Por una democracia con adjetivos: a 25 años de Letras Libres

Frida López Rodríguez*

A un año del término del sexenio del Presidente López Obrador, quien ha sido objeto de las críticas de la revista Letras Libres, cumple 25 años de sostener (con altos y bajos) un discurso centrado en la defensa de la democracia y la libertad en nuestro país. No es ningún secreto que los preceptos fundamentales de esta revista han sido fuertemente cuestionados durante los últimos años: ante la democracia sin adjetivos de Enrique Krauze, se impuso la indignación de una población cansada de las mismas fuerzas partidistas perezosas y sin iniciativas para, verdaderamente, sacar a México de un bucle económico y cultural que sólo ha beneficiado a una parte reducida de los mexicanos.

El año 2018 puede ser definido como la irrupción de una búsqueda de la libertad y la igualdad con adjetivos, es decir, en sentido contrario a la obra de Enrique Krauze, los mexicanos claman por la libertad a partir de sus respectivas circunstancias. Las desigualdades llegaron a tal punto que ahora la mayoría del electorado optó por un proyecto que no negó la pobreza y la exclusión; en estos seis años el punto de partida del sentido común de la política se transformó: los ciudadanos se identificaron con adjetivos que evidenciaron la falta de oportunidades y el claro menosprecio que las clases populares han padecido. Lo cual, es un punto nodal para comprender el desacuerdo entre el grupo Letras Libres y (el aún incipiente, hay que admitirlo) discurso de la “Cuarta Transformación”: mientras que para aquel grupo lo popular es un fenómeno degenerativo de la política (reiteradamente identificado con la noción de “populismo”), para el gobierno en turno lo popular es una reivindicación humanista de la política.

El giro ideológico de nuestro tiempo es la exaltación del sujeto de la política en México: el pueblo. Ante la democracia formal, legal y de contrapesos institucionales (la cual no puede desacreditarse, sino complementarse); se está desarrollando una revaloración del pueblo como principio teórico y práctico de la democracia mexicana. Es decir, partiendo de la perspectiva histórica de Daniel Cosío Villegas, quien es el intelectual insigne sobre el cual recae el liberalismo adaptado por Octavio Paz y Enrique Krauze, la democracia debería anclarse en cambios institucionales sólidos y no recaer en personalidades o liderazgos carismáticos. Sin embargo, este liberalismo de Cosío Villegas, fundador del Fondo de Cultura Económica, no previó sus omisiones: las instituciones no funcionan como un software o un programa de computación automatizado, detrás de ellas hay hombres y mujeres de carne y hueso que toman decisiones. Incluso, las posibilidades de llegar a posiciones de representación política son altamente inequitativas.

Las instituciones son sólo una parte de la democracia, indispensable, claro está, pero el manejo de las mismas está determinado por las fuerzas sociales que las lideran. Fuerzas que en México no han fluctuado; los grupos empresariales, banqueros, políticos y culturales predominantes durante las últimas tres décadas parece que se han empecinado en crear una versión del país que empieza y termina con su mirada limitada. No han generado las condiciones para que la democracia, en tanto forma de gobierno, se renueve; al contrario, nuestra vida pública tiene un rostro envejecido y torcido.

Así, hemos tenido órganos desconcentramos y autónomos (una especie de deriva esquizofrénica sobre la teoría liberal de la división de poderes) que no han estado a la altura de las necesidades de los mexicanos; la libertad sin adjetivos se ha confundido con una libertad sin obligaciones, su contenido ético y cívico fue arrinconado por una narrativa que exaltó la neutralidad a costa de una ceguera social que hundió al país en el entreguismo y la confusión ideológica. En el 2024, todavía hay secuelas de este fenómeno de desbalance intelectual: el grupo Letras Libres insiste en la defensa anacrónica de un liberalismo chato; no es una coincidencia menor que el Presidente reivindique quizás al máximo exponente popular y ético del liberalismo: Benito Juárez. Incluso López Obrador, con un ideario completamente distinto, recurre a las aguas del liberalismo; no obstante, esto genera confusiones que afectan al proyecto político que enarbola.

La propuesta intelectual y narrativa de la Cuarta Transformación aún es un collage de personajes y momentos heroicos de nuestra historia, pero aún no puede decirse que sea algo más; lamentablemente, también ha reducido la historia de nuestras instituciones al “neoliberalismo”, lo cual es inexacto e injusto. Una gran carencia de este gobierno es su falta de análisis, sistematización y disciplina, la cual puede agravarse, porque si la continuidad no se realiza sobre bases intelectuales con una adecuada valoración histórica y conceptual, será más una prolongación del partido en posiciones de poder que un cambio de régimen a nombre del pueblo.

El núcleo de este desbalance intelectual también pasa por una disputa por la interpretación del liberalismo: una más cercana al formalismo y su génesis británica y otra de contenido popular y nacional cercana a lo que Jesús Reyes Heroles llamó “liberalismo social” (y que, por cierto, para los admiradores de la política norteamericana, John Dewey propuso desde 1935). Sería un error desacreditar alguna de estas dos fuentes de nuestro liberalismo; como en todo gran movimiento intelectual, se requiere síntesis y autocrítica: la historia está a la espera de esta revisión que no está en las prioridades del proyecto de Andrés Manuel López Obrador (caracterizado por una despreocupación intelectual) ni de este grupo identificado con Letras Libres, el cual ha pretendido que el liberalismo le pertenece como si fuese un objeto y no una creación histórica de los mexicanos.

Asimismo, en este desbalance, se encuentra en riesgo la libertad de pensamiento; la idea generalizada de que el ámbito académico, intelectual y artístico mexicano ha permanecido “alejado” de los intereses políticos (sean de izquierda o derecha) ha quedado desacreditada: hoy más que antes se vive un antagonismo que no puede esconderse. Las nuevas generaciones no cuentan con espacios para expresar dudas legitimas e inteligentes dirigidas a ambas fuerzas políticas; entre el horror al populismo y la persecución neoliberal, las voces sensatas y mediadoras, como lo han sido la de los grandes pensadores liberales (sean mexicanos o no), se están consumiendo en la hoguera de las vanidades. Es tiempo de superar el ruido y la furia de un vuelco político que sacudió al país; al final de este sexenio se requiere evitar, como bien lo señaló Krauze en su ensayo con motivo del aniversario de la revista, el “pecado de la irrealidad” que puede traer consigo graves consecuencias. Un ajuste de cuentas intelectual es necesario, en el que se haga una revisión de la anatomía del país: ningún aspecto debe ser desestimado: el cerebro y el corazón son elementales. No hay democracia sin ideas, pero la convicción por sí misma jamás podrá ser bandera.

Ya ha habido demasiados laberintos y soledades; en términos reales, México goza de una buena e interesante posición después de la pandemia: existe, aún, estabilidad económica y gobernabilidad en contraste con otros sitios del mundo. Y esto en gran medida se debe a las decisiones que ha tomado el gobierno en turno; parte de un ajuste de cuentas, comprende la sanación de viejas heridas de la intelectualidad mexicana: si un político ha realizado un buen trabajo, debe reconocerse. Porque, justamente, debido a estos cambios estructurales, es que se ha generado esta oportunidad de renovación cultural e intelectual en México; si este sexenio no hubiese existido, probablemente los ahora antagonistas seguirían en sus trayectorias por inercia y no se hubieran evidenciado los vacíos y las insuficiencias que deben ser pensadas.

Quienes estuvieron cerca del poder, ahora se han reinventado desde los márgenes que no habían vivido, y quienes estuvieron en la resistencia, ahora detentan la responsabilidad de la conducción del país, lo cual tendría que diferenciarse de la protesta. Realmente, este sexenio puede ser comprendido como los primeros años de una reeducación política. No habrá recetas ni salidas fáciles para este proceso, lo único que existe es la capacidad de asumir este compromiso o darle la espalda. Si se opta por lo último, sucederá lo que ya está avanzado en otros países: la política será un remedo, cifras de mercadotecnia, ilusiones virales y una fuente de odios absurdos. Parte del humanismo, es asumir la política como acción e ideal humano, esto quiere decir que los intelectuales y artistas deben asumirse como actores políticos. Incluso, esta falsa dicotomía entre la cultura y la política ha traído efectos adversos a la intelectualidad mexicana: nuestra población ha permanecido excluida de supuestos debates “especializados”, lo que ha generado, irónicamente, que los intelectuales y artistas dependan de los (repudiados) apoyos estatales porque para la población este tipo de obras le son indiferentes para vivir y sobrevivir.

Si no se respetan e incluyen a las mayorías en esta reeducación política y cultural, se continuará empobreciendo el alcance de la filosofía, las ciencias y las artes. Un panorama positivo para los próximos años será aquel en el que se posibiliten proyectos culturales y artísticos sostenibles por el apoyo genuino e interesado por parte del pueblo mexicano, el cual deberá gozar de las condiciones de vida dignas para participar en ello. La tan anhelada República de las Letras, a 25 años del aniversario de Letras Libres y del último año en funciones de López Obrador, tiene grandes desafíos, pero ninguno tan importante, debido a su trascendencia, como el de hacer frente a este desbalance intelectual.

*Frida López Rodríguez

Licenciada en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, autora del poemario Cualquier punto puede ser altura (2023) y de diversos artículos de análisis político. Ha formado parte del Consejo Académico de las Humanidades y de las Artes de la UNAM, del Consejo Consultivo de Jóvenes de Cultura UNAM y del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad. Actualmente cursa estudios de Maestría en Filosofía Política en la UNAM. Su última publicación es el poemario intitulado Cualquier punto puede ser altura (2023).