Primero de diciembre: Tres años construyendo hegemonía

Alejandro González Basurto

Desde 2018, la consigna juarista “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada” se materializa cada 1° de diciembre en el Zócalo democrático de la Ciudad de México. Ese día vemos concurrir al pueblo –nuevo bloque histórico en el poder– para acompañar a su líder en la plaza pública. Las banderas en alto nos dan una idea de lo que estamos presenciando: insignias de MORENA ondeando al lado de banderas de México, banderas de sindicatos como la CNTE, pancartas de apoyo a la reforma energética, alguna hoz y un martillo, banderas LGBTTTI, banderas feministas, mantas con el lugar de procedencia de los asistentes (destacablemente, con presencia de personas que habitan las zonas más empobrecidas de la Ciudad y su periferia como Iztapalapa y Neza, pero también de otros estados).

Pueblo y líder, uno frente al otro, mostrando a las clases dominantes que hoy existe un consenso crítico para dejar atrás el neoliberalismo y construir algo nuevo. Mostrándoles que hoy la vida pública es más pública que nunca: se rinde cuentas de frente al pueblo, se combate ideológicamente a los adversarios en voz alta pero sin represión y la gente cada vez se involucra cada vez más en asuntos de la vida en comunidad. Mostrándoles, además, que ser de izquierda hoy es un motivo de orgullo: las masas dicen sin decirlo que ya no son los perseguidos, las víctimas de la guerra sucia, los “chairos” de ayer; hoy las masas confían en su potencial transformador y marchan a la vanguardia. Y es que, parafraseando a Fidel Castro, el pueblo, esa masa irredenta que ansía grandes transformaciones de todos los órdenes, estará dispuesta a lograrlo cuando crea en algo o en alguien, pero sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma. Hoy las masas creen lo suficiente en sí mismas.

Llevamos 3 años durante los cuales, las nociones que las clases dominantes nos llevaron a naturalizar han sido cuestionadas una y otra vez, para ser suplantadas por nuevas ideas hegemónicas. Como Enrique Dussel señala, todo político liberador en la Historia ha sido, a su vez, un intelectual orgánico: un promotor, un organizador, el guía de un camino que el pueblo en su caminar perfeccionará. AMLO lo comprende y, desde esa posición, va desmontando discursivamente los cimientos de la ideología neoliberal, para que el pueblo luego retome y perfeccione la crítica.

Para concretar esa labor titánica, y con todos los medios del gran capital en contra, AMLO ha hecho uso de la conferencia mañanera y de los discursos en plazas públicas para realizar pedagogía política: criticar el neoliberalismo en palabras que cualquier trabajador o campesino comprenda. Así, el 1° de diciembre se refirió a la noción neoliberal de spillover (“los de arriba decían que, si llovía fuerte arriba, goteaba abajo, como si la riqueza fuera permeable o contagiosa”), AMLO dice: “Que se vayan al carajo con ese cuento” y el pueblo vitorea. También señaló que “el gobierno ya no representa a una minoría sino a todos los mexicanos de todas las clases”, lo cual tiene alguna reminiscencia marxista de la idea que el gobierno en el capitalismo –y el neoliberalismo, naturalmente– no es más que una junta que administra los negocios de la clase burguesa. En fin, todo apunta hacia la voluntad de crear una nueva hegemonía que perdure en el pueblo pese a los cambios que pudieran presentarse en el escenario político (“eso es lo más importante de todo: la revolución de las conciencias, el cambio de mentalidad, eso es lo más cercano a lo esencial, a lo mero principal y eso es lo más cercano a lo irreversible.”)

Al mismo tiempo que desarrolla la batalla de las ideas, rinde cuentas acerca de cómo se han modificado las condiciones materiales de existencia de los más agraviados de este país. Así, anuncia que ese mismo día se acordó con la patronal un incremento al salario mínimo del 22%, y que durante su gestión el salario ha aumentado en 65% en términos reales (algo inédito en las últimas 3 décadas). También señala que, aún después de la pandemia, el país ha alcanzado la cifra más alta de la historia en cuanto a empleos formales (21 millones 933 mil trabajadores registrados ante el IMSS). Y no sólo los obreros, también los campesinos pobres de nuestro país se han beneficiado con el programa Sembrando Vida y mediante la entrega de fertilizantes gratuitos (“que coman los que nos dan de comer”).

Porque es cierto, la ideología es importante, pero nadie come ideología. La estructura material sostiene la superestructura ideológica. Quizá por eso el discurso obradorista es tan potente: recoge su legitimidad del hecho de que los más pobres han experimentado mejoras en su economía. Las reivindicaciones simbólicas de la mano con las reivindicaciones materiales. Han sido dignificados por un gobierno que hoy los escucha y trabaja para ellos, que ya no es más una junta que administra los negocios de la burguesía.

En esta coyuntura, la decadente opinión pública neoliberal se enfrenta a un desafío intelectual mayor: ¿cómo interpretar la masiva aceptación de AMLO entre el pueblo? Su elitismo los ha llevado a señalar que sus seguidores son ignorantes, con un bajo nivel de estudios y que votaron guiados por sus pasiones. Su individualismo los lleva a la conclusión de que las masas actúan siempre irracionalmente y que son fácilmente manipulables. Su liberalismo político les dice que estamos viviendo una dictadura en tiempo real, y creen que a través de sus artículos en Nexos y Letras Libres y su amplísima presencia en los medios masivos de comunicación nos están salvando a todos. Sus fobias los han orillado al extremo de insinuar que la 4T es comparable con prácticamente cualquier régimen autoritario (Stalin, Mao, PRI) y hasta totalitario (Hitler, Pol Pot) que ha existido en la historia, sin reparar en el contexto ni en los crímenes de lesa humanidad que dichos regímenes cometieron.

En otras palabras, los neoliberales prefieren sostener teorías inverosímiles antes que aceptar que las masas están con AMLO porque genuinamente han mejorado sus condiciones materiales de existencia. Las narrativas neoliberales ya no tienen lugar en el México de hoy: la materialidad ha cambiado, y con ello, las ideas hegemónicas. Naturalmente, ellos no se dan cuenta: nunca se han interesado por tener contacto con el pueblo-realmente-existente. Nunca han marchado hombro con hombro al lado de un obrero y un campesino, y escuchado sus opiniones sobre el gobierno obradorista y las políticas que ha impulsado en favor de los más pobres. Nunca han presenciado en primera persona el fervor con que los pobres experimentan el obradorismo cada 1° de diciembre. Pero, como dijera Mao, “Es cosa muy mala que uno nunca en la vida se haya visto con un obrero o un campesino”. Y hoy, quien no ha visto a un obrero o a un campesino, es rechazado por las masas.