Escritos sobre la cárcel IX. El sufrimiento

 

Diego Safa VaIenzuela

De camino a mi oficina, me encontré con un adolescente que había atendido durante varios meses, antes de que lo dejaran en libertad. Estaba esposado, recargado en la pared junto al área de abogados. Iba a ser ingresado por segunda vez, y estaba esperando a que terminaran los últimos trámites. Me sorprendió verlo sin el uniforme con el que lo conocí. Toda su ropa estaba sucia, parecía haber dormido en la calle algunos días. Llevaba un pantalón de mezclilla deslavado, una chamarra adidas negra con líneas verdes y unos tenis blancos nike. Al pasar a su lado, le dije: 

―Bienvenido de regreso, señor. ¿Desea la misma habitación que su estancia pasada?

Me miró en silencio. Sentí una mezcla entre culpa y tristeza. Seguí caminando por el estrecho pasillo mientras me preguntaba qué situación empuja a que alguien regrese a este lugar.

Quizá no tenía a dónde más ir. 

No fue el único al que vi regresar. Reinserta, una ONG dedicada a acompañar a las personas que acaban de salir del sistema penitenciario, dio a conocer que el 35% de las personas liberadas en el 2020 reincidieron en algún delito. ¿Por qué tantas vuelven a delinquir? ¿Cuáles son las condiciones que lo propician? 

“La cárcel es para los pobres”. Esa frase se me venía a la cabeza constantemente. ¿Por qué necesitaba decírmelo una y otra vez? 

II

El trabajo como terapeuta dentro de la cárcel ha sido uno de los dos empleos en mi vida donde me han dado aguinaldo. Sin embargo, mis compañeras me advirtieron que no me lo gastara, porque era seguro que no nos iban a pagar en enero. 

El contrato de terapeuta era el único del sistema penitenciario que estaba bajo el régimen de honorarios asimilables a salarios ante el SAT. Esto quiere decir que no era un puesto de confianza, pero tampoco era de base. Esa condición laboral permite a la administración carcelaria renovar el contrato cuando le plazca, sin tener ninguna obligación para con el trabajador. 

Mi contrato terminó en diciembre, pero yo seguía trabajando en enero, aunque lo hacía sin paga. Dos meses pasaron sin que recibiera un sueldo. Fue en la primera quincena que cobramos ese año, apenas en marzo o abril, que se nos pagó el monto que se nos debía. Resulta que ésta situación es el trato común que tiene el gobierno con personas y organizaciones que trabajan tercerizadas prestando algún tipo de servicio público. 

¿Por qué alguien regresaría a trabajar a este lugar? 

Quizá no tenía más a dónde ir. 

III

Durante una sesión grupal del dormitorio cinco se estaba discutiendo la pregunta: “¿Cómo se debe tratar a las mujeres?” Uno de los adolescentes defendía que era preciso demostrar fuerza ante ellas para que no se rebelaran. Otro le advirtió que si pensaba así, se iba a arrepentir.

―Lo sé porque a mi mamá la golpeaban. Un día, de niño, me llevó a mí y a mis hermanos, y no volvimos a ver a mi papá. Quién sabe qué es de él, ni quiero saber. A ti te puede pasar si sigues así. 

Dicho y hecho. Poco tiempo después, el primero se lamentaba durante otra sesión porque su mujer lo había abandonado y se había llevado a su hijo de pocos meses de edad. 

―Nomás que sepa dónde se escondió, va a saber… Es que no sé qué hice mal, Diego. Si conmigo, ella lo tenía todo. Lo que pedía, que si un danone, que si un pan, yo se lo daba. No la iba a sufrir. 

―¿Qué quieres decir con “sufrir”?  

―Todos aquí la hemos sufrido… Nos ha faltado algo. 

Los demás bajaron la cabeza. Sabían con claridad lo qué quería decir, cómo se sentía ese ardor. El silencio se interrumpió cuando alguien preguntó: 

―¿Han dormido en la calle?

Otro dijo: 

―El frío es lo peor.