De hegemonías y otros dilemas
CE, Intervención y Coyuntura
En las últimas semanas, un conjunto de discusiones se ha suscitado a partir de la adhesión de distintas personalidades a la candidatura de Claudia Sheinbaum. Intervención y Coyuntura ha dado espacio a reflexiones que se preguntan ¿Quién los está dejando entrar a Morena? En referencia a personajes de dudosa procedencia en las filas de la izquierda.
Apenas se dio la adhesión del ex gobernador mexiquense Eruviel Ávila y una discusión en redes sobre la construcción de hegemonía asomó. Sin ánimo de contribuir al ruido mediático ni a la feligresía de poseedores de la última verdad gramsciana, vale la pena detenerse en el significado político y no en la interpretación.
Ello porque el concepto de Antonio Gramsci –multi usado, claro está– fue elaborado para pensar grandes periodos históricos (Il Risorgimiento italiano, por ejemplo). De tal manera, ver una adhesión a una candidatura con este concepto, es como querer ver una estrella con un microscopio o, a la inversa, una bacteria con un telescopio. Son escalas muy diferentes.
Pero políticamente –y no ese saber académico y universitario que de vez en cuando dice salir a la calle– la discusión si tiene mucho sentido.
Uno de los indicadores principales para visualizar una posible “hegemonía” (entendido como la reorganización del espacio político y sus discursos) es justamente la desorganización del adversario. Aunque a la izquierda no le guste, desorganizar al adversario es también incluirlo. No está claro si esa inclusión se está dando subordinadamente o no, o si estos obtendrán algún espacio relevante. En dado caso, es un espacio relevante en lo individual y no como grupo. La adhesión de Corral o Ávila u otros no es coordinada ni orquestada –no es un caballo de troya per se– sino individual, solipsista. Este elemento no puede obviarse.
Pero existe otro mucho más relevante. Que Ebrard no rompiera pese a su distancia; que Samuel García se subiera a jugar un round, que el ex priista Ávila o el ex panista Corral se sumen a la candidatura de Sheinbaum es un signo de algo que la persistencia de la categoría gramsciana no está permitiendo ver: los diversos actores políticos están observando la formación de una élite política que conducirá los destinos del Estado. Así de simple. Un nuevo grupo que ocupará las decisiones –ya sea por votación, ya sea por designación– con un discurso distinto al neoliberal y con banderas mucho más plurales está forjándose.
No puede obviarse, tampoco algo que tiene y no que ver con la futura presidencia y presidenta: hay ciertos cargos, que podrían ser convenientes para la continuidad de ciertas líneas de la 4T, como los temas de la fiscalía o de la Suprema Corte de Justicia que han tendido hoy que someterse a la negociación directa de los grupos de poder, para tratar de prosperar y en un futuro inmediato establecer algún cambio significativo. Otra cuestión que está aún en el aire es el cómo va a perder en la siguiente elección la derecha; es un hecho que la derecha no está jugando a ganar, pero en el modo de perder también hay maneras, y hasta hoy la única que tienen de hacerlo de forma digna es lograr un bloque en las cámaras que sea desde inicio molesto para la próxima gobernanza.
Si se elude este componente no puede entenderse que la desorganización del adversario no sea su desaparición –como parece aspirar una cierta izquierda– sino su inclusión subordinada. Al final, si esta élite se forja con certeza y su cemento seca con plenitud, poco importará si saltan o abandonan el barco. Pensar –como también ha salido al debate– que este es un proyecto maquiavélico de contrahegemonía de la derecha para ocupar posiciones políticas importantes y revertir lo avanzado, es poco probable.
Desfondado el PRIAN, el futuro de la construcción de cuadros y liderazgos comienza a jugarse en otro lado. Para quienes odian a la 4T esto ha sido obscurecido y no se dan cuenta que esta es, en términos prácticos, un gran recambio de las relaciones entre el Estado y la sociedad y un lento desgajamiento de la otra clase política gobernante, que alternativamente ocupaba el poder o espacios de este.
El que una nueva elite se forje con dificultades es cierto. Que muchos equilibrios tanto ideológicos o políticos en lo local sean costosos también lo es. Pero una elite tiene segmentos más progresistas y de avanzada y otros más retardatarios. La vida política de una sociedad es justamente eso. Y quien no lo quiera entender así, sueña con una vida sin antagonismo.
Colocado el nuevo tablero, el espacio de tensión se juega en otro lado, es decir, en la posibilidad o no que el liderazgo de esa elite sea capaz de conducir cambios significativos y democratizantes.
Leer y discutir sobre las mediaciones para que opere el concepto de hegemonía está bien, es útil y rico, para discusiones académicas o de aula. Para libros y debates en congresos. Es válido, vigente y pertinente. Pero la realidad está dando señales en otro tenor. Convendría mirar a verla.