Un populismo situado y transmoderno

Juan Pablo Sanhueza Tortella

Para poder explicar los qué y los por qué de nuestra situación histórica y política, siempre es importante recurrir a lo inmediato, al espacio-tiempo que ocupamos y las vivencias que nos atraviesan (y constituyen). Así, desde la experiencia política y militante de habitar Chile en un contexto de revuelta popular y sucesivas irrupciones destituyentes a la vez que el intento de dar una salida constituyente desde la institucionalidad, es innegable que las recetas preconcebidas y las soluciones importadas han sido estériles o a lo sumo han quedado cortas para explicarnos, entendernos y proyectarnos hacia el futuro como comunidad política.

Chile es, por estos tiempos, la excusa perfecta para pensarnos: un acontecimiento de ruptura radical contra-hegemónica como fue la revuelta popular del 18 de octubre de 2019; la institucionalización liberal del poder constituyente consiguiente con una Convención constitucional cuya composición armonizaba con el ánimo del momento en tanto tuvo como novedad la irrupción de la fuerza política denominada lista del pueblo, inorgánica pero diversa, impugnadora y extra-parlamentaria; un rechazo histórico y contundente a la Constitución propuesta por dicho organismo, así como la posterior respuesta reaccionaria con un Consejo constituyente delimitado en su actuar por un borrador de Constitución Política preconcebido por pretendidos expertos designados por los partidos políticos con representación parlamentaria y un Consejo con mayoría republicana[1] a tono con la recapitulación conservadora de gran parte del espectro político (progresistas inclusive).

Así las cosas, a la intensidad de la agenda electoral de Chile, debemos responder con un pensarnos descansado para el que las respuestas inmediatas, rápidas y efectistas que la mayoría de las veces se ponen sobre la mesa a la hora de mirarnos en este ciclo corto de pulsiones emancipadoras y conservadoras, es insuficiente.

Es en relación con ello que, en el relato hegemónico y los discursos oficiales comenzó a asomar un término que no por viejo deja de ser novedoso en su mérito: el populismo.

Una suerte de toxina mortal que lo contamina todo, que “daña la democracia y nuestras instituciones” que “acaba con la racionalidad y la buena política”, que horada en definitiva cualquier posibilidad de prosperidad futura para nuestro alicaído país, otrora jaguar de Latinoamérica, con cifras macroeconómicas envidiables mientras que la economía familiar consistía en hacer malabares para llegar a fin de mes con un pedazo de pan bajo el brazo y alguna que otra cuota pagada de alguna que otra deuda suscrita para poder vivir al nivel de lo que la producción cultural del Norte global nos decía que debíamos aspirar. Así las cosas, el populismo venía a ser ese invitado incómodo, un puesto que no estaba servido en la mesa, o así al menos nos lo daban a entender las horas de televisión y las hojas de periódicos que tenían claro que ese era el enemigo pero no quienes lo sostenían, ni qué lo definía realmente.

Si bien, al hablar de populismo asoma inmediatamente el nombre de Ernesto Laclau, debemos tener en cuenta que ha sido Dussel quien problematiza de manera fundamental su categoría y alcances; así, Enrique Dussel diferencia el populismo «histórico», que ubica entre las 2 guerras «mundiales», y al que no considera como categoría negativa, sino un proyecto político fruto de una coyuntura específica que afirmaba cierto nacionalismo con relativa autonomía de las clases gobernantes. Fenómeno que también se dio en otros lugares del planeta. Y por otro lado, lo que hoy se llama populismo, peyorativamente, en relación con toda medida, movimiento social o político que se oponga a la globalización. A todo lo que se oponga al proyecto neoliberal.

Al decir de Ernesto Laclau: «En lugar de contraponer la “vaguedad” a una lógica política madura dominada por un alto grado de determinación institucional precisa, deberíamos comenzar por hacernos una serie de preguntas más básicas: “la vaguedad de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social?»

Si bien Laclau rescata el término y le imprime un sello de estrategia de construcción del pueblo en sí, es Dussel quién instala la cuestión que debiese anteceder el concepto propiamente tal, estableciendo que para hablar de populismo, antes deberíamos conceptualizar y definir  qué es lo popular, qué es el pueblo y desde allí, sus derivados.

Siguiendo, entonces, la necesidad de pensarnos, este es el primer elemento que puede explicarnos: un momento de vaguedad e indeterminación de la realidad social nos acontece en Chile al punto de que todas y cada una de las interpretaciones de manual que se han propuesto definir los pasos y/o etapas del acontecimiento chileno han chocado con la porfiada realidad que nos invita más a pensar este momento como una suerte de articulación de demandas diferentes que de manera eventual y contingentemente se entrelazan en una cadena de equivalencias en virtud de alguna investidura radical, ya sea una Nueva Constitución, ya sea un “que se vayan todos”. Es desde esa perspectiva que el vapuleado populismo nos otorga herramientas útiles para no intentar dar salidas apresuradas ni conclusiones de manual a un contexto político e histórico en curso. Sino para pensar el acontecimiento como una suerte de noción de lo común, como un tipo de encuentro de iguales luego de un largo sueño neoliberal.

Si bien he entendido al populismo como una ontología de lo político, por cuanto su antiesencialismo nos permite construir un sujeto contingente y no anclado en determinismos anacrónicos o importados a la fuerza en momentos de indeterminación de la realidad social. La dificultad, no obstante, se encuentra al querer involucrarnos de manera profunda en el postulado inicialmente señalado, que dice relación con una necesidad no abordada hasta ahora: la ontología.

Así, el populismo toca techo. Aquí me acojo a la crítica que ha hecho el mismo Damián Selci: «el Pueblo “hace de cuenta” que está desde el principio. Se comporta como fundamento, como causa. Pero sólo se comporta, digamos “aparentemente”.»[2] Es decir, habida cuenta de ese fundamento como causa, el pueblo está investido (en la acepción lacaniana del término) de una pretendida inocencia al desentenderse del proceso de construcción del mismo como sujeto político, impidiendo aquello que –ese pueblo construido pero autopercibido como esencia– intervenga en su propia situación y en definitiva reduce su acción a una suerte de fórmula algebraica óntica y no a la potencialidad propia que podría liberar al pensarse en términos ontológicos. Desde otra perspectiva, diríamos que el pueblo se auto-percibe como inocente, ¿De qué? De todos los males que le aquejan, de todas las demandas insatisfechas y, en definitiva, reduce su acción posible al mero acto de demandar toda vez que, aunque convengamos que el pueblo propiamente tal es una construcción contingente, ello no obsta a que dicho pueblo construido se entienda esencia, se perciba como que siempre estuvo allí, se entienda como un cuerpo anterior a la formulación de las mismas demandas que, una vez insatisfechas, generarían las condiciones de su propia existencia como pueblo en sí.

Para embarcarnos, entonces, en un nuevo pacto social, no basta con acordar las formas ni estrategias de construcción del Pueblo sino que es necesario acudir a un estadio anterior, al ontológico en tanto lugar desde el cual nos concebimos y concebimos el mundo. Al decir de Rodolfo Kusch, necesitamos resolver cuál es el sujeto a filosofar, es decir, debemos decidir un modo de habitar nuestro suelo, y hallar allí la forma de pensamiento para entender nuestra realidad, en definitiva un pensamiento situado que reconozca la realidad propia de nuestro pueblo como un lugar irreductible para cualquier comienzo posible de pacto o diálogo nacional. A saber, lejos de querer superar ese estado de inocencia y esencia auto-percibidas del pueblo, una respuesta estaría en indagar de manera filosófica nuestro lugar en el mundo, la historia y su devenir; en perspectiva de futuro y no en un acto nostálgico hacia el pasado. No buscaremos lo que pudo ser y no fue, sino que nos encontraremos en lo que somos para seguir siendo.

Todo lo contrario que se ha hecho en el proceso constituyente-destituyente chileno que no por ser sui generis en las formas lo ha sido en el fondo. Los debates que se han tomado acerca de este ciclo versan sobre adoptar o importar tal o cual modelo político del mandato democrático europeo (en un eje parlamento-ejecutivo) antes que mirarnos a cara descubierta a la luz de nuestra propia historia y desde nuestra situación particular. ¿De qué manera vamos a poder incidir en nuestra propia situación acudiendo a salvatajes ajenos? No será en los postulados de la democracia liberal europea, ni en las máximas de un pretendido racionalismo ilustrado, donde logremos hallar el camino y hallarnos en esa búsqueda de origen. Al respecto, será necesario referirnos a la transformación de la subjetividad ética en la política señalada por Enrique Dussel por cuanto:

(…) una transformación profunda o revolucionaria instantánea, producida por la toma del poder desde las instituciones objetivas, es frecuentemente un espejismo superficial. Cambiar la subjetividad colectiva de un pueblo lleva decenios, siglos. Se puede efectuar una aparente revolución institucional, pero queda intacta la subjetividad cultural y ética de un pueblo. Se trata de profundizar el diagnóstico. ¿No habrán fracasado algunas revoluciones latinoamericanas porque pusieron la atención sólo en la transformación institucional, política o económica, y olvidaron la transformación subjetiva ética, deformada por un diagnóstico burgués de la realidad que los hundió en el consumismo, todo lo cual se acrecentó l contar con un estándar de vida que les permitió soñar con un tipo de vida destructivo de la naturaleza y que define la felicidad por el mayor número de mercancías que puedan adquirirse en el mercado? Al final, gobiernos de izquierda educaron burgueses egoístas y no miembros críticos y creadores de nueva cultura y actitudes ecológicas ante la vida, la naturaleza y la comunidad. ¡La ética era necesaria en la constitución de una nueva subjetividad social![3]

Si bien, en este texto Dussel aborda la necesidad de una nueva ética para la nueva subjetividad social, me parece que ilumina sobre el tema en comento, por cuanto es efectivo que no sólo burgueses egoístas ha cultivado la falta de situacionismo en nuestras perspectivas de análisis histórico y construcción política, sino que también lo ha hecho respecto de las colectividades que mancilladas de su potencia creadora y crítica no han sabido sacudirse del resabio neoliberal, colonial y atávico de su propia construcción en cuanto tal.

Ahora bien, a esa necesidad situacional debemos agregar un último condimento: la perspectiva transmoderna. Para retomar este pacto de futuro, es fundamental no dar por sentados lugares comunes que han devenido sustancia desde lo que la modernidad excluyó y negó. Desde nuestra concepción como colectividad política hasta la negación y exclusión de prácticas que denominaríamos con toda seguridad como democráticas, radicalmente democráticas. Tal es el caso de la forma circular que torna el centro de la cosmovisión del pueblo Mapuche. Cuestión que se expresa en la toma de decisiones, en la vida cíclica de sus procesos e inclusive en la forma de habitar el territorio. Respecto a la toma de decisiones, como ejercicio profundamente democrático, huelga repetir que en esta parte del mundo hemos invisibilizado y apartado de la posibilidad democrática institucional siquiera al potencial que tiene la reunión o trawün, donde todas y cada una de las personas participantes en este real consejo de diálogo y definiciones cotidianas y políticas, es escuchada y considerada en tanto miembro pleno de la comunidad. En su reemplazo hemos decidido adoptar la forma parlamentaria cartesiana propia del modelo neoliberal que excluye de suyo el papel de las emociones en cualquier relación humana y nos pone en un plano de búsqueda de una pretendida verdad en torno al consenso fruto del eterno discutir. Cuestión distinta a la que supone el trawün donde no sólo tiene lugar el disenso sino que no hay una verdad revelada a priori en cambio si hay emociones y arrojos humanos en torno a las materias que les convocan. Entonces ¿Por qué no organizarnos en la forma de trawün[4] para, desde la práctica misma, intervenir en nuestra propia situación histórica, geográfica, social? Si hace 5 siglos aproximadamente (1673) el maestro de campo de los tercios, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, en sus memorias tituladas “Cautiverio feliz”, en un contexto polarizado y antagónico en las relaciones hispano-mapuche, como lo fue la Guerra de Arauco, relató el alto grado de cultura de los mapuche, la humanidad con que trataban a sus enemigos y las virtudes de un pueblo que basaba la resolución de sus conflictos en el encuentro, el parlamentar, el diálogo en igualdad de condiciones y posiciones, al mismo tiempo que sugería al rey de España no perseverar en una Guerra inútil y nociva para el entender entre pueblos. A modo irónico, diría: si no queremos valorar, abrazar e incorporar la cosmovisión organizativa y radicalmente democrática de los mapuche en su justo mérito y en virtud de su propio sostén, al menos hagámoslo a través de un cautivo de guerra del pueblo Mapuche que supo valorar, encandilarse y sorprenderse con el alto grado organizativo y sentimental que logró demostrar este pueblo a la luz de un contexto complejo y antagónico.

Retomando entonces, la cuestión de las demandas insatisfechas como el origen de la construcción de pueblo, a la vez que dicho pueblo no las entiende como tal por cuanto se auto-percibe esencia y no construcción contingente. A dicha cadena de demandas insatisfechas, puestas en equivalencia según la posibilidad de investir a una parte por el todo, como ha propuesto Ernesto Laclau, le incorporamos (o le anticipamos para estos efectos) la creación situacional y la perspectiva transmoderna, quizás allí hay una posibilidad para seguir pensándonos en vez de que nos sigan pensando. 

Por otra parte, la cadena equivalencial de demandas insatisfechas que nos propone la perspectiva populista de Laclau, además de ser una estrategia para la construcción del pueblo en tanto ontología de lo político, también se presenta como la posibilidad de concatenar el locus transmoderno que nos convoca a raíz del pensarnos. Es decir, la cadena equivalencial no sólo sería una operación de demandas contingentes insatisfechas sino que puede subvertir una suerte de grafo de lo transmoderno a la hora de abordar el lugar que ocupa la lucha de esas demandas insatisfechas en un lugar y tiempo determinado.

Lo anterior nos permitiría dar un carácter contrahegemónico a la cadena de equivalencias (y de diferencias) en tanto la insatisfacción podría no ser exclusivamente una referencia a demandas insatisfechas sino que a la falta de referencias situadas de enunciación, posición y visión de lo que nos acontece. En esa mirada, la filosofía de la liberación vendría a ser el motor que catalice o ponga en valor la cadena ya mencionada y las relaciones de equivalencia y diferencia se den desde ese vínculo transmoderno y no desde demandas que se articulan en un paradigma moderno y/o sus derivados directos, como lo sería la posmodernidad, por ejemplo.

Por lo pronto, el populismo se presenta como una estrategia de construcción del pueblo más no nos permite acudir en la búsqueda ontológica del cómo llegamos hasta aquí, sino simplemente nos da una ayuda para comprendernos en el aquí y ahora, quizás el cómo seguimos caminando juntos, inclusive.

Allí entra la filosofía de la liberación y su entramado histórico a la vez que su posición por asumirse parte de una línea filosófica reivindicativa de quienes habitamos este lugar en el mundo. La revuelta popular y su rechazo elitista no es sino la expresión contemporánea de la pugna entre la modernidad de enunciación liberal por no decir europea, y, la forma, modos, costumbres y pulsiones de nuestro propio devenir como comunidad que no logra ser localizada ni abarcada por una concepción de la vida y el mundo que nos es ajena y extraña. Desde la pertinente crítica elaborada a la modernidad por Felipe Guamán Pomá de Ayala hasta las revueltas chilena y latinoamericanas hay un hilo conductor que no debemos invisibilizar sino todo lo contrario.

Bibliografía

SELCI, Damián. Teoría de la militancia, organización y poder popular, editorial Las Cuarenta y El río sin orillas, 2018.

DUSSEL, Enrique. Hacia una nueva cartilla ético política.

LACLAU, Ernesto. La Razón Populista, editorial Fondo de Cultura Económica.

DUSSEL, Enrique. 1492, el encubrimiento del otro, editorial Las Cuarenta.

CAYUQUEO, Pedro. Cautiverio feliz, memorias del maestro de campo de los tercios Francisco Nuñez de Pineda y Bascuñán. Editorial Catalonia.

[1] Me refiero aquí al Partido Republicano, fundado por el ex-candidato presidencial José Antonio Kast y cuyos postulados son identificados con la derecha radical (al menos en lo que refiere a la política parlamentaria).

[2] SELCI, Damián. Teoría de la militancia, organización y poder popular, editorial Las Cuarenta y El río sin orillas, 2018.

[3] DUSSEL, Enrique. Hacia una nueva cartilla ético política. Publicación de la Secretaría de Educación, Formación y capacitación Política. Comité Ejecutivo Estatal, MORENA Ciudad de México. P. 83. 2020.

[4] El Trawün es la reunión del pueblo mapuche, que no sólo tiene por finalidad resolver cuestiones puntuales sino que dice relación con la cultura de reunión, diálogo y encuentro-acuerpamiento del mapuche. Sugiero visitar la siguiente narrativa en torno al trawün https://www.mapuexpress.org/2016/02/29/trawun-palabras-que-bailan-como-el-humo-y-fluyen-como-el-agua/}

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