
La Marcha del silencio: figuras, hechos-cuerposobjetos I
Abilio Vergara Figueroa
El lenguaje de la indignación crispada
“Yo vengo acarreado por la rabia y la tristeza de ver a mi país secuestrado por una pandilla de ladrones” (pancarta, 24-04-05).
“Anti panista, por convicción Anti priista, de corazón¿Perredista? Tampoco soy Pero ya no aguanto más Los abusos de este CABRÓN” (pancarta, 24-04-05).
Si bien el lenguaje articulado no es el único medio para expresar las emociones, en este proceso las palabras adquirieron un peso decisivo en la conformación de la opinión, la crítica y la protesta: esa densidad proviene de una detallada y masiva auscultación del entorno político, en un periodo caracterizado por una elevación sin precedentes de “lo público” como un bien —ampliamente— común y como ejercicio generalizado e intensamente sentido. De esa forma, la plaza pública se llenó de interjecciones y adjetivos. El lenguaje soez asedió libremente al espacio público: “Gandallas y pendejos”; “¡Fox, culero, toma tu desafuero”; “En México se ha soltado una epidemia de jijos de la chingada que nos están matando de hambre”; “Contra la canallada y el escupitajo”.[ii] Se ha constatado que conforme el proceso del desafuero avanzaba, el lenguaje “subía de tono”, hasta llegar al insulto y la acelerada animalización del adversario; pero este proceso no solamente afectó a los “de abajo”, sino también a las propias “élites” del poder: reiteradas veces Fernández de Cevallos nombraba a López Obrador como “loco”, un diputado del PAN escupe en la cámara de diputados a un diputado del PRD, entre otras muchas muestras de esa enervación acelerada.
Se abría, así, una dimensión inédita en México en las últimas décadas —que si bien es conocida por las crisis intermitentes— signada por su intensidad, implicando a toda la sociedad: el abordaje cotidiano de la política mediante la configuración proliferante de personajes que la tipificaban, así el horizonte se poblaba de buenos y malos, siendo éstos cada vez más malos, asociando fluidamente política, ética y estética, que se sintetiza en la zoomorfización del adversario. Como una muestra de que el proceso había invadido la cotidianeidad, desbordándose lo que podríamos llamar estrictamente político, el periodista Jairo Calixto Albarrán, de El Milenio, escribía: “Cómo estarán las cosas que hoy en día el insulto del momento, por doloroso, insidioso y mala leche ya no es la clásica mentadita de madre si no el aparatoso: ‘¡Sácate a la Vega Memije!’” (25-04-05: 2).
Con el acceso más directo a la prensa de parte del subprocurador, del nuevo presidente del PAN, Martín Huerta y del Vocero Rubén Aguilar, se iniciaba la creación de personajes de segundo nivel, que enfrentaran más directamente tanto los asedios de la prensa como al propio López Obrador, para “darle aire” al presidente Fox, y no exponerlo al “fuego tupido” —o tundiza, como le gusta llamarlo— que venía soportando. Sin embargo, esto no impidió que su figura siguiera deteriorándose cada vez más, realizando el otro proceso, —complementario— del dispositivo simbólico: la fuerza que adquiere la toma de sus adversarios y hace crecer a éstos sólo en su negatividad; así desde Baja California se informa de una pancarta: “Vicente Fox no es mi hijo. Atentamente: La Chingada” (La Jornada, 25-04-05). De esta forma, el desafuero contribuía a dos movimientos: por un lado a una reformulación del vocabulario de la esfera pública, y por otro a la ampliación de sus espacios, penetrando a la plática cotidiana, “contaminándolo” todo: ambos movimientos abrevaban de la atmósfera pasional a la que contribuían también: en este periodo, las emociones son el sentido.
Así, por ejemplo, Porfirio Muñoz Ledo, en su primera reaparición pública en el mitin del Zócalo del 24 de abril, junto a sus antiguos ex compañeros del PRD —a quienes había abandonado precisamente para apoyar a Fox en 2000—, se ve obligado a acelerar su discurso por los insultos y la rechifla que duró el minuto y medio que intentó hablar; delante suyo le gritaban: “Ahora, qué hueso buscas. ¡Culero! ¡Culero! ¡Culero!”
Por el otro lado se redefinían o reafirmaban los sentidos y, por ese encuadre, la palabra “Cabrones” aparecía junto a las figuras de Madero y López Obrador, representando el coraje como valor que esa masa de gente sabía suya y esperaba correspondencia en lo que ya creía —circularidad propia del proceso simbólico—. Constatando esa atmósfera, José Luis Reyna, en El Milenio, 25-04-05, decía que “el encono es el factor que determina el quehacer político de nuestros días (…) El medio político mexicano está crispado. La racionalidad se ha devaluado de manera significativa y la reyerta, la afrenta y el desacuerdo han tomado el lugar de aquella”.
Como realizando un trabajo bien planificado en beneficio de la expansión simbólica, el presidente Vicente Fox, al día siguiente de la Marcha del silencio, se “ausentaba” de la realidad nacional y declaraba a la prensa —ante cuestionamientos explícitos como: “qué opinaba sobre la marcha”— haber seguido la homilía del nuevo Papa, a quien caracterizó como carismático: “lo mostró claramente en la homilía, tiene una sonrisa que llama la atención, que atrae, tiene bonomía, tiene humildad” (El Milenio, 25-04-05). “Nada de conferencias de prensa, puras cosas bonitas ya saben que yo me dedico a trabajar por el país, a empujar fuerte por los programas de gobierno, vamos muy bien afortunadamente las cosas marchan muy bien en el país y esa es mi tarea, por hoy domingo escuchar al Papa, la homilía del Papa que me pareció formidable” (Idem). Alguien, a quien leí esa declaración, me decía: “¡cómo suena, idéntico a sus caricaturizaciones!”.
A nivel del lenguaje, que se expande a las cosas y personas a las que se dirige, las figuras de la retórica que más se usaron en las movilizaciones fueron los de la contradicción, la paradoja y el oxímoron, las que se caracterizan por conjuntar opuestos antagónicos, produciendo nuevos sentidos: “Soy pacífica, pero estoy encabronada”, decía una pancarta que portaba una anciana, que con su debilitado cuerpo hacía sintagma, por contraste, con la figura vigorosa y dinámica que exige encabronarse.
Realizando aquello que los analistas calificaron como una empresa de “triunfo cero”, es decir que aún cuando el gobierno lograra encarcelar a López Obrador, perdería el propio PAN y el gobierno, porque su figura crecería, los marchistas sintetizaban su sanción y placer: “Fox, te felicito dos veces: una porque sacaste al PRI de Los Pinos, y dos porque vas a sacar al PAN”; puesto que, según ellos mismos decían: “Péjele a quien le peje, el Peje será presidente”, y la gente no da crédito a la motivación jurídica del desafuero y descubre aquello que ya sabe y necesita comunicar para denunciar y afirmar comunidad.
En una amplia labor autoreflexiva, el lenguaje también estaba destinado a la propia masa: “No se apenDG, el bueno es el PG”, era una constatación de convicción y pedagogía, de invocación al esfuerzo y a la inteligencia.
Otro recurso retórico que se utilizó fue el de la analogía que se abrió en múltiples sentidos: fonéticos, “Alto al uso FOXioso del poder”; icónicos, “Fox gobierna Con La Cola”, con el mismo color y forma de letras de la Coca Cola. Nótese cómo se constituye un símbolo negativo y cómo éste absorbe múltiples sentidos indeseados: en un primer término la conjunción de la transnacional con una parte del cuerpo —la cola, que eufemiza al culo— señalado siempre en los procesos significativos como sinónimo de lo inferior, y utilizado frecuentemente como recurso de animalización. Al mismo tiempo, ese lugar del cuerpo está ligado en el personaje a la carencia de inteligencia, siendo el soporte significante de la estupidez, característica destacada junto con la tozudez o la traición —¡culero! ¡culero!—. Esta caracterización del personaje no sólo fue esgrimida por pancartas y los dichos populares, sino también por analistas políticos, intelectuales y periodistas: Monsiváis en uno de sus artículos caracteriza al gobierno de Fox, señalando que con el “gobierno del cambio” se había producido por primera vez, “el primer ‘autogolpe de Estado’ de la incompetencia, el vacío conceptual, el capricho dinástico frustradito, el reaccionarismo que sólo sabe darle puestos bien remunerados a los fundamentalistas, y el estupor ante el fracaso. Esto es único y, ojalá, irrepetible” (Masiosare, 01-08-04); Jesús Ramírez Cuevas, en su crónica titulada “Después de la Marcha del Silencio” registra la expresión de un joven universitario: “esta es una respuesta de la inteligencia civil a la estupidez y a la canallada del gobierno” (Masiosare, 30-04-05: 10).
Y por supuesto que, en un ambiente exacerbado, la exageración —según Víctor Turner, “inductora de pensamiento”— fue una figura muy recurrida, encumbrando el esfuerzo delimitador que produciendo identidades genera la alteridad radical: “Creel, ni compitiendo solo ganas”, jugando con los límites de la hipérbole y la paradoja. Por otro lado y desde un punto de vista distinto, como otra paradoja, decía otra pancarta: “Tepito está contigo López Obrador, tú eres la democracia”.
La figura del oxímoron, a pesar de su difícil formulación, estuvo presente y generosamente, y su realización no dependió tanto del movimiento interno del lenguaje sino en su diálogo con el entorno estructurador: Así la Marcha del silencio como un contexto —no sólo por la nominación— operaba como el marco desde donde podían brotar muchos oxímoron: “Soy callado, pero escucha mis mentadas”, “Hoy nuestro silencio retumba en Palacio”, “Hablaron fuerte con su silencio”, “Hoy nuestro silencio retumba en las palabras” o aquella bella expresión que conjunta la condición citadina masiva, pero individualizante (Simmel) con la movilización de muchas comunidades de diversa extensión y densidad: “Las masas unidas reemplazan a la multitud solitaria” (Monsiváis, Proceso, 01-05-05).
Más allá de las movilizaciones multitudinarias, la crítica periodística y académica también desplegaba el lenguaje que privilegia la adjetivación: “Vicente Fox fue un candidato muy vocinglero, lo que le abría a sus adversarios amplios flancos de crítica al mostrar su imprudencia, ignorancia, superficialidad en su pensamiento y debilidad en sus razonamientos (…) Ese es hoy el problema de su retórica cotidiana, cuya gravedad va más allá de los lapsus brutus (como le llamó uno de los secretarios de Estado a un tropiezo verbal de Fox), los chascarrillos, las ocurrencias o la fantasía discursiva”.[iii] Alguien a mi lado, al escuchar lo de lapsus dijo: “¿Lapsus?, será continuus”.
Y el “asunto” no sólo implicó a la figura del Presidente, sino a todo su gobierno. He sido testigo en por lo menos dos entidades gubernamentales donde se reeditaba la figura del gabinetazo: la primera en el Instituto de migración, en una pequeña dependencia se alojaban dos jóvenes, ninguno mayor de 25 años, uno fungía en la misma dependencia como jefe del personal, y la otra, una bella jovencita fungía como jefa, “pero de los empleados de confianza”, como ella misma me lo confesó. La segunda en una sección de CONACYT, donde se evalúan proyectos y convenios con Canadá, la comisión que antes veía estos “asuntos”, ahora sólo ve “el protocolo”, mientras que la nueva comisión, paralela, la que se encargaría de evaluar “lo académico”, ya había sido nombrada, pero no llegaba (la espera duró más de tres meses, hasta que retiré un proyecto). Igualmente, como una muestra de la incompetencia foxista, en el primer trimestre del 2005, cinco mil 500 millones de pesos presupuestados “no fueron ejercidos” en tanto que el año anterior fue de 37 mil millones, a pesar de que los funcionarios foxistas hacen todo el esfuerzo para “terminar” el dinero entre noviembre y diciembre, para lo que derrochan sin ton ni son, ratificando lo dicho por Carlos Monsivais, “y lo que sucedió en ese periodo es impresionante: el tiempo transcurrió a favor de la profundización de la inexperiencia. Lo que el gobierno de Fox no sabía se transformó en lo que nunca podía saber” (Masiosare, 01-08-05).
La Marcha del silencio: figuras, hechos-cuerposobjetos
“No hay una sola, la multitud toma el relevo de la multitud que no consiguió pasar y presiente a la multitud que se integra entre fragmentaciones” (Monsiváis, 01-05-05).
A un día del desafuero, el 8 de abril, metaforizando con el color negro, significaron concertadamente los moneros —a iniciativa de Rogelio Naranjo— la muerte de la democracia y el advenimiento de la oscuridad, todos mostraron su cartón completamente negro, con el texto “La justicia ha muerto”. Participaron Naranjo, Helioflores, Rius, Magú, Ahumada, Hernández, Patricio, Jabaz, Polo Jasso, Kemchs, El Fisgón, Helguera y Rocha.
Como una continuación “natural” el lenguaje y los gestos se retroalimentaban; y, podría decirse en términos de Bajtin, refiriendo al lenguaje articulado que “estos dichos contribuyen a crear la atmósfera típica de la plaza pública a través de su juego libre y alegre, en el cual tanto lo superior o lo inferior, lo sagrado y lo profano, van adquiriendo derechos iguales” (Bajtin, 1990: 145), disfrutando, agrega, “de los privilegios de la risa callejera”, así, podía encontrarse placer y alegría en la indignación, en cuyo trayecto se retroalimentaban mutuamente (valga el pleonasmo).
En este sentido, cualquier análisis de la marcha, debe considerar que no solamente es ella, sino todo el proceso comunicativo-simbólico, el que configura su despliegue, puesto que fue la conjunción de múltiples microeventos —absorviendo los hechos ya pasados— caracterizados, según muchos analistas por su firmeza, creatividad y alegría, un “carnaval” de indignación, rabia, rencor y de degustación de la exhibición de la dignidad que se alimenta del encono. A continuación presento algunas postales[iv] de este proceso a través de ciertas figuras expresivas.
Dos hombres marchan, sus rostros están cubiertos por máscaras de Salinas y de Fox, llevan en el pecho un pequeño aviso: “¡Somos ratotas y qué!”
Un gran gusano negro con la cabeza de Fox se desplaza sostenido en los hombros de varios manifestantes, porta un nombre, “Víbora prieta”, que dialoga con alguna de las frases adjudicadas como favoritas del presidente; un caballo de Troya hecha con huacales —cajones usados para transportar frutas—, también un Pinocho, con una nariz más crecida, hecho de papel, porta en su playera una frase célebre, reelaborada, de Fox: “Hoy, hoy, mandilón y mentiroso soy”, más atrás, un descomunal toro negro lleva escrito con letras también muy grandes: “Peje el Toro es inocente”.
El pago de los dos mil pesos de “caución”, fijado por la PGR y pagada por dos diputados locales del PAN, si bien puede —por su monto— representar el carácter no grave de la “falta” de López Obrador, rápidamente fue interpretado como un “ninguneo a López” y devuelto a sus autores: “Panistas y priistas, con sus 2000 pesos les compro su pinche dignidad y me tienen que dar vuelto”, “Los diputados del PAN creen que con dinero se compra la dignidad”. Nuevamente, la función esencial de la imagen estaba en la causa de este acto “perverso y cobarde” según AMLO y “de buena voluntad” según el sub-procurador Vega Memije: “que el jefe de gobierno no se tome la foto (en la cárcel)” decía con acento grave el diputado panista que pagó la fianza, pues consideraba que el entonces jefe de gobierno del DF estaba buscando esa imagen para elevar aún más su liderazgo en las encuestas.
Dos actos de coraje individual, destacados por la prensa —y que fueron reconocidos también públicamente por López Obrador[v]—, otorgaron un cierto dramatismo al proceso: el de la estudiante del TEC de Monterrey, Karla Solares quien le enrostró a Fox el cartel: “Se consumó el desafuero. No permitiremos que se consuma la democracia”, y el del estudiante oaxaqueño Raúl Alberto Sánchez quien también exhibió ante él un cartel que decía: “Fox, traidor a la democracia”, sosteniendo su posición, agregando verbalmente tres veces: “no nos hagamos señor”, en clara alusión a la práctica generalizada de la simulación que caracteriza la política y aún a los actos cotidianos.
Después de recorrer seis kilómetros desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo —que repite el recorrido de aquel octubre del 68; que, a su vez, se interpreta como el recorrido desde los orígenes hasta el centro simbólico del poder, demarcando un territorio simbólico en la macrourbe—, encontrarse con que Porfirio Muñoz Ledo va a participar como orador, se interpretó como una señal de una posible traición: el poco tiempo que habló, fue acompañado de abucheos, así los manifestantes enviaban un mensaje contra el acuerdo en “lo oscurito”, precisamente frente a uno —que consideraban— de los maestros de ese “arte”: alguien me decía que “si alguien conoce los sótanos de la política mexicana ¡ese es Porfirio!”.
“Que somos por lo menos un millón”, le decía un hombre, muy entusiasmado, al de su lado luego de escuchar el radio; así la identidad encontraba otra imagen y refuerzo de la cantidad que muta en cualidad, haciendo sintagma con aquella pancarta que se ostentaba: “Este gallo tiene millones de plumas”, o con estas otras: “Fox, no estás contra un hombre, estás contra el pueblo de México”, “Cuéntennos bien, no somos ni cien, ni mil, somos un chingo”. Es muy significativa esta otra querella por la cantidad: según el Gobierno del DF eran un millón doscientos mil, según el gobierno federal, 120 mil[vi]. “Tres millones votamos por ti, 360 diputados no podrán eliminarte”, hibridando no tan sutilmente democracia participativa con democracia representativa.
“Fox, en mis dos años de vida estoy hasta la madre de ti”, decía un cartelito colocado sobre un cuerpo de bebé. “Soy una niña y ya sé que esto es una injusticia”; ambos carteles hablan de futuro y los soportes significantes son esos cuerpecitos.
El periodista Jacinto Murguía en su crónica de los sucesos, señalaba que la multitud, después de esperar en el Zócalo, luego del mitin del 7 de abril, la larga sesión de la cámara de diputados señalaba: “Y la gente se fue con la noche, y la silente amenaza de que volverían”. El 24 de ese mismo mes, una “multitud nunca antes vista en la historia de México” decía a través de sus cuerpos y una pancarta: “Estamos de regreso”, proyectando una imagen de sobrecogedora continuidad…
“México está de luto, la democracia ha muerto”; En México, como en Cataluña, los manifestantes portan un ataúd que significa la muerte de la democracia con que se pone en escena una sensación de pérdida; en la ciudad española, se acompaña, además de personalidades como Saramago.
“S/O/S M/U/N/D/O D/É/B/I/L D/E/M/O/C/R/A/C/I/A E/N P/E/L/I/G/R/O”, resaba la frase que a través de 38 cartulinas, una letra en cada cuerpo, llevaban 38 jóvenes, disparando festiva y dramáticamente el mensaje al planeta y sus confines, en un movimiento inverso, al centrípeto, que los tenía juntos allí marchando. Este ir y venir, juego de centrífugo y centrípeto, utilizando la misma vía es lo característico del símbolo.
Un gran cartel dice: “Si Ecuador pudo, ¿por qué México no?”. Desde días antes la televisión en sus noticieros mostraba imágenes de violencia en Ecuador y Nicaragua, donde con piedras, bombas caseras, pequeñas bazucas, se enfrentaban jóvenes a la policía. En esos mismos días la propaganda oficial reiteradamente pasaba imágenes del linchamiento en Tlahuac, personas robando en el centro comercial, etc. Luego se denunciaría que “México en Paz, A. C.”, quien firmaba los spots no tiene registro por lo que se concluyó en la prensa que había sido manejado desde la Secretaría de Gobernación.
Y por supuesto que la Marcha del silencio misma fue también una macrofigura que destacó: “Al final de la manifestación, la gente tomó las calles para bailar, tocar música e improvisar días de campo en la aceras. En medio de la crisis política, esta fiesta de la democracia fue una manera civilizada y pacífica de oponerse a la estupidez hecha gobierno y de construir la esperanza”[vii].
Democracia como ejercicio de dignidad: “Hay que echarle ganas para que nos respeten”
“Andrés Manuel no es mi Santo, pero la democracia es mi devoción” (Pancarta, “Marcha del silencio”, 24-04-05).
“Todos con el Peje y que nadie se apendeje” (Pancarta, “Marcha del silencio”)
“…nunca antes tantos habían sido tantísimos” (Carlos Monsiváis)
La construcción de un horizonte común tiene que ver con la formación de una cierta comunidad de ideales: el ideal, como la esperanza y la dignidad emplazan un presente que mira en sus actos al futuro; en este proceso la imagen de ser muchos ha repercutido en esa dirección; otro componente surge de la constatación de que ser y mantenerse requiere —y vale— el esfuerzo y exige responsabilidad, espíritu crítico y estado de alerta —”que nadie se apende-je”—, significa también reconstruir la relación con el tiempo, que es posible realizar e invertir trabajo sobre él: viene de la memoria que enlazan con el proyecto: “En defensa de la democracia, la memoria y la esperanza”, memoria que reubica la historia y ese trayecto encuentra continuidad: “¡Zapata vive, el Peje sigue!”
En este sentido, asumiendo uno de estos aspectos, el “demográfico” —asunto que le es muy caro— Carlos Monsiváis, señala la autocaracterización ejecutada por la masa: “La multitud se aloja en cada persona y en la certeza de lo histórico del encuentro, y lo histórico se localiza con celeridad: nunca se habían reunido tantos en un acto político”.[viii] Asimismo expresa que en la marcha “el común denominador de las actitudes es concederle el sitio principal a la fuerza de los argumentos y el papel de la democracia. ¡Qué reformistas se ven, según el credo de los conscientizadores del asfalto!” (Proceso, 01-05-05: 38). Esta definición del nosotros, con diferentes “grados” de conciencia, afecta la misma condición del ser, pues se asiste al crecimiento de la figura del ciudadano que ha conllevado, en este proceso, al empequeñecimiento de la figura del presidente de la República.
Por otro lado, los caricaturistas, agrupados en “Se armó la brocha gorda” declaran: “Nos cae gordo el PRD a casi todos, pero no vamos a permitir que se atente contra la democracia” (La Jornada, 25-04-05). Esta afirmación ha recorrido muchos de los análisis del proceso del desafuero —algunos llegan a afirmar que AMLO es un candidato sin partido—, pero lo interesante del proceso es que la democracia se asume más allá de las instituciones tradicionales y a un sector de la gente parece ya no importarle ni siquiera negar su afiliación.
Así, paradójicamente, la lucha configuraba un escenario en el que paralelamente al desprestigio de las instituciones, crecía el sentimiento ciudadano; y en este proceso el humor se ejercía como detonante de sentido y placer. A los secretarios de Estado del gobierno foxista los llamaban “los montessori”, porque “cada uno de los 17 que son, además de no hacer nada se la pasan ‘estérilmente agitados’”.[ix]
Emplazando una cualidad de la nueva política, que abreva de la importancia de lo efímero en las sociedades “posmodernas”, Monsiváis dice que la marcha es inteligente y la define: “un acto normado por el criterio que va más allá de la suma de las partes, se atiene a su tema básico, no se desvía de él, sostiene en todo momento —con el sentido del humor como tarjeta de presentación— un código ético y político, en este caso del derecho a la libre emisión del voto y a la democratización de las oportunidades más, el hartazgo ante la marginalidad política y la impunidad de los poderosos” (Proceso, 01-05-05: 39).
De las múltiples formas en que los analistas políticos han reaccionado frente al desenlace de esta etapa, que se cierra temporalmente con el viraje del presidente Fox —dejar sin efecto el desafuero y el juicio a AMLO—, me interesa resaltar dos: en primer término, la que formuló Aguilar Zinzer, quien decía en un programa televisivo[1] que no importando lo que era Fox —no lo decía así, pero intuyo que lo pensaba—, debía tomarse esa su decisión para trabajar un cierto consenso, desplegarla. En segundo lugar, debatiendo con esta propuesta, Julio Hernández López cuestionaba que por qué López Obrador no radicalizó su propuesta, aprovechando el crecimiento del movimiento y la cima de su popularidad; esta postura la sintetizó también, de otra forma, en su columna en La Jornada, al titular su escrito con algo así como “En un pactito cabe todo”, anticipando un acuerdo cupular que privilegia lo táctico, pero posterga los principios. La primera posición, la de Aguilar Zinzer, reclama un espacio imaginario para la política, espacio que es posible crear y hacer crecer, es decir aprovechar el nuevo clima para reformar las instituciones que “administran” la convivencia. La segunda posición iba más hacia las esencias del ser, porque al parecer parte del supuesto de que el “pueblo” existe y puede aún conducir su destino. Creo que lo que separa a ambas posturas es cómo consideran a ese nuevo protagonista llamado “sociedad civil”: como una fuerza que crea las condiciones para que otros administren lo que su energía consigue, o, por el contrario, reeditar el proyecto como ideología y aparato para hacerlo más contundente, como progreso que acumula. No obstante esas diferencias, el proceso simbólico interviene en ambos “escenarios”, aunque se ubica de diferente manera en ambas propuestas: la primera la pretende administrar tendiendo a su progresivo debilitamiento; la segunda requiere de su potencia para encauzarse, probablemente desde una formulación cada vez más racional.
No obstante, en otros estratos de la sociedad, y más allá del proceso actual, también apelmaza el rencor, pues “han cultivado, con verdadero fervor, que la política provoque hastío y apatía en la gran mayoría. ¿A quién le importa que uno u otra pueda ser presidenciable si abajo las cosas seguirán iguales”.[x]
[1]“El cristal con que se mira”, conducido por Víctor Trujillo en canal 4.
[i] Fragmento del libro: Abilio Vergara Figueroa (2006). El resplandor en la sombra. Imaginación política, producción simbólica, humor y vidas macropolitanas. México: El ojo viajero/Navarra ediciones. Reproducimos con el permiso del autor
[ii] Como se pudo ver en la televisión, en los días siguientes al informe de la Comisión instructora de la Cámara de diputados, un diputado panista escupió a un diputado perredista.
[iii] José Antonio Crespo, “Fox: tropiezos retóricos”, en Día Siete, No 244, año 5, pp. 22 y 24.
[iv] Recupero la figura de la postal para mostrar un fragmento expresivo de una realidad estudiada. Esa su condición de fragmento, iluminado por el relato o la descripción, exige una lectura que recupere las redes que la unen a su contexto de existencia.
[v] La actitud del joven oaxaqueño al encarar a Fox ha llevado también a otras lecturas. El diario La Crisis dijo: “Fox se quedó solo. Y así ya no podrá seguir gobernando. Pero se trata de varios Fox. El temeroso de ayer no fue el mismo del que anteayer encaró a un militante perredista en una zona municipal oaxaqueña del PRD” (Editorial de La Crisis, 28-04-05). Ese encarar insinúa un acto de coraje; el periodista Ciro Gómez Leiva opinaba todo lo contrario y resaltaba el valor del muchacho, frente no solamente “los casi dos metros” del presidente, sino fundamentalmente frente a su investidura, señalando que sostuvo su posición a pesar de la desigualdad. Luego el joven declararía: “Claro que sentí miedo ante el presidente”, indicando también que estaba rodeado de priistas, que gritaban: “Fox, Fox, Fox”.
[vi] El discurso del presidente Fox en Oaxaca, dos días después de la “Marcha del silencio”, ilustra muy bien sus implicaciones, quien al iniciarlo dijo: “Saludo con gran cariño a este millón 200 mil guanajuatenses… oaxaqueños. Perdón, perdón, perdón: doce mil, doce mil. Achícale Fox, achícale, doce mil queridas guapas oaxaqueñas” (Página web de la Presidencia).
[vii] Jesús Ramírez Cuevas, “Después de la Marcha del Silencio”, Masiosare, suplemento de La Jornada, 30-04-05: 11.
[viii] Carlos Monsiváis, “Achícale, Fox, achícale”, en Proceso, 01-04-05, pag. 36
[ix] Álvaro Cepeda Neri, “Los enredos del vocero foxista”, en La Crisis, 28-04-05.
[x] Subcomandante Márcos,”Abajo a la izquierda”, La Jornada”, 02-03-05.
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