Por encima del COI, los juegos olímpicos deben perdurar
Julio Muñoz Rubio
Terminaron al fin, el pasado 11 de agosto, los juegos de la XXXIII olimpiada de la era moderna, celebrados en París. Terminaron con una ceremonia anodina, cursi, demagógica, propia de las visiones actuales de la burguesía, y de su industria cultural. Una ceremonia propia de un festival del Disney World, con su utilización del High-Tech más comercial. Una ceremonia empapada de discursos vacíos, de lugares comunes. Una forma de cerrar unos Juegos Olímpicos en la que destacó la banalidad del espíritu hegemónico, la ausencia de todo contenido trascendental, con números musicales insulsos, en fin, toda una colección de joyas de sensiblería de lo más barato.
Fue la fiesta de los administradores del deporte mundial, de los altos oficinistas, de los de pantalón largo; en ella los atletas, que son quienes verdaderamente forjan y construyen el deporte, jugaron, literalmente un papel de relleno, destinado sólo a ocupar el espacio físico de las pistas del estadio de Sant Denis.
Ese es el carácter de “espíritu olímpico” preconizado por el Comité Olímpico Internacional (COI). La búsqueda de la dimensión mercantil, la construcción de una des-sensibilidad marcada por la uniformidad simplista de respuesta a estímulos bobos, prefabricados en su bobería. Una des-sensibilidad dirigida a anular las capacidades críticas y toda perspicacia; se trata de la obsesión burguesa por atrapar toda expresión humana y engullirla hasta lo más profundo de la abulia, y cercenar así toda inteligencia, toda forma de pensamiento autónomo y por supuesto, toda intención transformadora del mundo.
Ya no es necesario extenderse sobre estas denuncias, que frecuentemente y desde hace tiempo se hacen, revelando la dinámica mercantilizadora y enajenante del deporte lidereado por el COI, la FIFA y todas las federaciones internacionales de los demás deportes. Importa aquí hacer un análisis crítico de la mayoría de estas críticas, no por lo desacertado de muchos de sus argumentos, sino por la parcialidad e incompletud de ese análisis, que regularmente terminan por arrojar al niño junto con la bañera y desacreditar al deporte, imaginando que en esa naturaleza deportiva, difundida por las burocracias de tales federaciones y comités, no contiene nada extraño, pues el deporte ya lleva contenido inherentemente esas características.
Tales opiniones destacan por su parcialidad, por su enfoque fragmentario, determinista y por permanecer cautivas de parámetros y criterios de la visión economicista que critican, lo cual lleva a una ausencia de alternativas que ofrecer, como no sean estériles llamados al boicot o a la indiferencia.
Para lograr un análisis desde, en y hacia la totalidad de lo deportivo, es decir un análisis verdadero, hay que superar estas concepciones economicistas y deterministas, para considerar el conjunto de elementos que históricamente han intervenido e intervienen en el deporte actual, sus modificaciones cuantitativo-cualitativas.
El enfoque economicista es unidimensional, no considera al deporte como el ejercicio físico que es: agilidad, destreza, habilidad y mucho menos sus cualidades subjetivas: talento, inteligencia, placer, deseo y gusto; el deporte es búsqueda de satisfacciones propiamente humanas, no obligatoriamente mediadas por un interés económico ni “estrellista”, por mucho que este exista. Es centralmente: la producción, realización y apreciación del paradigma estético del cuerpo humano. Siendo esto así, el deporte es e implica una profunda y sólida búsqueda de una personalidad íntegra y como tal, con estas consideraciones, es elemento indispensable de la cultura universal.
El deporte es una forma desarrollada del ejercicio físico rudimentario, originario. En su desarrollo histórico y una vez que el ser humano deja de vivir en el día a día y es capaz de almacenar una parte de su producción (la revolución neolítica) encuentra tiempo libre para dedicarlo a actividades distintas a las de su mera supervivencia biológica, el ejercicio físico así construido, se aparta del que se practica en la búsqueda de alimento y construcción de vestido, herramientas y refugio; se constituye como una actividad independiente de estas en la que se explora una manera de cubrir una necesidad nueva, no biológica sino cultural; y en este sentido deviene en actividad del humano concreto-sensible, que edifica una segunda naturaleza (a la cual pertenecen también los dominios del arte, la filosofía y la ciencia) que para el caso que analizamos, se vale de las capacidades físicas, músculo-esqueléticas originarias y las organiza socialmente, añadiéndole elementos antes ausentes. Diversifica las formas específicas para practicarlo, establece reglas para cada una de ellas, construye entonces la esfera del juego, de la competencia, de lo lúdico, la diversión y el apasionamiento. El ejercicio físico primitivo se encuentra contenido allí, pero ha sido superado en una actividad que, tiene otra explicación, cualitativamente distinta. En esa actividad se despliegan conocimientos, sensibilidades, subjetividades y toda una dimensión estética.
El capitalismo intenta atraer esta naturaleza lúdica del ser humano expresada en el deporte y desnaturalizarla, aculturizarla, vulgarizarla; convertirla en intercambio mercantil, la única dimensión comprensible para este sistema, especial, aunque no únicamente, en su etapa neoliberal. Reconstruirla, objetivarla en la persona del ídolo venerable, en una escala de valores y jerarquías, grados de importancia, acumulación de trofeos y medallas, de la predominancia de marcas y récords, es decir de lo estrictamente cuantitativo, numérico, calculable, todo en pragmática búsqueda del rendimiento, de la eficiencia, del éxito, siempre en desdén de la plástica, de la gracia, la finura, la inspiración, es decir de los componentes cualitativos humanos. Al tiempo que en el COI se llenan la boca hablando de la paz, la convivencia y la unidad y fraternidad, glorifican un mundo fragmentado en países, himnos, banderas y chovinismos.
Esto es la negación, la anulación del espíritu deportivo.
Y aquí es donde se genera una contradicción dialéctica, que explica el deporte contemporáneo.
En la búsqueda de lo mercantil y meritocrático, el capitalismo y sus instituciones deportivas, niegan la naturaleza originaria del deporte, su esencia inicial, es decir el proceso histórico total que lo origina.
Sin embargo, el propio capitalismo no puede destruirla, tiene que servirse de ella para cumplir sus abyectos fines, en ella se basa para ejercer su dominio e imponer su ideología (falsa conciencia) y su hegemonía sobre el ejercicio físico.
Y como no puede destruir al deporte, he aquí que llega el momento de la carrera, el salto el lanzamiento, el clavado, el partido, en la modalidad que sea… y aquí el protagonista no es el funcionario, sino el atleta. Aquí, a contracorriente, se lleva a cabo el rescate de ese espíritu originario, cuando todo queda en manos del sujeto o equipo competidor y sus entrenadores, así como del expectante y animado público. Esta es una negación del comercialismo capitalista, es una segunda negación de la totalidad del fenómeno.
Es la negación de la negación.
En los esfuerzos mercantilizantes que el capitalismo ejerce sobre el deporte, se efectúa un movimiento que lo proyecta hacia afuera del mismo, hacia su exterioridad, pero dado que el propio capitalismo no puede prescindir de la materia prima de que el deporte se compone, desde esa misma exterioridad, ese movimiento externalizador contiene su opuesto; un movimiento de reflexión, de retorno, de vuelta al juego y la ludicidad. En y desde la esclavitud dineraria se crean las condiciones de retorno a la libertad y el disfrute.
El capitalismo, también en el ámbito deportivo crea las condiciones de su propia destrucción, lo cual implica no la destrucción del deporte mismo, o el voltearle la espalada y pretender que no tiene importancia alguna, como lo pretenden los análisis izquierdistas, tan vulgares como en esta materia suelen ser (y hay que decir que aun dentro de la izquierda revolucionaria han habido y hay enormes vulgaridades), sino su resurgimiento, su infinitud, su totipotencialidad estética y espiritual, porque el deporte contemporáneo podrá estar totalmente comercializado, pero como afirma Eduardo Galeano en su libro Cerrado por Futbol (2017, Ciudad de México, Siglo XXI, p. 211):
“Se dice: ‘el futbol es un negocio’. Y como suele ocurrir con los lugares comunes, tienen razón… Pero bien puede uno preguntarse: ¿Existe algo que no sea un negocio en el mundo actual? ¿No es un negocio el sexo, que es el objeto preferido de la manipulación comercial? ¿Y acaso significa eso que el sexo no vale la pena? Según dicen los entendidos, sigue siendo de lo más gustoso”
Esta tesis, que se puede extender a todo el deporte, es así debido a la existencia contradicciones internas tanto en el sexo como en el deporte. El resurgimiento total de éste último, al que nos referimos líneas arriba, es el elemento antisistémico, el elemento de rescate de lo subjetivo y estético de tal actividad, es el ingrediente en el que podemos localizar el proceso de reencuentro el ser humano consigo mismo, con su sensibilidad, su deseo y con la satisfacción de sus hondas necesidades, con lo cual se traza el devenir hacia la libertad, pero no la libertad económica o política, al fin y al cabo la mercancía y el Estado son pegotes, accesorios innecesarios para la existencia, sino una forma verdadera y trascendental de libertad.
La síntesis futura que provenga de este rejuego, de esta contradicción no está preescrita en el presente, es algo abierto, es movimiento de elementos interpenetrados actuales que generan distintas posibilidades. En ese sentido es donde se equivocan los análisis reduccionistas izquierdistas, que tienen sentenciado al deporte como maniobra inalterable de las cúpulas empresariales y de los Estados que las sustentan. Pero eso es parcial, en el universo no existen las inmanencias ni las esencias fijas ni las predeterminaciones, pensar así en entrar en las concepciones burguesas del mundo. El universo y todo lo que en él ocurre es un proceso abierto, con ires y venires, progresos y retrocesos, desviaciones. Ello es lo que constituye la contradicción dialéctica. En este sentido es que a quienes somos el otro, el opuesto de los empresarios y burócratas, nos corresponde la operación de rescate del deporte como actividad humana y humanista, como reino de la libertad.
El deporte, concebido en este sentido, puede ser una poderosa fuerza revolucionaria. Son los propios atletas y sus entrenadores y preparadores, quienes, en unidad con el apasionado público, pueden constituirse en parte de los sujetos de la revolución. En términos ortodoxos, en el lenguaje de las relaciones trabajo-capital, los atletas son asalariados, proletarios, vendedores de fuerza de trabajo, y por ello pueden rebelarse contra la tiranía que los oprime, subyuga y esquilma. Siempre a condición de que cobren conciencia total de su condición de asalariados, de empleados del sistema, a condición de que se despojen de ropajes y convicciones jerarquizantes, chovinistas y patrioteras impuestas por el andamiaje patronal. En esa toma de conciencia está un de las claves y esperanzas de la revolución mundial.
Los Juegos Olímpicos deberán preservarse para preservar al deporte, la belleza del cuerpo humano y el talento creador del mismo. Pero para ellos debe morir el COI, la burocracia y el empresariado del deporte y el capitalismo todo.