Escritos sobre la cárcel X. “D”. II

Diego Safa Valenzuela

Los rumores sobre D. comenzaron a circular en la Comunidad un mes después de su ingreso. Desde que entró, había estado aislado de los demás, debido al interés desmedido de los medios de comunicación sobre su caso. La inquietud que a los otros adolescentes les provocaban los detalles del crimen por el que estaba siendo juzgado se fue haciendo cada vez más latente.

Antes de iniciar nuestra sesión, mientras le acercaba las crayolas para ponernos a dibujar, D. se quedó mirando mis tenis. Me preguntó por qué no los limpiaba. Yo también los miré: mis converse blancos se veían ya un poco viejos. Le dije que no sabía que tenía que limpiarlos.

―Ustedes, los ricos, no cuidan su ropa, sus cosas. Saben que cuando se las acaben van a tener el dinero para volverlas a comprar. 

Desde entonces empecé a notar que todos los adolescentes llevaban sus tenis impecables. Parecía que hubiera un concurso de limpieza de tenis dentro de la Comunidad. A partir de ese regaño y hasta el momento, intento lavar mis tenis una vez al mes. 

Le pregunté a D. qué opinaba acerca de los rumores que circulaban en la Comunidad sobre él. 

―Son palabras necias. No hay que escucharlas.

Unos días antes, en el pasillo, un grupo de adolescentes me había preguntado si “El caníbal” tomaba terapia conmigo. Esa vez fue la primera que escuché lo que se decía sobre D.

Aunque yo tenía acceso a la información judicial de cada uno de los adolescentes, siempre preferí que fueran ellos y no los jueces quienes me contaran su historia. Tampoco el expediente tenía certezas absolutas.

Uno de los datos sobre D. que se discutían en los pasillos era el número de sus víctimas. No quedaba claro, fluctuaba entre uno y cinco asesinatos. Algunos aseguraban que después de matarlos, él dormía en la misma habitación donde guardaba los cuerpos. Otros afirmaban que más bien los había enterrado en su jardín. Algunos más, que los mantenía pudriéndose en la sala. 

Una de las mayores incógnitas era cómo alguien con tan poca musculatura como él podía haber cometido esos actos. Los adolescentes especulaban acerca de los distintos instrumentos que podría haber usado en los crímenes. La mayoría se inclinaba por algún tipo de cuchillo, especialmente “el cebollero”, ése que se destaca por su tamaño y que utilizan los taqueros para cortar verduras. 

Había acuerdo general sobre que se había comido parte de esos cuerpos. No quedaba claro si había cocido la carne o la había devorado cruda. Los adolescentes teorizaban sobre los motivos: algunos pensaban que lo había hecho por hambre; otros, que había sido un acto de venganza por la muerte de su novia. No faltaba quién asegurara que a ella también la había devorado. 

La parte en la que todos coincidían era que se había comido los corazones.