¿Qué hacer con la crítica?

CE, Intervención y Coyuntura
La 4T avanza en un mundo convulso, tratando de mantener un horizonte en una época donde, al parecer, lo que reina es el desquiciamiento total. Comúnmente se dice que, si algo positivo tienen las crisis, es que muestran las cosas tal como son, pues cuando las mediaciones se caen, las máscaras también. Ya lo decía Frantz Fanon: las máscaras de la blanquitud son la fenomenología de la decadencia occidental. Por ello, siempre pensamos que, cuando las máscaras caen, las personas se muestran al mundo tal como son. Pero ¿qué pasa si la máscara es el propio rostro, si detrás de la máscara solo hay otra o no hay nada?
Tal parece que eso ocurre con la crisis actual del sistema capitalista, donde la crisis generalizada del neoliberalismo —precipitada por la propia derecha global (y no por la victoria de las fuerzas de izquierda y progresistas)— es el signo más claro de nuestro tiempo. Bajo la máscara de la blanquitud colonial solo vemos una política cínica, que avanza justo sobre los fallos estructurales que las propias izquierdas mundiales han tenido. Por eso, la derecha no tiene empacho en decir y hacer lo que quiera: al fin y al cabo, para el sentido común, la izquierda sigue cayendo en los mismos vicios de las derechas. Así, el cinismo político de hoy se alimenta sin problema de esas fallas estructurales, y por eso, en cumbres como las del G7, lo que menos importa es posicionarse sobre conflictos armados, gobiernos desquiciados o expresiones irracionales y criminales (Israel, Argentina, etc.) que pululan por el globo.
Frente a ese gran contexto global, que podemos —y tendemos a— olvidar, se levanta la cotidianidad del proceso político mexicano. Mientras los mini-déspotas mexicanos sueñan con reproducir, desde su pequeñez, ese cinismo global, la izquierda no parece estar mejor: sin caer en el cinismo, acaricia otro mal que habrá que repensar… la frivolidad. Mientras el cinismo político sobrevive gracias a las fallas estructurales de la izquierda, la frivolidad política de la izquierda simplemente ignora los males de la sociedad para regodearse en sus propios deseos.
Varias son las expresiones de esa frivolidad dentro de la izquierda. Solo por mencionar algunas de la actual conducción política, especialmente en MORENA, tenemos situaciones como la de la nueva presidenta de la formación política, quien se sube el sueldo inmediatamente después de su arribo a la dirección, a la par que su mayor propuesta es hacer un podcast. La política de las calles que tanto pregonaron AMLO y la presidenta Claudia Sheinbaum se sustituye cada vez más por la ficción de las redes sociales. El hijo del expresidente se envuelve en discusiones de rancios linajes edípicos sobre el nombre. Una militante histriónica es vapuleada por un funcionario norteamericano, soltándose a partir de ello una comedia de equivocaciones.
Seamos sinceros: el actual panorama de los nepobabys a nadie agrada. La forja de una joven élite a la espera de ser “la élite”, arropada en su banalidad, sus fotografías con funcionarios, sus pequeños puestos y la estilización de la nueva frivolidad guinda, nos harta, nos aburre, nos saca de quicio. Mientras los nepobabys pierden el rumbo en frivolidades, hasta Belinda parece tener más luces sobre los efectos culturales del clasismo: “Qué gatos son los que visten Loro Piana. Qué gatos son los que solo juegan golf. Qué gatos son los que toman Aperol”. Tal parece que la hipsterización de la izquierda se abandonó al fetichismo de las redes sociales y la política del like.
Ante esta situación de hastío, uno quisiera mirar otros horizontes más prósperos, pero lo que hay no es mejor: la crisis boliviana, la persecución argentina, el derroche de la experiencia chilena, el empate catastrófico colombiano, la tragedia peruana y ecuatoriana. La frivolidad de una parte muy pequeña de la izquierda mexicana nos debe permitir valorar lo importante de lo intrascendente. Que hay una élite frívola forjándose es indudable, pero, si esto es un proceso político y social de fondo —como efectivamente lo es—, ella misma se volverá intrascendente. Que los nepobabys sueñen con acariciar las mieles del poder, que se muestren frívolos y equívocos como suelen serlo. El proceso político avanza: por ejemplo, el poder judicial, última muralla de la oligarquía, se ha derrumbado, lo que ha desatado signos de movilización (incluso cuando no siempre es cómoda), uno de los objetivos que se buscaban.
Afortunadamente, la política está más allá de la política de los centros de formación, que, si bien contienen a miles de compañeras y compañeros valiosos, lejos están de disputar puestos y protagonismos efímeros. La realidad política siempre trasciende la realidad de las redes y los tiktoks. Pensar una política para los jóvenes está bien para sacarlos de la apatía, pero sumergirlos en la trampa de las pantallas no es mejor, sobre todo porque la juventud, como varias cosas de la vida, solo es una etapa. Por eso, la política siempre debe pensarse universal, en todo caso transgeneracional. La política tampoco son apellidos, aunque algunos puedan trascender la inmediatez de su momento. La política del mundo contemporáneo es aquella política sin rostro, sin apellidos, sin abolengos; es la política que se hace en la calle, con y para las multitudes, del rostro colectivo y del apellido de la gente de a pie. Para decirlo de otro modo: la política siempre será la política de la calle, y es ahí donde hay que ser pueblo, estar con el pueblo, hacer pueblo.
La crítica es útil: hay que aglutinarla, conducirla, acumularla, pero sabiendo distinguir lo verdaderamente importante de lo que, a la postre, es intrascendente. O como diría un amigo argentino, después de conocer el fallo contra Cristina Fernández: “no perder el tiempo en la crítica de pequeñeces, porque cuando las derechas vuelven te pasan por encima”. Es momento de la crítica, pero de la crítica de la militancia, la crítica del pueblo —porque el pueblo también habla—. Ya no dejemos que sea la comentocracia quien ponga las preguntas y los temas necesarios. Volvamos sobre los temas que el país debe estar atendiendo. Solo de esta manera será posible hacer a un lado la frivolidad y la pequeñez de cierta izquierda. Son tiempos interesantes.