Dussel en tiempos de superviolencia

Eduardo Sabugal

Esto lo escribo mientras sigue llevándose a cabo el genocidio en Gaza, el Estado nuclear y terrorista de Israel se empeña en exterminar al pueblo palestino. Cuánta falta nos hará Dussel para pensar y repensar la dimensión ética en este mapa geopolítico que se metamorfosea de forma acelerada, en un infierno, en una barbarie en donde la irracionalidad parece conducirnos al espectáculo pasivo, y por eso más atroz, de nuestra propia extinción como humanidad. Atravesamos ya, por eso que la palabra alemana dürftiger significa, y que ha sido traducida como carencia, escasez, desastre o indigencia, aunque la más famosa traducción a partir del poema Pan y vino de Hölderlin es la de penuria. Justamente la pregunta que le interesó desarrollar a Martin Heidegger ¿Y para qué poetas en tiempos de penuria? La toma en realidad del poema de Hölderlin. Nosotros podríamos replantearla como ¿Y para qué filósofos de la liberación, en tiempos de penuria? Cuando la penuria es en la actualidad aciagos tiempos de superviolencia. Aunque Enrique Dussel ha fallecido, su pensamiento seguirá siendo como la luz de una linterna encendida en plena luminosidad solar que se convierte en extremo necesaria, cuando la noche de los tiempos de penuria nos opacan todo entendimiento y nos sumergen en la oscuridad. Es decir, el pensamiento de Dussel seguirá siendo una guía y seguramente su rica obra seguirá siendo leída una y otra vez, difundida, estudiada, analizada, y lo más importante, puesta en praxis.

Avizorar una dimensión ética, pasa por el acto de solidarizarse con las víctimas de millares de civiles palestinos que están sufriendo bajo los intensos bombardeos. Si algo nos enseñó Dussel fue precisamente que la teoría tenía que ser práctica y viceversa, “no se está primeramente en el mundo en posición teórica o contemplativa y después practicando o llevando a la práctica lo ya pensado. Por el contrario, el modo primero de ser en el mundo es la prâxis y solo desde ella y por razones existenciales el hombre alcanza la actitud teórica” (Dussel, Para una ética de la liberación latinoamericana. Tomo I, 1973, pág. 40). Salir a las calles para condenar el genocidio que lleva a cabo la política sionista de Netanyahu, así como exigir el rompimiento diplomático de relaciones con el Estado de Israel es un posicionamiento político, ideológico, pero ante todo ético. Lo mismo realizar y promover un boicot económico a las marcas que sostienen económicamente ese Estado genocida.

Después de poco más de un mes de haberse iniciado el asedio salvaje e inhumano contra civiles palestinos, en medio de una agresión que dista mucho de ser una guerra, un ministro de Israel de nombre Amichay Eliyahu, de un partido ultranacionalista que se llama “Poder Judío”, durante una entrevista radiofónica dijo que lanzar una bomba atómica contra los palestinos en Gaza, podría ser una posibilidad, y aunque en apariencia fue una ocurrencia individual, no compartida por sus superiores, y él mismo al parecer, después aclaró que era algo metafórico y no literal, nos deja resonando en el alma y la conciencia el riesgo que todos sabemos y olvidamos, o queremos olvidar, desde Hiroshima, el riesgo que todos tememos y obviamos como posibilidad, desde que fuimos obligados a vivir en la era atómica. El riesgo, en definitiva, de una guerra nuclear. Aunque no oficialmente, el Estado de Israel, se sabe, ha desarrollado armamento nuclear de forma encubierta desde hace más de 50 años, como lo ha investigado la comunidad internacional a partir del Incidente Vela. Nos estamos convirtiendo en un triste monstruo colectivo que ha perdido la memoria humana, como lo predijo José Revueltas, quien sabía, desde 1968, que para entender las coyunturas históricas, era necesario estudiarlas dentro del contexto atómico del mundo, pues en la era atómica los contenidos de la realidad quedaban alterados y subvertidos a la capacidad armamentista de tipo nuclear. El mundo se halla “enajenado del todo al conjunto del dominio de la superviolencia organizada de los Estados nucleares […] Las palabras ya no dicen nada, los convenios, los tratados, los pactos, las declaraciones de los Estados, de una parte y la otra -del Este y del Oeste- contienen propósitos e intenciones que no son aquellos que las palabras expresan o son justamente los contrarios” (Revueltas, 2020, pág. 217). Los voceros de Israel dicen que combaten al grupo terrorista Hamas pero matan civiles, dicen que un territorio les pertenece cuando en realidad lo están ocupando violentamente, llaman criminales terroristas a los palestinos que resisten pero ellos bombardean hospitales, escuelas e iglesias. Vivimos ya, como lo explicó Revueltas, en una correlación de fuerzas entre Estados nucleares que no tienen ningún contenido de clase, y para poder superar esa etapa, si es que aún es posible, y éticamente tenemos que pensar que es posible, tendríamos que luchar por la libertad, no de unos países u otros, sino luchar por una libertad, como decía Revueltas, unívoca e indivisible, por eso de Londres a Washington DC, de París a Santiago de Chile, de Estambul a la Ciudad de México, se marcha por Palestina. En un texto titulado Libertad y técnica en el mundo contemporáneo, Revueltas escribía “La irracionalidad imperialista, al realizarse y afirmarse en una devastación atómica ya ocurrida, ha creado al mismo tiempo su contrario dialéctico en la libertad, que aparece como la primera y única necesidad humana sensible, despojada de su contenido de clase, que haya podido darse jamás en una sociedad dividida en clases” (Revueltas, 2020, pág. 225), es decir la única forma de oponerse a la irracionalidad del totalitarismo tecnológico-político al que nos ha llevado esa coordinación técnico-económica del capitalismo más salvaje, desde Hiroshima a la fecha, es la de pensar teóricamente una sociedad distinta, pero también realizarla prácticamente, que sea una sociedad irrestrictamente democrática y libre. La superviolencia de un estado nuclear, como muy probablemente lo sea Israel, es la superviolencia de un estado terrorista. Tal y como recientemente Recep Tayyip Erdoğan, presidente de Turquía, ha advertido: «Nosotros, como Turquía, hacemos este llamamiento: las armas nucleares de Israel, sin lugar a duda, deben ser inspeccionadas antes de que sea demasiado tarde». Agregó que se le debería dar seguimiento a esa inspección urgentemente puesto que Israel no forma parte del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, y eso le permite estar exento en absoluto a las reglas contenidas en ese Tratado. Por eso lo único que se puede hacer es, democráticamente, exigir que el resto de los Estados no sean cómplices e indiferentes. Las exigencias y reclamos que se gritan en las marchas que muestran indignación ante la barbarie y la irracionalidad, no debe ser desoída, porque es lo correcto desde el punto de vista ético. Ante la violencia de una superpotencia, debemos oponer la coacción legítima de liberación. La liberación, pasa primero por la exigencia de justicia, la demostración práctica del desacuerdo con el dominador que pretende exterminar al dominado. Dussel, en sus Reflexiones sobre “Hacia la crítica de la violencia de Walter Benjamin”, escribió: “Los grupos, clases, movimientos, naciones oprimidas que se levantan contra la dominación cumpliendo una praxis (o fuerza, o coacción) de liberación legítima, ejercen lo que Walter Benjamin denomina “violencia divina”. La “violencia mítica”, trágica, o moderna (que parte de una descripción del “poder político” como dominación, y no como “poder obediencial”, diría Evo Morales) se origina efectivamente en la violencia injusta como instauración y permanencia de un orden opresor fetichizado: la totalidad totalizada donde el Otro es asesinado como Abel” (Dussel, Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad., 2015, pág. 216). Hoy, después de las miles de toneladas de explosivos que han caído sobre territorios palestinos, durante más de un mes, después de los miles de niños y niñas asesinadas, de hospitales, escuelas e iglesias bombardeadas, después del uso de fósforo blanco contra civiles, cobra sentido el grito que retumba en las calles de todo el mundo, romper relaciones con Caín, sancionar a Caín, detener a Caín, enjuiciar y castigar a Caín.

Sin embargo, para poder llegar a lo que Dussel llama praxis de liberación legítima, es necesario pasar de la mera fraternidad, a la solidaridad. De ahí que los planteamientos de Dussel sean tan necesarios, urgentes, hoy, que vivimos en tiempos de penuria, en tiempos de esa superviolencia, que para colmo, se transmite en vivo y en directo a todo el mundo, ante el silencio cómplice de millones. La planicie de las redes sociales, las pantallas planas que convierten en fotones las imágenes dantescas de miles de niños mutilados y masacrados, de edificios que se desploman dejando miles de cadáveres y heridos bajo los escombros, esa aparente neutralización de las imágenes, forman también parte de la misma violencia.

Para alcanzar la liberación, el imperativo pues, es pasar de la mera fraternidad a la solidaridad. Dicha transición queda explicada por Dussel en Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad, y la explica a través de una exégesis convertida en hermeneusis, de un pasaje bíblico, que en forma de parábola (midrash), nos entrega la pedagogía del buen samaritano. En el libro de Lucas 10, versículos del 25-37, se cuenta la historia de un hombre que fue asaltado, golpeado, y dejado herido en el camino. Después de ser ignorado por dos personas que pasan indiferentes ante él, un sacerdote que pasa de largo y un levita, es decir por un miembro de la tribu de Leví, la más venerada por la clase elitista de Jerusalén, pasa un tercer buen hombre que sí siente compasión por él y no sólo le cura sus heridas sino que paga un alojamiento para él. “Es decir, los sabios, los mejores, los legalistas, los más venerados del sistema no pudieron asumir la “responsabilidad” por la víctima, por el Otro” (Dussel, Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad., 2015, pág. 193). Ser samaritanos en la lectura de Dussel, es reconocer en el prójimo (plesíos) a un próximo, a un Otro con mayúsculas que necesita de nuestra ayuda, de nuestra solidaridad. No daría tiempo aquí de explicar toda la profundidad con la que el filósofo Enrique Dussel ha analizado el episodio bíblico, pero baste decir que el relato es sociopolítico, y que la interpretación de la historia del samaritano no es mítica, no es aristocrática ni democrática, es crítica; no es teórica, es práctica; no es sólo ética, es socio-política. Ayudar al otro no porque lo indique la ley o porque estemos obligados a ello, sino por solidarios. Enrique Dussel entiende la solidaridad como una emotividad crítica volcada a la exterioridad sufriente de la víctima, algo que surge de las entrañas, un conmoverse profundo. Algo, como explica Dussel “radicalmente diverso a la mera “fraternidad” de Derrida; pero tampoco es la compasión de Schopenhauer, ni la conmiseración paternalista, o la lástima superficial. Es el deseo metafísico del Otro como otro” (Dussel, Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad., 2015, pág. 193). El Otro como otro, podría ser la frase sintética que resume el postulado ético de un humanismo cuyo método es ponerse en lugar de los pobres, y desde ahí hacer el diagnóstico de las patologías del Estado. Ponerse en el lugar de las víctimas de la superviolencia, que hoy parece casi imposible en muchas geografías y en los cuarteles mediáticos de los medios hegemónicos, no sólo sería para Dussel el inicio de una teoría y una práctica ética, sino también un método político, que hoy sería una linterna en medio de la pesada y negra noche que nos aplasta.

Bibliografía

Dussel, E. (1973). Para una ética de la liberación latinoamericana. Tomo I. Ciudad de México: Siglo XXI.

Dussel, E. (2015). Filosofías del sur. Descolonización y transmodernidad. México: Akal.

Revueltas, J. (2020). Obra Política. Tomo 1. Cuestionamientos e intenciones. Dialéctica de la conciencia. Ciudad de México.: ERA.

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