Para una aproximación crítica a Matrix, El género de la filosofía de Alejandra Castillo

Miguel Hermosilla Garrido

  • Alejandra Castillo. El género de la filosofía. Santiago de Chile, Ediciones Macul, 2019.

Un cuerpo cuya materialidad no sea otra cosa que la leve hendidura que produce una mano sobre la carne.

Alejandra Castillo, Ceguera.

En la tensión secreta y sustraída entre la falo-escritura y la palabra prestada de una voz en deslizamiento exílico del logos patriarcal, que se lee en “Matrix, “el género de la filosofía” de Alejandra Castillo, se anuncia también la instalación ana-sémica y des-sujetada de una materialidad cósmica e impropia de las palabras que eluden constantemente el dispositivo policial del género-sujeto de la filosofía del padre. Por el contrario, el texto performance que mueve los hilos del significante en Matrix, es la fuga inubicable de la khora-móvil que se muestra como resto –stasis y gesto– que excede los bordes de toda soberanía, la topología abismal del vacío que se construye como cuerpo constelado y “des-aferrado” de cualquier identidad que lo remita a un origen.

Bajo el nombre cuerpo-mujer se despliega una crítica cuya originalidad desborda el corpus filosófico del archivo universitario y el paradigma hetero-ilustrado de los saberes dominantes, inscrito al interior “del nómos masculino”, “cuya consecuencia fundamental es la subordinación estratégica de la mujer”.

Matrix, el género de la filosofía, nos propone una operación de escritura que interpela al propio “dispositivo matrix”, como un operador de subjetividad femenina situada al pie de página de la violencia metafísica del género-dualidad y productividad, constitutivo de toda lógica de acumulación, dominación y explotación.

Bajo el nombre de lo femenino-madre, filiación, filosofía y contrato sexual-social, el texto de la autora se mueve como topología-khora o no lugar preciso de representación, en una operación textual que interrumpe la monumentalidad del relato logo-falo-céntrico, abastecido por las tecnologías teo-antropológicas de la exclusión y el sometimiento general de los cuerpos, que bajo los imperativos duales del nihilismo unificante, neutraliza la intensidad nómade de los flujos irreductibles de lo viviente.

El significante Matrix en el texto de Castillo, se deja leer como sintagma destellado de lo materno-productivo, inscrito como letra sacrificial de la ley en el cuerpo nomo-sexuado de la lengua filosófica sobre la mujer, y como tal, como una línea de fuerza problemática, que disputa al lenguaje del poder el lugar que este asigna a lo “femenino” como espectáculo de la falta y la dominación.

Así, entonces, la problematización fundamental que se abre en el texto, Matrix, el género de la filosofía es: la pregunta por la inscripción “del cuerpo vaciado de la mujer”, en tanto que matriz, útero-histeria, en el ordenamiento principal de “la diferencia sexual”–matrix–, como arconte secreto de la metafísica occidental, el paradigma policial de la filosofía del padre y la relación heteronormativa del género, que opera como mera gestión reproductiva del trabajo sexual. Será, desde este régimen biopolítico-heterosexual de la diferencia sexual, desde donde arranca la crítica feminista, que Matrix elabora de los dispositivos de “exclusión y olvido del género de la filosofía, siempre ya constitutivos de los saberes maestros y las tecnologías moleculares de producción del sexo, el género y la sexualidad».

Si las resistencias de los cuerpos se instalan en “la ceguera anterior de un no saber cómo límite de la escena de su saber”; como punto ciego de la filosofía, en palabras de Thayer, entonces, la pregunta intempestiva que acompaña a ala critica en este texto, es: ¿qué significa pensar las tecnologías de la crítica en el horizonte del cuerpo sublevado de la mujer?

La pista para arriesgar una hipótesis reflexiva a la pregunta por el saber que porta “el no saber” de la monstruosidad oprimida de los feminismos y la “mujer rota”, es la incomodidad que brota de la apertura de sus luchas hacia una relación distinta con la historicidad, digo, la de una disyunción otra, aún más radical si se quiere, que la promesa por la emancipación, siempre burguesa en su modulación y performatividad disciplinar, que organiza el relato histórico de acuerdo a una relación de serialidad y progreso, en versión hetero-masculinizante hacia la revolución universal. Pues, la indiferenciación de esa apertura en otra lengua de la crítica y la acción política –vida y critica–, desmarcada de las tecnologías como regímenes de la vida y representación opresiva del cuerpo femenino, aparecen como esos puntos ciegos de reflexión y análisis en la crítica que Matrix apunta contra la anulación diurna que el corpus filosófico realiza de la diferencia sexual como resto excesivo y fundante de su propia producción discursiva, y es, en esa misma línea problemática que en el texto opera una demanda critica de desmantelamiento onto-político del dispositivo Matrix, en tanto este prefigura una economía de la presencia que apela a la ecología del fundamento y al principio último de orden y organización del desarrollo interno de la propia filósofa, en tanto que luz, útero y origen de lo que aparece en el orden del discurso: “Restarse a la histeria. Restarse de la matriz de la diferencia sexual, pues nada se pierde con perder la identidad[1].

Si la cita es oportuna, entonces estaríamos apostando aquí a una cierta desarticulación anárquica, desde la crítica feminista, al orden constitutivo del género de la filosofía, para abrir, desde el mismo cuerpo colonizado de la mujer-matriz, un hiato que interrumpa la totalidad unificaste de la violencia política y metafísica del reparto, la circulación y la guanacia, como comprensión absoluta del mundo, pues, la cita critica a la economía política de la Republica masculina que desde Matrix se desliza, como una impugnación performática a la derivada de la filosofía de la historia del capital, queda expresada en la formulación explicita que articula la pregunta fundamental del texto: la pregunta por la crítica y su lugar de enunciación; “la crítica como juicio, atribución de culpa”; “como exigencias de garantías” de la propia crítica, que impide el riesgo del lugar de enunciación y la voz que la pronuncia, que como registro normativo de los saberes que la ejercen, elabora al mismo tiempo la garantía de su eventual posición de control y dominio.

A la contra de esta tradición normativa y masculina del juicio, de lo que se trata en cambio en el texto de Alejandra es, entrar a una tradición heteróclita del ejercicio crítico para des construir –desde ese lugar constelado– los modos del pensar, nutridos por los discursos maestros de la teoría y el sujeto supuesto saber, desde donde se apuntalan los poderes hegemónicos de turno, y que a modo de transformación en plusvalía de los servicios sexuales, de gestación, cuidado y crianza, realizados por las mujeres y no remunerados históricamente, se ha erigido la historia de la explotación.

La crítica feminista, en Matrix, se anuncia desde ese no lugar de riego y falta de garantía, no elabora una moral de la superioridad de un sujeto sacerdotal y soberano, para luego entrar al reino de la emancipación diurna y el progreso civilizado, esa es precisamente la trampa teológica del historicismo “destinal”, que impide la interrupción radical “de la expansión de un mundo político y económico que parece contar a su favor con la precarización, la desposesión y la catástrofe”.[2]

La revuelta de la teoría, planteada por la crítica feminista en Matrix, retoma “la actitud foucaultiana de la crítica, como un ejercicio del “oponerse” a la injusticia: ¿cómo no ser gobernado? o ¿cómo no ser gobernado a esa forma o a ese precio?”.[3] Si el gesto irreductible de la revuelta feminista de la crítica coincide o calza con la actitud del hacerle frente a la injusticia, entonces la potencia de la subversión feminista consistirá también en la interrupción del tiempo histórico y su “máquina mitológica” de la exclusión y el exterminio global de la vida en el planeta. La lucha feminista coincide así, entonces, con la disyunción abierta por la imaginación de las potencias populares, que interrumpen el esquema teológico de determinación de lo político, como reducción metonímica de pura gubernamentalidad y administración del poder.

Si de alteraciones y uso se trata, el texto-escritura de Alejandra Castillo, nos pone como puntos de inflexión para pensar e interrogar la filósofa el lente geométrico de la rectitud de la pose identitaria, para devolvernos desde esa topología un cuerpo alterado y múltiple, quebrado y para-fílico, “desfigurado, en un ir y venir de sus mareas”, por desaparecer en el mismo gesto que lo constituye según la linealidad funcional y autoritaria del imperativo dual del género, siempre ya vigilado por el ojo mayor de la huella genital que lo trazó, para diluirse en el océano libre del “desvió incesante de la carne”[4], sin falo- análisis de la en-carnación y “la monosexualidad fálica”, pues, la vida no es solo la simetría capturada por la maquina biopolítica de los cuerpos, sino lo que se excede de sí misma, explica el filósofo chileno Rodrigo Karmy.

Así, entonces, Matrix nos propone pensar los cuerpos como vidas “exotes” y sub-versas, más allá de la captura teo-carno- política de lo viviente y la apertura de la carne en un cuerpo cerrado y dócil trazado por las tecnologías sacrificiales de la crianza de lo humano. Matrix se nos revela, así entonces, como una propuesta de lectura libre, matricial-infantil y animal, a flor de piel, eludiendo en “las ondulaciones del erotismo múltiple” de su escritura, la cerradura metafísica de la Matrix y el género de la filosofía.

[1] Alejandra Catillo, citando el Barniz del Esqueleto de Willy Thayer en Matrix, el género de la filosofía. Pág. 70.

[2] Alejandra Castillo. Matrix, el género de la filosofía. Ediciones Macul. Pag.61

[3] Ibíd. P. 63

[4] Revisar la máquina encarnativa de Rodrigo Karmy.