Una reflexión en torno al “escrache” trans a Marcela Lagarde

Sandra Vanina

El escrache de un colectivo trans y no binarie contra Marcela Lagarde en la Universidad Complutense de Madrid ha encendido el debate feminista. Aunque la realidad es más compleja que los esquemas binarios, lo cierto es que han surgido dos grandes posiciones antagónicas que resumen bastante bien la problemática que ha despertado este hecho.

Por un lado están los que defienden a la académica feminista, quienes esgrimen el argumento de autoridad basado en su larga trayectoria. Resaltan que fue Marcela quien allanó el camino para la tipificación del delito de feminicidio en México, gracias a la traducción que realizó del concepto femicide, originalmente acuñado por la feminista radical Diana Russell.

Por otro lado están los que defienden la protesta trans, quienes esgrimen que las posiciones “transfóbicas” de Lagarde fomentan las tendencias “terf” al interior del movimiento feminista (es decir, de radicales trans-excluyentes). Dichas tendencias, arguyen, no sólo no se sostienen teóricamente, sino que deshumanizan a las, los y les trans, colocándolos en una situación de mayor vulnerabilidad.

Ambos bandos se componen por una pluralidad enorme de voces, aunque las feministas de uno y otro lado comparten tendencias autonomistas. A grandes rasgos, la diferencia radica en el peso que le confieren a las determinaciones biológicas y cómo las politizan, lo que da pie a posturas “trans-incluyentes” o “trans-excluyentes”. Ambas posturas pueden —y han sido— cooptadas por intereses ajenos al feminismo; sin embargo, en el caso del bando trans-excluyente son notorios los vasos comunicantes con la derecha. Así lo demuestra el reciente “tuit” de Raúl Trejo Delarbe en el que, además de expresar su “solidaridad” hacia Marcela aprovecha para criminalizar la protesta con su usual arenga de tufo antipopulista. Así también es posible encontrar a muchas defensoras feministas de Marcela que increpan a les manifestantes por su “intolerancia” y “violencia”, siendo que su protesta fue totalmente pacífica.  Ejemplos como estos pululan en las redes.

Sin embargo, no se trata tanto de ver quien tiene la razón como de tomar una postura política crítica que nos ayude a seguir avanzando como movimiento. En ese sentido, no podemos soslayar que actualmente estamos transitando una fase específica del neoliberalismo en la región que se caracteriza por el surgimiento de nuevas derechas patriarcales (capaces de ganar elecciones), mismas que buscan hacer frente a los proyectos progresistas que, con más o menos potencia dependiendo el caso, han logrado avanzar en la democratización de nuestras sociedades durante las últimas décadas. En este contexto toda conquista que involucre la ampliación de la democracia y de los derechos humanos es irrenunciable.

Como feministas, solidarizarnos con la comunidad trans, que históricamente ha sido excluida y violentada por el simple hecho de ser trans, es algo que no puede estar a debate. No obstante, el frágil equilibrio político actual no requiere de más antagonismos, y menos aún al interior de nuestros movimientos. Hoy más que nunca es necesaria la autocrítica para poder avanzar. En ese sentido hay que decir que, lejos de reflejar sólo un problema identitario, la lucha abierta entre el feminismo trans-incluyente y el trans-excluyente es un problema político que afecta al conjunto del feminismo y nos aleja de las bases a las que nos debería interesar más interpelar. Porque seamos honestas: la vasta mayoría de mujeres de los sectores populares no están preocupadas por el “borramiento de mujeres”; pero tampoco están interesadas en “deshacer al género”. A duras penas empiezan a reconocer que la violencia que las rodea no es normal.

Creo yo que eso marca la pauta del trabajo de base que deberíamos estar articulando: un trabajo de formación y acción política basado en lo que le es vital a las mujeres de los sectores populares. Un trabajo que luche por visibilizar y erradicar la violencia patriarcal, genérica y sexual, pero también por vivienda digna, servicios básicos, educación, salud y bienestar familiar. Porque si bien las políticas públicas orientadas a mujeres, como aquellas que apoyan a madres solteras, pueden significar la profundización de la división sexual del trabajo tal como existe, lo cierto es que de nada le sirve a la lucha contra el régimen patriarcal que las madres solteras sigan manteniendo solas a sus hijos. Más bien hay que seguir visibilizando que lo que hay ahí no son sólo padres ausentes, sino también Estados ausentes.

En la misma tesitura pienso en las  millones de mujeres que se asumen obradoristas y que están interesadas en desplegar una lucha nacional para conquistar más libertades democráticas, más derechos sociales y una mayor soberanía nacional, no sólo para las mujeres sino para la sociedad en su totalidad. Esta es una importante base popular a la que muchas feministas mexicanas no están prestando atención, tal como ya sucedió en los años 80 del siglo XX cuando las “feministas históricas” no integraban a las mujeres de las luchas urbano-populares porque ello representaba, según ellas, una pérdida de identidad y un menoscabo a la radicalidad del proyecto feminista.

En la actualidad el movimiento feminista en general sigue demasiado preocupado por cuestiones identitarias, lo que suele acarrear una pérdida de piso material que afecta la factibilidad de nuestras propuestas. En este aspecto, el feminismo trans-incluyente o queer no está libre de pecado como para tirar la primera piedra. Se trata de corrientes cuya lucha es indiscutiblemente legítima, pero que también debe pasar por un examen crítico y autocrítico. Y es que en su interior se han enquistado tendencias individualistas y despolitizantes producto del énfasis que se ha puesto en la cuestión de la libertad sexual e identitaria. Hay también un desprecio excesivo a las determinaciones biológicas, lo que representa el otro extremo de las posiciones esencialistas que tanto critican y que no hacen sino alejar de la lucha trans a mujeres de diversos sectores populares (véase la crítica a la teoría queer que hace la zapatista Nxu Zänä). Eso sí: nada de ello justifica que se señale a la comunidad trans como el enemigo, ni que echemos más leña al fuego del discurso de odio del que son objeto cotidianamente.

Dicho lo anterior, y con base en lo ocurrido en la Complutense de Madrid, voy a exponer por qué considero mucho más graves los errores políticos del feminismo trans-excluyente el cual, como dije antes, guarda inquietantes similitudes con discursos de la derecha.

Primero que nada hay que decir que en la izquierda no estamos por el reconocimiento ni por las medallas de honor. Nadie en su sano juicio negaría la contribución de Marcela Lagarde a la lucha feminista; pero pensar que eso la blinda a ella o a cualquier “vaca sagrada” de las críticas es una idea propia de sectores clasemedieros que creen más en la meritocracia que en la lucha de clases.

En segundo lugar, es un hecho que la antropóloga ha sostenido posiciones anti-trans que, además de transfóbicas (es decir, propias de una persona que le tiene miedo a las, los y les trans), son también conspiracionistas y deudoras del pánico moral más conservador. Porque Marcela ha llegado al exceso de afirmar que las luchas queer y de la diversidad constituyen un “movimiento neoliberal” que pretende “borrar” a las mujeres.  Y esto no sólo representa un despropósito político y sociológico, sino que es de una insensibilidad increíble; máxime cuando vivimos en el continente más peligroso para ser trans —lo que significa, por cierto, que las mujeres trans están en una posición de doble riesgo, por ser mujeres y ser trans.

No hay que olvidar en ese sentido lo ocurrido en el famoso evento virtual del CEIICH de la UNAM en marzo de 2022, donde Amelia Valcárcel y Alda Facio señalaron al “transgenerismo” como una amenaza para la lucha feminista y llamaban a ya no utilizar el concepto “género”. [1] Esta última incluso habló con orgullo de la guerra que le declararon a la comunidad sexo-diversa en el seno de la ONU. Fue dicho evento el que le valió a Marcela la etiqueta de transfóbica; y no es para menos, pues aunque sus intervenciones no fueron especialmente anti-trans, lo cierto es que el simple hecho de estar ahí y no manifestarse contra semejantes barbaridades constituyó un grave error político. Por si fuera poco, durante la mesa también se alcanzaron a ver, en tiempo real, mensajes del chat donde Alda Facio mandaba a borrar (¡vaya paradoja!)  a la teórica queer Gayle Rubin, cuestionando que Marcela la hubiera siquiera mencionado. Estos niveles de intolerancia y censura son los que se han ganado la digna rabia de la comunidad trans y queer hacia Marcela y otras académicas, pues demuestran que el ala trans-excluyente del feminismo es muy real, muy radical y muy peligrosa.

En ese sentido, y sumado a lo anterior, hay una tácita renuncia al quehacer político por parte de la antropóloga mexicana, pues toda voluntad política (cuando es verdadera) pasa por debatir con quienes no estamos de acuerdo y por lograr articularnos pese a las diferencias. Por el contrario, Marcela no sólo ha violentado a la comunidad trans con sus declaraciones, sino que también ha rehuido sistemáticamente al debate. ¿Y lo peor? Esta vez lo hizo escudada en la torre de marfil universitaria, donde no sólo no fue interpelada por la protesta de la comunidad queer de Madrid, sino que, en un gesto de desprecio, ¡se fue a otra sala a terminar su intervención! Frente a ello hay que ser muy claras y decir que el feminismo no ha sido construido para las universidades, sino para todas las mujeres: esas a las que tanto dice defender Marcela del malvado lobby queer, pero que termina olvidando en su soberbia académica. Ello representa una posición lamentable, sobre todo si tomamos en cuenta que son las pobres y racializadas (y con más razón, por supuesto, las que además son trans) quienes son marginadas de las aulas, a diferencia de aquellas mujeres que por su posición de clase pueden entrar en la academia y hasta vivir de ella. Con esta acción Lagarde sólo alimenta al detestable mesianismo universitario, el cual suele tener muy poco de revolucionario y mucho de conservador.

He desarrollado hasta aquí una crítica al feminismo trans-excluyente a partir del academicismo clasemediero, meritocrático, antipopular, conspiracionista y dogmático que se ha expresado en lo sucedido recientemente en Madrid y antes en la UNAM.  No me queda sino concluir llamando a que Marcela, como representante (por acción u omisión) de esta corriente, abra el diálogo y deje de alimentar estas divisiones al interior del movimiento que sólo benefician a la derecha.

Notas.

  1. Claro que el concepto de “género” tiene muchas limitaciones y debe dotarse de mayores determinaciones (tal como se ha propuesto desde el feminismo interseccional). No obstante, borrar este concepto del mapa difícilmente podría significar un avance, sobre todo si pensamos en el amplio uso que se le ha dado en los últimos años, sobre todo en ámbitos jurídicos y de políticas públicas.