Lo que Taylor Swift me enseñó sobre el fascismo*

El mejor chiste en "Barbie"

Jason Read

Traducción de Javier Sainz Paz

Hace años me encontré con el pequeño ensayo de Félix Guattari, «Todo el mundo quiere ser fascista». (Aunque vale la pena recordar cuánto el fascismo, y su encuentro con el fascismo, fue parte integral de la teoría de Deleuze y Guattari, más allá de la referencia a Wilhelm Reich). Ahora que estamos viviendo en una relación diferente con el fascismo, el problema planteado por Guattari (y Deleuze) del deseo parece tanto más pertinente y apremiante.

En la actualidad, uno de los problemas al usar la palabra fascismo, especialmente en los Estados Unidos, es que es difícil conciliar nuestra imagen como política, una política de control estatal de todo, y la política actual de indignación dirigida a los M&M, Barbie y Taylor Swift. ¿Cómo puede el fascismo ser tan trivial y mezquino? Esto podría entenderse a partir de la figura de Trump, aunque en última instancia no se limita a Trump. Hay un montón de expertos y personas que se enojan increíblemente por el casting de películas y cuántas veces en los juegos de fútbol aparece Taylor Swift celebrando en los asientos caros. El Fox News Expanded Universe pretende encontrar villanos por todas partes en cada biblioteca o banda diversa de superhéroes. Tratando de conciliar las mezquinas preocupaciones de la clase experta con la formación de un estado autoritario. He argumentado antes que entender a Trump, o Trumpismo, significa repensar la relación entre lo particular y lo universal, lo imaginario y lo real. O, como argumenta Angela Mitropoulis, la cuestión del fascismo ahora debería de pensarse en torno a cómo se le ve en el captitalismo contemporáneo, menos orientado alrededor de la línea de montaje post-fordista que la franquicia. O como ella dice, «¿Qué significaría la combinación del mito nacionalista y los procesos laborales afectivos de la industria del entretenimiento para la política y las técnicas del fascismo?».

Es por esta razón (entre otras) que el Fascismo tardío de Alberto Toscano es un libro tan importante. Como argumenta en ese libro, el fascismo (así como en una entrevista en Hotel Bar Sessions) tiene que ser entendido como una especie de licencia, una justificación de la violencia y la ira, y un placer en esa justificación. Tenemos que renunciar a la imagen caricaturesca del fascismo como dominación centralizada y universal y verlo no solo como persecución incompleta, aplicada de manera desigual, sino como persecución de unos, junto con la licencia para perseguir a otros. El fascismo es liberación para el racista, sexista y homofóbico, que finalmente puede decir y actuar según sus deseos. Como argumenta Toscano, «…lo que necesitamos insistir para discernir los potenciales fascistas en el estado antiestatal son esas inversiones subjetivas en las naturalizaciones del dominio violento que van de la mano con la promoción de concepciones posesivas y racializadas de la libertad. Aquí necesitamos reflexionar no solo sobre el hecho de que el neoliberalismo opera a través de un estado racial, o que, como los comentaristas han comenzado a reconocer y detallar, está moldeado por un imaginario racista y civilizatorio que delimita quién es capaz de libertades de mercado (Toscano no se refiere a Tosel, pero eso es una parte importante de la obra de Tosel). También debemos atender al hecho de que el estado antiestatal podría convertirse en un objeto de apego popular o mejor, inversión populista, solo a través de la mediación de la raza.»

El énfasis de Toscano en este pasaje está en la raza, pero se podría argumentar que se aplica al sexismo, la homofobia, etc., a la aplicación y mantenimiento de cualquiera de las viejas jerarquías. Como Toscano cita a Maria Antonietta Macciochhi, «no se puede hablar sobre el fascismo a menos que usted también esté preparado para discutir el patriarcado.» La propiedad incluye a la familia como la primera y más vital posesión. En este punto, el fascismo no suena muy diferente del conservadurismo clásico, especialmente si se toma la definición de este último como la siguiente: «El conservadurismo consiste exactamente en una proposición, a saber: Debe haber grupos internos a quienes la ley protege pero no obliga, junto con grupos externos a quienes la ley obliga pero no protege.» Sin embargo, lo que Toscano enfatiza es el placer libidinal que viene con esto, el cual no es solo una cuestión de quién está y quién no, quién está protegido y quién no, sino del placer que uno obtiene de tal exclusión, un placer que se extiende y casi suple a las masas. Mientras las jerarquías y asimetrías conservadoras pasan por las instituciones sagradas del Estado y los tribunales, los diputados fascistas toman las calles y las luchas callejeras virtuales de las redes sociales. Como argumenta Toscano, enfrentando los comentarios de Foucault sobre la política sexual del fascismo en los años setenta con el análisis de Guattari:

Para Foucault, en la medida en que hay una erotización del poder bajo el nazismo, está condicionado por una lógica de delegación, suplencia y descentralización de lo que queda en forma y contiene un poder vertical, excluyente y asesino. El fascismo no es solo la apoteosis del líder por encima de las masas ciegas de sus seguidores; es también, de una manera menos espectacular pero quizás más consecuente, la reinvención de la lógica establecida de la pequeña soberanía, una «liberalización» muy condicionada pero muy real y «privatizadora» del monopolio de la violencia… La visión de Foucault de lo «erótico» de un poder sustenado en la suplencia de la violencia es un marco más fecundo, diría yo, para el análisis de los fascismos clásicos y tardíos que la afirmación hiperbólica de Guattari de que «las masas invirtieron un fantástico instinto de muerte colectivo… la máquina fascista, que no tiene en cuenta la materialidad de esa ‘transferencia de poder’ a una ‘franja específica de las masas’ que Foucault diagnosticó como crítica a la conveniencia del fascismo».

Creo que el análisis de Toscano recoge un hilo importante que va desde las discusiones sobre el fascismo desde Benjamin hasta Foucault (y más allá). Como Benjamin escribe en el ensayo de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica:

La creciente proletarización del hombre moderno y la creciente formación de masas son dos aspectos del mismo proceso. El fascismo intenta organizar a las masas proletarias recién creadas sin afectar la estructura de propiedad que las masas se esfuerzan por eliminar. El fascismo ve su salvación en dar a estas masas no su derecho, sino una oportunidad de expresarse. Las masas tienen derecho a cambiar las relaciones de propiedad; el fascismo busca darles una expresión mientras preserva la propiedad. El resultado lógico del fascismo es la introducción de la estética en la vida política.

Hoy podríamos decir que el derecho de expresión incluye una suplencia de poder y el placer de ejercerlo. En una sociedad capitalista en la que las condiciones materiales de existencia deben pertenecer a la clase capitalista, lo único que se puede extender a las masas es el poder y el placer de dominar a los demás. Los salarios reales siguen disminuyendo, pero el fascismo ofrece salarios de blancura, masculinidad, cisness, y así sucesivamente, extendiendo no el control material sobre la propia existencia sino la inversión libidinal en las ventajas de la propia identidad.

Todo lo cual me lleva a Taylor Swift. He visto con diversión y un poco de horror como los márgenes del Fox News Expanded Universe se han asustado al ver a Taylor Swift asistir a los juegos de fútbol y, de vez en cuando, viendo y disfrutando de los juegos. Es difícil pasar siquiera un momento pensando en algo que tiene toda la sutileza del «Club de Hombres Odia mujeres», pero creo que es un ejemplo interesante del tipo de micro-fascismo que sostiene y hace posible la tendencia hacia el macrofascismo. Hay tres cosas que vale la pena señalar sobre esto; primero, la mayoría de las teorías de conspiración sobre Swift no se basan en cosas que ella realmente ha hecho, sino en lo que podría hacer, como apoyar a Biden, hacer campaña para Biden, etc; creo que esto tiene que ser visto como una mutación del pensamiento conspirativo sobre los efectos reales de una acción o evento, como el Covid socavando la presidencia de Trump, o otro posible efecto imaginado. En segundo lugar, y para ser un poco más dialéctico, el miedo de la derecha en contra de Swift reconoce hasta qué punto la política ha sido completamente subsumida por la forma de fanático del espectáculo. (Hotel Bar Sessions hizo un espectáculo sobre esto también) El verdadero oponente de Trump para los corazones y las mentes, sin mencionar las enormes manifestaciones, no es Biden sino Swift. Por último, y esto realmente merece su propio puesto, la ira sobre Swift por estar en el juego trae a la mente la teoría de Kate Manne de la misoginia, que en su núcleo se trata de mantener a las mujeres en su lugar. Me imagino que muchos de los hombres que se oponen a ver a Swift en sus juegos no se oponen a los cortes de porristas durante el mismo juego. No es ver a las mujeres durante el juego lo que provoca ira, sino ver a una fuera de su lugar, alguien que está disfrutando estar allí y no allí para su disfrute.

Yo solía seguir una línea materialista bastante vulgar cuando se trataba del fascismo. Pensaba que dar a la gente, es decir a los trabajadores, el control real sobre su trabajo, sus vidas, sus condiciones y el atractivo del espectáculo disiparía el poder del fascismo. Era una simple cuestión de poder real contra su apariencia. Cada vez  parece más que tal oposición pasa por alto los placeres que el fascismo de los medios de comunicación de hoy lo hace posible y lo extiende a tantos espacios. Es difícil imaginar una política que pudiera contrarrestar esto que no fuera una política de afecto, de imaginación y de deseos. La economía libidinal y las micro-políticas del deseo parecen menos como una reliquia de los días de la alta teoría y más como las condiciones necesarias para pensar a través de las redes entrelazadas de deseo y resentimiento que componen la intersección de cultura, medios y política. Creo que una de las cuestiones apremiantes del momento es el reconocimiento de que todas estas políticas basura de agravios de la cultura popular debe tomarse en serio como la antecámara afectiva del fascismo y, al mismo tiempo, no aceptarlas en sus términos. No hay nada realmente que ganar al unirse para defender a las corporaciones y los multimillonarios.

*Ensayo publicado en Unemployed Negativity el 4 de febrero de 2024