Let it be, let it bleed, let it blues… let it write

José Agustín

Julio Muñoz Rubio

Se preveía desde hace varios días, se veía venir ese trágico fin, y al fin ocurrió. Falleció José Agustín. Gran escritor mexicano, irreverente, altanero, jocoso y dicharachero. Su muerte es otro gran golpe para mi ánimo.  Otro chingón que se va, que nos deja, que se nos adelanta.

La lectura de José Agustín me ha dado, desde la primera vez que lo leí, unas enormes alegrías, como muy, muy pocos escritores me han brindado.  José Agustín y su ágil, ingeniosa y riquísima prosa, con una capacidad única para ir inventado frases y palabras sobre la marcha, al estilo de un Clapton, un Hendrix, un Zappa.  Imprevisibles todos, imprevisibles siempre. Un estilo espontáneo y siempre alejado de y diríase, enemistado con todo tipo de academicismos, y  solemnidades.

Existen muchos tipos de lecturas (de ficción), muchas de ellas que derrochan elegancia y/o erudición. Bienvenidas todas y siempre. Pero leer a José Agustín es otra cosa y es excepcional. Escribió muchas de sus grandes novelas en el lenguaje y las situaciones cotidianas, en especial para mí y las personas de mi entorno. En él encontré a un camarada rockero a morir, rockero a morir al igual que yo. Me maravilló que en su prosa escribiera en el estilo coloquial y de los temas que yo mismo abordaba con mis amigos y compañeros desde la secundaria hasta la universidad. Toda una fascinante experiencia de vida.

En De Perfil no puedo olvidar aquel pasaje en el que su personaje principal, en el salón de clase, pide permiso para cantar: Wear my Ring Around your Neck, de Elvis.  Exactamente lo mismo de cuando, en la secundaria, a nuestros 12 o 13 años de edad, en alguna hora libre,  pedíamos permiso para cantar algo… y algún maestro aliviando nos otorgaba ese permiso.

-¿Cuál cantamos?

-¡Enciende mi fuego!

-¡Orale!

Y todos empezábamos… tararararararara tararararara tarararararararararaaaaaaaaaaaa….

etc, etc, etc….

-Comon beibi laigt mai faller

Comon beibi laigt mai faller

Shairi sitin airon…. Falleeeeeeeeeer.

Papapaaa papapaaaa papapapa papaaaa, Papapaaa papapaaaa papapapa papaaaa…  ad infinitum

y más ad infinitum con la “Versión Panorámica” (como le decían en Radio Éxitos, en el 790).

Como a esas edades no sabíamos una puta palabra de inglés ni habíamos leído las letras de las canciones, pues hacíamos lo que queríamos, nos valía madres;  sencillamente estábamos vueltos locos con ellas, nos provocaron nuestros primeros orgasmos, así, en seco.

Y años después encuentro que José Agustín  describió eso mismo, exactamente, como si hubiese sabido lo que ocurría en el 1oC de mi secundaria. Escribió exactamente las cosas de las que yo hablaba y debatía con mis amigos en nuestras correrías de adolescente, cuando nos íbamos de viaje de fin de semana a buscar a un par de célebres quinceañeras que nos traían de nalgas, acompañados de una fiel guitarra que PGC tocaba magistralmente.

José Agustín nos recuerda como todos tuvimos, y tenemos aun en nuestra vida a una imposible y manipuladora nena como Queta Johnson, poseedora de nuestros más frustrantes y bellos sueños o como en algún momento al menos, nos hemos tenido que conformar, como Rafael y Virgilio lo hacen en Acapulco, en medio de un continuo pasón, con unas pinches gringas gordas, viejas, feas y mega putas como Francine (“¡La historia del mundo en esa gruta!”) y su amiga la “gorda fofa y repuGladys”, a fin de cuentas igualmente imposibles, inalcanzables.

La cachondería y la ausencia total de seriesismo es la nota que caracteriza a José Agustín. El sentido del humor es una de sus notas dominantes. Y eso, el humor desbordante es la característica de lo realmente revolucionario. La falta de sentido del humor y el espíritu de censura (tan comunes entre las distintas facciones de la izquierda) son reaccionarias y deberían ser castigadas severamente. Quienes carezcan de sentido del humor deben de ser recluidos en centros de readaptación para ser educados en los valores del humor; en una especie de prisión donde sean obligados a reír y hacer chistes, hasta que aprendan.

Hablar de José Agustín es hablar de rock. José Agustín es el más grande cronista de rock que ha habido en México. El rock no como un simple gusto, menos como una moda, no como pasatiempo o diversión. Nada de eso. El rock como pasión, como vida, como forma revolucionaria y total de existencia, que eso es lo que es. Elvis, Stones, Beatles, Hendrix, Jefferson Airplane,  la Crema, la Policía, la Fe Ciega, la Creencia en la Resurrección del Agua Clara, el Muerto Agradecido, CSNY, Janis, Dylan, etc, etc, etc. Todos esos grandísimos revolucionarios que nos arrastraron hacia esas “dimensiones infinitas del sonido y la imaginación” (como rezaba la entrada a “Vibraciones” ese memorable programa que se transmitía de 21.00 a 23.00 horas de lunes a viernes por Radio Capital, en el 1260) de la revolución de los años 60-70. Leer a José Agustín es la recreación de las formidables  experiencias poético-sonoras, personales y colectivas, que llenaron a toda esa generación a la cual satisfactoriamente pertenezco.

Si el rock es gran fuente de inspiración musical para José Agustín, en la literatura se sintetizan las contribuciones y tendencias de muchas de las grandes figuras de la literatura contemporánea, obvio de Jack Kerouac, William Burroughs, Laurence Ferlinghetti, Allen Ginsberg, Charles Bukowski e incluso Henry Miller ¿Y por qué no? Norman Mailer, y el celebérrimo Cortázar. Pero sus raíces se trazan más atrás, hasta James Joyce e incluso a pasajes enredados y dark de Dostoievsky y Baudelaire. José Agustín, un hombre poseedor de una gran cultura literaria, los conocía y dominaba a todos, los exprimía, les sacaba sus lecciones más valiosas y los proyectaba a la realidad mexicana contemporánea. Una literatura así de sólida es imposible que desaparezca o se olvide.

José Agustín: un gran tipo. Su muerte nos recuerda que aquí estamos de paso y que debemos aprovechar la vida a todo lo que da, al máximo. José Agustín parecía ser de esas personas que vivieron intensa y gratificantemente, como los ratos que he vivido al leerlo y releerlo. Aquí sigues, maese.

Ciudad de México, 18 de enero de 2024.