Trump, el sepulturero, y el tiempo mexicano

CE, Intervención y Coyuntura
Ha sido una semana agitada. Trump pateó el avispero, tal como se sabía sucedería. Lo hizo en fin de semana para matizar algunas turbulencias. En público es vociferante y gritón, pero se ha calculado atrás: busca efectivamente tener mejores condiciones de fuerza y también medir el agua del terreno. Se nota que hay un equipo atrás. Trump sepultó el discurso del libre comercio, del mercado libre y todo eso que el neoliberalismo vendió como la panacea cosmopolita, comprada por los Roger Bartra, los José Woldenberg o los Enrique Krauze.
Trump sepultó el neoliberalismo, para reafirmar el capitalismo norteamericano, en un mundo que ya no se sostiene “unipolarmente”. Como se ha escrito estos días, prefiere reconocer la multipolaridad con sus propias condiciones y no caer derrotado del todo. Pero, lo que en México o Canadá es el tema de la semana, en Estados Unidos es una de muchas cosas más.
Por eso vale la pena sentarse a mirar la astucia de la historia, encarnada en el pueblo, que colocó a López Obrador en 2018 y a Sheinbaum en 2024: desbaratar el régimen político de la transición, que precarizó al Estado mexicano creando una estructura burocrática-consultora paralela a sus funciones. Estado espejo que no respondía a la soberanía popular. Se pudo haber dejado algunos resquicios de aquello, para simular o aparentar algo, pero no se hizo. Se lanzó con el Plan C y enterró los recovecos e incrustaciones que el Estado tenía en función de la agenda neoliberal.
Acierto histórico el barrer previamente las lapas que el neoliberalismo prendió del cuerpo social y que se verifica con el giro que el sepulturero Trump viene hacer, no en nombre de la justicia y la redención popular, sino de los ultra ricos de la tecnología, quienes harán lo propio –adiós a la USAID y toda su “agenda” donde se podía pasar por progre, radical, subversivo pero anti-socialista– en Estados Unidos.
Estamos 180 grados distantes de 1994, cuando las fronteras se abrieron. No hay más consenso, ni soft power, sino pura relación de fuerza, que se mida según la capacidad de los estados. Por ello, la tarea central es fortalecer al Estado-(pluri)nacional en concordancia con la estrategia de vinculación con el sur del continente. Habilitar como alternativa comercial de peso el interoceánico y no caer en las provocaciones y bravuconadas del sepulturero.
El mundo está cambiando. Lo que nos queda a los subalternos, precarios, asalariados, no es por supuesto una clase universal que hará la revolución troskista el día de mañana, sino la necesidad de construir el Estado, derrotando a la reacción interna, dispuesta a colocarse como tapete a Trump. Es un escenario inédito, que en algo se parece más al de hace un siglo que al de hace tres décadas, pero que, sin duda, demanda mayores capacidades de la sociedad y el Estado.
El tiempo mexicano es el de la construcción soberana en todos los frentes: comunicacionales, energéticos, alimentarios, militares. Movilizar será una parte de la batalla, el construir una otra identidad antiimperialista; pero en donde se juega el proyecto de largo plazo es en la dimensión nacional-popular. El año, económicamente, es complejo y causará reveses serios, pero, ideológicamente puede ser la catapulta para una versión renovada y efectivamente soberana de la 4T.
Las paradojas de la historia son así: cuando más parece estar bajo ataque, hay posibilidades mayores de forjar la identidad y la práctica de un nuevo tiempo, algo que la anterior cárcel neoliberal no permitía y limitaba al discurso. Trump, sepulturero del neoliberalismo a nombre del agresivo capital, permite un nuevo sendero. Tocará a la elite que gestiona al Estado mexicano, capitalizar el apoyo popular. El tiempo mexicano, guste o no, es de soberanía nacional-popular y de sortear los saldos económicos. El tiempo mexicano es de política, antes que de economía.

