El código postal. La compleja barrera de la desigualdad para la Cuarta Transformación

Juan Estrella
“Ya sacó el código postal”, suele ser la expresión utilizada en tono jocoso y de verdad última, para señalar la procedencia de una persona de un lugar pobre y con alta conflictividad social. Aunque, en un primer momento, podría entenderse gracioso, guarda mucho de discriminación, pero no menos de verdad.
El sociólogo sueco Gorän Therborn, en su libro Los campos de exterminio de la desigualdad, nos muestra que el lugar de procedencia condiciona significativamente la posibilidad de reunir las capacidades que nos permitirán asistir o no a una formación profesional, lograr condiciones de bienestar, tener una calidad de vida saludable e incluso tener una esperanza de vida alta. Esto lo ejemplifica de manera contundente con dos países del bloque socialistas, citando un informe de UNICEF de 2004, escribe que el regreso del capitalismo a la antigua Unión Soviética:
… implicó una drástica desigualación y empobrecimiento masivo. El coeficiente de Gini —que mide la desigualdad del ingreso— creció en Rusia desde 27 en 1990 hasta 46 en 1993, mientras que en Ucrania pasó de 25 en 1992 a 41 en 1996, para aumentar hasta llegar a 52 y 46 respectivamente en 2001. Hacia 1995, los procesos de restauración habían generado 2,6 millones de muertes adicionales solamente en Rusia y Ucrania.
Las razones de estos cambios tienen que ver con el hecho de que el Estado deja de ser garante de un conjunto de derechos sociales: el acceso a la salud queda orientado por una lógica de mercado, de ganancias; las instancias gubernamentales se mantienen impávidas ante la imposibilidad de que las mayorías tengan garantizado el alimento básico e indiferentes con la venta desenfrenada de todo tipo de producto que pueda dañar la salud, sin olvidar que la educación se vuelve un privilegio de quienes puedan pagarla.
Habría que retomar del mismo autor una aclaración conceptual que no es menor y que los defensores de la “libertad” del mercado suelen confundir deliberadamente para soportar su argumentación, me refiero a la distinción entre diferencia y desigualdad.
Cada una, cada uno de nosotros somos diferentes por complexión, rasgos físicos, círculos sociales donde nos desenvolvemos, preferencias sexuales, pertenencia cultural, estilos entre otros, esa es una riqueza natural y la acumulación de un capital social que por siglos termina de sintetizarse en las personas; en el otro lado está la desigualdad, un producto social que deriva de la forma como se distribuye la riqueza entre quienes detentan el poder y quienes lo obedecen.
La desigualdad se produce por decisiones políticas e históricamente por abusos, pillería, corrupción, engaños, entre otros; muy poco o quizá nada tenga que ver con la idea de que esa desigualdad se produce porque mientras unos se esfuerzan, el resto se tira a la holgazanería.
Esta desigualdad tiene gradientes que podrían expresarse en miseria, que no es necesariamente pobreza, sino el contraste entre la opulencia y el derroche con la carencia de las condiciones mínimas básicas para la existencia humana, y desigualdad moderada, como la que prevalece en un número importante de países europeos como Dinamarca, Suecia, Noruega o Francia.
Una desigualdad que está en función de los estados de bienestar, del reducido o amplio tejido de producción en el que participen familias y comunidades, la menor o la mayor población y claramente de la participación porcentual en el ingreso nacional que pueda tener o no el trabajo frente al capital.
Sin duda alguna, detrás de la desigualdad está la (in)capacidad o desorganización política de las masas, de las comunidades o del pueblo para obtener posiciones de poder desde donde reclame una mayor participación en el reparto de la riqueza, tanto de la que se produce en un determinado presente, pero también de la que históricamente se ha acumulado, pues la misma herencia social es un conjunto de bienes en disputa.
En el caso de México ciertas condiciones económicas nacionales e internacionales y la fuerza que llegaron a tener las corporaciones sindicales, tanto como una perspectiva de justicia social que se heredó al menos discursivamente de la Revolución, permitieron un crecimiento económico que favoreció a amplios grupos de la población del país, así como a ciertos territorios. En el gobierno de Ávila Camacho, entre 1940 y 1946, se necesitaban 13 horas promedio de trabajo por día para adquirir una canasta básica, para finales del gobierno de Díaz Ordaz (1964 – 1970), eran suficientes 6 horas de trabajo diario para la misma canasta básica. (GOLLÁS; 2003).
En el periodo bisagra de la década de los 70 y el inicio de los 80, entre la sustitución de importaciones y el neoliberalismo, los gobiernos de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo, sentaron las bases de los grupos que a la postre, durante el neoliberalismo, se adueñarían del Estado y marcarían las políticas económicas para favorecer a un reducido de empresas y familias.
Si bien en esos años siguió habiendo un buen poder adquisitivo, con 5 horas de trabajo por día se completaba la canasta básica, también entonces se fortaleció el grupo Monterrey que, conjuntamente con un grupo de empresarios, peleó (y terminó ganando) el control de la dirección del Estado, frente a las corporaciones obreras y los grupos políticos más cercanos a los ideales de la Revolución y la justicia social. La política neoliberal que abrazarían abonaría a un periodo caracterizado por la privatización de las ganancias y la socialización de las perdidas.
Al concluir el gobierno del Miguel de la Madrid Hurtado, 1988, la revista Forbes registraba a una sola familia mexicana dentro de una lista de los grupos de mayor riqueza. Para 1994, concluido el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, ya había 24 familias; un sexenio después esto también se reflejaba en las 25 horas de trabajo requeridas para completar la canasta básica.
Durante los gobiernos panistas la situación no cambiaría mucho, en 2013, iniciado el gobierno de Calderón, la revista Forbes hacía referencia a los 35 mexicanos más ricos. En un primer momento, las primeras reformas neoliberales y el profundo proceso de privatización que experimentaron las empresas públicas en el país se tradujeron en un incremento del índice de Gini de 0.45 en 1984 a 0.52 en 1998, hasta 2018 este índice no bajaría de 0.47.
En cuanto a la participación porcentual del trabajo frente al capital en el ingreso nacional, en los mejores años, como en 2003, la participación del trabajo habría alcanzado el 46%, para caer por debajo del 30% en el 2015. Valga aquí la comparación con los países europeos, donde históricamente la participación del trabajo en el ingreso nacional ha sido superior al 60%. (Véanse Ibarra, 2020 y Samaniego, 2014)
De esta manera, el crecimiento del país no implicó una mejor distribución de la riqueza. En promedio, durante el periodo del milagro mexicano, se tuvo crecimiento anual de 6.6 y favoreció a la burocracia gubernamental, los empleados y obreros de las empresas paraestatales e incluso a medianas y pequeñas empresas, pero a costa de grupos campesinos, indígenas y sus regiones rurales.
El crecimiento del periodo neoliberal fue de 2.5% en promedio por año; se concentró en algunas zonas urbanas y en servicios financieros y comerciales, dejando de lado a grandes grupos de trabajadores que pasaron a la economía informal y la precariedad laboral, que se sumaban a las condiciones de vida de las poblaciones indígenas y campesinas del país. A las regiones ya castigadas se sumaba plenamente el sureste mexicano, pero también una parte significativa del norte del país. El crecimiento de algunas ciudades en este periodo fue de la mano del decrecimiento en esas regiones.
Es conocido el logro del actual gobierno en cuanto a la salida de la pobreza de más de 5 millones de personas en todo el país, derivada de una política de bienestar amplia, que pasa por la recuperación del poder adquisitivo del salario mínimo, la asignación presupuestal para programas de bienestar vía transferencias directas no contributivas, baja en el costo de servicios como el gas LP, el costo domiciliario de electricidad y la baja real en los costos del combustibles, así como una política de inversión regional en el sureste del país y en otros estados del norte. Lo que permite que el índice de Gini esté en 0.413, por debajo del 0.45 de 1984, es decir, que se haya también logrado bajar la desigualdad en el país.
Innegablemente esos son logros del primer gobierno de la Cuarta Transformación, una síntesis de amplios movimientos sociales que encontraron en la figura de Andrés Manuel López Obrador un referente único por cuanto su lectura del contexto histórico y su capacidad política para encaminar proyectos a favor de las mayorías.
No obstante, también debe reconocerse que se mantiene una estructura de privilegios que no será superada sólo por la continuación en el gobierno de Claudia Sheimbaum. Como ejemplo está el crecimiento de las ganancias de la banca comercial por 271 mil 802 millones de pesos, en 2023, que implicó un incremento anual en términos reales de 10 por ciento, de acuerdo con datos del Banco de México.
Por otra parte, nuevamente según información de la revista Forbes, al inicio de este gobierno, el monto total acumulado del top ten de millonarios era de 121,700 millones de dólares (mdd), mientras que, en 2024, esta cifra asciende a los 176,600 mdd, un incremento de 45.2%.
Los grupos y familias encaramados en esta estructura de privilegios abraza sin chistar la imagen de un segundo piso de la transformación, pero no así la idea de profundizar esa transformación, para evitar que esto trastoque sus posiciones, sus ganancias y las desigualdades en las que sustentan sus prerrogativas.
Sin las acciones que permitan profundizar la transformación, la desigualdad prevalecerá, al igual que la exclusión “… a muchos de las posibilidades que ofrece el desarrollo humano.” Pues la desigualdad “… siempre implica excluir a alguien de algo… mata gente o atrofia la vida de las personas…” (Therborn, 2016: 28)
Si lo anterior no fuera suficiente, no debe pasarse por alto que “… cuanto más difieren los ricos del resto de nosotros, más riguroso y desconsiderado puede esperarse que sea el dominio que nos imponen.” (Therborn, 2016: 32).
Por lo anterior, será necesaria la organización popular, el empuje de los movimientos sociales para mantener las políticas iniciadas por el actual gobierno, pero también para impulsar un conjunto de propuestas que permitan profundizar la transformación y trastocar la estructura actual de privilegios y exclusión, aun en el marco del sistema capitalista prevaleciente, en el contexto de globalización todavía vivo e, incluso, en el proceso de integración económica que llevamos con Canadá y los Estados Unidos
Las propuestas aún deberán ensayarse, van desde cobrar mayores tasas impositivas a los grandes empresarios, a la especulación financiera o hasta el apoyo decidido a micro y pequeñas empresas locales, tanto como a la producción comunitaria, las cooperativas y las distintas formas de economía solidaria. También tendría que revisarse, con la ley en la mano, el crecimiento de las riquezas de varios de los magnates mexicanos al amparo del poder. Si en los últimos 40 años lograron tal crecimiento en su riqueza, producto de la corrupción e influyentismo, tendrían que devolver una parte significativa de lo obtenido, para compensar al pueblo castigado durante el periodo neoliberal.
Por la semejanza en territorios, por la homogeneidad de oportunidades para tener un bienestar social pleno, que permita el desarrollo de las capacidades de todas las personas, esperemos que más adelante desaparezca esa referencia clasista, por más hilarante que se pueda entender, al código postal.
Referencias
ESQUIVEL, Gerardo (2015); Desigualdad extrema en México. Concentración del Poder Económico y Político. México, Iguales/Oxfam; 44 pp.
GOLLÁS, Manuel (2003); MÉXICO, CRECIMIENTO CON DESIGUALDAD Y POBREZA. (De la sustitución de importaciones a los tratados de libre comercio con quien se deje). DOCUMENTO DE TRABAJO Núm. III. El Colegio de México Febrero, 2003. 117 pp.
IBARRA, Carlos A. y ROS, Jaime (2020); La disminución de la participación del trabajo en el ingreso en México, 1990-2015. https://www.eltrimestreeconomico.com.mx/index.php/te/article/view/991/1117#figures
LÓPEZ OBRADOR, Andrés Manuel (2024); ¡Gracias! México, Planeta.
SAMANIEGO, Norma (2014); #La participación del trabajo en el ingreso nacional: el regreso a un tema olvidado”, en Scielo Economía UNAM vol.11 no.33 Ciudad de México sep./dic.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-952X2014000300003
THERBORN, Göran (2016); Los campos de exterminio de la desigualdad/ México, FCE. 206 pp.
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