Réquiem por el kaiser

Julio Muñoz Rubio

¿Por qué tan rara vez en este mundo buen gusto y genio vemos reunirse?

Pues porque aquel teme a la fuerza, en tanto el otro a todo freno se resiste.

J.W. Goethe.

Gran parte de la opinión pública concibe a los alemanes como gente ruda, inflexible, tosca, autoritaria y hasta grosera. Y quizás razón puede no faltar en esto… ¡Claro, si uno se limita a conocer a los alemanes y su lengua a partir de un histérico discurso de Adolf Hitler, no tendrá más remedio que opinar de ese modo!, pero como en tantas otras ocasiones, eso es una visión superficial y estereotipada, sin soporte alguno con la realidad.

Si en vez de esos nefastos referentes uno se orienta hacia las palabras y estilos de un Goethe, un Schiller, un Hölderlin o un Thomas Mann, o a las notas de Franz Schubert, Ludwig Van Beethoven, Johaness Brahms o Gustav Mahler, o a las imágenes de un Kaspar Friedrich, entonces tendremos que el espíritu alemán se verá elevado a los niveles de la más alta y fina sensibilidad. Los ejemplos de esta índole en la cultura teutona se pueden extender hasta ocupar páginas y páginas…

Y en este punto se impone una pregunta: ¿Sería posible que esta finura tan propia de la cultura germánica pudiera reflejarse en áreas de la actividad humana como el deporte y en específico en el fútbol, donde Alemania ha destacado tan notablemente como en las bellas artes?

La respuesta es de un rotundo SÍ. Y el caso más notable es el de Franz Beckenbauer.

Franz Beckenbauer es el futbolista más elegante, fino y exquisito que alguna vez haya habido, y si a esta clase le añadimos su infinito talento e imaginación, tendremos como resultado una verdadera joya, muy difícil o quizás imposible de ser igualada, mucho menos superada.

Ver jugar a Franz Beckenbauar era un verdadero deleite. Tan sólo observarlo correr y tomar el balón en una jugada “de rutina” se convertía en un rito de admiración ante la plástica que desplegaba. Beckenbauer no corría, se deslizaba sobre el césped como a bordo de ruedas o patines de hielo con los que suavemente cambiaba su posición y el ritmo de todo el partido. Contemplarlo pasar el balón o corriéndolo y gambeteando era quedarse pasmado con la tersura con que lo hacía “¿¿¡¡Y cómo lo lograba hacer!!??” pensaba uno.

Cuando Beckenbauer tomaba el esférico no había más palabra ni más acción que la suya, el campo le pertenecía y comandaba a su equipo con maestría y elegancia: ¡Adelante, siempre adelante! ¡Vamos Uwe, vamos Müller, Haller, Overath, Netzer, Breitner, Weber, Schnellinger, Libuda, Vogts, Schwarzenberg, Emerich y todos los demás! ¡Todos bajo la batuta de Beckenbauer!

Beckenbauer está entre los futbolistas que rompieron con el modelo de las posiciones fijas, No fue, desde luego el único, pero sí uno de los más relevantes. De inicio defensa central se posicionaba en la media cancha en su papel de líbero y recorría como imparable flecha todo el centro del campo, hasta los linderos del área contraria y distribuyendo el juego con gusto, ora a la derecha ora a la izquierda. Y con su veloz carrera y su gambeta, se convertía como dijera Eduardo Galeano en “un fuego que atravesaba la cancha.” El contragolpe jamás volvió a ser lo mismo después de Beckenbauer.

Cuando se jugaban los últimos minutos del tiempo reglamentario del “Partido del Siglo”, entre Alemania e Italia, el 17 de junio de 1970 (https://www.youtube.com/watch?v=NwofEKl8VXk) , Beckenbauer tomó el balón en tres cuartos de cancha y como un filoso estilete, se clavó a toda velocidad hacia el área italiana. Iba a ser imposible quitarle el balón, que traía cosido a los pies, no hubo más remedio que zancadillearlo, con tan mala suerte que el Kaiser resulto con el hombro dislocado en la caída, pero él siguió jugando todos los tiempos extras en ese estado, con el hombro y el brazo izquierdo vendados. Ni un chillido, ni una queja, ni un lamento. Toda la actitud, todo el genio en su mente y su cuerpo: Ein, zwei, drei vier.. VORWÄRTS! Eran tiempos en los que el futbolista dejaba todo en la cancha antes que claudicar. Y Franz no iba a ser menos. Eran tiempos de pasión, de amor al futbol, a la camiseta y a uno mismo. Aunque al final Alemania perdió el partido, el vencedor de este fue, paradójicamente, Franz Beckenbauer, protagonista de ese profundo y épico drama que ya no se ve más sobre las canchas de hoy en día, canchas dominadas por el vedetismo, la maquinaria mercantil, la sobreprotección y la estructura de cristal de los jugadores.

Si Pelé es el rey, el monarca, y Maradona el irreverente sans coulette, Beckenbauer es el aristócrata y romántico por excelencia (a despecho de lo que la izquierda obrerista pueda pensar de esta frase), a fin de cuentas ni en la sociedad ni en el futbol hay revolución sin una gran, gran dosis de romanticismo. Por eso si al futbol de Beckenbauer se le pudiera acompañar de una gran obra musical, se podría elegir, sin lugar a dudas, la Fantasía Coral, de Beethoven, entonada por 100 mil exultantes gargantas en cualquier estadio de este mundo.

Beckenbauer es el Goethe o el Thomas Mann de las canchas, o si se prefiere, Thomas Mann y Goethe son los Franz Beckenbauer de las letras. Por ello son inmortales e imperecederos.

Y el Kaiser, el esteta del futbol, el cerebro de cerebros, el arrojado, pundonoroso e invencible, falleció el 7 de enero pasado. Nos dejó para la eternidad, su estampa y su talento.

¡Nadie lo igualará jamás!

¡Oh dioses del Olimpo!

¡Abrid, por favor, un gran espacio en sus aposentos!

¡Algo del tamaño de un campo de futbol!

¡Y alegraos, que ya va viajando hacia ustedes el gran Franz Beckenbauer!

Ciudad de México, 11 de enero de 2023.