Vertebrando la necesidad de desobedecer
Pep Ferraté Aguilar
En un mundo donde el trabajo asalariado aprieta hasta dejarnos exhaustos, día tras día, en una sociedad donde sus respectivas exigencias se han apoderado de cada rincón de nuestras vidas, una que ha olvidado que hay maneras diferentes de vivir más allá de ir siempre con el tiempo justo y sacando el hígado, y dónde mensualmente, llegan multas en forma de facturas e hipotecas. Desde este punto, y sin ninguna alternativa dentro del modelo neoliberal, nace la necesidad de desobedecer, no queda otra.
Situados en esta escenografía de control total construida para obligarnos a formar parte de la significación común de los acontecimientos, el Estado, como principal institución constrictora y defensora del capital, pretende socializar una serie de conocimientos de receta que nos permitan vivir y reproducir la vida bajo el omnipresente capital. Y, ganando metros, del mismo modo que el individualismo y la competitividad se han gestado y establecido en la totalidad del quehacer humano, reproduciéndolos inconscientemente de manera constante, la desobediencia debe darse tanto en el campo cognitivo y como en el físico, adquiriendo una multidimensionalidad totalizadora, tomando a la vez conciencia de la consiguiente derrota que supondría luchar en una batalla de campo abierto, teniendo que atacar aquellos frentes que permiten hacer tambalear la generalidad de la estructura vigente.
La desobediencia es una actitud, una posición que hay que construir poco a poco, ganando metros de manera lenta pero constante, como una guerra de trincheras, contra la hegemonía neoliberal que impera e impregna todos los ámbitos del devenir humano. Una desobediencia que debe de canalizarse apartada de “la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”, tal y como decía Trotsky, un campo en el cual el perfeccionamiento de los métodos de control del estado impide desarrollarla.
Hay que construirla más allá de una muestra de rabia por la terrible precariedad a la que nos aboca a vivir el modelo de producción y articular una propuesta para emanciparnos de esta vida que en palabras planas podría identificar como esclava del salario.
Se nos pide que obedezcamos sin cuestionar a un sistema el cual no hemos elegido para vivir, y que ha demostrado en demasiadas ocasiones –incluso me atrevo a decir que día tras día– que es incapaz de poner las necesidades y el bienestar de la población por delante del bolsillo de grandes fondos buitres y otros importantes encorbatados con los bolsillos bien llenos de dinero.
Y es que verdaderamente no sabemos que nos depara el mundo fuera del modelo en el que vivimos y no contemplamos ninguno que no sea el actual. Y por eso, desobedecer implica precisamente demostrar que hay realidades fuera del que nos han enseñado y una libertad que nos han prohibido disfrutar. ¿En qué momento hemos normalizado estas condiciones? ¿Porque, tanto a nivel individual como de sociedad, hemos asumido que esto es el mejor escenario que nos depara en nuestra existencia?
Es el momento de poner en jaque todo aquello que nos ha llevado hasta el punto donde estamos ahora y hacer caer la hegemonía neoliberal que nos estrangula hasta dejarnos pobres y exhaustos en el momento de llegar a la caja de pino.
Vivimos inmersos en un hiperexigencia imperante que lleva a los individuos, en un marco de positividad y rendimiento, a estar profunda y constantemente cansados. Este cansancio asola a cada uno de nosotros y contrariamente al que caracterizaba los desposeídos y desfavorecidos anteriormente, este cansancio se traduce en meritocracia y egoísmo, en conductas obsesivas y dependientes del mundo digital, a poner el piloto automático y dejar que las corrientes capitalistas nos arrastren dentro de una falsa libertad que nos han ofrecido.
Es aquí donde considero que se vertebra el kit de la cuestión; hemos dejado de ser una sociedad para ser un conjunto de individuos que vaga sin rumbo en un mundo controlado por el consumo y las tecnologías, que ciegan a todo aquel quien se deje seducir, finalmente también a quien no pretendía hacerlo, y que generan una participación profundamente activa de la dominación ejercida sobre cada uno de nosotros. Y de la misma manera que vemos cómo se nos es instaurada y socializada esta individualidad, en un sentido positivo, por supuesto, la reproducimos consciente e inconscientemente, articulando y dirigiendo todas nuestras interacciones y acciones, haciendo coincidir los intereses de la clase dominante con los propios.
Nos encontramos completamente alienados de las condiciones que nos rodean y que determinan el vínculo con nuestro entorno, encontrándonos de cara con falsas aspiraciones y expectativas que toman un papel de freno para la desobediencia, pero que aun así asumimos porque no hemos visto nada más allá de esto y porque alguien se esfuerza al hacernos creer que realmente es así. De nuevo, es el Estado quien, al servicio del neoliberalismo, absorbe la parte cognitiva de los individuos y lo utiliza, teniendo como medio grandes instituciones como la escuela, para sustentar el capital y la propiedad, su razón de ser y existir. Apelando a términos maquiavélicos, el Estado es el medio por el cual el capital socializa y normaliza conductas, pensamientos y guías de acción, todo para lograr como fin el poder que anhela, un poder que es en stricto sensu una contradicción respecto a la desobediencia, un poder con una finalidad clara: la acumulación de capital.
Seducidos por coches, dinero y promesas de felicidad que vienen como factibles los supuestos modelos de éxito y vivas representaciones de la meritocracia, estos siguen sin llegar nunca y nos encontramos en un callejón sin salida fascinados por una falsa conciencia que permite reproducir el modelo productivo, mientras que es este mismo el que permite la constante expansión de la ideología asociada. Se gesta un poder que va más allá de la coacción en sentido estricto, una psicopolítica que genera una aceptación y reconocimiento de la dominación, constriñen en el sujeto una visión de proyecto en curso con claras líneas de actuación para lograr el éxito. Se atribuye una positividad de la acción, que es mucho más eficiente que la negatividad del deber. Además, el poder no implica abolir el deber, al contrario, se ejerce personalmente sobre un mismo.
Somos nosotros mismos pues, quienes gestamos, mediante nuestra socialización e interacción con los demás, nuestras propias cadenas. Y teniendo en cuenta que la realidad está permanente mediada por la relación con la organización productiva de la existencia social y el modo de producción, estas cadenas adquieren una preponderancia sumamente importante para mantenernos constantemente sometidos.
Ante este oasis de felicidad y tomando la colonización de la subjetividad por parte del modelo neoliberal como punto de partida, es necesario empezar a construir subjetividades desobedientes, contestatarios y disidentes; una percepción cognitiva alejada del actual que nos permita superar el estadio de alienación y dominación activa vigente, una que nos permita evidenciar la mejora que supondría otra manera de vivir. En este paradigma, no podemos desobedecer hasta que no aprendamos a renunciar a todo aquello que nos lo impide y nos hace vivir en un espejismo de felicidad.
Desobedecer es aprender a renunciar a detalles ínfimos que pueden marcar la diferencia, pero también aprender a luchar por aquello que sabes que te corresponde; un modelo de producción que ponga las necesidades de la población en el centro, un ocio y cultura fuera de las lógicas del capital, una garantía de todo aquello que nos corresponde por el simple hecho de ser humano y un largo etcétera de bienes y servicios que actualmente se encuentran cargando las lógicas y dinámicas del modelo capitalista.
Hemos dejado de construir redes de barrio y solidaridad, ocio alternativo con su respectiva música y ateneos donde alejarse de las dinámicas y relaciones con las que nos obliga a vivir constantemente el sistema. Desobedecer empieza para crear espacios con esta voluntad, alejándose de la monetización de la misma existencia y creándose cultura que los acompañe, haciendo de esta un bien que actúe como herramienta socializadora de capital cultural, poniéndola al alcance de todo el mundo. Paralelamente, es necesario recuperar las redes de apoyo mutuo, la voluntad de volver a ser vecinos para dejar de ser residentes de la misma zona que se encuentran en contadas ocasiones y de casualidad, y hacer de la condición social del ser humano un punto clave para articular nuevos modelos de convivencia y solidaridad, haciendo a todo el mundo partícipe de este.
En palabras de Ricardo Mella; “Para nosotros, que negamos todo poder constituido, toda institución autoritaria, es indudable el imperio indiscutible de la acción colectiva difundida en todos y cada uno de los hombres”
Es necesario dejar de utilizar ciertos bienes y herramientas por el reforzamiento constante que hace de la postura del liberalismo, llevando en si un control impregnado que lo aleja de su finalidad inicial. Así pues, nuestra obligación es retomarlo y vertebrarlo fuera del capital, tal y como lo hacen los equipos de 4ª Regional Catalana, por ejemplo, o a un nivel mucho más grande, el Sankt Pauli, equipo de fútbol que lucha contra las dinámicas intolerantes que fomenta el modelo de fútbol negocio y mirando de acercar constantemente este a la pasión de sus forofos, que había sido la razón de ser tanto del equipo como del fútbol hasta la capitalización absoluta del mundo del deporte.
Hacerlo también implica olvidar las grandes ofertas, el consumismo masivo y los anuncios personalizados, dejando de obviar el hecho que estos surgen por un control maximizado de cada una de nuestros datos, intereses y movimientos. Es también la exposición a la publicidad y la creación de necesidades inventadas el que nos mantiene sometidos y anclados al sistema capitalista, creando necesidades que solo su alcanzables, y algunas incluso ni en sueños, en el marco del sistema capitalista.
Para seguir construyendo acciones cargadas de indocilidad, podemos mencionar también la lectura puesto que, en nuestro mundo, donde impera la fugacidad del contenido multimedia, leer ya es desobedecer, desobedecer a la tendencia de digitalizarlo todo y hacer de los conocimientos una simple entrada en un buscador de internet. Por esta actividad es conveniente poner la atención y la paciencia necesarios por la comprensión literaria, una que genera en sí misma herramientas muy útiles para la articulación del pensamiento y el discurso, un hecho totalmente contrapuesto a la inmediatez que surge del anhelo de consumo y que se transmite hasta las formas de recreo más simples.
Construir un movimiento desobediente pasa para utilizar internet por fines estrictamente políticos y comunicativos en un inicio, para pasar posteriormente a su ampliación de funciones cuando esta herramienta deje de permanecer en manos de grandes magnates que actúen en perfecta sinergia con los Estados-Nación y sus intereses oligárquicos.
Por último, y con una importante preponderancia, transgredir implica hacer tambalear el “mundo dado por sentado”, incluso derrumbarlo por completo, cuestionándonos por medio de la sociología, entre otras ciencias, todo aquello que nos ha permitido construir parte de nuestra identidad desde pequeños. Desobedecer es también desnaturalizar y cuestionar conceptos como familia, género o religión, y constituir estructuras fuera de la normatividad que se impone ferozmente en el capitalismo, el cual las utiliza para su mantenimiento. Deconstruirse y asumir una posición de privilegio para ser un hombre blanco, cis y occidental, entendiendo que la presa de conciencia sobre esta también supone desobedecer.
Desobedecer es resistir en la trinchera, mantenerse firme ante los embates liberales, actuar en consecuencia de los objetivos y no recular cuando el capital asola con su monopolio de la violencia. Desobedecer es crear red, solidaridad y compañerismo, cultura, música y literatura. Desobedecer es crear tejido fuera las dinámicas neoliberales, recuperar la humanidad y poner su bienestar por ante todo.
De nuevo siguiendo a Mella; “¿Queréis hacer beneficiosa para la humanidad esa autoridad y esa influencia? Pues realizar la revolución social, haced que todas las necesidades sean realmente solidarias, de tal manera que los intereses sociales y materiales de cada uno se conforman en un todo a sus deberes humanos. Para conseguirlo no hay más que uno medio: destruir todas las instituciones basadas en la desigualdad; establecer la igualdad económica y social sobre cuyos fundamentos se levantará la libertad, la moralidad y la solidaridad humanas”
Ser contestatario tiene que implicar desobediencia, y esta solo tiene sentido si es total y profundamente anticapitalista.
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