Tenorio Trillo y la impostura plebeya

Ilustraciones de los moneros Helguera y Hernández

CE, Intervención y Coyuntura

En su libro Trabajos de mierda David Graeber anota algo que resulta esclarecedor en momentos como los que vivimos en México: dice el antropólogo anarquista que se observa entre las clases empobrecidas una tendencia, en la cual a los ricos no se les odia (no pocas veces se les admira) como si se hace con los intelectuales. En el horizonte de los empobrecidos, estos pueden aspirar –soñar, imaginar, desear– ser ricos, llegar ahí, ya sea por trabajo o por fortuna; pero saben perfectamente que no podrán ser (ni aspirar, ni imaginar, ni desar), por ejemplo, violinistas en alguna filarmónica neoyorkina, ni profesores en Harvard o en Chicago.

El rencor plebeyo contra la crema y nata intelectual no los hace anti-intelectuales, solo coloca en justa dimensión que hay mecanismos de reproducción, herencia y trasmisión, que les son francamente inalcanzables. En un horizonte creíble, una familia empobrecida puede ganar la lotería o trabajar mucho, ser ascética y ahorrar; pero definitivamente nunca podrá ganarse aquello que no se compra: el apellido y la ascendencia cultural asociada a esto.

Es por lo que la impostura plebeya resulta tan ruidosa e insoportable, pero al mismo tiempo verifica el correr de los tiempos. Tres ejemplos son paradigmáticos. El primero fue –en un momento todavía de transición en el marco de la pandemia– la ridícula columna de Eduardo Caccia titulado “Vas, carnal”, en donde su autor recreo un supuesto diálogo entre trabajadores y empresarios para convencerles de votar por el PRIAN. Más que una toma de postura, pareció lo que todo el mundo vio: que una elite no entiende a las clases populares y cuando las busca, solo tiene traspiés que los ridiculizan a ellos.

Una más recientes es el libro Por una cancha pareja: igualdad de oportunidades para lograr un México más justo, un estudio de dos académicos que hacen crítica del discurso meritocrático. Esto no dejaría de ser irónico si uno de ellos no luciera sus respectivos tres apellidos con los guiones respectivos y mostrara la obtención de su doctorado en Nueva York así como su trabajo en una Universidad norteamericana. La crítica vende, como se decía a inicios del siglo XXI y colocar en cuestión la meritocracia desde el mirador que tienen los autores ha dejado rendimientos.

Sin embargo, de todas ellas, la más reciente y más absurda es la de Mauricio Tenorio Trillo, académico mexicano residente en Chicago. Tenorio es un declarado anti-4T y así lo ha expresado en entrevistas y textos. Podría sumarse a un coro más o menos amplio de una manera original e inteligente, pero no lo hizo. Después de todo está en la misma universidad que vio al gran historiador F. Katz ejercer la docencia; una institución con sendos recursos: bibliotecas, archivos, becas, apoyos para investigación… el sueño dorado de cualquier académico promedio en México. Y, sin embargo, en lugar de utilizar ese arsenal de posibilidades, Tenorio lanza un incomprensible texto “La muina de don Andrés Manuel” en la ya de por si impresentable Nexos.

Intentado hablar “en plebeyo” o “en popular”, Trillo muestra que está muy enojado, pero que en realidad AMLO está muy enojado. En un cúmulo de párrafos sin sentido, para mostrar que creer que sabe cómo es el habla popular (“Y hagamos esto: usted flojito y cooperando, cada que le vengan con esas cosas los pinches periodistas o los comentaristas mamones”) acompañada de palabras fuera del léxico. Aglomeración de lugares comunes, sin orden, propio de alguien que no entiende la inconfundible trama ordenada-desordenada del lenguaje plebeyo. Es como si Trillo estuviera aprendiendo un idioma y aglutina palabras como van, algo que le suele pasar a los extranjeros en México cuando aprenden groserías y dicen todas en una sola oración.

Estos intentos, más que hacer crítica del paradigma cultural del primer gobierno de la 4T, no hacen sino reforzar el triunfo de este: hay que simular que uno habla plebeyamente, porque de otra manera están fuera de la jugada. Lo que no se dan cuenta es que no es el lenguaje los que lo conecta con la realidad, sino su condición caduca los que los tiene fuera de posibilidad de entender lo que está pasado. Al final, con Tenorio ni la historia de la ciudad, ni su pésima comprensión de la tradición intelectual latinoamericana, sino una sola lección: la impostura plebeya es la peor de las imposturas. Ojalá que alguien lleve el mensaje a Chicago.