Vargas Llosa frente a sus críticos diletantes

Julio Muñoz Rubio

La reciente muerte del célebre escritor peruano Mario Vargas Llosa, acaecida el 13 de abril de 2025, trajo consigo, como era de esperarse, un alud de comentarios, artículos, pronunciamientos, a la altura de su status como un escritor laureado con el Premio Nobel de Literatura (2010). Su deceso ocurre en un momento histórico muy desafortunado para el mundo de la literatura (y todo el arte), especialmente en Latinoamérica, la región más impactada por la muerte de este novelista. Se trata de un período histórico que bien podríamos llamar Ignorantoceno, dominado por el abierto desprecio hacia el conocimiento, el saber y la cultura. En Latinoamérica ha sido cultivado principal, pero no únicamente por parte de la derecha neo-fascista de gobiernos tipo Milei, Novoa o Bukele, quienes exhiben en sus respectivos discursos y acciones una paupérrima o nula formación cultural y dudosamente habrán leído 3 libros en toda su vida. A ellos se les oponen las tendencias populistas burguesas progresistas, tipo Lula, Arce, AMLO-Sheinbaum o Boric (con todo y sus fuertes diferencias entre si), quienes, sin llegar a los extremos de incultura neo fascistas, tampoco se han preocupado mucho por impulsar las artes y humanidades como parte de una visión global del mundo. Por debajo de ambas tenencias subsiste una capa intelectual pequeño burguesa, más identificada con el “progresismo” del segundo tipo de gobiernos, fuertemente atada a ellos y a sus ideologías (falsas conciencias), pero por lo mismo, sometida al menos parcialmente a sus limitadas políticas culturales.

De esta capa intelectual de izquierda ilustrada pequeño-burguesa provinieron, en artículos y declaraciones y principalmente en redes sociales, los más sonados pronunciamientos por la muerte de Vargas Llosa. En ellos, al tiempo que escuetamente se reconoce su calidad como escritor, añaden un largo “pero”, después del cual se multiplican, en cascada, en alud, los denuestos por sus posiciones políticas abiertamente derechistas. Todo esto es hecho de modo que el elogio al escritor queda sepultado bajo toneladas de epítetos, descalificaciones e incluso insultos, repetidos tantas veces y con un formato tan uniforme, que se convierten en lugares comunes y por lo tanto quedan desprovistos de un contenido sólido y por añadidura, ofrecen una imagen muy parcial, sesgada y superficial del mencionado escritor.

No extraña que en estos obituarios no exista prácticamente ningún análisis al punto del Vargas Llosa escritor. Vamos por partes: Las políticas culturales latinoamericanas, en donde han existido, han sido impulsadas por los Estados. Pero la izquierda socialista independiente, de todos tipos y tendencias, desde la parlamentaria gestora hasta la revolucionaria, tradicionalmente le ha puesto muy poca -cuando no ninguna- atención al mundo del arte en general y a la literatura en particular. Salvo alguna actividad suelta como un festival de música, o una mesa redonda, generalmente con tonalidades regionalistas y provincianas, ha carecido de un proyecto realmente sólido hacia esa esfera de la actividad humana, tanto en sus dinámicas internas como organización como hacia el movimiento social. Su visión del mundo se ha reducido siempre al ámbito de la política, a la cual ha convertido en una verdadera zona de su confort. Esta izquierda, que por decisión propia y sin explicar por qué, ha hecho de la política su esfera central, esencial de opinión y acción, la considera el punto de partida del ser humano y de toda comprensión del mismo. ¿Y el arte? ¿la literatura? Prescindibles para la vida militante y propagandística. Al proceder así, la izquierda socialista no solo se ha convierte en vulgar, ha facilitado su cooptación ideológica (no necesariamente organizativa) y conceptual a las tendencias reformistas-burguesas, dejado el campo libre para el desarrollo de sus políticas culturales.

Valgan estas consideraciones iniciales para ubicar el contexto del fallecimiento de Mario Vargas Llosa.

Regresemos al punto central de este texto ¿Acaso no fue Vargas Llosa un político sumamente reaccionario y aliado de las peores causas?

Desde luego que sí, y no sería justo ignorarlo ni exonerarlo por ello, pero se hacen necesarias varias consideraciones para tener una idea más global del cómo y el porqué de ese hecho, no solamente tomarlo como algo dado. Hay que señalar, en primer lugar que Vargas Llosa, que nunca sostuvo posiciones políticas revolucionarias, no siempre fue, empero, el reaccionario de sus últimos 30 años; antes de eso por mucho tiempo se situó apoyando a la revolución cubana, dando la bienvenida al gobierno del general Velasco Alvarado y sus medidas anti imperialistas en Perú (el único golpe de Estado de izquierda, en Latinoamérica en esas épocas, ocurrido en 1968), condenando las asonadas de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina. Numerosos militantes de la izquierda latinoamericana hubiéramos firmado partes sustanciales (no todas) de su caracterización del Estado mexicano como “la dictadura perfecta”. Fue hasta los años 90 cuando sus posiciones políticas se fueron deslizando cada vez más a la derecha, terminando en impresentables defensas de M. Tatcher y del neoliberalismo. Eso es por todos sabido y es injustificable.

Vargas Llosa expresó públicamente su adhesión al neo liberalismo en su ensayo La Llamada de la Tribu (Alfaguara, 2018), que intenta ser una justificación teórica de su desencanto del socialismo. En otros momentos mencionó que este alejamiento, se basó en lo que observó del carácter de los regímenes de los países autonombrados “socialistas.” Este es el eterno argumento racionalizador e infalseable de tantos y tantos intelectuales liberales, tan embebidos en las categorías el mundo burgués, que los imposibilita para imaginar siquiera, formas de libertad o de democracia distintas y superadoras de las parlamentarias formales que todos conocemos. Pero al mismo tiempo, y para hablar de contradicciones dialécticas, existen dentro de estos intelectuales, justificados reclamos, que dudosamente pueden ser calificados de “derechistas” referentes a la real supresión de libertades y derechos y la persecución a opositores políticos, intelectuales y artistas en esos regímenes (La Unión Soviética y satélites; China, Corea del Norte, Nicaragua e incluso -aunque en menor medida, Cuba). Se dirá, y con justificada razón que en estas posiciones se esconde una doble moral que, al tiempo que condena las violaciones a los derechos humanos en ciertos países, se omiten o incluso se justifican las peores atrocidades cometidas por los regímenes “democráticos” de otros países. Vargas Llosa, por ejemplo, en el extremo de la abyección, apoyó al régimen sionista de Netanyahu.

Pero este último contraargumento, con todo lo acertado que es, no puede negar la gran verdad de la represión y falta de libertades en los países en los que éstas deberían estar más que garantizadas.

Hay que agregar que el fenómeno del desencantamiento o desilusión con respecto al socialismo y a las revoluciones es algo que va mucho, mucho más allá de la reacción de algún intelectual o grupo de éstos. Ojalá el caso de Vargas Llosa fuera el único. Lejos está de serlo. En esa voz desesperanzada van contenidas las de miles, quizás millones de militantes o simpatizantes socialistas honestos de todas las tendencias de la izquierda otrora independiente, que han visto frustradas sus esperanzas de una vida plena, merced las reiteradas y objetivas violaciones a las más elementales normas democráticas y de respeto, incluso en y desde las pequeñas organizaciones y movimientos, por parte de las “vanguardias” de la revolución. ¿Es mentira, es resultado de una morbosa mentalidad retrógrada la denuncia a violaciones a los derechos humanos y persecuciones en el mundo artístico e intelectual por parte de gobiernos revolucionarios y que presumen de socialistas? ¿A las organizaciones de esa izquierda no les corresponde ni un tantito así de responsabilidad por esos desencantos?

Hasta aquí las consideraciones sobre el derechismo vargasllosista. Vayamos ahora a otra parte. La izquierda que hemos caracterizado como vulgar y en muchos sentidos sistémica, imagina que puede emitirse opinión autorizada sobre cualquier cosa desde la política, ignorando, la autonomía que el arte mantiene con respecto a otras actividades. Esto se aplica muy claramente al caso de Mario Vargas Llosa.

Al respecto, y siendo un destacado escritor el sujeto de estos “análisis”, lo mínimo a exigir sería un examen de su contribución a las letras universales, hispánicas y latinoamericanas. ¿Realmente se Merecía el Premio Nobel? Esto es importante dado que muchos de los escritores laureados con el máximo galardón literario han sido personajes más bien secundarios y se han dejado de lado a pesos pesados tales como Émile Zolá, León Tolstoi, Marcel Proust, James Joyce, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Henrik Ibsen, Franz Kafka, Arthur Conan Doyle o Alejo Carpentier, para mencionar sólo a algunos. La pregunta se impone y para responderla es imprescindible ir más allá del panfleto político.

Pero entonces ¿A quién se está juzgando cuando se habla de Vargas Llosa? ¿Qué hay del Vargas Llosa novelista? ¿Es esa una faceta secundaria de su vida? ¿Ahí dejó también impresa su huella derechista?

En la teoría estética destacan las concepciones internalistas, que encontrarían en la diafanidad del esteticismo la explicación completa de la trascendencia del arte todo y de este escritor en especial. Es este un tratamiento de exquisitez propio de la nobleza. Según ella el arte nada tiene que ver con la política ni con ninguna otra actividad (como tampoco tienen que ver la ciencia o el deporte). El arte es producto del pensamiento y el sentimiento “puros”, de personas privilegiadas en su sensibilidad, de altos niveles educativos aisladas de las chusmas. Esta, desde luego, es cualquier cosa menos una explicación integral.

Pero las críticas “politicistas” a Vargas Llosa, con todo lo acertadas que sean son unidimensionales y fragmentarias; dejan de lado el hecho que en el Universo y en la sociedad no existe nada que pueda ser comprendido a partir de una y solo una propiedad, ni siquiera los átomos o partículas elementales lo son, mucho menos el ser humano y el mundo de la cultura. Una visión de ese tipo, es característica del reduccionismo cartesiano, quintaesencia del pensamiento burgués.

Para oponerse al esteticismo aristocratizante, lo peor que se puede hacer es situarse en el extremo del determinismo político y desde ahí pretender juzgarlo todo, estableciendo que todo depende y se deriva unilinealmente de la política. Dejar de lado problemas tan importantes en el cuento y la novela, tales como la estructura de la obra, las características de la prosa, la originalidad de la temática, la diversidad y profundidad psicológica de los personajes y en resumen, la aportación del escritor al conjunto de la cultura. Y ya visto desde ahí ¿Dónde situamos a Vargas Llosa? Mas aun, ¿Cómo podemos comprenderlo dentro de la realidad global -y no únicamente política- de la Latinoamérica en la que vivió? ¿Cómo podemos situarlo en relación con los numerosos escritores de esta región del mundo y sus propias contribuciones?  Si estas dimensiones literarias no se comprenden, tampoco se podrá obtener de aquí una visión integral, desde la totalidad, como un conjunto de movimientos permanentes en la conciencia del productor y los receptores de la obra de arte, en interpenetración constante. Si esto no se considera, pues, Vargas Llosa queda inexplicado.

Con estos métodos no va a comprenderse la fuerte contradicción existente entre la dimensión subjetiva, contemplativa, emocional e introspectiva de todo ser humano y su dimensión objetiva, práctica, pragmática, tangible. La primera corresponde y al arte y la estética, la segunda a la política y las relaciones de poder. (En un punto cercano a esta última se encuentra la economía, actividad también objetiva y material). En el arte, el humano proyecta su aspiración a la trascendencia, en la política expresa la relación de dominación, coyuntural y momentánea. La dimensión subjetiva y sentimental humana y el talento para expresarla, supera en ese sentido a la política, que es mera astucia e inmediatismo. Por eso el ser estético es mucho más relevante y trascendente que el político. Para ilustrar esto puede constatarse que numerosos artistas, como Vargas Llosa, han manifestado su inquietud por la política y han destacado allí también, sin embargo, será muy difícil encontrar políticos de carrera que hayan incursionado en el arte y sobresalido.

Queda entonces analizar uno y otro papel en la obra de Vargas Llosa. Y es pertinente preguntar ¿Cómo una mentalidad tan completamente reaccionaria, si es que así lo era, pudo haber producido una novela como Historia de Mayta, un reconocimiento a la trayectoria política y la entrega a la revolución socialista de un dirigente del trotskismo peruano a fines de los años 50? ¿Dónde estaría mostrado el derechismo del Vargas Llosa de La Fiesta del Chivo, denuncia descarnada de la feroz dictadura trujillista en la República Dominicana? ¿Y la descripción sociológica y psicológica de la naturaleza amoral y decadente de la clase política peruana, contenida en Conversación en la Catedral, dónde muestra la cara reaccionaria del escritor? ¿Y qué decir de un espeluznante cuento como Los Cachorros, que exhibe las profundas consecuencias emocionales que tiene para un púber una horrenda mutilación a manos de un perro de pelea? Las 3 primeras son novelas centrales en la obra de Vargas Llosa y políticas de inicio a fin; el cuento mencionado penetra en los más profundo y catastrófico del alma humana. Obras todas de carácter contrahegemónico. ¿En qué dirección obras como éstas, producen un movimiento de la conciencia del lector común y corriente, no la del sujeto progresista ideologizado?

Antonio Gramsci cuyos planteamientos sobre el papel de los intelectuales son centrales para el problema que nos ocupa expresó:

…los intelectuales tienen la función de organizar la hegemonía social de un grupo y su dominio estatal esto es, el consenso dado por el prestigio de la función en el mundo productivo y el aparato de coerción para aquellos grupos que no “consientan” ni activa ni pasivamente, o para aquellos momentos de crisis de mando y de dirección en los que el consenso espontáneo sufre una crisis.

Gramsci, A. Cuadernos de la Cárcel, Cuaderno XIII, 12.

Hay que tomar en cuenta que el concepto de Gramsci del intelectual es muy amplio y va más allá del artista, científico o filósofo de las élites, aunque sí los incluye.

El papel del Vargas Llosa político de los últimos años cumple bien con estas palabras, las cuales describen el papel del intelectual a favor de las clases dominantes. Pero como buen marxista, Gramsci sabe que esto es mucho más complejo; estos mismos movimientos se pueden aplicar a una dirección contra-hegemónica, en la que los grupos sociales e intelectuales participantes exhiben tendencias de instauración de otro consenso. Gramsci no ignora las contradicciones internas existentes en estos intelectuales anti o no totalmente sistémicos y que, con sus conflictos internos y externos, pueden aproximarse, aunque sea parcial o momentáneamente a las clases subalternas, lo cual puede dar pie para comprender la coexistencia de tendencias tan opuestas en la mente de una sola persona. En el arte, la independencia del sujeto es mucho mayor, como lo es la libertad de que en su fuero interno goza, y entonces esta función conectiva y organizadora del intelectual orgánico del sistema, deviene en la del crítico del mismo. Resulta relevante anotar este proceso para el caso del Vargas Llosa prosista, artista. ¿De qué lado se ubica? Ciertamente, obras suyas como las arriba citadas no le hacen al más mínimo favor a la dominación burguesa latinoamericana, por el contrario, le hacen una crítica despiadada e intransigente.

Estas contradicciones son de lo más común en el mundo de la creación literaria, y plantean otras preguntas: ¿Cómo ubicar, desde esta izquierda vulgar el papel de escritores como Cesare Pavese o Luigi Pirandello, explícitos partidarios de Mussolini y militantes del partido fascista? ¿Qué decir de Yukio Mishima, destacado ultraderechista? ¿Y Arthur Koestler y su evolución de un comunismo pro soviético al anti stalinismo y de ahí al anti comunismo? ¿Y Alexander Solyenitzin, Szandor Marai, Boris Pasternak y el mismo Octavio Paz? ¿Sólo son unos despreciables reaccionarios o renegados, cuya obra estética no puede tener valor por razones políticas? ¿Solo tiene valor el arte producido por sujetos afines a una predeterminada concepción progresista o revolucionaria y/o a los aparatos ideológicos de dominación que legitiman o censuran a su particular conveniencia la producción literaria?

Así, los pronunciamientos, del progresismo al izquierdismo, a raíz de la muerte de Vargas Llosa abarcan más allá de las descalificaciones personales hacia un personaje de la vida pública, para mostrar la estrechez que domina pensamientos ignorantes del papel del arte como radical fuerza revolucionaria. Gravísima omisión, verdadera tara del izquierdismo vulgar latinoamericano, que, a pesar de tener tantos elementos teóricos en la mano, pocas veces, como dijimos ya, se ha ocupado de elaborar un proyecto serio y propio hacia el arte y la cultura. Y por esas omisiones, ha sido débil para atraer a su esfera y retener en ella a muchos intelectuales (en el sentido gramsciano de la palabra), ofrecer una alternativa atractiva. No se trata de crear líneas “oficiales” para la ciencia, la tecnología y el arte, pero sí espacios de reflexión y acción sólidos que generen entusiasmo entre las mentalidades críticas. La responsabilidad de Vargas Llosa por sus pifias políticas es principalmente suya, pero desvivirse y centrarse en críticas como las que en estas semanas se han desgranado en su contra no sustituye las deficiencias de la izquierda, que evade su responsabilidad (que no culpabilidad, eso no) aunque sea parcial, por un fenómeno global de derechización de mucho del mundo intelectual.

A pesar de todo el Vargas Llosa escritor, el novelista es el que trascenderá. Sus posiciones políticas no sobrevivirán al paso del tiempo, pues la materia misma que abordan: la política, que en rigor es, actualmente, un proyecto de la burguesía, es coyunturalista, veleidosa, voluble, es espejo de la  visión fragmentaria y pragmática de la clase dominante; en cambio la prosa de Vargas Llosa es revolucionaria, como todo en el arte; es apertura a nuevas e innovadoras sensaciones, a horizontes de la vida y el espíritu humanos, reveladoras del infinito mundo de las sensibilidades, y la creatividad. Quedémonos con ese Mario Vargas Llosa.