Escritos sobre la cárcel III. Los muros del lenguaje

Diego Safa Valenzuela

Le pregunté a la Barbie si podía leer su tesis de maestría. Me la había presumido desde el primer día, como dejándome claro que su puesto lo había conseguido por mérito propio. Respondió que no.

―Si se la doy a alguien, temo que puedan robársela y publicarla con su nombre. 

La tesis era sobre las corregendas. Hay dos acepciones caneras de la palabra corregenda: la primera refiere a pulseras de hilo manufacturadas por los adolescentes en reclusión: artículos intercambiables por otros bienes o servicios dentro o fuera de la cárcel; la segunda acepción describe a las escarificaciones que algunos adolescentes se producen, especialmente en los antebrazos: tres líneas paralelas que se busca tengan el mayor grosor posible. Se consigue que las cicatrices sean cada vez más gruesas infectando la herida reiteradamente. La motivación detrás de estas marcas en la piel es el valor que cobran fuera de la cárcel: las corregendas relatan tácitamente que las personas marcadas con ellas estuvieron en reclusión, e indican fiereza y valentía. 

La Barbie era una mujer de poco más de treinta años, delgada y rubia, que solía llevar el pelo recogido y relamido; vestía pantalones de mezclilla y cárdigans de color pastel. En otro contexto, sería una mujer que fácilmente pasaría desapercibida. Sin embargo, dentro del espacio de la terapia grupal, el juego de miradas de los adolescentes la dotaba de una particular sensualidad.  

A pesar de su firme negativa para compartirme su investigación sobre las corregendas, fue ella quien me introdujo al lenguaje canero

La primera dificultad con la que me topé al ser terapeuta dentro de la Comunidad fue el muro de lenguaje que me separaba de mis pacientes. Aunque habíamos nacido en la misma ciudad, compartíamos nacionalidad, usábamos el mismo transporte público… yo me sentía un extranjero en su territorio. No dejaba de perderme entre sus palabras. Fue necesario que olvidara las coordenadas conocidas para empezar a ubicarme entre nuevas referencias.  

―Te acostumbrarás. A mí también me costó hablar como ellos. Es cuestión de tiempo ―me dijo la Barbie al terminar una sesión que tuvimos en conjunto durante mi primera semana en la Comunidad. 

En los descansos, cuando ella salía a fumar al jardín frente al filtro de seguridad, yo no paraba de hacerle preguntas. Ella respondía con una sonrisa. 

¿Cómo se produce este lenguaje? 

Una vez se lo pregunté a los adolescentes. Me respondieron sin dudar: “Lo aprendes en el barrio”.  “O en la cárcel”, pensé yo.

Durante un tiempo intenté aprender todas las palabras desconocidas para mí, con la intención de construir un vocabulario común con los adolescentes, un terreno seguro para habitar con ellos. Cada que escuchaba un nuevo término, preguntaba su significado. Con el tiempo me di cuenta de que este esfuerzo sólo profundizaba la distancia: revelaba que yo no pertenecía a su contexto. 

¿El lenguaje se separa en clases sociales? 

Encontré interesante que algunas palabras caneras eran derivaciones del lenguaje técnico que usaba la misma institución. Por ejemplo, tribilín probablemente venga de “Tribunal de Menores”. Son significantes construidos desde un saber piramidal que baja al uso cotidiano, resignificando su sentido, a veces hasta transformarlo por completo. 

¿Quién crea el lenguaje? ¿Cuál es la correcta manera de hablar?

Por momentos, los límites de la palabra pueden ser borrosos, a pesar de que los cuerpos y las relaciones estén delimitados por los altos muros de las instalaciones de la cárcel. 

Mi labor consistía en hacer un diagnóstico de la conducta de los adolescentes que estaban en prisión preventiva, y mandarlo semanalmente a los jueces para ayudarles a dictaminar las condenas. La prisión preventiva es una medida cautelar que despoja a las personas de su libertad durante el curso del proceso penal y antes de la sentencia; se implementa en los casos donde se estima que se corre el riesgo de que el imputado pueda fugarse. 

En el lenguaje canero existe una palabra para nombrar lo que yo hacía. Poncharse. Poncho, Francisco, es el que se desinfla como un globo, liberando la verdad ante una autoridad. Yo era el mayor poncho de todos. Mi trabajo consistía en sólo eso. Esto impedía que mis pacientes hablaran con libertad frente a mí: cada una de sus palabras estaban bajo evaluación, bajo vigilancia. Lo que decían sería transmitido a un juez. Tanto sus palabras como mi escucha estaban encarceladas. Por ello, la distancia entre nosotros era imposible de franquear.

Hay términos que se solidifican, hasta que parecen inalterables, incuestionables. Palabras-piedra. Palabras-grillete. Palabras-cicatriz. Irreversibles. Prisión-preventiva-oficiosa, privado-de-la-libertad,personalidad-anti-social, asesino, criminal.