¿Qué hacer con la obra de Enrique Dussel?

Camilo Domínguez Escobar [i]

 

En el momento en que un filósofo de la talla de Enrique Dussel fallece, su obra vuelve a nacer. Si bien ningún autor ejerce un control absoluto sobre sus creaciones, esto se torna más claro cuando desaparece de la faz de la tierra y sus escritos pierden su anclaje vital. Se abre un abanico de posibilidades, pero conlleva riesgos. En estas breves líneas, me refiero a algunos rasgos de su obra y subrayo la necesidad de preservarla incompleta, o sea, viva.

La obra de Dussel conforma una biblioteca por derecho propio, porque fue un pensador inquieto que escribió sobre ética y teología, economía y estética, política e historia. Como parte de su rica contribución, debemos incluir las múltiples ediciones de sus libros, sus traducciones a diversas lenguas y sus intervenciones en diarios y periódicos. Pero esto es lo más importante: Dussel se las ingenió para superar los límites de la cultura impresa de la academia. La mayoría de sus títulos están disponibles para su consulta en su sitio web, donde también se pueden encontrar sus conferencias y otros materiales. A pesar de su estilo a veces denso y enciclopédico, su palabra se esparce entre un público amplio.

La popularidad de Dussel es un fenómeno interesante, ya que su obra es en cierto modo anacrónica. Es un esfuerzo por presentar ideas filosóficas de alcance universal en una época que avanza en sentido contrario, donde los académicos cultivan especialidades y exprimen al máximo sus parcelas de estudio cada vez más acotadas. Dussel intentó restaurar la figura clásica del filósofo —ahora desde América Latina—, la que en algún momento del siglo XX se fragmentó en mil pedazos, dando origen a los teóricos de lo singular. Estos avanzan con pasos zigzagueantes, siempre cautelosos de incorporar en sus trabajos alguna cláusula que les permita volver atrás de ser necesario. Dussel dudó menos, pero avanzó más. Sentó las bases de un pensamiento y también de un método. Y una vez que fijó sus premisas –por ahí por los años 70–, durante el resto de su vida profundizó en ellas hasta donde le fue posible. Por eso, una vez confesó que todo lo que escribió, muy en el fondo, trata sobre lo mismo.

Dussel fue un pensador sistemático. Hay gestos, en apariencia anecdóticos, que revelan su personalidad. Por ejemplo, diseñaba sus libros de acuerdo con patrones numéricos para jerarquizar los apartados –como Wittgenstein. En algunos de ellos, los temas se desglosan hasta lo infinitesimal: se enumeran partes, secciones e incluso los párrafos individuales (p. ej.: párrafo 13.4.5). También añadía esquemas gráficos en los que, a través de círculos, cuadrados y espirales, visualizaba el orden de sus categorías para sus lectores. No cabe duda de que tenía la obsesión de asegurar que cada idea ocupara su sitio en una secuencia cuidadosa. Más que un artesano, Dussel fue un arquitecto del pensamiento.

Con los pensadores sistemáticos ocurre algo fascinante, que a la vez inquieta: sus sistemas parecen cobrar vida propia. De hecho, la travesía intelectual de Dussel es en parte la maduración de ideas que lo condujeron a explorar temas que quizá no planeó al principio, pero que se volvieron imperativos por el despliegue de su artefacto. Su obra exhibe intensos rasgos de unidad, pues en casi todos sus textos se descubren claves de funcionamiento similares. Dussel creó un microcosmos regido por su propio lenguaje, en el que los términos adquieren sentido pleno en sus mutuas relaciones.

El riesgo que percibo hoy es que los aportes de Dussel sean considerados como verdades reveladas. El carácter sistemático de su obra puede inflarnos de una falsa sensación de seguridad que merme la creatividad y reduzca la labor de las nuevas generaciones a la mera repetición de ideas. La paradoja de un filósofo es que su éxito ahogue la vitalidad de su pensamiento y convertirlo en una doctrina rígida que basta con “aplicar” a la realidad según convenga. Más o menos eso hicieron los marxistas con los textos de Marx: una ortodoxia. Dicho sea de paso, aunque lector entusiasta del pensador alemán, y marxista a su manera, Dussel fue un crítico sin contemplaciones del marxismo estándar.

Sugiero leer a Dussel como él mismo leía, es decir, de una manera dusseliana. Recordemos lo que escribió en el prólogo de su primera Ética del año 1973: la filosofía no se ocupa de sí misma, sino de la realidad. Consideraba los textos como fuentes de donde obtener inspiración para forjar nuevas ideas, en lugar de repositorios de verdades a repetir. De hecho, a pesar de su carácter sistemático, la obra de Dussel demostró flexibilidad para incorporar aportaciones de tradiciones muy distintas. La fenomenología europea, el corpus de Marx, la teología semita, las teorías decoloniales, entre otras, se combinan aquí en una aleación única. La promiscuidad intelectual solo evidencia la genialidad de Dussel.

Ahora bien, Dussel a menudo menospreciaba a ciertos autores y obras, a veces de manera injusta. No se ajustaba al estilo contemplativo o socrático del filósofo que mira el horizonte y dice: “solo sé que nada sé”. Al contrario, sus debates en ocasiones eran formas más o menos veladas de darse a los puñetazos, tanto con los vivos como con los muertos del pensamiento eurocéntrico, desde Aristóteles hasta Habermas. Pero estas actitudes, necesarias a mi gusto, se explican por la pasión. No tiene nada de heroico evitar por completo la lectura de Foucault (p. ej.), o peor aún, malinterpretarlo debido a un sentimiento de chovinismo latinoamericano. Esta visión superficial de la crítica decolonial solo bloquea posibles sinergias. En lugar de rechazar tradiciones, lo importante es incorporar aquellas que han sido ignoradas. De hecho, eso intentó Dussel al dialogar con pensadores asiáticos, africanos y musulmanes.

Por último, no hay que perder de vista que el fondo es más relevante que la forma. La obra de Dussel rebasa por mucho sus ropajes lingüísticos. Esto significa que es posible dialogar con su filosofía sin necesidad de adoptar su mismo estilo de expresión. De hecho, algunos de sus escritos presentan una tendencia oscurantista en la redacción (muy propia de cierta filosofía europea, cabe señalar), en especial los primeros, a veces farragosos y hasta insoportables. La tarea de interpretar sus ideas sin replicar sus términos puede enriquecerlas.

En mi opinión, Dussel tiene el potencial de convertirse en un clásico, pero para que esto ocurra, su obra debe permanecer incompleta, es decir, viva. Las obras mediocres tienden a limitar el espacio para interpretaciones diversas, por eso pierden vigencia y se olvidan con rapidez. En este caso, en lugar de considerar su legado como una caja teórica en la que encasillarnos, es más recomendable que sea un núcleo de energía que irradie formas no tan acabadas, pero con una potencia y dirección clara.

[i] Historiador chileno.

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