Memes, izquierda y religiosidad

Sergio Alanís

Deseos de año nuevo: recuperar expresiones de lo nacional-popular.

A propósito del 12 de Diciembre, fecha en la que se celebra el día de la virgen de Guadalupe, junto con el nacimiento de Jesús el 24 de Diciembre (festividades que le dan forma al famoso puente Guadalupe-Reyes), es necesario reflexionar sobre la existencia de estas celebraciones decembrinas y su importancia dentro de lo popular. Podremos creer en la virgen de Guadalupe o no, depositar nuestra fe o intentar reivindicar nuestro ateísmo, pero a estas alturas saber si lo que cuenta Juan Diego sobre la aparición de la virgen es «real» es lo de menos. Es innegable la potencia que reviste a la figura de «la Madre de México» como síntesis de la cultura popular en nuestro país.

Siendo un lugar de refugio y adoración para los oprimidos ya desde los tiempos mexicas del culto a Tonantzin, la “venerable madre” ha fungido como una generadora de sentidos populares, un punto de anclaje para la identidad nacional antihispánica y, posteriormente, como bandera para las luchas de emancipación: símbolo de resistencias y autonomía de credo (con la virgen de las barricadas para la APPO como mejor ejemplo de ello).

Su existencia histórica como idea, materializada en prácticas se sigue expresando de múltiples formas. Por un lado, aquellas que surgen desde lo popular, como redes de solidaridad, movilización socio-política, economía solidaria y de más; hasta, por otro lado, aquellas sin contenido ni esencia: las expresiones del lado capitalista que despoja, roba y quebranta estos elementos sociales, subsumiéndolos en una lógica de explotación y dominación.

Personalmente siempre ha llamado mi atención (además de generar una inocultable molestia) que aún con la presencia de estos elementos culturales en México, incluyendo la adoración a Cristo y a la virgen, la izquierda decida mantener una posición tradicional casi de carácter universalista del marxismo en la que se destierran estos elementos de la discusión, aunque estas vías sean aparentemente opuestas.

Por un lado, existe dentro de la militancia de izquierda (específicamente socialista) una tendencia a relegar/ignorar estos elementos religiosos que provienen de una construcción popular y que son indispensables para entender la conformación de la nación mexicana[1]. Son aquellos/as que siguen pensando en que la frase de Marx, «La religión es el opio del pueblo», se refiere a la necesidad de eliminar cualquier expresión religiosa por ser «alienante» o una característica inherente de lo «antirrevolucionario»; son los mismos que irónicamente repiten frases específicas de Marx, Lenin y Trotsky como si fueran rosarios, junto a una interpretación dogmática-religiosa de sus textos, y que buscan instaurar la revolución socialista por decreto, ignorando la especificidad histórica de los lugares que ocupan y, más aún, la existencia de una álgida disputa por el Estado en la que los movimientos sociales tienen un papel fundamental, incluyendo sus manifestaciones culturales y religiosas.

Por otra parte, existe un sector más numeroso en la izquierda (una izquierda tal vez superficial, motivada posiblemente a partir de una visión de la religión como mero instrumento de dominación de las “clases dominantes”) que intenta reivindicar figuras centrales de la religión en figuras de izquierda, abstrayéndolas de su contenido intrínsecamente religioso, separando una interacción mística, ascética, encaminada a una construcción social de resistencia del pueblo.

El ejemplo más claro es la figura de Jesucristo, considerado como el Hijo de Dios para la tradición cristiana, que ha sido catalogado por una izquierda pop que se limita a compartir contenidos en redes sociales, como n hijo de un carpintero que se hizo Dios para enfrentar al Imperio Romano, un revolucionario al más puro estilo anarquista que legó un mensaje de amor para la humanidad en abstracto. Una intento de crítica a la “religión”, pero que se limita a una crítica de la Iglesia como institución eclesiástica.[2]

Sin embargo, si nos dedicamos a leer los pasajes bíblicos que hablan sobre Jesucristo, nos damos cuenta que la descripción anterior es equivocada. En reiteradas ocasiones, Jesús afirmaba ser el Hijo de Dios (no solo hijo de un carpintero). Además, diferenciaba los asuntos divinos con el ordenamiento civil del imperio romano: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (no era un anarquista/enemigo del imperio romano)[3]. Y al final, su mensaje se resume en sus palabras “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). En síntesis, Jesucristo es revolucionario, no por betas que podamos encontrar en el socialismo, sino por la esencia del evangelio, en su mensaje y en su práctica traducible en la justicia social[4].

La izquierda debe poner atención a las necesidades vitales de lo popular para crear una colectividad basada en construcciones colectivas propias de nuestra nación. Entender estos elementos dotará de herramientas prácticas para conformar una correlación de fuerzas favorable que permita disputar el Estado y, con ello, los elementos clave que conforman la vida social en su conjunto”.

No basta únicamente el “tomar conciencia” de estas expresiones populares y seguir reproduciéndolas como festividades menores o residuos de lo social, sino que deben ser adoptadas dentro de los espacios de militancia para fomentar la construcción de una identidad nacional que comprenda de manera efectiva y útil las condiciones materiales de los pueblos. Simultáneamente, esta adopción es algo que puede servir como medio de reflexión y formación sobre lo que significa lo “nacional” y el Estado[5]. Comprender estos conceptos nos permitirá abrir discusiones necesarias. Por ejemplo, ¿cuál puede ser el lugar que ocupen estas manifestaciones de la cultura popular dentro de los llamados “partidos-movimiento”, sin que dicha ocupación afecte la laicidad del Estado? ¿El contexto de los países latinoamericanos es similar al de los países europeos? ¿O la conformación del “Estado laico” tiene otras repercusiones en estas latitudes? ¿Cuáles son las limitaciones del Estado laico, resultado de una tradición liberal que restringe el desarrollo de la cultura popular en su configuración actual? ¿Qué clase de horizonte buscamos implementar si no se hace un balance de lo popular en nuestro país? Y, finalmente, ¿cómo retomar estas manifestaciones sociales sin caer en una aparente cooptación de estas?

Si buscamos profundizar las transformaciones para la justicia social, me parece que éstas son preguntas necesarias para iniciar el año.

Agradecimientos a Metze y Sandra por sus comentarios sobre este texto.

 

Bibliografía:

Dussel, E. (1988). Religiosidad popular latinoamericana (hipótesis fundamentales [Archivo PDF]. https://enriquedussel.com/txt/Textos_Articulos/166.1986_espa.pdf

Echeverría, B. (2013). El guadalupanismo y el ethos barroco en América. Theoría. Revista Del Colegio De Filosofía, (23), 101–110. https://doi.org/10.22201/ffyl.16656415p.2011.23.376

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[1] Un ejemplo de esto es el término “marxismo guadalupano”, acuñado por Heberto Castillo en medio de las discusiones para fundar el Partido Socialista Unificado de México. En síntesis, es una burla para los comunistas más “férreos” que insistían en colocar de forma innecesaria y repetitiva la ideología de carácter marxista-leninista del nuevo partido en sus documentos básicos, casi de manera religiosa. Ahora, se intenta usar como un reconocimiento de un “marxismo católico”, pero sin contenido.

[2] En estas fechas circula mucho en redes sociales un discurso del comandante Chávez, describiendo a Cristo como socialista y trabajador; En defensa de nuestro comandante, Chávez reivindicaba lo popular en la disputa por el Estado, a diferencia de los grupos que lo sacan de contexto con el afán de definirse como una “izquierda revolucionaria”.

[3] Si Jesús se hubiera enfrentado al Imperio Romano como bien se menciona en la izquierda “pop”, hubiera pertenecido o apoyado a los “Zelotes”, un grupo nacionalista que buscaba independizar Judea del control de los romanos a través de métodos violentos.

[4] En el libro de Hechos 2:45-47, se describe que los primeros cristianos vendían sus propiedades y lo repartían a todos “según la necesidad de cada uno”. “¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!

[5] Me parece curioso que nuestra visión sobre la religión, el Estado y la nación, expandan o restrinjan nuestro análisis de la realidad y por lo tanto nuestra acción política. Asumir estas tres categorías como “mera dominación” y no una construcción ambivalente producto de lo social y lo popular tiene consecuencias importantes.