Escritos sobre la cárcel VII. Cinema

Diego Safa Valenzuela

Cuando hablaban de las cosas de afuera que les hacían falta, siempre mencionaban a la tele. Así que decidí crear un cineclub en el que cada último viernes de mes se proyectaba una película para los grupos terapéuticos que yo acompañaba. Con un proyector, una pantalla y sillas plegables, lo armé en el salón multiusos: un galpón húmedo y oscuro que tenía una sola puerta.

Antes de cada proyección, decidíamos en grupo qué película veríamos. Los adolescentes siempre pedían filmes que tuvieran que ver con el crimen. Vimos Ciudad de Dios, Sangre por Sangre, Duro de matar… Para variar la temática, les propuse intercalar una película elegida por mí y una elegida por ellos. Había una insistencia de su parte en hablar y preguntar sobre la sexualidad, así que pensé que sería una buena idea proyectar la película XXY. A pesar del desconcierto que les causó, a partir de ella se detonaron discusiones interesantes en algunas sesiones de terapia. Aun así, la película les había parecido cursi. Me pidieron que la siguiente fuera más impactante. 

Decidí entonces llevarles Réquiem por un sueño, la segunda película dirigida por Darren Aronofsky. Dudé por un momento si sería apropiada para los adolescentes, así que decidí consultarlo con mi jefa directa: la jefa de psicología. Ella me aseguró:

―Han vivido cosas más fuertes.

Sonó convincente, seguí con el plan. Sin embargo, la función fue interrumpida a la mitad de la película por una trabajadora social, al ver la profunda angustia que las películas les estaban ocasionando a una buena parte del público.

Ese mismo día, más tarde, tuve una reunión con la trabajadora social, la jefa de psicología y la directora de la comunidad. Esta última me preguntó qué había pasado, y se lo relaté. Ella se quedó meditando unos momentos y dijo: 

―No está mal que vean cine. Pero la intención es alejarlos de la violencia que han vivido, mostrarles otro mundo posible… Diego, recuerda que son sólo unos niños.

Esa frase quedó rebotando en mi cabeza.

Tenía razón. Eran sólo unos niños. 

¿Cuál fue mi intención al mostrarles esta película a los adolescentes privados de su libertad? ¿Hacerlos reflexionar? ¿Sobre qué? 

Me había creído con el derecho de juzgar sus vidas. Había pensado que era mi deber hacerles ver el terror, demostrarles que si no se alejaban de sus acciones pecaminosas, sufrirían un destino tan grotesco como el de los personajes de la película. Yo solo me asigné la tarea de castigarlos; de asustarles, de despertar en ellos el miedo. Me había vuelto juez y verdugo. La autoridad y el policía.

Esa fue la última sesión del cineclub. A partir del incidente, fue prohibido por la directora. No he vuelto a ver esa película desde entonces.