Traven y yo
Mauricio Aguilar Flores
Cada mañana, a escasas cuadras del Palacio Nacional, Noema Corona de 85 años y su esposo Valdemar Cruz de 84, abren la cortina del local número dos en el 72 de la Calle Justo Sierra. Juntos, recorren cada día de oriente a centro la Ciudad de México para abrir su puesto de ropa. Además de comerciantes y de practicar el cristianismo ambos se declaran abiertamente obradoristas.
Para Noema el día comienza temprano, se levanta a las seis de la mañana a preparar el almuerzo y de una vez la comida que se van a llevar. Valdemar tarda un rato más en despertar. Cuando la comida esta lista comparten los alimentos mientras platican de las actividades que habrá en el templo. Recogen la mesa después de acabar el café y preparan sus cosas para salir. Primero toman el trolebús elevado en Ermita. De ahí a Constitución, luego a Chabacano y trasbordan a la Línea 2 para bajarse en el Zócalo. Cuando está cerrada la estación se bajan hasta Bellas Artes y caminan un rato para llegar al local.
Después de abrir las pesadas cortinas metálicas, lo segundo es colocar las prendas en el marco de la puerta a forma de exhibidor y abajo a la izquierda, la cesta de las ofertas dice: $6 pesos la pieza. Por último se barre la entrada. A lo largo de 40 años, la tienda ha recibido cualquier clase de gente: desde los clientes normales, parejas a punto de divorciarse o invidentes del centro, hasta un joven que los visitaba frecuentemente para platicar y que después de un rato de ausencia la pareja reconoció su rostro en un periódico que reportaba la captura de aquel peligroso asesino.
En su juventud, Valdemar llegó de Oaxaca para estudiar contaduría en el Instituto Politécnico Nacional. Supo reconocer las oportunidades que el “Tata” Cárdenas abrió para que miles de personas como él pudieran estudiar. Los movimientos sociales de los años sesenta fueron para él una avalancha de consciencia que tocó a toda una generación. Noema, comerciante desde niña, pasó su infancia en Tlaxcala. En lugar de las muñecas prefería jugar a que atendía la tienda. Aprendió de su padre el precio de luchar por las causas justas, enseñanzas que durante su vida puso en práctica.
A la par que trabajaba en la maquila aprovechaba los trayectos para leer La rebelión de los colgados de B. Traven. El coraje que le invadía al leer las torturas que los patrones ejercían contra las comunidades tzotziles de Chiapas, la inspiraban lo suficiente para acusar a su propio jefe de cacique explotador el lunes y para incitar a sus compañeros a formar un sindicato el martes.
Ambos recuerdan con claridad cuando se acostumbraba a votar por el PRI. Reconocen que la tradición influenció su voto durante mucho tiempo pero cuando las injusticias fueron cada vez mayores y el partido dejó de ayudar a la gente decidieron cambiar su voto. Vieron en Cuauhtémoc Cárdenas una opción diferente. Después votaron por Fox, no por convicción sino para sacar al PRI. Pero finalmente, desde hace 18 años, encontraron en López Obrador la opción que mejor los representa pues los beneficios de los programas sociales no solo impactaron en su vida diaria sino que devolvieron la dignidad a un sector de la sociedad que había sido discriminado sistemáticamente. Por ello se ríen cuando los partidos conservadores quieren colocarlos como víctimas de un gobierno abusivo que se aprovecha de su inocencia y los compra por unos cuantos pesos.
Es la visión añeja de un modelo que no reconoce personas sino mercados. Que clasifica los cuerpos según su productividad. Son 15 millones los adultos mayores que hay en nuestro país. 15 millones de personas quienes su saber e importancia no radican en la visión romántica de su bondad infinita sino en la relevancia de su conocimiento proveniente de la experiencia, de la ciencia o de ambas y que será fundamental para la reconstrucción de la unidad familiar en el segundo episodio de este amplio movimiento transformador.