Los escritores no quieren a Germán

Valeria List

Lo primero que sentí cuando mi papá me mandó una invitación que vio en Twitter a una exposición dedicada a Germán List Arzubide en el Museo Nacional de Arte (MUNAL) fue un orgullo rancio y fuera de lugar, como el que sienten algunas personas cuando ven ganar a su equipo de futbol y dicen “ganamos”, como si hubieran jugado también. Orgullo de que un lejano tío bisabuelo que vi una vez tuviera una exposición en su honor. EL MUSEO NACIONAL DE ARTE LE DEDICARÁ UNA EXPOSICIÓN A GERMÁN LIST ARZUBIDE. En mi defensa diré que no es sólo un familiar lejano, sino el autor a quien le dediqué mi tesis de licenciatura.

Luego de la emoción, me surgió una duda no muy afortunada: ¿por qué? ¿Por qué una exposición de Germán List Arzubide si no ha habido una antes no ya de Manuel Maples Arce, sino ni siquiera de los Estridentistas? ¿No son los poetas oficiales los Contemporáneos, que tuvieron su exposición en Bellas Artes en 2016? Quizá no.

Me avergüenza decir esto porque debido a mi educación política, es mucho más deseable decir que el tío era un poeta no canónico, que iba contra la corriente oficial de la literatura; sin embargo, recuerdo una clase de Literatura mexicana del siglo XX en la que el profesor –Israel Ramírez– empezó a cuestionar este supuesto de alteridad hablando de la gran exposición que los Estridentistas tuvieron en su época y el apoyo que recibieron del gobierno de Heriberto Jara, gobernador de Veracruz, gracias al cual la vanguardia se trasladó a Xalapa, capital que fue apodada Estridentópolis gracias a ese financiamiento. Sirva esto para decir que quizá no eran los Estridentistas en efecto tan soterrados como fueron percibidos después. En esa misma clase, Israel dijo que además están los periféricos, y los periféricos de los periféricos: no es lo mismo Manuel Maples Arce, que Salvador Gallardo. En ese espectro del más al menos conocido, List Arzubide quedaría probablemente en segundo lugar, después del propio Maples.

¿Entonces por qué una exposición sobre Germán? Quizá porque celebrar las cosas que ya no están vivas y ya no son relevantes es una labor de los museos. La próxima caída de Occidente (de la que Occidente no se ha enterado aún) se parece a la muerte de estos espacios. Innegablemente, los que tienen piezas robadas y están en países del autodenominado primer mundo, cuyo epítome es el British Museum, son los peores. Los museos nacionales son un proyecto de Estado y fungen la labor de dictar. La lingüística prescriptiva y las enciclopedias están prácticamente extintas, y sin embargo los museos nacionales siguen de pie (hay otros museos que son, por el contrario, erigidos como una resistencia, que son memoriales, que surgieron como un proyecto autogestivo, que tienen una curaduría alucinante, pero de esos no hablaremos acá).

Sobre la exposición tengo una serie de teorías, y para la primera me remonto a 1998, cuando yo tenía siete años, el mismo año que Germán List Arzubide cumplió cien años el 31 de mayo, y en que cinco meses después, el 17 de octubre, murió. Pero para este punto lo que me interesa no son estos sucesos, sino otro ocurrido también en 1998: la publicación de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, que yo leería hasta nueve años después, cuando tenía dieciséis. En la segunda parte, si mal no recuerdo, Ulises Lima, Arturo Belano y García Madero se embarcan en la búsqueda de la poeta Concha Urquiza, que en la novela es llamada Cesárea Tinajero. Para encontrarla, entrevistan a varios escritores, algunos de los cuales aparecen con su verdadero nombre, y otros con un nombre ficticio. Germán List Arzubide es uno de los que aparece, mencionado dos veces, con su nombre real. Según recuerdo, el poeta se muestra antipático y corre a los protagonistas de su departamento.

La aparición de List en esta novela que se volvió algo así como un canon de las novelas latinoamericanas de culto, es relevante porque de cierta manera lo identifica como un antecesor de los poetas Infrarrealistas (o Real Visceralistas acá), y al mismo tiempo, de una forma de escritura al margen del canon mexicano, de la solemnidad, de motivos preciosistas, de los cortes de verso tradicionales, que se presentaba a sí misma como subversiva y al margen de las instituciones. Este último punto, por supuesto, fue difícil de sustentar coherentemente, como lo es sustentar cualquier postura política; la gente disfruta además de poner en evidencia a las que intentan tener una postura o una ética. No falta la persona que emite una risita idiota al mostrarle a una vegana que está usando un producto que tiene algún derivado animal. Esta actitud muchas veces esconde la inseguridad de saberse una persona sin convicciones.

Hace unos años, cuando iba a escribir la tesis, mi abuela me regaló Las masas mexicanas: sus poetas, publicado por editorial Avante en 1930, donde viene íntegro el libro Plebe de List. Al principio hay una suerte de autodedicatoia que dice: “Éste fui yo en mi lejana juventud y lo confirmo en el día que cumplo 70 años de lucha social”. Esta nota está firmada en Puebla en el convulso año de 1968. Es al menos emocionante leer a un hombre de setenta años reiterarse como militante de izquierda. Y también por este motivo es interesante ver el proceso de “integración” de la cultura: la resistencia deja de serlo con el tiempo, y se convierte en cultura oficial.

El hecho de que el estridentista haya vivido tantos años es otra razón que encuentro para haberle dedicado una exposición. El poblano vivió exactamente cien años, lo que le permitió conocer a escritores que le precedieron, o al revés, que ellos lo conocieran a él, que quizá era una suerte de leyenda por haber formado parte de lo que Luis Mario Schneider llama la única vanguardia mexicana. Esto le dio una vigencia que muchos de sus coetáneos y contemporáneos no pudieron tener. Ramón López Velarde, por ejemplo, que nació diez años antes, vivió apenas 33 años. 

Otro motivo que pienso es la vastedad de su obra que si bien es casi desconocida actualmente, suma una buena cantidad de ensayos que rebasan su obra poética, conformada por apenas tres libros. Además del ensayo literario El movimiento estridentista, que para mí, de lo que he leído de su obra, es su mejor libro, List escribió sobre personajes como Emiliano Zapata; el mencionado López Velarde, que influyó tanto a Estridentistas como a Contemporáneos; Gutierre de Cetina, quien vivió un tiempo en la ciudad de Puebla, y Vladimir Lenin. Algo que se desprende de este punto es que Arzubide tenía más de un registro escritural. En mi tesis de licenciatura escribí precisamente sobre lo diametralmente distintos que son sus libros de poesía Esquina (el más conocido) y Plebe. El primero está escrito con una evidente estética adherida al Estridentismo; el segundo en cambio es un libro con poemas políticos que cualquier columnista de Letras Libres llamaría con displicencia “panfletario”. Es verdad: los poemas son exaltaciones y exordios políticos dirigidos a distintos grupos de trabajadores, como los obreros o las secretarias, y están escritos en verso medido y con rima; son, pues, lo que llamaríamos de corte “tradicional”. Creo que List antes o además de escritor, era un militante político de izquierda, y creo también que eso está mal visto por una buena parte de la crítica literaria en México y quizá en el mundo. Para List la literatura no era el fin último de la escritura, sino el mensaje que quería transmitirle a las y los lectores. Por eso escribió Plebe así: para que cualquier persona que supiera leer y abriera el libro, entendiera con claridad el mensaje, que era, como lo resumió Angelique Boyer, “hagamos un sindicato”. 

La mencionada militancia política es la última explicación que pensé sobre por qué dedicarle una exposición a este personaje. Como parte de sus labores de difusión de un mensaje político de izquierda, Germán List Arzubide fue uno de los primeros promotores del teatro guiñol en México, que impulsó luego de ver el teatro para niños de la Unión Soviética. El poblano escribió obras de teatro junto a su hermano Armando, y colaboró con Lola y Germán Cueto. List era un hombre polifacético que tuvo injerencia en la vida cultural y política de México desde distintos ámbitos.

En la inauguración de la exposición, el jueves 8 de agosto de 2024, la funcionaria que fue en representación de Literatura del INBA, mencionó junto al nombre del escritor los motes de militante, guionista, educador y no recuerdo cuáles otros, pero no dijo “poeta”. Esta omisión me pareció interesante si pensamos en que List Arzubide no fue en realidad muy prolífico como poeta (lo que por supuesto tampoco importa mucho porque “Rulfo sólo publicó dos libros”, etcétera); sin embargo, la propia exposición tampoco muestra particular interés por la identidad poética del homenajeado. En una de las salas hay unas cuatro fotos de los estridentistas, pero en cuanto a POESÍA no hay mucho más. 

Me sorprende que el autor sea valorado más como una figura política, que como un poeta. No sé por qué, si la anécdota que mi abuela contaba (y que también yo he contado en otro texto) con mayor orgullo es la vez que List se envolvió debajo de la ropa una bandera del ejército sandinista que los yankees reclamaban y luego la desenvolvió con orgullo en una conferencia antiimperialista en Frankfurt. La imagen es tan emotiva como la autodedicatoria de Plebe. Hay algo emocionante en la izquierda, en la militancia, en marchar. La primera vez que salí en un contingente de la Facultad de Filosofía y Letras, me dio tanta emoción que quería llorar. No lo hice porque sabía, al mismo tiempo, que era una ridiculez. Quizá la emoción está en saber que se lucha por un destino utópico, no irrealizable pero lejano, y esa voluntad a veces parece más propia de la juventud. Por eso enternece leer a un viejo todavía ilusionado, todavía creyente.

Entonces, ¿por qué me extrañan estas cosas? y que lo consideren no tanto un poeta como una figura política; que le dediquen una exposición a él, el estridentista número dos del movimiento poético (gracias a Paz y sus herederos)[1] número dos. Quizá porque yo misma estoy inmersa antes que nada, en el ambiente literario (y más que literario, poético). Por ese motivo, considero a List Arzubide sobre todas las cosas, como poeta. Lo estudio como poeta, pienso en él como poeta. Gracias a la crítica feminista, puedo leerlo con un horizonte que rebasa la valoración del “buen poeta” o “mal poeta”: es lo que es, escribió lo que escribió, y viene de su propio lugar. La crítica literaria ha superado el juicio de valor. Sin embargo, debo decir que empecé a escribir estos piensos desde la crítica de valor literaria, porque adonde iba al principio era a decir: DEDICARLE UNA EXPOSICIÓN A UN ESCRITOR EN UN MUSEO ES PONERLO EN UN LUGAR CANÓNICO. Es decir, puede no ser tan bueno como lo parece. El estridentista se ha vuelto el canon, qué vergüenza para la familia (y qué honor, habrá que confesarlo). Pensaba, ¿por qué quieren canonizar a Germán List Arzubide, quién está detrás de este proyecto político?, ¿pero no es pensarlo desde ahí estar del lado de la propia crítica literaria normativa? ¿Qué otro lugar, qué otra perspectiva hay para contar las cosas?

Lo aclararé contando algo a lo que no le había prestado la menor importancia hasta ahora, que me doy cuenta de esto: Hace tres semanas empecé a asistir a un taller de dibujo en un taller de gráfica llamado La Trampa. Se encuentra en un cuartito (no sé de qué otro modo llamarlo) del ex convento de las Vizcaínas. Mi mente normada y yo, cuando nos inscribimos al taller, pensamos que llegaríamos a un lugar gentrificado dentro del convento, algo tipo el cercano Claustro de Sor Juana, y llegamos muy puntuales el primer día para darnos cuenta de que el taller estaba cerrado porque no había llegado nadie más que ella y yo. Entonces esperamos hasta que llegó el profesor y entramos a una suerte de buhardilla mágica llena de grabados no figurativos que nos parecían fantásticos. El resto de las y los compañeros llegaron más tarde, de una manera, por supuesto, mucho más pertinente. Y en ese taller, desde hace tres semanas hasta ahora, hemos realizado ejercicios que nos han roto, a mi mente normada y a mí, los paradigmas de lo visual. Queremos romperlos, porque sabemos cómo somos, y que nos cuesta trabajo, y que tendemos a hacer las cosas figurativamente y lo más “logradas” (a nuestro entender) posible; aunque no necesariamente queramos eso, así lo hacemos. No nos perturba este ambiente informal porque hemos estado en lugares parecidos antes, como en El Pozo, un taller literario que precedía Daniel Torres en un cuarto de azotea de la colonia Narvarte, en donde se leían poemas y cuentos de Onetti a la vez que todos fumaban mota.

Al grano: el 8 de agosto de 2024, tu mente normada y tú asistieron a la inauguración con su novio y su madre (una veterana de la búsqueda de la desidentificación de la mente normada) y vieron, a lo lejos, a un compañero de La Trampa y al dueño del La Trampa. Pero no recordaron el nombre de tu compañero, y pensaron que probablemente ambos ignorarían quién eras, aunque también pensaste que probablemente les resultarían, tu mente normada y tú, familiares. Esto resultó en una interacción típicamente poblana, de ésas que seguro le molestarían mucho al tío bisabuelo Germán: Fingieron que no los conocían y vieron la exposición con aparente demencia; ni siquiera emitieron un saludo en el momento en el que estuvieron junto a su compañero viendo algunos documentos de archivo en una vitrina. Ese sábado llegaron al taller y su compañero, con sus propias inseguridades, comentó la sospecha de haberlas visto y ustedes respondieron, como presumiendo, que estaban ahí por su (lejano) parentesco con Germán.

En fin, que lo que ahora pienso es que esas personas, que se dedican a las artes visuales, a esa experimentación, estaban ahí, como no estaba ninguno de tus conocidos escritores, y quizá esa presencia quiera decir algo; quizá el hecho de que los artistas visuales de la buhardilla estaban ahí, en vez de cualquier persona que conozcas de la escritura representa un rayo de esperanza (esperanza quiere decir que seguimos siendo, hablando en plural como si jugáramos en un equipo de futbol, no hegemónicos, ancilares, olvidados, rechazados por el mundo de la escritura, defensores del ejército sandinista, de Maiakovski, de Lenin); de hecho, esa misma semana, mientras se inauguraba la exposición, un VERDADERO grupo de escritores se reunía en otro museo del Estado a nombre del difunto Octavio Paz para hablar sobre la vigencia nada más y nada menos que de los Contemporáneos… ¡Los escritores no quieren a Germán!

[1] De Paz cabe decir que de acuerdo con List fueron “camaradas”, y que el mixcoaqueño incluso coqueteó con poemas de estilo estridentista, hasta que un día después de la convención antifascista se dio cuenta de que por esa vía no iba a conseguir el Nobel y se distanció.