Trump vs. Petro y la dignidad nacional como principio

Shameel Thahir Silva
En la segunda temporada de Lioness, una serie de Taylor Sheridan—famoso por Yellowstone—, el personaje interpretado por Morgan Freeman, quien encarna al secretario de Estado de los Estados Unidos, conversa con el director de la CIA sobre cómo las organizaciones del narcotráfico han evolucionado hasta convertirse en gigantes trasnacionales. En la serie, estas organizaciones no solo se dedican a la venta de cocaína, sino que también operan en mercados ilegales como la trata de personas. Comparadas con los grupos terroristas que históricamente Estados Unidos ha combatido en el Medio Oriente, estas redes criminales son presentadas como monstruos que amenazan constantemente la frontera sur del país y que, además, tienen conexiones con los enemigos estratégicos de la potencia en decadencia: Irán, Rusia y China.
Sheridan es un maestro de la televisión, capaz de construir historias sólidas desde una perspectiva marcadamente conservadora, muy afín a las ideas de quien hoy vuelve a ocupar la Casa Blanca: Donald Trump. En la misma temporada de Lioness, se refuerza la idea de que es necesario militarizar la frontera con México, bajo el argumento de que no se puede confiar en las autoridades mexicanas para combatir el narcotráfico. De hecho, hacen incursiones militares en la serie sin siquiera tener en cuenta una consulta a los mexicanos. Lo llamativo es que en ningún momento se plantea la posibilidad de perseguir a los narcotraficantes estadounidenses, como si todos los involucrados en este negocio fueran personas racializadas y migrantes, despojados de cualquier agencia en un tablero geopolítico donde los únicos protagonistas son los guardianes de la «última frontera» —que en la serie son todos militares y espías— entre el «mundo libre» y el caos absoluto.
En su primera semana como presidente, Trump puso en marcha una operación mediática y política de gran alcance con la intención de demostrarle a sus bases en Estados Unidos y en el resto del mundo que su compromiso con la expulsión de migrantes irregulares es real. Lo hizo bajo la narrativa falsa de que todas las personas deportadas son criminales peligrosos. Con esta estrategia de gran escala, el trumpismo deja claro que, para su agenda, la migración es ilegal y no un derecho humano.
Durante su discurso de posesión, la única mención de Trump a América Latina y el Caribe, más allá de declarar a las organizaciones del narcotráfico como terroristas, fue su énfasis en que la relación con los 33 países del continente estaría centrada en la migración. Esa prioridad quedó clara en su cruce de declaraciones con el presidente Gustavo Petro en la red social X, donde el mandatario colombiano demostró a países más grandes, como Brasil, que es posible hacer frente a las imposiciones del gobierno estadounidense con firmeza y coherencia, sin salir mal parado en la defensa del interés nacional.
A pesar de las amenazas de Trump de aumentar drásticamente los aranceles a productos colombianos, y de la respuesta de Petro de imponer medidas recíprocas a productos estadounidenses, esta demostración inicial de fuerza y el cálculo de sus consecuencias—no solo económicas, sino también políticas—llevaron a que el gobierno estadounidense llegara rápidamente a un acuerdo con Colombia. Así, se logró evitar la deportación en condiciones indignas de migrantes colombianos.
En una reciente entrevista con Univisión, el periodista insistió en que este no era el primer episodio de tensiones diplomáticas con Estados Unidos y que, en su opinión, esta era la peor crisis en la historia de las relaciones entre ambos países. Petro respondió de manera acertada y pedagógica, recordando que la peor crisis fue la separación de Panamá, cuando Estados Unidos le arrebató ese territorio a Colombia.
Tras este episodio, se desató una operación mediática que intentó instalar la idea de que Petro «cedió» o «reculó» ante Trump, aunque la realidad fuera otra. Además, varios espacios de opinión especularon sobre las posibles consecuencias de la amenaza arancelaria de Trump. Sin embargo, una semana después, el presidente estadounidense activó la misma estrategia contra México y Canadá, argumentando que favorecen a China, la migración irregular y el narcotráfico. La respuesta de los gobiernos de esos países fue idéntica a la de Petro: aplicar medidas recíprocas ante cualquier arancel impuesto por Trump. A diferencia del establishment colombiano, en México y Canadá sus sectores políticos y empresariales cerraron filas en torno a sus gobiernos en defensa de la soberanía nacional, mientras que en Colombia los medios y ciertos sectores políticos se siguen preguntando si la dignidad es un valor relevante en las relaciones internacionales.
Estos episodios sirven para recordarles a los nostálgicos del neoliberalismo que la política no se reduce a simples intercambios comerciales ni a la búsqueda de una balanza de pagos favorable para los grandes empresarios del país. La política también es símbolos, ideas, objetivos, horizontes de sentido y principios. Es empujar las contradicciones. Si no se hace política desde esos valores, los gobernantes no son más que simples gestores de mercancías y personas y no liderazgos que empujan sus ciudanías a nuevos horizontes.
La asignatura pendiente en este escenario sigue siendo una verdadera y efectiva unidad latinoamericana y caribeña. Aquella que logramos vislumbrar en Mar del Plata en 2005, cuando los gobiernos del continente dijeron de manera clara y coherente «no» al ALCA. La diferencia en aquel momento fue que las pocas voces que apoyaron a Bush fueron las del presidente colombiano, Álvaro Uribe Vélez, y el mexicano, Vicente Fox. Sin embargo, aunque la historia no es lineal, tiene sus ciclos interesantes, y hoy ya no son las grandes corporaciones y sus tecnócratas quienes gobiernan en ambos países.
Necesitamos una unidad que haga viables los proyectos de vida latinoamericanos en sus propias tierras. Una unidad que enfrente desafíos sistémicos como la crisis climática y el caos geopolítico. Una unidad que nos permita construir un horizonte de sentido más allá del tan cacareado «sueño americano» que Hollywood nos ha inoculado en el sentido común.