Salinas Pliego y Luis Pazos: ideología y envilecimiento

César Martínez (@cesar19_87)*

El becerro de oro es el último dios que le falta a la humanidad por combatir. Por fortuna, se encuentran ya muchos que piensan que el dinero no es dios, y que, si es útil para muchas cosas, nada tiene de respetable.

Melchor Ocampo

La obsesión por posicionarse pronto en nichos medios y altos de la pirámide del estatus social en México dejó de ser una vaga, pero extendida, idea de éxito económico para transformarse en todo un sistema ideológico, cuyos grandes exponentes han sido primero Luis Pazos y después Ricardo Salinas Pliego. Quien aplaude los tuits de este último quizás no sepa quién es Pazos, pero la base social que el magnate mexicano está formándose vertiginosamente demuestra que Pazos ha tenido una influencia superior a la de caciques intelectuales con más poder para crear y destruir carreras en el mundo cultural, universitario y periodístico tales como Enrique Krauze o Héctor Aguilar Camín.

Haciendo una breve semblanza de este fascinante personaje en este párrafo, el abogado veracruzano Luis Alberto Pazos de la Torre fue el escritor de best-sellers que acompañaron el meteórico ascenso de TV Azteca tras su privatización: pese a no ser economista, Pazos tradujo el proyecto económico del régimen neoliberal en términos entendibles para las audiencias de la entonces nueva joya de la corona de Salinas Pliego. Para terminar pronto, sin Pazos es imposible comprender el miedo abrumador que invade a miles de personas de las generaciones 80s y 90s al escuchar las palabras “comunismo/socialismo”, “Cuba/Venezuela” y “Populismo/Paternalismo”.

Es decir que Pazos creó toda una estética e iconografía sobre el miedo a ser pobre (imágenes de edificios maltrechos a punto de colapsar y carcachas soviéticas circulando en La Habana; gente muriendo tiroteada al cruzar el Muro de Berlín; niñas y niños desnutridos caminando descalzos en Guerrero, Chiapas o Oaxaca) que, como contraparte, es la estética e iconografía de Ricardo Salinas Pliego: volando en faraónicos aviones privados, hablando inglés con acento americano de academia militar privada, yendo vestido de traje impoluto al derbi de Kentucky, o siendo dueño de jugadores y equipos de fútbol de liga mexicana comercial.

Bajo esta ya común estética de repulsión al necesitado y adoración al opulento, Pazos además edificó un sistema ideológico más duradero que los discursos neoliberales del PRI o del PAN de inicios de siglo 21: siendo ambos partidos políticos formales, sus plataformas solían exigir de sus simpatizantes niveles mínimos de instrucción política en cuanto a conocer las instituciones del Estado y la Constitución (recuérdese la cantaleta de “reformas estructurales” en la extinta barra de opinión de Azteca a la media noche, después del noticiero Hechos y del programa de dimes y diretes deportivos Protagonistas). Así, la virtud de Pazos fue desplazar dichos requisitos de conocimiento mínimo sobre la vida pública, por un sistema simple cuyo eje gira alrededor del falso dilema entre libertad personal o libertad política: él buscó y consiguió de manera exitosa colocar a las audiencias televisivas ante una disyuntiva retórica, un chantaje burdo pero eficaz, donde dedicar tiempo a alfabetizarse políticamente implicaría renunciar a la libertad personal, tan necesaria para emprender negocios, ganar dinero, disfrutar del ocio y de la vida, conseguir colocarse en la oficina o la empresa, subir o mantenerse en la escala social y, en resumen, “darme a mí todas esas cosas y objetos que son mis aspiraciones.”

De modo que la genialidad de Luis Pazos fue pelar la cebolla neoliberal (cuyas capas eran hechas de frases tecnocráticas escritas intencionalmente para confundir a la gente) y alcanzar su centro filosófico: la experiencia imaginaria de la libertad individual, usada como mecanismo de escape de la realidad social, económica, política e histórica. Acaso la primera vez que Salinas Pliego usó él mismo públicamente este mecanismo de escape, negando la historia política de México, fue cuando tras el asesinato del presentador Francisco Stanley en 1999 mandó al gobierno de izquierda de la Ciudad de México al carajo. “¡Si no pueden, renuncien!”

Tras dicha frase hay realmente un crucial debate cultural que Luis Pazos ha ganado en los corazones y las mentes de vastos sectores de clase media: esto es, entender que la función del Estado se reduce a garantizar sin importar el cómo aquello que el clásico pensador inglés John Locke definía como “la vida, la libertad y los bienes individuales”, o simple y sencillamente, la propiedad privada entendida como derecho natural sin contemplar el bien común. La muerte de ‘Paco’ Stanley, bajo la clásica interpretación de Locke realizada por Pazos en sus libros a favor de las privatizaciones, representó para Salinas Pliego una falla fatal del Estado, (falla, no como demostración de las causas estructurales del delito de homicidio doloso, las cuales jamás son abordadas en la programación de Azteca), sino como una violación al derecho individual de uno de sus empleados, y por lo tanto una violación a su derecho de propiedad privada.

Haber creado una estética de la opulencia sobre un sistema ideológico que entiende libertad personal como sinónimo de individualismo, al estilo de Pazos y Salinas Pliego, nos remonta a las críticas de Melchor Ocampo en el siglo 19 contra el culto “al becerro de oro” y “al dios dinero.” Se trata, en otras palabras, de que el debate cultural arriba mencionado fue efectivamente previsto por nuestros liberales de la Reforma, tanto en su aspecto de economía política, de concentración de la riqueza en pocas manos; como en el aspecto relativo a la degradación de la condición humana: “una aristocracia del dinero”, escribía Mariano Otero, no solo obstaculiza materialmente el libre ejercicio del derecho social al trabajo, sino además propaga vicios que envilecen, desmoralizan a la sociedad como la usura, el agiotismo, el fraude, el rentismo y la estafa. Esto, sin contar una serie de comportamientos a través de los cuales las relaciones humanas se denigran, comportamientos que en el México de hace 200 años eran llamados coloquialmente como la empleomanía.

Siendo ávido lector del liberal francés Alexis de Tocqueville, Otero entendió que las amenazas más peligrosas del nuevo despotismo contra la incipiente democracia en México vendrían del poder económico convertido en “poder extraconstitucional.” Sí, la idea oligárquica siempre ha supuesto secuestrar las instituciones, pero lo verdaderamente moderno es capturar lo cultural y cotidiano: la ideología de Luis Pazos es, pues, una evolución de las antiguas ideas conservadoras de Lucas Alamán, padre histórico de nuestra derecha, acerca de establecer el gobierno de las clases pudientes haciendo que el resto de la población “adquiera gustos de lujo, consumo y civilización”, como el propio Alamán escribía en los periódicos reaccionarios de aquellos días.

Podemos concluir. Ahí, donde ni el PRI ni el PAN, ni Krauze ni Camín, han logrado hacer que sus ideas políticas aguanten la velocidad de la historia, Luis Pazos sigue más vigente que nunca con el sistema ideológico del nuevo despotismo avanzado por Alamán: imponer por medio de la cultura la relación imaginaria entre libertad personal y éxito económico detrás de la vida y milagros del “Tío Richi” en las redes sociales.

*Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bristol y en Literatura estadounidense por la Universidad de Exeter.

Bibliografía consultada:

Reyes Heroles, Jesús (1988) El liberalismo mexicano I, II y III, Fondo de Cultura Económica, segunda reimpresión.