Una pregunta problemática sobre el consumo problemático de sustancias

Diego Safa Valenzuela[i]

Actualmente hay debates apasionados acerca del consumo de drogas. Grupos de especialistas discuten sin alcanzar muchos acuerdos, más bien, encuentran más preguntas que respuestas. Debaten y debaten. Se cuestionan sobre el nombre que deben de ponerle a estas prácticas; sobre los tratamientos que se deben de seguir; sobre la composición de las sustancias; sobre la injerencia del Estado en la problemática; sobre si es preciso usar mecanismos bélicos o más bien ahorrarse vías prohibicionistas; sobre si se pueden fijar las coordenadas del consumo de manera universal o más bien definirlas de manera singular cada vez. Quisiera abonar con una pregunta más a este diálogo, que curiosamente, por más que se intente, no se llega a una respuesta concreta: ¿de qué está enferma la persona que consume drogas? Pensaría que, para dictaminar la naturaleza de este problema, la respuesta a esta pregunta tendría que ser fundamental. Sin embargo, la multiplicidad de teorías hace que uno pierda el hilo, o que deambule. Quizá no he encontremos una conclusión categórica, pero puede ser que podamos encontrar algunas respuestas.

En principio podríamos cuestionar la pregunta de la cual partimos, es decir, ¿es posible categorizar el consumo de sustancias como una enfermedad? ¿o más bien, una costumbre que permite tener una vida placentera, aligerar las dificultades que uno se encuentra para que sean un poco más llevaderas? Hasta podría nombrarse un artificio que permite andar. Un quitapenas[ii], en palabras de Freud. En ese sentido, habría que cuestionar aquellos dispositivos que categorizan el consumo como problemático; preguntarse, ¿se está patologizando un estilo de vida? ¿es necesario prohibirlo? Quizá hasta podríamos decir ¿qué consumo no conlleva problemas consigo?

Quizá habría que tomar la advertencia qué hace Freud. Las drogas pueden ser una solución de mitigar el malestar que detona la cultura, pero ya que son un artificio que se construye fundamentada desde la misma cultura; esta solución acaba por socavar el malestar que intentaba atenuar. Por lo tanto, propongo no obviar el sufrimiento que puede producir un consumo continuo y prolongado. Por lo tanto, es preciso preguntarse ¿cuándo esta práctica que pareciese placentera torna en ser enfermizo?

Quisiera continuar el sendero propuesto[iii] con un artículo sobre salud mental que Marx escribe con el fin de reflexionar sobre el aumento de taza de suicidio en Francia. El texto parte con la intensión de criticar la perspectiva que determina al suicidio como un acto antinatural o de cobardía, haciendo creer que la culpa del acto recae únicamente a la persona que tomó esa decisión. En contrapunto, Marx abre el cuestionamiento: “¿Qué clase de sociedad es ésta, en la que se encuentra en el seno de varios millones de almas, la más profunda soledad; en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse sin que ninguno de nosotros da presentirlo? Esta sociedad no es una sociedad; como Rousseau, es un desierto, poblado por fieras salvajes.”[iv]

Podemos reescribir la pregunta bajo los términos que estamos construyendo, ¿de qué está enferma la persona que opta por el suicidio? Remite indagar las razones del contexto social que conducen a este tipo de decisión. Marx delimita algunas: la impotencia económica para comprar los productos para las necesidades básicas; condiciones laborales extenuantes que impiden el goce del tiempo ajeno al trabajo; la incapacidad de realizar con cabalidad las exigencias sociales. Es notable que en este punto, Marx se aboca especialmente a pensar conflictos respecto al matrimonio, enlistando una serie de casos de personas que su amor rompía con las cláusulas del contrato nupcial y que, por lo tanto, habían sufrido una fuerte humillación y desprecio: embarazos fuera del matrimonio, amar a una persona del mismo género, no tener la solvencia para mantener a una familia. Nos hace cuestionarnos, ¿qué queda del amor cuando se reduce a un contrato económico en dónde se privatiza a la otra persona como cualquier otra mercancía?

Pero claro, en más de una ocasión, Marx advierte que el suicidio no es propio de la miseria, sino también atañe a las personas con riqueza. Es posible que se pierda el sentido del quehacer cotidiano si todas las necesidades están cubiertas. La ociosidad también puede contaminar el alma.

Entonces, si el deseo se inscribe bajo la reproducción del capital puede ser que su potencia se mortifique. El suicidio, desde esta perspectiva, es un asesinato. No es una decisión que se tome por tener falta de coraje para aguantar el dolor que implica la vida, sino termina siendo una salida ante los confines del capitalismo.

¿Podríamos pensar al consumo problemático de sustancias de igual manera? ¿sería una especie de suicidio? ¿una salida desesperada para abandonar las altas exigencias del capitalismo actual?

Dentro de esta línea de pensamiento podemos ubicar las reflexiones que hizo Frantz Fanon al atender a pacientes durante y después de su guerra civil argelina. Retomamos una de las preguntas que dirigían su quehacer clínico: ¿de qué está enfermo el argelino?

Quizá pueda parecer totalmente fuera de lugar argumentar que una persona está enferma de furia debido a la estructura de su cráneo. Fanon intenta desmontar esta perspectiva. Los psiquiatras de su época señalaban que los argelinos eran violentos porque les hacía falta una parte del cerebro frontal. Sostener este tipo de teorías implica decir que la diferencia anatómica conlleva a la inferioridad de este grupo de personas. Conclusión que sirve para justificar invasiones en territorios extranjeros con el supuesto de salvar a los habitantes de su propio salvajismo. Sin embargo, Fanon denuncia que el verdadero barbarismo es intervenir políticamente en otras naciones con tal de tener control económico y así, expropiar los recursos de la región. Desde esta perspectiva, la violencia de la población argelina fue respuesta ante la imposición francesa; una vía para buscar la autodeterminación de sí mismos y de su territorio. El odio llenó sus corazones de rencor, conduciéndoles a pensar que la única forma de afirmar la vida, de agenciamiento de la misma, era por medio de la destrucción de otras.

El colonizado idealizaba la liberación imaginando su vida como la del colono, es decir, con las condiciones materiales que sustentan su cotidianeidad; sus recursos, lo que consume, sus relaciones. De esta manera es que Fanon conceptualiza la función del sueño. Antes que los argelinos concretaran su liberación por una vía armada, Fanon indica que lo hacían soñando. Soñaban con otra vida posible, pero el material que conforma el sueño consiste en lo que poseía quién dominaba. Quizá se pueda pensar el consumir drogas como una vía de liberación o por lo menos soñar con ella.

En este punto, Fanon está señalando una paradoja; la respuesta que encuentra el pueblo argelino coincide con el prejuicio del conquistador. Actúan de acuerdo con el lugar que impuso su opresor: ser bárbaro, ser violento. Entonces es oportuna la pregunta, ¿los condenados pueden tener una voz propia? Lo explicamos con palabras de Fanon:

“El pueblo, a quien ha dicho incesantemente que no entendía sino el lenguaje de la fuerza, decide expresarse mediante la fuerza. En realidad, el colono le ha señalado desde siempre el camino que habría de ser el suyo, si quería liberarse. El argumento que escoge el colonizado se lo ha indicado el colono y, por una irónica inversión de las cosas es el colonizado el que afirma ahora que el colonialista sólo entiende la lengua de la fuerza”[v]

Si se están reproduciendo las ataduras discursivas y culturales hegemónicas, así como la dependencia económica de las potencias ¿De qué realmente se han liberado los países colonizados?

Pero es claro que el malestar de los argelinos no está dado por su fisionomía volvemos a la pregunta, pero entonces, ¿de qué están enfermos? Podríamos decir irónicamente que, de colonialismo, pero quizá siendo más precisos, apuntaríamos a la guerra que vivenciaron, es decir, enfermaron a estar expuestos a acontecimientos bélicos.

Entonces, ¿a pesar de que son distintos contextos, el abuso de sustancias es una enfermedad causada por la exposición a la guerra? Si esto es así, ¿de qué guerra estaríamos hablando?

Una respuesta muy obvia es recordar que durante el gobierno de Felipe Calderón[vi] se inició una guerra contra “la droga” o, mejor dicho, contra las empresas dedicadas a la producción y distribución de sustancias ilegales. Para pensar sobre este mecanismo bélico, propongo profundizar la respuesta rescatando el brillante trabajo que ha realizado Ruth Wilson Gilmore[vii] para analizar la función de la policía en gobiernos neoliberales.

Gilmore piensa al Estado edificado desde el neoliberalismo como una paradoja; en sus palabras: un Estado anti-Estado. Es decir, una maquinaria que trabaja en contra de sí misma con el fin de reproducir las relaciones entre las fuerzas productivas del capital y en la incorporación a la fuerza judicial. La novedad en estas edificaciones a otros Estados que operan en función del capitalismo, es la maniobra de deshacerse de las responsabilidades que se supondría a un Estado, a lo que llama “organized abandonment”, abandonamiento organizado, podemos traducir. Un intencional abandono de obligaciones que se orquesta de forma silenciosa, lenta y continua con alto grado de exactitud. Se diría que es una falta de gobierno, pero en realidad es una forma de gobernanza diseñada expresamente como vacuidad. Esta vía racional de abandonar las labores que conciernen al Estado tiene distintas funciones, la primera es propiciar la oportunidad a que agentes locales paraestatales asuman estas acciones, tal como labores de cuidado social, como educación, vivienda, pero a su vez tareas de seguridad como: militares, policía, prisiones. Una sombra que se recubre por empresas que no importa mucho si trabajan bajo parámetros legales.

La estrategia que parte de la inducción de la crisis para cumplir distintos objetivos, la primera tarea a cumplir corresponde a la del párrafo anterior; crear la oportunidad para que bienes sociales se capitalicen, lo cual consiste nuevamente en transformar la necesidad en mercancía. El segundo fin del abandono, es pauperizar la vida de ciertas personas a tal grado que la agencia sobre sí mismas sea acotada a sólo una decisión; aceptar las condiciones laborales establecidas o morir. A pesar de que se ha restringido la libertad a tales niveles, a su vez, la construcción de un para-estado da la ilusión de que el bienestar está en las manos de cada uno, que sólo es preciso trabajar para llegar a tener derechos, debido a que estos no están dados por el Estado. Esta supuesta libertad es una promesa, un futuro en el que se puede salir de ese contexto adverso con el esfuerzo individual, con heroísmo. Un sueño que se realiza con autoemprendimiento, pero no con una participación en procesos colectivos o democráticos, porque si la responsabilidad del Estado se diluye en todas las agencias paraestatales, dentro de esa bruma, resulta muy difícil exigir justicia a las instancias dedicadas a ello. Sin embargo, la ilusión de heroísmo insiste, haciendo creer que la justicia se puede realizar con las propias manos. Esta perspectiva se puede hilar con la idea sobre el consumo de sustancias como un sueño de liberación. Hablando sueños, ¿cuántas películas se han hecho de superhéroes en dónde se destruyen ciudades con tal de salvarse del mal?

Este autoemprendurismo hace pensar que la liberación es por medio de inducir la catástrofe, poniendo al Estado en jaque. Es así que una lucha antiestado es un posicionamiento político calculado por lo que el Estado del abandono. Regresamos a lo que Fanon señalaba; cuando los sueños de liberación se concretan, es cuando se detona la violencia. El abandono organizado es una operación muy bien medida para desintegrar, debilitar y distraer posiciones críticas.

Lo cual nos lleva a la tercera tarea del abandono organizado; una vez detonado el caos, después se adjudica la responsabilidad de la violencia a aquellas personas que buscaban una mejor calidad de vida. Me parece que en este punto es que lee Gilmore la masificación de la criminación y encarcelamiento como una técnica de gobernanza. En este desborde se erige la coerción policiaca como la única solución ante el crimen. Nuevamente es contradictorio, la violencia como una forma de poner orden. Entonces, mientras la crisis más avanza, también lo hace la especialización de la policía hacia una militarización. La población que previamente se ha precarizado, ahora acepta no sólo las condiciones de explotación, sino también de coerción, a tal punto que se justifica que la policía mate por racismo. La policía se crea como instrumento de represión dentro de un marco de lucha de clases, tomando a la población negra como una clase oprimida.

Es una paradoja, dos líneas entrelazadas que parecerían contrarias, una que aprieta y otra que parece suelta. Se tejen el abandono y la coerción, entramado que Gilmore llama con un juego de palabras: welfare-warfare. Si traducimos literalmente el concepto se pierde el juego de palabras que consiste en que se pueda confundir “bienestar” con “guerra”, una de baja intensidad de violencia con alta presencia policiaca. El malentendido entre la guerra con bienestar hace que aceptemos las implicaciones de vivir en un contexto de violencia. La legitimidad de los mecanismos bélicos no condiciona que sean imperceptibles. Vivir en un marco de guerra afecta, enferma. Es una violencia organizada sistemáticamente que opera visiblemente ante todos, pero que por estar aceptada opere de forma silenciosa, es decir, que no se hable de ello. Quizá es necesario consumir sustancias que sirvan como ansiolítico para tolerar esa cotidianeidad.

Si inferimos al consumo drogas como la búsqueda de una salida ante un contexto adverso, precario y violento, podemos preguntarnos ¿la enfermedad se desata por que el continuum bélico hace que el consumo tenga que ser compulsivo?

Quizá el consumo no sólo sirva para atemperar el descontento que pueda producir la precarización de la vida, sino también adormecer posibles agitaciones o rebeliones que se manifestaran en contra de las condiciones paupérrimas que orilla el neoliberalismo. En este sentido, la intoxicación sería una estrategia de coerción sin violencia.

Sayak Valencia es otra autora que trabaja esta violencia efectuada racionalmente, enfocándose en los mecanismos que operan en el narcotráfico. Su libro con mayor difusión, “Capitalismo Gore: Control económico, violencia y narcopoder” es un estudio que busca respuestas de cómo en el 2012, México estaba inmerso en una desencarnada violencia y cómo seres humanos eran capaces de ejercerla. Me gustaría recalcar tres puntos de esta investigación.  

El primero es en el Valencia indica como el mercado legal se sostiene de prácticas ilegales, es decir; no hay diferencia dentro de una producción capitalista entre la ilegalidad y la legalidad. Siguiendo a Marx, una de las contradicciones de las relaciones de producción capitalista consiste en la existencia del robo de tiempo del obrero como parte de su jornada de trabajo, pero es un acto que no es juzgado como ilegal o limitado por marcos legales; lo que permite que la explotación conduzca a limites mortales en función de la acumulación del capital[viii]. Ahora bien, el segundo punto del texto de Valencia, es cómo dentro de un marco de globalización, “el Estado en la era global puede entenderse más como una política interestatal mundial que al tiempo que elimina sus fronteras económicas redobla sus fronteras internas y agudiza sus sistemas de vigilancia. Dicha proliferación de fronteras, vigilancia y controles internos aumenta los costes, el auge y la demanda de mercancías gore: tráfico de drogas, personas, contratación de sicarios, seguridad privada gestionada por las mafias, etc.”[ix]

En este sentido, el narcotráfico no es ajeno a cadenas de producción, ni del comercio global. Es más, Valencia señala que la producción de estas mercancías es un esquema de empresas multinivel que tiene influencia en mercados y gobiernos como cualquier empresa trasnacional. Citamos nuevamente:

“A este respecto, la mafia se concibe a sí misma como pertinente dentro de las lógicas del mercado y busca instituirse como una marca registrada (TM) capaz de crear sucursales y franquicias. En Rusia, comenta Misha Glenny, la mafia chechena, conocida como McMafía por su poder transnacionalizador, ha logrado instituirse como una franquicia. Dada su reputación de ser la más violenta y sanguinaria del mundo, logró comercializar su nombre entre todos aquellos que no pertenecían a ella pero buscaban una forma de legitimarse dentro del negocio criminal, creando un nuevo nicho de mercado destinado a las modas criminales que se sostienen en la oferta y la demanda de especialistas en violencia”[x].  

¿Qué es lo que exporta esta empresa transnacional?

Es sabido que, para la reproducción del capitalismo, es preciso la continua renovación de mercado. La expansión concede abrir el espectro del consumo de mercancías fabricadas en sobreproducción, así como trasladar procesos de fabricación que sean incomodos para interior de la metrópoli; procesos que tengan un costo que no se quiera asumir, tal como la destrucción ambiental o la violencia.

Podemos decir que se exporta un modelo de administración que se debe seguir tal como indica la central para cumplir con los parámetros de calidad. La invasión es por medio de franquicias que se replican en diferentes territorios, quizá ya no es como lo vivió Fanon, pero la estrategia tiene el mismo fin. Un engranaje de esta maquinaria es el hiperconsumo.

Volvemos al cuestionamiento inicial ¿el problema en el consumo de sustancias se debe a la exigencia de hiperconsumo por la sobreproducción y la invasión de mercados, como tácticas de colonización en un contexto de globalización?

Se podría creer que una de las tesis del texto es que el uso problemático de sustancias se restringe a las clases condenadas del mundo. Sin embargo, es claro que no es así[xi], que el consumo crece, expandiéndose hacia todas las direcciones, como en un espacio abierto y liso, sin que tenga surcos que lo encause. ¿A qué se debe tal propagación? Quizá valdría detenerse nuevamente sobre el adverbio que se usa para caracterizar un tipo de uso, el consumo puede ser recreativo. Puede ser divertido. Un juego. Un medio para hacer uso del cuerpo como una fuente de pluralidad de placeres[xii].

La sustancia entra al cuerpo detonando intensidades afectivas; placeres que estallan y desorganizan hasta llegar a un punto álgido en dónde se desvanecen las funciones anatómicas, haciendo perder la proporción… despojando a ese cuerpo de órganos, en palabras de Deleuze y Guattari[xiii]. Desde esta plataforma se reformula el escenario, propiciando conexiones que antes parecían obturadas.

Quizá se piense que el consumo corresponde a un estilo de vida hedonista que escapa a fuerzas represivas que tienden conducir el deseo a axiomáticas que se reproducen sin permitir variaciones. Una ruptura. Pareciese que se construyen nuevos flujos que se extienden sin tener un fin preciso, sin destino. Nómadas. Pero cuando la sustancia es digerida, empieza a disminuir la velocidad de la montaña rusa que había viajado en espirales con gran potencia. La toxina es expulsada del cuerpo. Es preciso volver a introducirla.

El éxtasis es desplazado por desprecio. El cuerpo ahora lleno, saturado, sobrecodificado de injurias como las que señala Marx, hasta conducir a una catatonia; un cuerpo drenado de la vida que tuvo hace unos momentos. Aquella fuerza contestataria contra la regulación del deseo, ahora resulta una guerra contra el mismo nomadismo. Si bien, cabe la posibilidad de que al drogarse se liberen flujos y desmonten circuitos fijos, también el consumo puede encapsularse en mecanismos abstractos, limitando su flujo a la relación con la sustancia, sin conceder la construcción de nuevos territorios, nuevos lazos. Es decir, aquella herramienta que puede ser trasgresora, también puede ser un modelo para fundamentado en el hiperconsumismo.

Quizá es momento para reflexionar nuevamente si el consumo de sustancias es un conflicto. Pienso que es innegable que haya sufrimiento, que eso no se puede descartar. Como tampoco se puede obviar el creciente número de muertes por sobredosis o el de desaparecidos en la guerra contra el narcotráfico.

Ahora bien, nuevamente la dificultad que implica plantear la toxicomanía como una enfermedad, conlleva dimensionar las vías para que haya una cura. Refiere Frantz Fanon que encuentra problemas para identificar cómo “curar” a un argelino, tomando en cuenta que si categorizamos la cura como encausar al sujeto a una total homogenización a un medio social de tipo colonial[xiv]. Por lo tanto, ¿es necesario que los tratamientos de adicciones tiendan a restringir el consumo a niveles que sean aptos para que se continúe con una vida productiva precarizada?

Como se había advertido, este escrito no llegaría a conclusiones que describan con claridad la causa que provoca que el consumo sea conflictivo. Aun así, permite hacer una cartografía del tejido que sustenta esta problemática. Con el fin de hacer una recapitulación de este deambular, puntuare algunas aseveraciones a las que se arribaron: El consumo abusivo puede ser pensada como: una salida desesperada para abandonas las altas exigencias del capitalismo; una liberación realizada en sueños fundamentados en narcóticos; una vía para aliviar los malestares detonados por una exposición continua a la precarización de la vida; una estrategia de coerción sin violencia que consiste en adormecer movilizaciones criticas; una respuesta a la presión de consumir desmedidamente para ahuecar los mercados que han sido inundados por la sobreproducción de sustancias.

Si bien, son una serie de argumentos que se empalman y que quizá difuminen la visión en que se mira el fenómeno de las drogas, una conclusión clara es que la problemática del consumo no se le puede adjudicar a quién lo hace. Si se quiere enfocar este embrollo a una persona, quizá podríamos decir que lo patológico del consumo refiere a que el deseo se restringe solamente a ese acto que se repite compulsivamente y no a otras formas de relaciones; un cuerpo ha sido saturado de una sustancia hasta conducirlo a una catatonia, drenándolo de vitalidad. 

Otro punto al cual es claro advenir después de este desarrollo es que la cura o la salida a este atolladero consiste en construir vías para dignificar toda vida. Quizá es sea muy difícil hacer una propuesta formal, más bien, será una senda de investigación por realizar. Sin embargo, una luz que puede iluminar el camino sea vislumbrar el uso singular que se le da a la sustancia. Es decir, dimensionar el uso de la sustancia, si esta restringe el deseo a un ciclo que coarta la vida o la propicia. Por lo tanto, la represión policiaca, por más que se justifique con esta causa, parece que opera para otros fines. La estrategia no puede consistir en una guerra. Lo cual nos enfrentaría a un nuevo problema, ¿cómo construir un modelo de atención que propicie la singularidad y que permita dar cabida a una demanda tan grande?

 

[i]  Practicante del psicoanálisis desde su ejercicio clínico y en su transmisión; docente en la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Xochimilco y de Dimensión Psicoanalítica.

[ii] Freud, S. (1930 [1929]). El malestar en la cultura. En obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, p. 78.

[iii] Recomiendo altamente el trabajo que hace Fabian Naparstek desde la perspectiva clínica del psicoanálisis:  Naparstek, F. (2005) Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. Buenos Aires: Grama Ediciones.  

[iv] Karl, M. (1846) Acerca del suicidio. Buenos Aires: Colección Antropografías, p. 71.

[v] Fanon, F. (1963) Los condenados de la Tierra. México: Colectivo editorial último Recurso, p. 73.

[vi] Expresidente de México durante la etapa neoliberal. Durante su gobierno se firmó el acuerdo con Estados Unidos llamado “Iniciativa Mérida” el cual pactaba una estrategia bélica supuestamente para terminar con el narcotradico, la cual aún se lleva acabo.

[vii] Wilson Gilmore, R. (2022) Abolition Geography: Essays Towards Liberation. Londres: Verso.

[viii] Marx, K. (1975) El Capital. Crítica economica política. Libro primero. El proceso de producción de capital I. Ciudad de México: Siglo XXI editores. p. 292.

[ix] Sayak, V. (2016) Capitalismo Gore: Control económico, violencia y narcopoder. Ciudad de México. Editorial Paidos, p. 41

[x] Ibídem, p. 119.

[xi] Quizá sería interesante hacer un estudio de las diferencias en el consumo de acuerdo a la clase social, no sólo etaria o de género como comúnmente se ha hecho.

[xii] Foucault, M. (2021, 10 de noviembre). Michel Foucault, una entrevista (junio de 1982): Sexo, poder y la política de la identidad. El lobo suelto: Anarquía coronada.

https://lobosuelto.com/michel-foucault-una-entrevista-junio-de-1982-sexo-poder-y-la-politica-de-la-identidad/

[xiii] Deleuze, G. y Guattari, F. (2015) Mil mesetas (capitalismo y esquizofrenia). España: Pre-textos.

[xiv] Ibidem, p. 195.