudencia colectiva” que reclaman estos tiempos y también, creemos, a lo que debe apuntar lo que hemos llamado “la revolución de las conciencias”. Ésta última, tal como la sabiduría práctica, sólo se puede conquistar con base en la experiencia, la cual poco a poco vamos adquiriendo en los círculos de estudio y en otras experiencias militantes.

Vale la pena reflexionar al respecto en este proceso histórico que es la consulta del Proyecto de Nación 2024-2030, el cual representa una oportunidad única para poner en práctica todo lo que hemos aprendido en los círculos de estudio.

Dedicado a los Pejes Izcalli. ¡Que viva la revolución de las conciencias!