El colonialismo interno y el despojo en México, la imperiosa necesidad de una transformación auténtica

Mtra. Valeria Olvera Alvarado

CRI, UNAM

 “El colonialismo también se da al interior de una nación, en la medida en que hay una heterogeneidad étnica, en la que se ligan determinadas etnias con los grupos y clases dominantes, y otras con los dominados”.

Pablo González Casanova, Democracia en México (1965)

Cuando se está esperando, con dicha o amargura, la llegada de un bebé nunca se le pregunta dónde quiere nacer. Se entiende de inmediato que las circunstancias o en el mejor de los casos el destino, decidirán el lugar, la fecha y hasta la hora del nacimiento. Es así que, nadie ha pedido a sus padres ser mexicano; pero tampoco español, estadounidense, argentino, japonés, alemán, etcétera. Algunos expresarán el dicho: “así pasa cuando sucede”; otros cuantos, preferirán otorgarle la responsabilidad a Dios, Buda, Jehová, Yahveh o a cualquier deidad en la que se crea y a sus designios; mientras que, varios optarán por el camino de la herencia o a la transmisión de la raíz para dar respuesta al por qué en determinado sitio.

Sea la razón que sea, maldición o bendición, el nacer en cierto lugar dota al ser humano de un sentido de pertenencia, una identidad y cultura, una cosmovisión y concepción de lo tangible e intangible; aspectos de los que muy difícilmente se podrá desprender a lo largo de su “andar”.

En este tenor, es relevante reflexionar sobre cómo las sociedades en su conjunto se vuelven las creadoras y transformadoras de las naciones y no, al revés, como se ha hecho suponer a través del pensamiento único, dominante, occidental, en las ciencias sociales. Cabe destacar que Lévi-Strauss entendió este punto a la perfección, al exponer que “la sociedad es una totalidad porque es un sistema de relaciones. [Así] la totalidad social no es una substancia ni un concepto sino que consiste finalmente en el circuito de relaciones entre todos los planos” (Octavio Paz, 2008:13). Ahora bien, para hacer de ello una labor posible, se considera pertinente bajar esta introspección a un marco más delimitado y conocido, es decir, a México y por consiguiente, a la sociedad mexicana.

De este modo, el presente ensayo tiene por objetivo entender la esencia del mexicano y cómo éste a través de algunos elementos como: el reconocimiento, la autocrítica, la tolerancia, la empatía; pero, sobre todo, la organización podría coadyuvar a la deconstrucción y reconstrucción –en términos de Boaventura de Sousa Santos (2010:51)de un México que, en los incipientes albores del siglo XXI, tiene que decidir entre resistir (Pablo Gónzalez Casanova: 2003), manifestando con ello la necesidad de buscar alternativas urgentes para sanear los detrimentos causados tanto por el tutelaje al que se sometió en la colonia, o “morir”, haciendo referencia a la persistencia por el mismo sendero esclavizador que poco a poco agotará la creatividad, imaginación e inventiva de los mexicanos.

Desde esta perspectiva, lo primero que debe quedar claro es que, a lo largo de estas cuartillas, no se pretende descubrir el “hilo negro” u ofrecer falsas esperanzas al lector, pero tampoco se hace la “invitación” al pesimismo o a la típica frase con la que se vincula al mexicano “del no puedo”. En su lugar, se busca darle el puesto que le corresponde a la sociedad mexicana, dado que es ésta la que lamentablemente aparece como la víctima oprimida de la coyuntura; aunque también, la que, paradójicamente, podría en dado caso modificar su realidad a través de las luchas antisistémicas, emergentes (Pablo Gónzalez Casanova: 2003).

Con estas últimas líneas, por lo tanto, se reconoce que no hay determinismos y que, a la postre, la transformación de un país, que podría antojarse como una utopía puede convertirse en algo factible. De las anteriores reflexiones se deduce que la sociología de la mano del Casanova para aventurarse en este quehacer.

A partir de ésta se hace un análisis crítico de las relaciones sociales basándose en los acontecimientos, que ejecuta un viaje por el tiempo y espacio para considerar tres “dimensiones”: pasado, presente y futuro; y que, al igual que un río se alimenta de lo que en su “ir” y “venir” se cruza en su camino, en otras palabras, se nutre del material que otras disciplinas y ciencias realizan. En virtud de ello se pueden rescatar algunos elementos plasmados en la aclamada obra De la sociología del poder a la sociología de la expoltación: pensar América Latina en el siglo XXI (2009).

De esta manera, es posible anotar que la propuesta de “otro mundo es posible” recogida por el movimiento zapatista y formulada en el Foro Social Mundial efectuado en Porto Alegre Brasil en 2001, puede reformularse para obtener la siguiente: “otro México es viable”, un México que dote de orgullo a su sociedad porque se encuentre cimentado en lo “propio” y no en lo “ajeno” –parafraseando a Guillermo Bonfil (1994).

El México que nos duele. Un viaje al pasado para el entendimiento del presente

¿Cuántas veces no se ha escrito sobre lo bello y diverso que es México?, ¿cuántos no han coreado el tan famoso México lindo y querido o el tan socorrido Cielito lindo, para demostrar su amor y entrega hacia éste?, mejor aún, ¿cuántos no han pintado para representar lo que en él se vive: sus tradiciones y costumbres, su gente, sus triunfos y sus derrotas?, o bien, ¿cuántos no han llevado a la pantalla grande las singularidades que lo caracterizan?, por anotar algunos ejemplos. Son cientos de personas los que lo han hecho; las que han padecido, gozado, amado, detestado, temido, idealizado y sobre todo, vivido, a y por México.

No obstante, el país al que tanta referencia se hace tanto local como internacionalmente (y que normalmente es el que contribuye al turismo y a la derrama económica que conlleva) es algo distinto al que se tiene en mente. Es cierto cuando se dice que posee distintos matices, formas, símbolos, rituales… en fin, una cultura llena de colores, sabores, olores, sonidos, dicho de otro modo, de una gran diversidad. Aunque no es cierto, que sea únicamente exportador de tequila o de petróleo, o bien, que sólo sea bueno haciendo telenovelas; igualmente tampoco es un hecho que todos se vistan de mariachi o disfruten del aguacate.

En este sentido, hay muchos estereotipos que se han fabricado en torno a cómo se vive, se piensa, se produce, se siente, etc. Hay que empezar por confirmar que películas mexicanas que en un principio parecían una mofa de una realidad inexorable, pero aún no alcanzable, como: La ley de Herodes y El Infierno, se han quedado cortas ante lo que acongoja diariamente a la población: muertes, desapariciones, amenazas, incertidumbre, terror, por señalar un poco de este panorama desolador. De igual manera, se debe afirmar que la frustración que existe entre la población es grande y compartida, ya que se sabe de ineficiencia, soberbia y corrupción del gobierno y de toda la estructura política que lo sustenta.

Por otro lado, no es ficción que frecuentemente no haya dentro de la propia sociedad mexicana ni tolerancia ni empatía con la otredad. En efecto, México está enfrascado en la lógica neoliberal y su tendencia a convertir a la sociedad en algo líquido –como puntualiza Zygmunt Bauman (2002)–, en otras palabras, en algo fácilmente manipulable que se puede contender de acuerdo a las necesidades del propio sistema. Lo anterior, debido a que para el mexicano es más fácil aceptar lo que dicta el Estado que ponerse en su contra, pues hacerlo significa responsabilizarse de su accionar.

Aunque hay una diversidad incalculable, se le busca sofocar o “simplemente” asimilar como marcan las líneas dadas por occidente (en las que, lo homogéneo, machista, racista, patriarcal, es el “deber ser”) y por las estructuras sociales que heredó. En esta tónica “el pecado” más grande de México, es haberse olvidado de su significado y haber subsumido ante una estructura ajena; perdiendo su autonomía.

“Perdono pero no olvido”, tenía que haber sido el lema de este país; empero, tiene un apego tal a lo imaginario,que parece una tarea difícil el reencontrarse. Intentos ha habido, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) es prueba de ello. Al respecto Pablo González Casanova en Revista Convergencia (2001) dio crédito a éste como una alternativa al mundo actual y el esbozo de una nueva “civilización” por incluir lo uno y lo diverso con su forma maya o mexicana de oír y decir voces y sonidos que vienen del “corazón”, que enriquecen y renuevan las conductas y los discursos.

A pesar de tener este claro ejemplo en Chiapas y vislumbrar cómo se ha internacionalizado, es posible comentar que las protestas y las movilizaciones que han tenido lugar en el S.XXI han sido tan esporádicos, fugaces y con objetivos tan mal planteados o tan específicos, que no han podido responder a la dinámica compleja a la que se enfrenta la generalidad de la población.

En esta tónica, se debe recurrir a su memoria histórica pues sólo ella le permitirá una decolonización real en la que se rescaten los aspectos básicos del México profundo1, pero se trascienda a una “edificación” adaptada al contexto actual. La independencia de 1810 fue planeada y concretada por criollos (Miguel Hidalgo y Costilla, Josefa Ortiz de Domínguez, José María Morelos y Pavón, por recordar algunos nombres), por lo tanto, los resultados que ofreció –por responder a los intereses de un estrato específico- no fueron lo suficientemente congruentes y objetivos para encarrillar a México en la idea de una metamorfosis duradera. Por ello se sabe, que en pleno 2022 se requiere una neoindependecia “patrocinada” ya no por caudillos o líderes, sino por coordinadores, asesores, animadores de grupos y comunidades que tengan como meta el bien común.

No se puede caer en la tentación de justificar la forma en que está estructurado el país sólo por su pasado, debido a que existe un importante número de países que fueron víctimas del mismo yugo, sobretodo en América Latina, y que han demostrado, con el correr de los años, que se puede perseguir algo distinto a lo que marca el sistema. Algo que vaya más acorde con sus inclinaciones. Entre ellos, es posible visualizar a Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia, como piezas claves; y en menor medida -aunque sin restarles mérito- a  Nicaragua, Honduras y Guatemala.

Aunque es posible contemplar algunos pasajes históricos que han permeado la construcción de México con la finalidad de remarcar los aspectos en los que se debe de trabajar si se quiere arribar a esta nueva independencia, no sólo tácita sino explícita. En consecuencia, el escenario se define gracias a las voces de  Octavio Paz y Guillermo Bonfil, dos especialistas en el tema, quienes de acuerdo al contexto que vivieron pudieron identificar los problemas centrales que aquejaban al país, desde un lente antropológico. 

El primero plasmó en el Laberinto de la soledad (2013):

El carácter de los mexicanos es un producto de las circunstancias sociales imperantes en nuestro país; la historia de México, que es la historia de esas circunstancias, contiene la respuesta a todas las preguntas. La situación del pueblo durante el período colonial sería así la raíz de nuestra actitud cerrada e inestable. Nuestra historia como nación independiente contribuiría también a perpetuar y hacer más neta esta psicología servil, puesto que no hemos logrado suprimir la miseria popular ni las exasperantes diferencias sociales, a pesar de siglo y medio de luchas y experiencias constitucionales. El empleo de la violencia como recurso dialéctico, los abusos de autoridad de los poderosos –vicio que no ha desparecido todavía – y finalmente el escepticismo y la resignación del pueblo, hoy más visibles que nunca debido a las sucesivas desilusiones posrevolucionarias, completaría esta explicación histórica.

El problema quizá al dejar todo a la explicación de los hechos históricos es que éstos no son la “suma de los llamados factores de la historia, sino una realidad indisoluble […] Por eso toda explicación puramente histórica es insuficiente (Octavio Paz, 2013: 57). Es así que, se debe ver a la historia como un instrumento para esclarecer el origen de muchos de nuestros fantasmas (Idem: 81),  pero no como el  disipador de los mismos. Los mexicanos son los únicos que pueden hallar la solución para terminar con los “muertos -vivos” o los “vivos-muertos” que habitan no sólo en  Comala (Juan Rulfo, 2005), sino en los distintos recovecos que configuran a México.

En este tenor, es fundamental resaltar que todo depende del sentido que se le dé y del significado que se le otorgue a las cosas (utensilios, productos, bienes, etc.), palabras, personas, por señalar algunos elementos. De este modo, el viaje a “La Chingada” podría no ser mal visto si se traduce en otro símbolo que no tenga que ver con “salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en otro”, o bien, “hacer violencia sobre otro”, dado que es “una palabra hueca. No quiere decir nada. Es la Nada” (Octavio Paz, op. cit.: 84-87).

Lo antes escrito es una pequeña probadita de lo mucho que se podría hacer si se transforma la lógica del sistema en el que se está inserto y que, como se decía en párrafos anteriores, hace alusión a una estructura ajena. Otros ejemplos, con los que se podría intentar serían los términos: incesto, locura, malinchismo, homosexualidad, o algo más sencillo, moral.

Pasando al segundo autor, Guillermo Bonfil (1994: 113) él reafirma que una de las mayores problemáticas del pasado fue “la instauración de un orden colonial a partir de la tercera década del siglo XVI”. No obstante, añade dos aspectos que posibilitan una mejor aprehensión de la complejidad de este asunto: la negación y la superioridad ejercidas a través de dos “armas letales”: la fuerza militar y las prácticas religiosas.

Con ello, lo que se trata de dar entender al lector, es que México se enfrenta ante una colonialidad mental importante dado que su sociedad no sólo fue sometida al “garrote” sino también a un “lavado de cerebro” en el que se le enseñó que es lo “bueno”, lo “correcto”, lo “moral”. En general todo lo que tiene cabida en el  “mundo del deber ser” era premiado con el Cielo, mientras que, todo lo que fuera en contra de ello sería castigado con el Infierno.

Así, no es sorpresivo que los preceptos, normas, leyes, fueran -y sean- proyectos de las sociedades dominantes civilizadas y no de los pueblos bárbaros u oprimidos como alude Pablo Gónzalez Casanova (2009). Entonces, el problema se vuelve también ideológico, verbigracia, “la desindianización se cumple cuando ideológicamente la población deja de considerarse como india, aun cuando su forma de vida lo siga siendo. Serían entonces comunidades indias que ya no se saben que son indias” (Guillermo Bonfil, 1994: 81).

Tal carga es tan fuerte e imperante que “fractura” la identidad mexicana y, por ende, se provoca una tergiversación en las soluciones que la sociedad ha tratado de impulsar. Las cuales, en la mayor parte de las veces, promueven los fenómenos sociales totales, es decir, aquellos que expresan a la vez y de un golpe,

todo tipo de instituciones: religiosas, jurídicas y morales –que, al mismo tiempo, son políticas y familiares-; económicas –y éstas suponen formas particulares de la producción y el consumo o, más bien de la prestación y la distribución-; sin contar los fenómenos estéticos a los que conducen esos hechos y los fenómenos morfológicos que manifiestan tales instituciones (Marcel Mauss, 2009: 70) .

Sin aprender que tal y como están constituidos en este momento, desgraciadamente, siguen la “hebra” del tejido comenzado hace más de quinientos años por los españoles, que, se encargaron de poner un dispositivo en el que está grabado que no hay otra civilización más que la propuesta por occidente y, por consiguiente, que lo ajeno a ella es parte de la barbarie.  Indicando con esta noción a aquello que no posee como cualidades el “civismo, la cortesía y finalmente, la sabiduría administrativa” (Adam Kuper, 2001: 43).. Por consiguiente, que necesita de “tutores” que le indiquen el sendero a seguir.

Al conocer este pasado “obscuro” y “turbulento” que claramente se ve reflejado en el presente se torna viable profundizar en los puntos a favor y en contra que detenta la sociedad mexicana para perpetrar una bifurcación en el camino elegido y pasar a una “realidad otra”, con una “epistemología otra”, como lo ha declarado en diversas ocasiones Pablo Casanova.

La sociedad mexicana: pieza clave para el replanteamiento de México

En la introducción se comentó que las sociedades eran las únicas capaces de provocar cambios en sus naciones. Si se sabe ello, se aplasta la idea de que se tiene temor a lo desconocido, ya que al poder nombrarlo y pensar en ello se infiere que no es algo que no se conozca. Por lo tanto, no se tiene miedo a la “apuesta” por algo distinto, luego entonces,  ¿qué es lo que inhabilita a la sociedad  mexicana para actuar en consecuencia?

En primera instancia, la disgregación que hay en la misma. Por un lado están los grupos de poder, en otras palabras, la clase reinante  y la clase dominante, por el otro, las clases medias y bajas (en las que de igual manera existe una diferencia abismal entre aquellos que pertenecen a la ciudad y el grupo minoritario que se encuentra en las zonas rurales), y más allá del “bien y del mal”, los diversos grupos étnicos (Jaime Osorio, 2004: 37).

En segundo lugar, la mal información por parte de los medios masivos de comunicación que lo único que han hecho es fungir como brazos articuladores del sistema capitalista que conduce, por un parte, a la fragmentación de los intereses por parte de la sociedad y, por la otra, a una visión parcelada o segmentada de lo que acontece a diario.

Finalmente, el olvido de la tridimensionalidad del cosmos, es decir, la relación dinámica y armónica del ser humano, el cosmos y la naturaleza (en la que a su vez, se enarbole la biocultura); la premura por competir en el “mercado de las plusvalías” (económico e ideológico) y con ello, el fomento a la deshumanización; la negación de lo que se es y el rechazo a lo que se fue; y la simulación de cambio cuando en realidad se repiten los mismos esquemas (occidentales) bajo una “fachada” distinta pero con igual esencia. 

El amalgamiento de todos estos factores y de muchos otros, han provocado que la sociedad mexicana observe como difusa su identidad y que se abra paso a un “choque de culturas” –extrapolando la idea de Samuel Huntington del choque de civilizaciones– , en el que el “marcador” 1-0  es a favor de lo “ajeno”. De suerte tal que no es extraño hablar de un etnocidio estadístico; de prejuicios a lo indio al verlo como: flojo, primitivo, ignorante, si acaso pintoresco, pero siempre el lastre que impide a México ser el país que “debería ser”; o del  rencor que la sociedad mexicana se tiene así misma al autodestruirse y autosabotearse. 

Bien lo anotó Paz en el Laberinto de la soledad, el mexicano está comprometido con la misma fuerza con la resignación y la soledad, que con la religiosidad, el misticismo, la pereza, el sarcasmo, la inferioridad, entre otras. Por lo tanto, es una misión sumamente complicada la de aceptar una modificación en los paradigmas que sostienen sus estructuras.

En este entendido, resulta más fácil analizar por qué se advierte que se requiere una revolución y no una reforma como alternativa para México. No todo está perdido, la dificultad no sugiere de ningún modo imposibilidad. Por tal motivo, hay que ver los elementos favorecedores que tiene la población mexicana.

Un primer aspecto positivo es su esperanza: “quien ha visto la esperanza no la olvida. La busca debajo de todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser otro hombre” (Octavio Paz, op. cit.: 31)

Otro punto a favor es que el mexicano es firme en sus convicciones. Ello lo debe utilizar a su favor para sacar todo lo que lleva dentro y que lo ahoga en un mar profundo que no lo deja regresar y lo tiene varado, estático, en una misma posición.

También, tiene como peculiaridad el encontrar motivaciones para actuar. Lo anterior, se aprecia sobre todo en las últimas décadas, cuando la “tierra” se ha visto cubierta de sangre inocente y las personas han salido, sin importar su religión, su escolaridad, sus características fisiológicas o su tendencia política con firmes consignas como: “porque vivos se los llevaron vivos los queremos”. El caso de los normalistas de Ayotzinapa  es emblemático porque ha brindado la posibilidad de una toma de conciencia (la cual se ve reflejada a través del interés por: saber quién es el “otro”, ponerse en su lugar, darle un nombre y un rostro a cada desaparecido, informarse, solidarizarse, por rescatar ciertas cuestiones). Los motivadores, en este caso, han sido el amor de los padres hacia sus hijos, además de la solidaridad de aquellas esferas minimizadas (como se piensa de los estudiantes) para salir juntos del “corral” que los mantenía presos, inconformes; empero callados y, apri, desmentir a los farsantes que tanto tiempo han pseudo-gobernado como se puede leer en laDemocracia en México de Casanova (1995).

Por último, y no por ello menos significativo, es que realmente existe una diversidad en la población mexicana, que de ser valorada y reconocida podría permitir la reorientación del México que “debería ser” por el que “es”. De este modo, el efecto emancipador sería encontrar la unidad en las diferencias y extraer lo mejor de ello, en pro no de una “élite de poder”, sino de todos. Se tiene que dejar de lado, la garantía individual que ofrece el neoliberalismo para alcanzar un proyecto auténtico basado en las singularidades de la población.

Hay caminos fáciles y difíciles, cada uno decide cual elegir. Sin embargo, hay que recordar que nada en esta vida es un regalo, por lo que en la mayoría de las ocasiones, el mayor aprendizaje se gana una vez que se ha atravesado el terreno fangoso o el pedregal. Aclarando, se debe encontrar la “voz propia” conociendo que no hay competencias y que cada uno tiene su lugar; hay que dejar a tras el accionar que propició que Thomas  Hobbes apuntara en su obra Leviatán: “El hombre es el lobo del hombre”.    

En este tenor, se hace factible escribir un tercer apartado en el que se puntualice las medidas que se deben de tomar para mover el “timón” a tiempo y evitar chocar con el “iceberg” que se va reformulando y reconstruyendo a la par de las alternativas.

Los ingredientes para comenzar la dirección hacia un “México otro”.

Se ha necesitado de mucho tiempo y esfuerzo para entender que puede existir una “realidad otra”, que se cimiente en una “epistemología otra”, un “poder otro”, una “educación otra”; que genere las condiciones para alcanzar un “accionar otro”, en el que la solidaridad y el bien común se coloquen como elementos centrales y dejen de ser instrumentos meramente discursivos.

La decisión de México de optar por la vía de la autenticidad –en términos de Villoro (2002: 63-78)- per se sería compleja, al implicar no sólo la creación de una identidad colectiva que vea el futuro a la luz de la historia (lo que este mismo autor denota como la vía de la singularidad), sino la astucia para trascender este plano, mediante su crítica y modificación de acuerdo a las necesidades, deseos, creencias, valoraciones y aspiraciones de su sociedad, para elaborar un proyecto futuro que responda a su realidad.

Sin embargo, para arribar a ésta es imprescindible aferrarse a la idea de acercarse al otro, de “buscar un espejo” para verse reflejado a sí mismo en alguien más; por lo cual es indispensable crear términos que vayan más acorde con lo que el mexicano observa, escucha, le dicen, etc., pues sólo así, se puede cumplir con el propósito de construir un “México propio», es decir, dejar de lado la visión antropocéntrica para comprender su visión –haciendo referencia al otro de sumundo.

En consecuencia, la primera “dosis anti sistémica” que se han planteado los “talentos desobedientes” de la sociedad (los movimientos sociales, los estudiosos del pensamiento crítico, los denunciadores del caos que provoca el sistema, entre otros) es la disposición a escuchar, a aprender seriamente de otros sin por ello renunciar a lo propio. Aunada a una política cultural orientada a suscitar un diálogo en condiciones de igualdad y no, como frecuentemente se ha observado, que promueva la superposición de los intereses de un grupo sobre otro como fue el caso del indigenismo, por ejemplo-.

Este punto es de suma relevancia, dado que se tiene que evocar a la cultura no como un accesorio o  algo “extra” sino como “un plano general ordenador de la vida social, que le da unidad, contexto y sentido a los quehaceres humanos y hace posible la producción, reproducción y la transformación de las sociedades concretas” (Guillermo Bonfil, 1992: 160).

Tal y como lo recalca Alfonso Reyes, la cultura es un ente fluido en continua transformación. “Es una suma de emociones, pautas e ideas, cuya resultante y cuyo criterio de valuación es la conducta humana: sensibilidad de la vida, normas con que se contesta la vida, conocimientos constituye el lecho de la conciencia social, en el que todos los factores precipitan sus productos”.[1] Razón de peso para ubicarla fundamentalmente como el centro mismo de los malestares sobre el presente y el futuro de cada sociedad.

Siguiendo con el hilo conductor hasta ahora trazado, una segunda dosis tendría que ser la participación más activa de todos los actores profesionales o no en los procesos de toma de decisión. Mientras que, la tercera,  debería ser el acceso al conocimiento, salvando “vacíos” de los sistemas educativos causados por la carencia de recursos, desigualdad de oportunidades, cuando no por desfase de los propios sistemas. Además de concebir el patrimonio (tangible, histórico y natural) como resultado participado en la evolución de las sociedades

Lo anterior, teniendo como base el establecimiento de una ética que reconozca expresamente su diversidad y deje un amplio campo de posibilidades para la creatividad política, la imaginación social y el pluralismo cultural. Ética en la que, el Estado nacional redimensione y reinvente su papel como representante y benefactor de la sociedad y sobre todo, como defensor de un pueblo y un país.                 

Se requiere, entonces, constancia por parte de la sociedad, para que ésta exija al tiempo que provoque cambios reales. Es fundamental que tenga cabida una democracia de liberación, en la que las pautas que se sigan sean propias, únicas y adaptadas al contexto que actual..

Para enfrentar a una “pandemia” como el colonialismo interno es necesario observarlo y conocerlo; no querer cambiar el pasado, sino pensar en el presente como un trampolín para reinventar el futuro. Tampoco esperar cortarlo sólo de forma, pues si es mal exterminado puede desaparecer por años, aunque retornar con más fuerza e intensidad y siendo “autoinmune”.

Se tienen que recuperar la creatividad, las capacidades de crítica e inventiva perdidas después de la Revolución mexicana. Asimismo, es imprescindible transformar una supuesta verdad en una motivación. Se debe de luchar, no dejarse vencer. Nadie dice que será fácil, pero tampoco que es imposible. Por último, se vislumbra imperioso el ocupar los planteamientos dominantes y reformularlos a través de una lógica anti sistémica o contra hegemónica que tenga como soportes al lenguaje y a los saberes heredados de la civilización mesoamericana –mitos, ritos, rituales, pues permite el entendimiento de por qué se es como se es o se actual de tal manera (ejemplos de ellos son: el valor del “alma” como un significado propio al mismo tiempo que colectivo y la búsqueda de la trascendencia frente a lo inmanente).

Reflexiones finales

Tras una larga y minuciosa exposición de los componentes que se pueden utilizar para empezar la recomposición de las relaciones sociales en México y, enseguida, del propio país, es posible anotar que sí existe una salida ante el peligro que representa lo “ajeno” en contra de lo “propio”. El punto nodal, es romper con el sentido a través de una configuración colectiva, que desquebraje la “energía” generada por el “foco” que representa la estructura.

Las cosas están mal, es un hecho, pero ello no debe de ser un derrotero sino una inspiración para mantener viva la sensibilidad social y política. Basta de pensar que hay una sólo opción, la supervivencia; hay un variopinto de vías alternas para poder arribar a una “praxis otra”. Lo elemental es no rendirse, imaginar, soñar, luchar por otras formas de construcción.

La guerra en contra de lo “ajeno” continúa, hay batallas que se han ganado, otras que se han perdido… no obstante todavía queda mucho por escribir y contar en los “valerosos” renglones escritos por México. Es el momento en que triunfen valores e ideales como la cooperación, la solidaridad, la tolerancia, la empatía, el reconocimiento de la alteridad,. Se requiere mantener la “guardia” firme, promover la autogestión, la autosuficiencia y la resistencia social tanto permanente como alternativa a partir de la cultura propia, a través tanto del lenguaje como de la escritura y de los símbolos, signos y significados que en éstos se ven inmiscuidos; pues son éstos los que diferencian al ser humano de los otros seres vivos.

Aquí la urgencia de considerar todas las aportaciones que se han realizado, a través de los años y por diferentes estudiosos de las ciencias sociales para dar una respuesta más tajante a lo presignificativo del sistema. En esta tónica, aunque no hay verdades absolutas ni procesos que se repitan de la misma forma, estar en contacto con la sociología puede facilitar el entendimiento de muchas de las cosas que se viven cotidianamente y  que frecuentemente se “pasan de largo” o son vistas como una parte de la rutina. Se debe recordar que el ser humano no es un robot, a pesar de que se le quiera ver así, por ello hay que comprender los imponderables de la vida real, resignificarlos y replantearlos a la singularidad de la praxis mexicana.

Es menester apuntar que en este apremio de “desencantar a México” –parafraseando a  Weber– se recuerde las mágicas palabras que aparecen en el libro titulado Visión de los vencidos. Relaciones  Indígenas de la conquista (2009:255), en voz de Natalio Hernández, a través de un pequeño poema llamado Necesitamos caminar solos:

Algunas veces siento que nosotros

esperamos la llegada de un hombre

que todo lo puede, que todo lo sabe,

que nos puede ayudar a resolver

todos nuestros problemas.

Sin embargo, ese hombre que todo lo puede

y que todo lo sabe

nunca llegará;

porque vive en nosotros,

se encuentra en nosotros

camina con nosotros;

aún duerme,

pero ya está despertando.

Finalmente sólo queda corear al unísono otra consigna: ¡Basta de estar a expensas de los designios de los civilizados, de los imperios, de lo imaginario!, ya que es fundamental recordar quién se es, dónde se está situado y a dónde se quiere llegar.  Octavio Paz sostuvo que la soledad era uno de los aspectos que pre configuraban al mexicano, sin embargo, la autora del presente escrito sostiene que no se está solo, hay varios elementos que unen a la colectividad y, en general, éstos se tienen que hacer cada vez más para conseguir más rápido las modificaciones. Es cierto, se nace y se muere en soledad pero la vida está llena de elecciones y decisiones y una de ellas puede ser estar con el otro y hacer un lado laindiferencia.  El tiempo de las vacas flacas ya se vive, nada se pierde con intentar revertir esta situación y en cambio, mucho se puede ganar. Hay que apostar por vivir peligrosamente, pues de lo contrario sólo queda vivir en la espera pero sin esperanza. México puede alcanzar una restructuración, un sentido alterno, porque otro “México, es posible”.

NOTA

1 El México profundo está formado por una gran diversidad de pueblos, comunidades y sectores sociales que constituyen la mayoría de la población del país. Los que los une y los distingue del resto de la sociedad mexicana es que son grupos portadores de maneras de entender el mundo y organizar la vida que tienen su origen en la civilización mesoamericana, forjada aquí a lo largo de un dilatado y complejo proceso histórico. Bonfil Batalla, Guillermo, México profundo. Una civilización negadaóp. cit., p.2. 

FUENTES CONSULTADAS

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[1]Reyes, Alfonso, “Posición de América”, en Reyes, Alfonso, Obras Completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p.258.