Nuestra experiencia en el INFP

Enrique Sandoval

Dedicado a los compañeros y compañeras

 de los círculos de estudio 

de Cuautitlán Izcalli,  Cuautitlán y Teoloyucan.

A finales del 2019 nos integramos a la Red Estatal de Círculos de Estudio del Estado de México del Instituto Nacional de Formación Política. En nuestro caso, el proceso de integración tuvo todo que ver con nuestro trabajo político previo, de educación popular, que venimos realizando desde el 2010, independientemente del movimiento de regeneración nacional. Por supuesto, esta trayectoria jamás ha sido un motivo de secreto, sobre todo porque en el arco militante que inicia en esos años participamos en al menos tres experiencias que fueron constitutivas para nosotros: la Coordinadora Metropolitana contra la Militarización y la Violencia (COMECOM), el #YoSoy132 y las movilizaciones por Ayotzinapa. Baste decir que estas experiencias se inscribieron en un haz de resistencia antiinstitucional que culminó finalmente en la consigna “Fue el Estado” de 2014. Afortunadamente, en todo este ciclo de movilizaciones por la indignación siempre colocamos una atención especial a la formación marxista. Y, de hecho, el problema nacional siempre fue algo que nos asedió. De ahí el engarce para integrarnos en los trabajos de educación popular.

En 2018, cuando venía consumándose un progresismo en México que más o menos cristalizaba la victoria de otras luchas, las coordenadas de las correlaciones de fuerzas hasta el momento vigentes fueron modificadas. Se trataba de un gobierno con intenciones antineoliberales, respaldado por amplias capas populares, pero que, en la práctica, incorporaba sucias fracciones priístas y panistas que presagiaban cierta continuidad del fondo productivo económico. La izquierda clásica, anticapitalista y antiestatal, no podía sostener el mismo programa sin aislarse aún más de esos más de treinta millones de mexicanos que votaron en 2018. Pero la izquierda clásica (y en esto nos sentimos identificados) tiene sus razones para criticar a este gobierno: no se ha dado ningún paso firme —como sí se hizo en Venezuela— en la reorganización de las fuerzas anticapitalistas y anticoloniales, ni se han creado las bases para el autogobierno y poder popular desde abajo y ni siquiera se ha desarrollado una politización amplia y movilizada que desborde los objetivos electorales. Lo que es más: en toda la historia de los progresismos, en el núcleo de la ecuación partido-movimiento, el movimiento obradorista tal vez sea el más pasivo de todo el continente.

Pero, aun aceptando estas limitaciones, ¿qué sentido tiene la crítica de los sectores clásicos cuando afirman que el gobierno de AMLO es “burgués”, “reformista”, “liberal”, etc.? Cierto es que la esencia del Estado continúa siendo burguesa. Pero en la auténtica dialéctica también son importantes las manifestaciones. La realidad se constituye por su esencia y por sus formas de aparecer. Por ello, lo relevante no es sólo la esencia del Estado, sino sus momentos o manifestaciones, pues las clases subalternas que no aprenden a discriminar entre un momento y otro de la clases dominantes, no distinguen sus propios momentos de constitución como clases en lucha. Las clases oprimidas se organizan explotando los momentos de la clase opresora y por eso, más que la esencia del Estado, lo que puede constituirse como momento militante de lo nacional popular es el entendimiento de la aparición concreta de las formas del Estado. La pensión para los adultos mayores, las refinerías y la lucha contra los otros poderes del Estado, etc., son aquí la forma en la que aparece este Estado. Esto hace que el gobierno no sea experimentado como clasístico en la praxis popular. Por eso es que las motivaciones reales de esta militancia nacionalista exceden la razón pura anticapitalista. Y esto no es un error, pues las ideas no se proponen o se apoyan: para existir en el terreno objetivo deben estar ya presentes en la cabeza de las gentes. Decir que los éxitos específicos de este gobierno constituyen el efecto de una simple manipulación, es en absoluto una idiota posición de derecha.

De cualquier forma, son estas coordenadas las que establecen la profundidad y las formas del desarrollo general de la formación política nacional. Primero hay que tener en cuenta que el sector obradorista no es anticapitalista ni está realmente articulado con el resto de los movimientos sociales de izquierda en México (trabajadores, campesinos, estudiantes, padres de los desaparecidos y feminismos). Se trata de un sector que podría autoorganizarse desde la perspectiva de la defensa y reconstrucción de la nación. Aquí, la nación no es una comunidad ilusoria (como dicen los viejos marxistas o los antropólogos medio confundidos), sino un lugar de disputa. Es un espacio de condensación de un metabolismo social, económico, político e ideológico que sólo puede estatuirse como un sistema hegemónico que, aunque involucra, trasciende la relación económica entre las clases. Lo nacional supone una integración contradictoria de los distintos grupos sociales —en el marco de la dominación capitalista— producto de incesantes luchas económicas, políticas e ideológicas, que arrojan como resultado diversas configuraciones de relaciones de fuerza que se materializan en el Estado en sentido ampliado. Para nosotros, lo nacional popular de izquierda no tiene como referente al Estado (en sentido restringido), sino una unidad antiestatal que echa sus raíces en la reapropiación organizativa e ideológica de su propia historia. Por tanto, su autoorganización, pensamos, podría gestarse desde un programa de construcción contrahegemónica. Aquí el concepto de nación debe ser equiparado al de hegemonía, como construcción material de una nueva dirección política, intelectual y moral de contenidos democráticos y antineoliberales.

De esta manera, a diferencia de los marxismos clásicos, la izquierda nacionalista u obradorista no cuenta con una unidad teórica más allá de la que le ha dado el humanismo. En realidad, ha tendido a sacar las consecuencias de la historia de México hacia la política y por ello se enciende con la táctica del poder. La formación política que hemos desarrollado, por ello mismo, tiende a no exceder el humanismo; no tanto por una cuestión didáctica o de grados de conocimiento, sino porque hay algunos tópicos de los que no podemos hacernos escuchar: tal como el tema de la necesidad de la violencia crítica en la historia. Como dice Heidegger: sólo quien ya comprende puede escuchar. Lo que no se vive como una necesidad de la praxis, no es posible integrarlo como proceso de formación vital. Sin embargo, la ventaja de la izquierda obradorista es que logra una fácil y envolvente inserción en la práctica política. Por sí misma, la construcción hegemónica no es necesariamente de izquierda, pero sin la posibilidad de la construcción hegemónica los planteamientos de izquierda no son nada. En este sentido el INFP constituye un espacio privilegiado para rearticular el proceso obradorista, pero parte de la efectividad de esto reside en la idea de que no toda militancia partidaria en MORENA se dirige hacia la constitución del poder popular obradorista. Aquí debe exagerarse el hiato entre partido y movimiento. De hecho, el INFP debe ser más un espacio de confluencia ciudadana para la organización de los movimientos populares de izquierda que exceden al obradorismo y obviamente a MORENA. Parafraseando a Elvira Concheiro, debe ser un órgano de los procesos históricos y no de los efímeros.

Como cualquier acción política pasa necesariamente por el acto de conocer, la formación política debe ser un ir ganando terreno frente a la fragmentación social. Se trata de construir una subjetividad política tendiente a la totalización: que se autoreconoce como sujeto ciudadano, político y productivo, capaz de desplegar su praxis entendida como actividad política de transformación. La radicalidad de este sujeto estriba en que milita bajo una perspectiva de la totalidad en el marco de la lucha de clases global, espacial y temporal. Ser radical significa desarrollar una praxis en la perspectiva de la totalidad. Sólo si se reconoce a la totalidad existe sujeto. Así, logra asumirse como individuo que forma parte de una comunidad (social), como ciudadano que exige y transforma sus derechos (político) y como sujeto que crea la riqueza (productivo). Este es el camino por el que puede transformarse en clase social. La formación política es, por ello mismo, un detonador de la praxis para que un núcleo de personas se convierta en clase social. Sólo así es posible diferenciar entre los proyectos efímeros y los históricos. Sin embargo, la teoría crítica debe ser una necesidad de la praxis y no una imposición académica. Es necesario que la militancia obradorista desarrolle vínculos orgánicos con el resto de los movimientos sociales en México y, al menos en Latinoamérica, para construir un horizonte emancipatorio de larga duración contra la explotación y la antidemocracia. Así se comprende que no hay fenómenos sociales aislados o relacionados de manera contingente. La lucha por la dignidad es una sola y la realidad entera es un producto de la praxis. Este es un camino largo, pero creo que con los compañeros de los círculos de estudio hemos intentado mantener ese espíritu.

Referencias:

-Ana María Rivadeo, El marxismo y la cuestión nacional.

-Jaime Ortega, “Totalidad, sujeto y política: los aportes de René Zavaleta a la    teoría social latinoamericana”.

-René Zavaleta, “Ovando el bonapartista”.