Un salvaje del Perú*
Traducción y notas de Raúl Soto
Un día de noviembre de 1849, Aline, Marie y Paul Gauguin[1] desembarcaron en el puerto del Callao e hicieron el corto recorrido en coche hasta Lima. La primera impresión de Aline habría sido favorable. El Callao estaba mejor cuidado que la capital, tenía avenidas anchas y una impresionante columnata de arcos frente a la fortaleza del Real Felipe, que estaba coronada con una torre de varios niveles. Desde cierta distancia Lima habría parecido también atractiva, con su fila ordenada de casas bajas de quincha, sus balcones de madera tallada que cubrían las calles y el horizonte atravesado por las torres barrocas de las grandes iglesias. Los visitantes usualmente comentaban sobre la total apariencia española de la ciudad, haciendo referencia a Sevilla o más precisamente a Granada; ya que al norte del barrio del Rímac se elevaban cerros, muchas veces nublados a causa del aire cargado de polvo, por ser Lima un lugar donde casi no llovía.
Sin embargo, cuando el coche había alcanzado la Portada del Callao, la entrada oeste al centro de Lima, Alina se habría dado cuenta que gran parte de la ciudad estaba descuidada, sus calles sin pavimentar, sus edificios públicos en estado de deterioro y la recolección de basura estaba a cargo de los gallinazos; que no eran muy eficientes que digamos. Las ciudades de Arequipa y Cusco habían conservado su elegancia colonial pasada, pero en la constante lucha por el poder que había caracterizado los primeros años de la república, nadie se había preocupado por mantener o embellecer la capital. Las mansiones privadas todavía se mantenían majestuosas, como en la época colonial, pero la propiedad pública se había deteriorado. Paul Gauguin mucho después escribiría: “Todavía recuerdo mi calle, donde los pollos picoteaban los desperdicios. En esos días Lima no era lo que es hoy, una gran ciudad suntuosa”[2].
La casa Echenique, donde don Pío[3] residía, estaba ubicada en la calle de Gallos (hoy avenida de la Emancipación 253); por entonces una parte relativamente nueva de la ciudad, ubicada al oeste del centro antiguo. La casa de una planta –una precaución inteligente en una ciudad plagada por los terremotos‒ tiene una simple fachada clásica angosta y oculta el tamaño real del edificio, que abarca todo el ancho de la cuadra. La casa original había sido construida para Francisco de Carvajal, uno de los primeros conquistadores, ejecutado cuando cayó en desgracia con los hermanos Pizarro. Sin embargo, la casa fue completamente reconstruida luego del terremoto de 1746, que había destruido la mayor parte de la ciudad. Desde que los Echenique[4] la adquirieron, la mansión había sido modernizada de acuerdo con el gusto europeo de la época: los pisos cubiertos a la moda con azulejos italianos de terracota roja, diseñados con flores verdes y amarillas.
Había suficiente espacio para los tres visitantes: tres jardines interiores se sucedían, uno a continuación del otro. Cada uno daba a habitaciones iluminadas por tragaluces en el techo (las ventanas teatinas introducidas en el Perú por los jesuitas); que a la vez servían de puertas a las amplias azoteas, donde se guardaban cosas de la familia gracias al perpetuo clima árido.
Quizá porque se encontraba en la cúspide, habiendo logrado todas sus ambiciones, o tal vez porque realmente sintió compasión por la bella y joven viuda y sus hijos pequeños, don Pío acogió a Aline como lo había hecho al principio con la madre conflictiva [Flora Tristán], pero en el caso de Aline el cariño persistió. Los tres fueron bienvenidos, les asignaron habitaciones y sirvientes, y les hicieron sentir que los horrores sufridos eran cosa del pasado. Lima sería su hogar por todo el tiempo que desearan.
Paul Gauguin tenía 18 meses cuando lo trajeron a Lima y siete años y medio cuando la dejó. Los biógrafos de Gauguin no han estudiado detenidamente este periodo de su vida debido a que son los años infantiles, asumiendo que no tuvo un efecto importante en su desarrollo. Sólo aquellos estudiosos que han identificado correctamente las raíces peruanas de su arte se han dado cuenta de la importancia de esos seis años. Sin embargo, no trataron de seguir los pasos de Gauguin visitando la ciudad. (…)
Hasta cuando llegó Aline pocos habían prestado atención al arte antiguo de los indígenas. Si querías ver una escena del antiguo Perú recurrías al pintor Luis Montero, cuya tela enorme representando a los conquistadores con el cadáver del Inca Atahualpa fue pintado cuando los Gauguin estaban en Lima,[5] al estilo de los artistas pompierfranceses. Los funerales de Atahualpa era un cuadro academicista, una obra de historia falsificada, con doncellas indígenas desoladas y vestidas como coristas de la ópera Carmen. Era, por supuesto, muy admirada durante esa época y todavía domina la entrada al Museo de Arte de Lima.
Pero, por una curiosa inversión del gusto, fue el interés de los franceses por el arte precolombino que suscitó la reacción de los criollos peruanos. Empresarios con contactos peruanos habían comenzado a coleccionar cerámica precolombina y objetos de plata. Aline también empezó a coleccionarlos modestamente.
Durante la estadía de Aline en Lima, una colección francesa fue exhibida en el antiguo Palacio de la Inquisición. Además de las excavaciones oficiales, la mayoría del material disponible para el coleccionista amateur provenía de los indígenas que traían las piezas a Lima, sacadas de las innumerables huacas de todo el país. Los compradores sabían poco de los diferentes estilos: las raras vasijas Chavín con gollete cilíndrico y asa estribo, representando figuras mitad animal y mitad humana; los más comunes recipientes funerarios Chimú de doble pico y las vajillas Mochica o Moche de la costa norte. Algunos tenían la intensidad del rojo tierra, otros un negro casi laqueado. Muchos parecían tener vida: papas, frejoles y tubérculos, vituallas para después de la vida y un huaco retrato con la mejilla inflada por una bola de coca, una costumbre común para aguantar el dolor y aumentar la resistencia.
Aline coleccionaba esas cerámicas y también figurines de plata sólida. Su hijo Paul siempre se refería a ellas como Inca, un concepto erróneo común. Probablemente eran piezas Chimú y Mochica: fáciles de conseguir en Lima durante esos años. Ambos estilos fusionan la escultura con la cerámica, son bastante ornamentados y no sirven para el uso, a no ser como ofrendas funerarias.
Las vasijas mochicas suelen representar un esqueleto amortajado similar a las momias encorvadas en posición fetal, arropadas como muñecas, que durante los tiempos precolombinos eran puestas en la tierra para fertilizarla. Si Gauguin vio una de ellas cuando vivía en Perú o sólo las conoció por las cerámicas Mochica, no lo dice, aunque cuando vio una en París mucho después, se convirtió en una de sus imágenes recurrentes en su obra. Por lo menos una cosa sí es segura: la pequeña colección de Aline fue la introducción al arte para Paul Gauguin (…)
Hoy, la casa en Lima está en ruinas. En 1992, el imponente zaguán todavía sobrevive, flanqueada por dos columnas clásicas, cada una coronada por la cabeza de una gárgola gritando, imitando el rictus macabro de los cráneos de las momias peruanas. En 1898, en Tahití, Gauguin usó esta imagen para la figura jorobada que representa la muerte y la resurrección en su obra más importante: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?[6] Lima siempre estaba con él. “Soy un salvaje del Perú”, repetía Gauguin, burlándose de sus oyentes incrédulos, sabiendo que era cierto.
*“Un salvaje del Perú” es el título de la sección de la biografía escrita por David Sweetman, Paul Gauguin: A Life, 1996.
[1] Aline Chazal era hija de Flora Tristán, la pensadora y proto feminista francesa, y André Chazal. Flora era hija del criollo peruano Mariano Tristán y de la francesa Thérèse Laisnay, aunque nunca se casaron. Aline se casó con Clovis Gauguin. Clovis era un periodista que apoyaba la república y después de la Revolución de 1848 tuvo que abandonar Francia con su familia. Murió en el Estrecho de Magallanes durante la travesía al Perú.
[2] Gauguin no mantuvo una comunicación epistolar con ningún familiar peruano y su referencia a la Lima de fines del siglo XIX es sentimental.
[3] Pío Tristán y Moscoso era hermano menor de Mariano y había sido el último virrey nominal del Perú. Pío era tío abuelo de Aline, había sido militar y tenía una considerable fortuna.
[4] Victoria Tristán, hija de Pío, se había casado con el militar José Rufino Echenique. Durante la estadía de Aline y su familia en Lima primero fue vicepresidente y luego presidente. Su gobierno fue uno de los más corruptos del siglo XIX y Echenique fue derrocado en 1855, por los días que los Gauguin regresaban a Francia.
[5] En realidad, Los funerales de Atahualpa fue pintado en Florencia entre 1865 y 1867.
[6] En 1967, Wayne V. Andersen publicó el artículo Gauguin and a Peruvian mummy demostrando que el pintor se inspiró más bien en una momia de la cultura Chachapoyas. La momia se exhibió en el Museo Etnográfico de París desde 1878 y sin duda Gauguin la conocía. En 2014, Stefan Ziemendorff, en “La momia de un sarcófago de la cultura Chachapoyas en la obra de Paul Gauguin” corrobora que el artista hizo varios bosquejos de ella. Además, Ziemendorff hace un estudio completo de las obras de Gauguin donde aparece la referida momia.