¿Por qué Mélechon?

QG Décolonial

A la pregunta “¿deberíamos votar por Mélenchon?” formulada a un indígena que tenga vocación de autonomía, la respuesta esperada es: “no”. Este “no” cortante y orgulloso será entonces la expresión de una dignidad intransigente y de una lealtad indefectible al proyecto decolonial que sirve de ideal a una parte de la población indígena militante, traumatizada por décadas de recuperación y cansada por los llamados al “voto de contención”.[i] Por lo tanto, no es raro escuchar aquí y allá los reproches de los guardianes de la ortodoxia contra quienes no están a la altura de sus principios. La línea autonomista sería traicionada por aquellos quienes la celebraron hace poco tiempo, mientras que la experiencia obliga a desconfiar de este tránsfuga del PS, mitterrandolatre, que ama demasiado a la Gran Francia para ser honesto y merecernos.

En lo que a nosotros respecta –aunque seamos tan partidarios de la autonomía como de la línea decolonial–, reclamamos que Mélenchon sea votado sin reservas, sin falso pudor y sin mala conciencia.

Por razones de lealtad a nosotros mismos, por razones políticas y por razones estratégicas.

I. Lealtad a nosotros mismos

La escuela decolonial nos ha enseñado ciertos principios, entre ellos el de aprender a tomar las elecciones electorales más juiciosas y pragmáticas: cuando se presenta una elección, sea la que sea, debemos siempre dar prioridad a la oferta decolonial. Esto no ha ocurrido nunca antes. En ausencia de tal oferta, voté por la autonomía indígena, aun cuando sea insatisfactoria. Y, a falta de alguna propuesta indígena, votar por aquella que más se acerque a nuestras demandas y que, si es posible, sea la más capaz de satisfacerlas.

Evidentemente, en la próxima campaña no hay una oferta estrictamente decolonial. Tampoco hay una oferta indígena autónoma, ni siquiera reformista. En efecto, no basta que una oferta sea encarnada por un indígena para que se confunda con un proyecto indígena. Ni Taubira ni Kazib caben en este casillero. Ambos son representantes de las fuerzas blancas, el primero de un centro liberal vagamente izquierdista y el segundo de una extrema izquierda anticapitalista. Así, todos los candidatos a las actuales elecciones presidenciales emanan del campo político blanco, y es entre ellos a quien hay que elegir en cuanto se descarta la abstención.[ii]

Así, si excluimos la extrema derecha, la derecha, el extremo centro y el PS que debe ser baneado automáticamente, quedan: Roussel, Taubira, Mélenchon, Jadot, Poutou, Kazib y Arthaud.

Eliminemos a Jadot y Roussel que, entre otras cosas, participaron en la manifestación de los sindicatos policiales de extrema derecha (apoyados por Darmanin) el 19 de mayo de 2021. Eliminemos también a Taubira y Arthaud -a quienes todo separa- pero que son, entre otras cosas, incapaces de adoptar una postura firme contra la islamofobia.

Quedan Mélenchon, Poutou y Kazib. Estos dos últimos son probablemente los candidatos por los que tendríamos más simpatía, primero porque provienen de tradiciones antiimperialistas, pero también porque hacen esfuerzos por integrar la idea del racismo de Estado. Marcan, por tanto, la casilla de cierta proximidad ideológica. Resta ver su capacidad para satisfacer estas demandas. Es decir, su capacidad para alcanzar el poder. Esto es nulo. En cuanto a Mélenchon, es quien reúne más cualidades: dentro de los límites del parlamentarismo francés y en un contexto de radicalización de la extrema derecha, es quien lleva más lejos la crítica a la policía, a la islamofobia y al liberalismo, y que, al mismo tiempo, por el entusiasmo que suscita, establece una verdadera balanza de poder frente a la reacción del ambiente político.

En este momento, nuestra elección solo puede guiarse por dos posibilidades:

  • Promover candidaturas testimoniales, consistentes en términos de ideas políticas, pero que en un enfoque puramente propagandístico utilizan las elecciones presidenciales con fines de autoconstrucción;
  • Apoyar a un candidato reformista porque sus posibilidades de ganar son mayores, ya que es lo suficientemente consensuado para convencer a la mayoría y lo suficientemente disruptivo para constituir un verdadero punto de inflexión política.

¿Por qué no Poutou o Kazib? Porque los indígenas decoloniales no tienen ningún interés particular, si su prioridad es la construcción de la autonomía, de participar en la autoconstrucción del Nuevo Partido Aanticapitlista o Revolución Permanente. Este debe ser primero el trabajo de los revolucionarios de la izquierda blanca.

Entonces, ¿por qué Mélenchon? Porque está más cerca del poder. Porque, en los últimos años, ha sufrido una asombrosa transformación, como tal, ya no es posible confundirlo con el PS histórico.

II. Razones políticas. Mélenchon, ¿otro voto útil más?

Como viene del Partido Socialista, rápidamente lo confundiremos con el candidato Real de 2007 que tuvo que ser elegido por defecto contra la derecha sarkozyista y el Frente Nacional, o con el Hollande de 2012 que tuvo que ser avalado por desprecio a Sarkozy. Nada más discutible: a diferencia de los candidatos de la izquierda reformista a los que el sistema electoral nos tiene acostumbrados desde hace cuarenta años, Mélenchon esta realizando una ruptura sin precedentes con el consenso neo-republicano, sinónimo del neoconservadurismo francés.

Rompe con el consenso islamófobo. Tras el asesinato de Samuel Paty, y a pesar de la violencia de la propaganda islamófoba, no solo mantuvo una firme posición antirracista, sino que nunca se ha arrepentido de haber participado en la marcha contra la islamofobia de noviembre de 2019. Ha reiterado en varias ocasiones su compromiso contra la islamofobia y recientemente declaró que volvería a participar en tal manifestación si fuera necesario. Además, su programa prevé la derogación de la ley de “separatismo”.

Rompe con el consenso identitario al introducir la idea de “creolización” de la sociedad. Si este concepto es discutible porque lleva a un eufemismo parcialmente las cuestiones raciales, tiene el mérito de ofrecer una alternativa antirracista a la teoría del “gran reemplazo”. A nivel simbólico, insistió en depositar una corona de flores sobre la tumba de René Levasseur, miembro de la Convención Nacional que participó en la votación sobre la abolición de la esclavitud en 1794, y repitió las palabras de Robespierre “Perezcan las colonias antes que un principio”. También propone el establecimiento de un día festivo en memoria de la esclavitud.

Rompió con el consenso de seguridad, primero al negarse a sumarse a la manifestación policial frente a la Asamblea Nacional, y además al denunciarla como “facciosa”. También propone la disolución de las BAC (Brigada anti criminal), el fin de la técnica de encapsulamiento policial en las manifestaciones, la prohibición de flash-balls[iii] y la exclusión del cuerpo policial para cualquier policía que no respete la ética profesional.

Rompió con la política represiva contra los migrantes al proponer la regularización de inmigrantes indocumentados y migrantes.

Rompió con la omnipotencia de Europa –aunque se echó atrás en su salida de la Unión Europea— al declarar que quiere cuestionar los tratados europeos y sacar la deuda pública del dominio de los mercados financieros.

Rompió (parcialmente) con el consenso imperialista al prometer el despliegue de una “diplomacia altermundista” y abogar por una salida de la OTAN para des-occidentalizar la acción internacional de Francia. Cuestiona la idea de una Francia “policía del mundo”, y recientemente declaró “no somos los hermanos mayores de los malienses”. Condenó la represión de los guadalupeños al denunciar el envío del GIGN durante la revuelta contra la obligación de vacunación y convocó una manifestación a favor de Gaza, bombardeada en abril de 2021 (excepto en París, donde la manifestación estaba prohibida). Finalmente, en cuanto a la agresión de Ucrania por parte de Rusia (al tiempo que la condena), reitera su credo: la no alineación (no alinearse con Washington ni con Moscú). Si mantiene esta posición en el clima de belicismo que estamos viviendo (y no se gana), eso no lo convertirá en un antiimperialista sino en un candidato responsable que rechaza la lógica de la guerra. Y eso sería algo bueno.

La ruptura con el consenso neo-republicano no es una ruptura revolucionaria. Mélenchon no es ni Robespierre (aunque diga serlo) ni Lenin (tenemos los bolcheviques que nos merecemos). Sin embargo, esto no impide que los medios de comunicación lo llamen partidario de los islamistas, o incluso “islamobolchevique”. Te hace sonreír, pero ni Royal ni Hollande habían experimentado semejante bombardeo. Y es que su ruptura, por más reformista que sea, es un claro freno al desenfreno racista y liberal que generaciones de políticos han acompañado descaradamente. Pero, sobre todo, es la traducción política de la convulsión social que vive este país desde hace al menos quince años (crisis económica, crisis de identidad, crisis ecológica, crisis democrática, crisis de la hegemonía imperialista) y que ha sido capaz de transformarse en mvimientos sociales, ciertamente dispares y desarticulados, sin embargo con una verdadera consistencia política (movilizaciones contra la Ley del trabajo, Nuit Debout, huelgas de transporte contra la reforma de pensiones, la insurrección de los Gilets Jaunes, el despertar de los movimientos feministas tras la ola MeToo, el auge de la conciencia ecológica y las movilizaciones masivas antirracistas del Comité Adama).

Alimentada por la cólera social y apoyándola al mismo tiempo, la candidatura de Mélenchon es todo menos una farsa. No sólo la encarna, sino que es impulsada por él. Dicho de otro modo, Mélenchon representa hoy una fracción real del pueblo y no sólo una fracción de la burguesía como es el caso del PS. Eso es lo que lo distingue. En cuanto a nosotros, activistas barriales, decoloniales, antirracistas, nos faltaría lucidez si no supiéramos reconocer nuestra impronta en la transformación antirracista de esta corriente de izquierda republicana. El paso del antirracismo moral al antirracismo político es un paso adelante, cuyos efectos se reflejan en parte en su programa y cuyos límites son los del equilibrio de poder que las organizaciones en lucha han podido establecer. La última secuencia de la autonomía indígena, que se prolongó a través de sus diversas coaliciones durante unos quince años, finalizó con la marcha contra la islamofobia de 2019, que fue tanto el clímax como el fin. Obviamente, no se reconstituirá hacia las elecciones. Así que despreciar el momento Mélenchon es ser un poco como el beduino sediento que, llegando al pozo, se niega a beber.

III. Las razones estratégicas. Votar por Mélenchon es votar por el futuro.

Son posibles tres escenarios: fracaso en la primera ronda, clasificación para la segunda ronda, pero fracaso contra su rival, clasificación para la segunda ronda y victoria. Sea cual sea el resultado de la votación, cada una de las hipótesis tiene sus ventajas que no deben subestimarse.

1/ Si no pasa a la segunda vuelta, habrá llevado hecho, no obstante, una campaña de ruptura que marcará un momento importante en la recomposición de la izquierda blanca en la que la lucha contra la islamofobia se habrá hecho hegemónica en el campo. Se tratará entonces de fortalecer este eje y seguir ganando terreno.

2/ Si pasa en la segunda vuelta, pero fracasa en la última línea, esto demostrará que una candidatura de ruptura, incluso dentro del marco reformista, sigue siendo posible y que la omnipotencia de la extrema derecha no es inevitable.

3/ Si gana las elecciones, se enfrentará a un desencadenamiento sin precedentes de las fuerzas capitalistas. Que Mélenchon y sus huestes tengan una voluntad real de romper con el liberalismo no está aquí en duda, pero no tendrán los medios para aplicar su política. Tendrán que enfrentarse al bloque burgués y al estado profundo, su policía cada vez más extremista y un ejército atravesado por tendencias golpistas. Cuanto más fuerte sea Mélenchon al final de la votación, más fuerte será su posterior capacidad de resistencia, y el movimiento que encarnará y que irá más allá de la FI necesitará el mayor apoyo popular posible. Es en este preciso momento, y no antes, que tendrá que volver a plantearse la cuestión de la autonomía indígena. En este contexto, no se tratará de dar a Mélechon un “cheque en blanco”, sobre todo porque se le impedirá fuertemente realizar sus ambiciones de transformar las estructuras económicas y sociales, sino reconstituir polos de resistencia política. Esto será cierto tanto para los movimientos sociales en general como para los movimientos antirracistas en particular.

Aun comprendiendo la tentación abstencionista y el disgusto de los resignados a un sistema político que tanto los ha despreciado, aun comprendiendo la resistencia de aquellos revolucionarios que han experimentado repetidamente la traición de los reformistas, no los alentemos en este camino. El estallido islamófobo, que hoy va desde el PC de Roussel hasta Zemmour, ha llegado a tal nivel que la reconstrucción de un dique antirracista –verdaderamente antirracista– es seguramente la tarea más urgente del momento. Sin embargo, nada nos indica, en el estado actual de las cosas, que ese dique pueda ser construido por la única balanza de poder que constituye la unión de la izquierda revolucionaria y el movimiento decolonial. Por lo tanto, debemos considerar esta elección como una etapa, no como un fin en sí mismo.

En esta extensión, que la izquierda anticapitalista (NPA, Revolución Permanente) se esté fortaleciendo es una muy buena noticia. Que el movimiento social, en todas sus dimensiones, salga a la calle y no la abandone, incluso y sobre todo en caso de victoria de Mélenchon, es un imperativo. Que la autonomía indígena debe organizarse es urgente, pero no hace falta decirlo.

[i] La traducción literal sería “voto de barricada” y hace alusión a una forma de la cultura política francesa de izquierda que ante el avance de la derecha y la imposibilidad de sacar un programa común, de las mayorías, han realizado en diversos momentos el llamado a “levantar” simbólicamente una barricada, un dique, a través de los votos, a esta práctica se le ha denominado électores-castors(electores castores), con lo cual se banaliza la idea misma del simbolismo francés de las barricadas. N.T.

[ii] Dejemos claro que no somos fetichistas del electoralismo. Para nosotros, la política está lejos de reducirse a elecciones, pero estas son a veces (y no siempre) una herramienta estratégica al servicio de una lucha más amplia. La política sucede antes, durante y después de una elección. En el contexto actual, la abstención nos parece perjudicial.

[iii] Las pistolas que disparan balas de gomas y que han sido parte de los mecanismos de represión de las manifestaciones de los Chalecos amarillos en Francia. N.T.

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