El México Bárbaro debe acabar*

Enrique González Pedrero

Hoy se reconoce de manera general la veracidad de los artículos publicados en 1909, en los EU, por el escritor progresista norteamericano John Kenneth Turner, con los que integró después su apasionante libro México bárbaro, en el cual describe documentada, viva y hasta gráficamente la situación en las postrimerías de la dictadura porfiriana.

Turner analizaba las miserables condiciones de vida de las grandes masas rurales y urbanas de México, y los violentos contrastes con la minoría privilegiada de latifundistas, banqueros, grandes comerciantes, el alto clero y los militares de casta. Señalaba las ramificaciones de los inversionistas norte americanos en nuestra patria y sus vínculos con aquellos explotadores mexicanos. Denunciaba los brutales sistemas polí ticos puestos en vigor por la tiranía para eternizar-propósito imposible, como pudo comprobar poco después aquel statu quo, usufructuado y sostenido por esas minorías, y ponía al descubierto los mecanismos de apoyo que la prensa mercantil y el gobierno de los EU brindaban para mantener tal estado de cosas.

Sólo los científicos de entonces –dignos precursores de sus numerosos émulos oficialistas actuales–, la «gran» prensa subvencionada por el gobierno de Díaz y la propia prensa norteamericana pretendieron negar esa realidad, conocida de todos y padecida directamente por los grandes sectores del pueblo, a la que Luis Cabrera aludió después, en la Cámara de Diputados –el 3 de diciembre de 1912, ya bajo el gobierno de Madero–, en estos términos: «Turner tenía razón. Vosotros sabéis que… era cierto todo lo que se relataba allí; más aún, que los colores eran débiles… Turner tenía razón y los artículos de México bárbaro son apenas un ligero e insignificante bosquejo de lo que pasa en todas partes del país, todavía en los momentos actuales».

En el medio siglo transcurrido desde la publicación del trabajo de Turner han cambiado, claro está, muchas cosas. Más aún: ni las supervivencias más parecidas son exacta mente lo que fueron. Tal es la ley universal del cambio incesante, tanto más que en México, entre aquellos tiempos y los que corren media una revolución que dio lugar a profundas transformaciones económicas y sociales. No aludiremos, pues, a semejanzas mecánicas.

Pero en todo este tiempo ha permanecido el imperialismo norteamericano, hoy más experimentado, más viejo, con mayor poderío económico y militar, aunque al mismo tiempo con un poder más reducido para aplicarlo impunemente en la sojuzgarían de los países débiles, maniatado por el continuo avance de los pueblos del mundo entero. Este es aún el escollo principal al verdadero desarrollo de México y del resto de Latinoamérica.

Y después del abandono de la trayectoria nacionalista cuyo clímax se alcanza en 1917 y en 1938, ha permanecido asimismo un desarrollo nacional que por ser capitalista y por ser dependiente es un desarrollo económico y social limitado, deforme, unilateral, que indefectiblemente beneficia a las nuevas minorías, herederas de las porfirianas, en detrimento de las viejas mayorías, las de siempre, que son las del pueblo. Surgen de ahí los hechos que afectan tan rudamente a millones de mexicanos, a pesar de todo el crecimiento de la producción agrícola e industrial y de las grandes obras y ser vicios públicos. Surgen o se consolidan las formas políticas en vigor, las violaciones constitucionales, las ficciones representativas, el centralismo, el monopolio electoral, en una palabra, el nuevo sistema de gobierno consolidado después de Cárdenas, que las minorías detentadoras de los agranda dos beneficios del desarrollo económico intentan hacer inmutable. Es decir, ha surgido el nuevo statu quo que los conservadores originados en la Revolución Mexicana, los supervivientes de los porfirianos y los monopolios extranjeros tratan de mantener a cualquier precio.

Turner se sorprendería, posiblemente, de algunos datos publicados hace unos días, relativos al censo general de población de 1960: todavía hay en México 7.9 millones de personas que usan huaraches o sandalias, y 4.8 millones de des calzos (en números absolutos, tanto quizá como en 1910); 10.6 millones no comen pan de trigo; 8.1 millones no comen habitualmente carne ni leche ni huevos ni pescado y, con seguridad, una gran parte de los que en su dieta incluyen alguno o todos los alimentos anteriores, lo hacen en cantidad insuficiente.

¿Habrá cambiado la situación de los moradores de las viejas vecindades capitalinas a que se refirió Turner? El problema de la habitación es cada año más grave, especialmente en las grandes ciudades de República en continua expansión. La inmensa mayoría de los campesinos viven en su inadecuada habitación de siempre. Subsisten todas las «carencias» reconocidas a diario en relación con el agua potable, los servicios hospitalarios, la educación, que un número cada vez mayor de mexicanos ya no están dispuestos a considerar como irresolubles o solubles sólo a muy largo plazo, a la vista del contraste insultante, del despilfarro de recursos y la esterilidad de la minoría ridícula que se apropia la mayor parte del ingreso y la riqueza nacionales, acompañada de grandes empresas extranjeras.

¿Y el asesinato de dirigentes estimados verdaderamente por sus compañeros campesinos y obreros? ¿Y los asesinatos del ferrocarrilero Guerra Montemayor en Monterrey y el profesor Flores en Tepoztlán, y tantos más apenas conocidos? ¿Y el asesinato incalificable de Jaramillo, su mujer y sus tres hijos? ¿Y los presos políticos sin sentencia después de tres años de cárcel? ¿Y las sentencias injustificables a Siqueiros, Mata y Vallejo? ¿Y los despidos arbitrarios, como los de los cien profesores del MRM, no repuestos todavía, dos años después del conflicto que sirvió de excusa para su cese? ¿Y las represiones brutales, como las ocurridas en la ciudad de México, Chilpancingo y otros lugares? ¿Y las aprehensiones ilegales, los allanamientos de morada, la censura de los teléfonos y la correspondencia de personas y organizaciones que actúan pacíficamente, al amparo de la ley? ¿Y la impunidad de los ricos, los influyentes y las autoridades vena les? ¿Y la imposición de candidatos, a menudo contra las mayorías del propio PRI?

¿No son, todos los anteriores, hechos como los relatados en México bárbaro? Sí, son los hechos brutales que deben parecer para no renacer nunca, como han resurgido después de la caída del gobierno de Díaz, porque permanecieron sus causas. Son los hechos de un México subordinado a la explotación extranjera y de minorías nacionales insaciables que, no obstante, tampoco podrá permanecer sin cambio y sin castigo.

*Política, No. 51, Vol. III, 1 de junio de 1962.