Una vergüenza para México*

Víctor Flores Olea

A pesar de nuestro entrañable amor por la patria, hay ocasiones en que da pena ser mexicano. Como esta en que la traición y la sangre, y la ley de la selva, han vuelto a afirmar sus derechos. Rubén Jaramillo, el viejo luchador zapatista, fue asesinado junto con su familia, con armas del ejército y por hombres uniformados. Y esto cuando se nos repite monótonamente que vivimos en un régimen de derecho, de perfecta institucionalidad y orden; en 1962, cuando creíamos haber dejado atrás, como un mal recuerdo, las épocas de la crueldad y la venganza. ¿Habrá sido inútil la muerte de tanto mexicano esforzado por crear una patria más justa, más civilizada, más armoniosa?

Triste condición humana esta que no conoce otra forma de lavar sus afrentas. Sólo que el asesinato de Rubén Jaramillo, y de sus parientes indefensos, no es un hecho de sangre común, Rubén Jaramillo era un hombre público; mejor, era un hombre del pueblo, ligado a las reivindicaciones del pueblo. Es decir, tenía el título más alto a que puede aspirar un mexicano.

Es de elemental necesidad que las autoridades descubran los turbios fondos de este crimen. Caiga quien cayere. En tanto no lo hagan, viviremos sometidos a la ley del más fuerte, la sociedad mexicana estará a merced de quien tiene una brizna de poder, o de quien ejecuta las órdenes del poderoso. Ahora fue Jaramillo, ayer, Raúl Todd Estrada; mañana puede cualquier mexicano que luche por una causa noble. En tanto no se desenmascare a los autores materiales e intelectuales de este crimen, nuestro orden jurídico estará suspendido y nuestra comunidad, y cada uno de nosotros, viviremos en la zozobra y en inseguridad.

Pero reflexionemos un poco. El asesinato de Jaramillo no se ejecutó por razones personales, por motivos puramente privados, como lo insinúa mentirosa mente nuestra prensa. En el crimen intervinieron miembros del ejército. Un juez había dictado orden de aprehensión en su contra. Es decir, con certeza manos oficiales, no sabemos todavía de qué rango, es salir a la superficie. Todo En este crimen hay raíces más profundas, que indica están manchadas de sangre. que a Jaramillo se le asesinó por razones políticas, o por altos intereses perjudicados de alguna manera por la lucha en que estaba empeñado desde hace varios años el viejo agrarista.

Pero esto pone en tela de juicio todo nuestro régimen político y social. En 1962 Jaramillo luchaba por los mismos ideales por los que luchó Zapata hace 50 años. Lo que significa que la lucha de Zapata aún no concluye. Lo que quiere decir que nuestra reforma agraria apenas está a la mitad del camino. ¿La mejor prueba? Que sigue costando vidas: la de Jaramillo y las de tantos otros mexicas nos anónimos, humildes campesinos que mueren todos los días por una vida mejor.

En este asesinato, además de los autores materiales e intelectuales hay muchos otros culpables. Porque son culpables quienes defienden, por intereses egoístas, la triste situación actual en el campo, que hace posible que se cometan crímenes como éste; porque son culpables quienes, pudiendo, no han extirpado definitivamente las lacras de una «justicia» cavernaria. Y son culpables todos los que piensan y dicen que vivimos en el mejor de los mundos, que la Revolución Mexicana ha cumplido sus metas, que la reforma agraria es intocable, al mismo tiempo que un luchador agrarista se batía aún por las más elementales reivindicaciones campesinas, vivía en la inconformidad, quería un mundo mejor y más justo. Naturalmente, a escasos días del crimen, la prensa pretende echar un velo de olvido sobre el suceso que nos avergüenza a todos los mexicanos. Y no por motivos altruistas, sino porque de seguro se han movido poderosas influencias. Pero el pueblo de México no olvidará este crimen. No lo olvidará porque ha muerto uno de los suyos, un indomable batallador en favor de sus causas. ¿Pero lo olvidarán las más altas autoridades del país? ¿El presidente López Mateos, cuyo régimen nuevamente está en entredicho, desatenderá esta inaplazable exigencia de justicia? ¿Y, sobre todo, permitirá que siga adelante la situación de injusticia, atropellos y crímenes que impera en el campo mexicano? Por de pronto, él tiene la palabra. Aunque no olvidemos que, como siempre, la que cuenta al final es la palabra de los pueblos.

*Política, No. 51, Vol. III, 1 de junio de 1962.