La Crisis Integral en los EE. UU. y El Fetiche de la Pureza

Carlos L. Garrido

Discurso en la UNAM (octubre 26, 2023) para el Primer Congreso Diálogos

Los Estados Unidos le dice al mundo y a sus ciudadanos que es el mejor país del planeta, donde reinan la libertad y la democracia, y donde existe un sueño americano que le brinda a todos las oportunidades de vivir vidas florecientes de «clase media» con casas con vallas blancas y dos automóviles. Sin embargo, para las masas trabajadoras estadounidenses, como señaló el gran comediante critico George Carlin, “se llama el sueño americano porque hay que estar dormido para creerlo”. Cuando están despiertos, lo que experiencian las masas estadounidenses es la pesadilla americana; vidas plagadas por salarios estancados, inflación y diversas formas de deudas paralizante. En la era de un imperio en decadencia, los habitantes del vientre de la bestia encuentran sus condiciones cada vez más insoportables. Lo que la clase trabajadora estadounidense vive es una era de crisis integral que se ha infiltrado en todas las esferas del modo de vida capitalista.

Condiciones objetivas en los EE. UU.

Hay una gran cantidad de factores que, cuando se analizan exhaustivamente, señalan la existencia de condiciones objetivamente revolucionarias en los EE. UU. En ningún estado del país el salario mínimo federal ($7.25) es suficiente para sobrevivir; incluso si se eleva a $15, como lo han pedido los social demócratas y otros progresistas, aún no sería suficiente para que una familia de clase trabajadora sobreviva en cualquier parte del país. Con los salarios estancados y la inflación en su nivel más alto en 40 años, casi el 60% de los estadounidenses actualmente viven de cheque en cheque. Muchas de estas personas están a punto de sumarse a los 600.000 sin hogar que deambulan por un país con más de 17 millones de viviendas vacías. No es sorprendente, en un país donde hay 33 veces más hogares vacíos que personas sin hogar, que 34 millones de personas, incluido uno de cada ocho niños, pasen hambre mientras que el 30-40% del suministro de alimentos del país se desperdicia cada año.

Mientras que se vuelve más difícil para los estadounidenses de clase trabajadora sobrevivir, más y más se han visto obligados a recurrir a los préstamos. Actualmente, el estadounidense promedio «tiene una deuda de $53 mil en préstamos hipotecarios, líneas de crédito con garantía hipotecaria, préstamos para automóviles, deudas de tarjetas de crédito, deudas de préstamos estudiantiles y otras deudas». Además, debido a que los EE. UU. es el único país desarrollado del mundo sin atención médica universal, la mercantilización de la medicina ha dejado a más de la mitad de los estadounidenses con una deuda médica tan agobiante que a muchos se les ha impedido “comprar una casa o ahorrar para la jubilación”. Este fenómeno de endeudamiento de los pobres Marx llamo explotación secundaria, la que ocurre más allá del momento de producción. Con una clase obrera experimentando, de forma general, los dos tipos de explotación (ósea, la que ocurre en el momento de producción y la que ocurre después, tomando forma de deuda), por primera vez en la historia la clase obrera del imperio está siendo, en su totalidad, superexplotada –un fenómeno que anteriormente ocurría solamente en la periferia y dentro de los pueblos oprimidos del imperio (por ejemplo, las comunidades Afro-Americanos e indígenas).

La decadencia del imperio Americano se ve en el horizonte de sus ciudades y pueblos, donde lo que uno encuentre es infraestructura decrepita calificado como ‘D’ (acá sería un 6), y ciudades habitadas frecuentemente por los zombies adictos a la droga que ha credo el complejo médico-farmacéutico industrial. Si bien más de la mitad del gasto federal se destina a mantener el ejército más caro del mundo (gastando más que los siguientes 10 países combinados), muchas ciudades de EE. UU., habitadas por millones de estadounidenses, carecen de acceso a agua potable limpia. Además, los EE. UU. ha estado experimentando una “disminución histórica” en la esperanza de vida; tanto es así que hoy el cubano promedio, a pesar de seis décadas de bloqueos ilegales y guerras híbridas contra su proyecto socialista, vive alrededor de tres años más que el estadounidense promedio.

Las dificultades que enfrenta el pueblo estadounidense se intensifican por la experiencia de vivir en una de las sociedades económicamente más desiguales de la historia humana, donde incluso según cifras conservadoras, el “0.1% más rico tiene aproximadamente la misma parte de [la] riqueza que el 90% más pobre”. En los Estados Unidos, los 59 estadounidenses más ricos poseen más riqueza que la mitad más pobre de la población (165 millones de personas). Mientras que la mayoría de los estadounidenses de clase trabajadora enfrentan dificultades para satisfacer sus necesidades diarias, los monopolistas más ricos del país, aquellos que son dueños de lo que vemos, compramos y comemos, se han vuelto más ricos que nunca. En el medio de esta abundancia de riquezas en la elite se mueren más de 60 mil estadunidenses anuales por falta de seguro médico.

Sin embargo, la crisis que enfrenta la mayoría de los estadounidenses no se limita a sus condiciones económicas. Es, en cambio, una crisis integral que se ha extendido a todas las esferas de la vida, expresándose a través de profundos males psicológicos y sociales. Estos se pueden ver en los millones afectados por la epidemia de opioides (que mata a 70 mil estadunidenses anuales); en el aumento de las tasas de delitos violentos y tiroteos en las escuelas; y en la crisis de salud mental en la que casi un tercio de los adultos estadounidenses luchan contra la depresión y la ansiedad.

Durante más de una década, los estudios de las instituciones burguesas han confirmado lo que los marxistas saben desde mediados del siglo XIX – que “el estado moderno no es más que un comité para administrar los asuntos comunes de la burguesía”. Los Estados Unidos, que extiende sus manos empapadas de sangre por todo el mundo saqueando en nombre de la democracia, se ha demostrado ser un lugar donde el dēmos (la gente común) tiene cualquier cosa menos poder (kratos). Como muestra el estudio empírico de Martin Gilens y Benjamin Page,

En los Estados Unidos, según indican nuestros hallazgos, la mayoría no gobierna, al menos no en el sentido causal de determinar realmente los resultados de las políticas. Cuando la mayoría de los ciudadanos no están de acuerdo con las élites económicas o con los intereses organizados, generalmente pierden. Además, debido al fuerte sesgo del statu quo integrado en el sistema político de EE. UU., incluso cuando una mayoría bastante grande de estadounidenses está a favor del cambio de política, por lo general no lo reciben.

Lejos de ser el ‘faro de la democracia’ que pretende ser, lo que tiene EE.UU. es una «democracia para una minoría insignificante, democracia para los ricos», lo cual es la esencia de la democracia burguesa. O, en las palabras de López-Obrador, en EEUU lo que domina es la oligarquía con fachada de democracia. Sin embargo, el pueblo estadounidense, agobiado por las condiciones del imperialismo moribundo, se ha estado poniendo al día con las mentiras que difunden los expertos e ideólogos para sostener la hegemonía burguesa. Estados Unidos tiene algunas de las tasas de participación electoral más bajas del mundo desarrollado; alrededor del 40% de la población con derecho a voto no participa en las elecciones presidenciales, y en las elecciones locales este número sube a alrededor de 73%. Más del 60% de los estadounidenses están insatisfechos con el sistema bipartidista y listos para alternativas de un tercer(os) partido(s), y solo alrededor del 20% aprueba lo que hace el Congreso. Naturalmente, es difícil participar en un proceso político en el que uno no se siente representado. Sin embargo, nuestros dos partidos imperialistas han reaccionado a este descontento público tomando medidas enérgicas contra el derecho al voto y la posibilidad de que partidos terceros estén en la boleta electoral. Además, solo el 11% de los estadounidenses confía en los medios de comunicación, el 90% de los cuales se han consolidado bajo el control de seis empresas. Teniendo en cuenta el estado del pueblo estadounidense, no es sorprendente que a pesar de los innumerables recursos dedicados a propagandizar a la población en contra del socialismo, más del 40% de los adultos tienen una visión favorable del socialismo, y entre los millenniales, las encuestas muestran que el 70% votaría por un candidato socialista.

En su folleto, “El colapso de la Segunda Internacional”, Lenin pregunta “¿Cuáles son, en general, los síntomas de una situación revolucionaria?”, y su respuesta son los siguientes tres síntomas: “(1) cuando es imposible para las clases dominantes mantener su dominio sin ningún cambio; cuando hay una crisis, de una forma u otra, entre las “clases altas”, una crisis en la política de la clase dominante, que conduce a una fisura por la que estalla el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que se produzca una revolución, suele ser insuficiente que “las clases bajas no quieran” vivir a la antigua; también es necesario que “las clases altas sean incapaces” de vivir a la antigua usanza; (2) cuando el sufrimiento y la miseria de las clases oprimidas se hayan agudizado más de lo habitual; (3) cuando, como consecuencia de las causas anteriores, hay un aumento considerable en la actividad de las masas…”. Concluye Lenin que: “Sin estos cambios objetivos, que son independientes de la voluntad, no sólo de los grupos y partidos individuales, sino incluso de las clases individuales, una revolución, por regla general, es imposible”.

Estas condiciones constituyen los factores objetivos que generalmente se pueden encontrar en una revolución social. Hemos visto en la evaluación anterior cómo las masas estadounidenses están sufriendo más de lo habitual y, además, cómo encuesta tras otra ha demostrado que no están dispuestas a seguir viviendo como antes (por ejemplo, la inmensa desaprobación del Congreso y del sistema bipartidista). Estas condiciones se están convirtiendo en lo que Gramsci llamó una «crisis de autoridad», es decir, el momento de una crisis en que la «clase dominante ha perdido su consenso [y] ya no es ‘líder’ sino solo ‘dominante’». Como famosamente argumentó, “la crisis consiste precisamente en que lo viejo se muere y lo nuevo no puede nacer; en este interregno aparece una gran variedad de síntomas morbosos”.

Sin embargo, el descontento de las masas y su incapacidad para vivir a la antigua no agota, como señaló Lenin, todas las condiciones para una situación objetivamente revolucionaria; en primer lugar, las masas no solo deben estar insatisfechas con la idea de seguir viviendo como antes, sino que también deben mostrar voluntad de actuar, y, en segundo lugar, la propia clase dominante debe verse sacudida por la crisis y en una posición en la que también no puede seguir gobernando como antes.

La voluntad de actuar de las masas insatisfechas se puede ver en una variedad de lugares: desde los levantamientos de verano del 2020, donde 25-35 millones de estadounidenses protestaron contra el asesinato de George Floyd; a la ola ‘Striketober’ de 2021 donde cientos de miles de trabajadores se declararon en huelga; a los masivos esfuerzos de sindicalización provenientes de los trabajadores de Starbucks, Amazon y otras industrias. Y, como hemos visto en los últimos meses, la voluntad de sindicatos líderes como Teamsters y United Automobil Workers de hacer huelga para satisfacer sus demandas. Si bien los Teamsters no tuvieron que hacer huelga contra UPS para lograr un contrato histórico, el UAW está atacando actualmente los puntos de presión del capital con lo que llaman a una huelga de pie, una de las tácticas más ingeniosas del sindicalismo militante. Es importante señalar que en todas estas luchas está la autoconciencia de la clase trabajadora de sí misma como clase, una que se encuentra en una posición antagónica a sus patrones y sus títeres políticos. Mientras que el viejo club de la aristocracia laboral todavía existe y está casado con el Partido Demócrata, una militancia laboral juvenil está luchando como no los habíamos visto luchar desde la década de 1930, cuando los comunistas lideraban sindicatos como el CIO. Este movimiento representa la materia prima con la que una organización revolucionaria puede formar una exitosa lucha de masas por el poder.

¿Alguna de estas condiciones ha sacudido a la clase dominante estadounidense? ¿Se encuentran incapaces de gobernar a la manera antigua? Nuestra respuesta debe ser un rotundo ¡sí! El imperio estadounidense, con sus 900 bases en todo el mundo, solía derrocar gobiernos fuera de su esfera de influencia imperial con relativa facilidad. En la comunidad internacional, especialmente después del derrocamiento de la Unión Soviética y el bloque socialista de Europa oriental, logró una incomparable hegemonía globa, solo contrarrestada en la década de 1990 por Cuba y la República Popular Democrática de Corea. Sin embargo, todas las cosas en este mundo están en un constante estado de flujo, y tarde o temprano, se esperaba que ‘el fin de la historia’ terminaría y que la unipolaridad imperialista de EE.UU. y la OTAN sería desafiada. Es nuestra era de florecimiento de un mundo multipolar la que marca la caída del imperio estadounidense, y con él, la capacidad de sus gobernantes para ‘gobernar a la antigua’.

Si el estado estadounidense, un instrumento del capital monopolista estadounidense y financiero internacional, es incapaz de gobernar internacionalmente como solía hacerlo, es decir, si es incapaz de continuar con la expropiación y superexplotación de los pueblos del mundo, esto no es simplemente una crisis de la política exterior, sino una crisis del Estado integral.

De los fallidos intentos de golpe de Estado en Nicaragua, Venezuela, Cuba y otros países; a falladas guerras proxy contra Rusia y China; a el desarrollo de BRICS+; se convierte en un hecho innegable que la clase dominante no puede seguir gobernando a la antigua usanza, que la era de la unipolaridad imperialista estadounidense ha terminado. A medida que el mundo continúa volviéndose hacia China en busca de relaciones mutualmente beneficiosa en el comercio internacional; a medida que la Patria Grande continúe su giro hacia la izquierda y su unidad hemisférica contra el imperialismo Estadunidense; a medida que se producen movimientos hacia la desdolarización en todo el planeta, donde se espera que el dólar caiga al 30% del comercio mundial para 2030 (un golpe brutal a una hegemonía del dólar que ha sido crucial para nuestra era de imperialismo dominada por sanciones e instituciones del capital financiero global); y a medida que los ciudadanos europeos continúen protestando por la exacerbación de sus condiciones materiales por parte de la guerra proxy de los Estados Unidos y la OTAN contra Rusia (que está destruyendo a Alemania, el corazón de la economía de la UE y al euro, una potencia que se encuentra en una espiral de desindustrialización debido a que gran parte de su industria dependía del petróleo ruso barato al que ya no tienen acceso directo después de que Estados Unidos volara el oleoducto Nordstream, el peor caso de terrorismo ambiental (y económico) de la historia de la humanidad); mientras que todos estos factores continúan acumulándose, esta crisis en la clase dominante se mostrará más pronunciada.

Además, ¿qué mejor descripción de esta crisis de legitimidad que el hecho de que ambos partidos, en los últimos dos ciclos de elecciones presidenciales, se han comprometido a desafiar los resultados electorales? Primero, con la elección de Donald Trump en 2016 –una victoria, por supuesto, que se obtuvo a pesar de haber perdido el voto popular– los demócratas pasaron los siguientes cuatro años impulsando la narrativa de que Trump se confabuló con Rusia, e incluso intentaron destituirlo por esto. Esto, junto con una larga historia de propaganda antisoviética y antirrusa, sentó las bases ideológicas –especialmente entre los liberales previamente «antibélicos»– para la histeria antirrusa y la demonización de Putin que hoy impulsa la sed de los liberales para una Tercera Guerra Mundial. Luego, en 2020, lo mismo hizo una parte significativa del partido republicano y la mayoría de la base de MAGA, quienes argumentaron que las elecciones fueron robadas por los demócratas.

Como saben los marxistas, la democracia en los estados burgueses liberales se limita a la transferencia pacífica del poder de una facción de la clase dominante a otra a través de elecciones ya previamente acondicionadas por la influencia del dinero y del gran capital. Hoy podemos decir que incluso esta apariencia superficial de democracia se está desmoronando. Al hacerlo, podemos ver aquí otro síntoma de que las clases dominantes no pueden gobernar a la vieja usanza.

En esencia, según todos los estándares que utiliza la tradición marxista para evaluar las condiciones objetivamente revolucionarias, podemos decir que los Estados Unidos se encuentra actualmente en una situación objetivamente revolucionaria que solo puede volverse más pronunciada en los próximos meses y años. Sin embargo, “la revolución social exige la unidad de las condiciones objetivas y subjetivas”. Como señaló Lenin, “la revolución surge solo de una situación en la que los cambios objetivos antes mencionados van acompañados de un cambio subjetivo, a saber, la capacidad de la clase revolucionaria para emprender una acción revolucionaria de masas lo suficientemente fuerte como para romper (o dislocar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en un período de crisis, “cae”, sino que es derribado”.

Condiciones Subjetivas

El factor subjetivo, sin embargo, se ve obstaculizado por una variedad de fuerzas materiales e ideológicas. Este análisis ha sido la pieza central de mi reciente texto, El fetiche de la pureza y la crisis del marxismo occidental. En el fondo, si bien encontramos condiciones objetivamente revolucionarias en Estados Unidos, tenemos una profunda crisis en el factor subjetivo, es decir, una pobreza de organizaciones revolucionarias y sus cosmovisiones. La mayoría de las organizaciones de la izquierda socialista están gobernadas por la clase gerencial profesional, lo que en la época de Marx y Engels se llamaba simplemente la inteligentia. Lo que se supone que son organizaciones de la clase trabajadora, vehículos para la conquista del poder político por parte de esta clase, se han convertido en centros del radicalismo de clase media, como solía decir Gus Hall. Este análisis no es nuevo, muchos teóricos han señalado cómo, desde finales de la década de 1970, junto con el ataque del Departamento de Estado contra los comunistas y socialistas en los sindicatos, y su promoción, a través de programas como el Congreso por la Libertad Cultural, de una izquierda compatible anticomunista, la izquierda de clase trabajadora ha sido destruida y reemplazada por «recuperadores radicales» de clase media como los llama Gabriel Rockhill. El Departamento de Estado de EE.UU., como muestro en mi trabajo, ha sido eficaz en la creación de una «izquierda contrahegemónica controlada», una izquierda que habla radical pero que en esencia siempre se alía con el imperialismo.

Esto está lejos de ser una condena de los intelectuales en general, pero la realidad es que, tal como existe actualmente en EE.UU., el dominio de la clase gerencial profesional dentro de las organizaciones socialistas es profundamente alienante para los trabajadores, que están menos preocupados por su moralismo de clase media que por sobrevivir en una sociedad en decadencia.

A nivel ideológico, he demostrado que esta izquierda de clase media sufre del fetiche de la pureza, una cosmovisión que los hace relacionarse con el mundo en base de la pureza como condición para el apoyo. Si algo no está a la altura de las ideas puras que existen en sus cabezas, es rechazado y condenado. En el fondo, es la ausencia de una cosmovisión materialista dialéctica, una huida de una realidad gobernada por el movimiento, las contradicciones y la interconexión, y hacia un ideal puro y elevado a salvo de su profanación por la mezquindad de la realidad. Este fetiche de la pureza, sostengo en mi trabajo, adopta tres formas centrales en EEUU:

1) debido a que un bloque de trabajadores conservadores es demasiado imperfecto o «atrasado» para la izquierda estadounidense, se les considera canastas de deplorables o agentes de una «amenaza fascista». En lugar de elevar la conciencia del llamado sector atrasado de la población trabajadora, la izquierda fetichista de la pureza los condena, eliminándose efectivamente de la organización de alrededor del 30-40% de los trabajadores estadounidenses.

2) La segunda forma que adopta el fetiche de la pureza es una continuación del fetiche de la pureza que generalmente está presente en la tradición del marxismo occidental, que siempre ha rechazado el socialismo realmente existente porque no está a la altura del ideal del socialismo en sus cabezas. Al hacerlo, a menudo se han convertido en los loros izquierdistas del imperio, sin reconocer cómo el socialismo se debe construir, es decir, cómo se desarrolla el socialismo en proceso bajo las presiones extremas de la guerra híbrida imperialista en un mundo todavía dominado por el capital global. En su aceptación de los mitos capitalistas sobre el socialismo, esta izquierda acepta la mentira de que el socialismo siempre ha fracasado, y arrogantemente se postula a sí misma como los primeros que lo harán funcionar. En lugar de desacreditar las mentiras macartistas con las que la clase dominante ha alimentado al pueblo, esta izquierda las acepta.

3) La tercera forma del fetiche de la pureza es la prevalencia de lo que Georgi Dmitrov llamó nihilismo nacional: el rechazo total de nuestro pasado nacional debido a sus impurezas. Una gran parte de la izquierda estadounidense considera que el socialismo es sinónimo con la destrucción de Estados Unidos. Las consignas ultraizquierdistas grandilocuentes dominan el discurso de muchos de los organizadores de izquierda, que tratan la historia de Estados Unidos de manera metafísica, sin ver cómo el país es una totalidad en movimiento, preñada de contradicciones, de historias de esclavitud, genocidio, imperialismo, pero también de historias de luchas abolicionistas, luchas obreras, luchas antiimperialistas y socialistas. Esta izquierda fetichista de la pureza olvida que el socialismo no existe en abstracto, que debe concretarse a las condiciones y a la historia de los pueblos que han ganado la lucha por el poder político. El socialismo, sobre todo en sus primeras etapas, debe tener siempre las características específicas de la historia del pueblo: en China se llama socialismo con características chinas, en Venezuela socialismo bolivariano, en Cuba toma forma de la constante presencia de Martí, el apóstol de la revolución, en Bolivia significa condicionar el socialismo a las tradiciones indígenas del comunalismo, etc. Para decirlo en términos filosóficos, no puede haber –contrariamente a la tradición de la filosofía occidental– universales abstractos desprovistos de las formas específicas que adopta en diversos contextos. En cambio, como sostienen la tradición hegeliana y la marxista (ambas enraizadas en cosmovisiones dialécticas), lo universal sólo puede ser actual cuando se concreta en un particular. En otras palabras, si no tomamos los núcleos progresistas racionales de nuestro pasado nacional y los usamos para luchar por el socialismo, no solo estaremos condenados a malinterpretar la historia de Estados Unidos, sino que fracasaremos, como lo hemos hecho, en conectarnos con nuestro pueblo y desarrollar con éxito una lucha socialista en nuestro contexto.

En todos los casos, el fetiche de pureza de la izquierda de clase media les prohíbe no solo comprender adecuadamente el mundo, sino cambiarlo. No es una coincidencia que la parte del mundo en la que los teóricos marxistas encuentran todo demasiado impuro para apoyarla sea también la que ha fracasado, incluso en las condiciones más objetivamente fértiles, en producir un movimiento revolucionario exitoso y significativo.

En resumen, las condiciones en Estados Unidos son objetivamente revolucionarias. Pero el factor subjetivo está en profunda crisis. Los procesos de cambio social no pueden tener éxito si estas dos condiciones, objetiva y subjetiva, no están unidas. Para que la izquierda estadounidense tenga éxito, debe volver a centralizarse en las masas trabajadoras y disipar su perspectiva fetichista de la pureza, reemplazándola con la visión materialista dialéctica del mundo –la mejor herramienta de trabajo y el arma más afilada, como señaló Engels, que el marxismo le ofrece al proletariado.

Carlos L. Garrido es instructor de filosofía en la Universidad del Sur de Illinois, director del Instituto Midwestern Marx y autor de The Purity Fetish and the Crisis of Western Marxism (2023), Marxism and the Dialectical Materialist Worldview (2022), y Hegel, Marxism, and Dialectics (Próximamente 2024).