Nota roja y luto humano: las madres en dos textos de José Revueltas[1]

Andrea Silva

El 6 de octubre de 1942, como parte de su trabajo periodístico para El Popular, José Revueltas publicó “Mi hijo será el último en juzgarme. Patético relato de sus crímenes hace la filicida”, una nota roja en la que el escritor da cuenta del caso de Ricarda López Rosales, una mujer pobre que enfrenta el proceso penal en su contra por haber asesinado a sus dos hijas. Tras enterarse de que está embarazada de su tercer hijo, Ricarda decide envenenarlas y suicidarse; sin embargo, como ella misma explica, no logra llevar a término su plan: “Temiendo que Elvira [una de sus hijas] me sobreviviese, no fui capaz de envenenarme yo también” (Revueltas 2018: 83). La primera frase del título de la nota consiste en una de las respuestas que da la acusada como parte del interrogatorio al que es sometida por el juez de su caso. En su estudio sobre esta nota, José Manuel Mateo (2018) analiza la decisión de Revueltas de presentar desde un inicio la voz de la acusada, un gesto que el escritor repetirá a lo largo de su reportaje.[2]

A diferencia de la nota publicada sobre el mismo caso un par de días antes en La Prensa con el título “La hiena que mató a sus hijas, satisfecha”,[3] Revueltas evita animalizar o reducir a Ricarda a una especie de monstruo, más bien la reconoce como una mujer “que se mantiene entera, lógica, usando de la inteligencia natural que posee para producir respuestas claras, firmes y bien construidas” (2018: 82). El escritor pone especial atención en reproducir lo dicho por Ricarda con el objetivo de desentrañar los motivos de su crimen, y recupera una respuesta que revela la lucidez absoluta de la mujer: “Pienso muy lejos —dice textualmente Ricarda—, no en lo que me va a pasar mañana, sino [en] el porvenir dentro de cincuenta años, de diez, de cinco, y siempre será igual, por eso maté” (82). El enunciado pone de manifiesto que la esencia del planteamiento de Ricarda, la problemática que ella identifica con una inteligencia terrible, no es la miseria de su presente, sino su carácter irresoluble, “la proyección futura de esa misma miseria” (Mateo 2018: 56, cursivas del original) en su descendencia, mujeres que a su vez se convertirían en madres y prolongarían el ciclo de vida miserable.

En su entendimiento del mundo, Ricarda se muestra dueña de una inteligencia aguda que deviene en una clarividencia trágica.[4] Pasando del periodismo a la literatura, considero que en El luto humano, novela publicada por Revueltas a principios de 1943, pueden encontrarse dos personajes femeninos que comparten la clarividencia de Ricarda, aunque con diferentes matices: la abuela de Úrsulo y la Borrada. Me parece que analizar la manera en la que la violencia cruza a estos tres personajes puede arrojar reflexiones interesantes sobre la maternidad y el aborto.

El luto humano inicia cuando la pequeña Chonita, hija de Úrsula y Cecilia, acaba de morir, por lo que dos parejas acuden a velarla: Jerónimo y Marcela, así como Calixto y su mujer, la Calixta. La noche del velorio se desata un diluvio que desborda el río, por lo que las tres parejas emprenden un éxodo para intentar salvarse de la inundación. La soledad y la miseria en las que sobreviven esos personajes no siempre fue tal, pues se narra que en el pasado un líder, Natividad, intentó organizar una huelga para tomar el sistema de riego construido por el gobierno; había, en ese sentido, una esperanza de prosperidad. En ese periodo, Natividad recibe el apoyo de Úrsulo y el amor de Cecilia, con quien termina casándose; sin embargo, Natividad es liquidado por Adán, un asesino a sueldo contratado por el gobierno. Con la muerte de Natividad, la huelga fracasa y el sistema de riego se viene abajo, pues la cortina de la presa, llena de cuarteaduras, colapsa y sobreviene después una terrible sequía. Sólo unos pocos porfiarán en permanecer en esa tierra yerma, entre ellos, los personajes reunidos por la muerte de Chonita.

No es gratuito que el relato empiece con el dolor de Cecilia perdiendo a su hija, pues la maternidad es un tema fundamental en El luto humano. De una u otra forma, todos los personajes femeninos de la novela se verán marcados por tener una relación negativa con la maternidad. El caso más terrible, y el que más recuerda a la historia de Ricarda, es el de la abuela de Úrsulo, una mujer indígena. Cuando el abuelo de Úrsulo se une a la rebelión de Tatebiate y ésta es derrotada por el gobierno porfirista, el ejército llega al pueblo para capturar y llevarse a las familias como mano de obra esclava. Mientras aguarda la llegada del tren con el que pretenden llevarlos lejos, la respuesta de la mujer es brutal: “No vamos, es mejor morir” (Revueltas 2014: 303) y, acto seguido, toma a su hijo pequeño de los pies y lo estrella contra las vías. La respuesta del soldado que presencia el crimen recuerda a la animalización de Ricarda en el titular de La Prensa: “—Eres una víbora, india jija de la chingada! —Exclamó un soldado a tiempo que la atravesaba con la bayoneta” (303). 

El otro personaje al que hicimos referencia, la Borrada, también es una mujer indígena y su historia está íntimamente ligada con la de Adán, el asesino de Natividad. Tras uno de sus crímenes, Adán es enviado a ocultarse en la sierra y, tan pronto llega, impone su voluntad a la comunidad indígena que ahí habita haciendo alarde de su fuerza y sus armas. Como primer acto de despojo, exige que le sea entregado todo el maíz y, en un segundo momento, dejará en claro a Tata Gregorio, una voz de autoridad dentro de la comunidad, el deseo que siente por la Borrada. Por ello, Gregorio se dirige a ella para anunciarle que tendrá que ser la mujer de Adán. Si bien no puede negarse a ser entregada a un hombre violento y armado, la Borrada se rebela ante tata Gregorio respondiendo que no tendrá hijos. Esa decisión se materializará en una serie de abortos que llevará a cabo con el apoyo de las mujeres de su pueblo.

Otro momento significativo de la Borrada tendrá lugar con el asesinato de Natividad. Cuando a Adán le es encomendado el crimen, la Borrada es la única que intentará convencerlo de no ejecutarlo. La claridad de ella en ese momento es tan definitiva que Adán siente la necesidad de arrodillarse “frente a ella, consternado, abandonado, solo en el mundo, para demandar perdón” (Revueltas 2014: 433); sin embargo, logra sobreponerse a la vergüenza y cometer el asesinato. En el funeral de Natividad, la Borrada comprende plenamente la magnitud del crimen: “De pronto había entendido quién sabe qué cosas diáfanas y sin clemencia, pues ocultando el rostro echó a correr como una loca en busca de Adán” (450) para convencerlo de que huyeran, sin dejar de repetir una y otra vez que el asesinato de Natividad era una muerte distinta.  

Entre la abuela de Úrsulo, Ricarda y la Borrada se advierten dos importantes coincidencias: la clarividencia trágica y la negación de la maternidad. Por un lado, las tres mujeres ven con claridad el futuro que les aguarda: enfrentar en soledad una serie de violencias. Su porvenir se les presenta como una condena irremediable, pues saben que el crimen y la pobreza eliminan cualquier esperanza para su descendencia. Tal discernimiento trágico lleva al segundo aspecto mencionado: la negación de la maternidad. En este punto es donde podemos observar mayores contrastes entre ellas. Mientras que la abuela de Úrsulo y Ricarda optan por asesinar a su hijo e hijas, respectivamente, en un intento desesperado y terrible de evitar el futuro, la Borrada logra abstenerse de ese crimen por medio del aborto.

Cuando la Borrada es entregada a Adán, la voz narrativa establece un paralelismo entre ella y la Malinche: “Quizá la Malintzin debió ser así: justa en los límites de su cuerpo y poseedora de esa disposición misteriosa para entregarse al extranjero. También, como quizá para la Malintzin de sus compatriotas, hacia la Borrada había un trato lleno de superstición y fatalismo. La Borrada era el signo último, la puerta por donde todos iban a salir a otra vida” (Revueltas 2014: 383, las cursivas son mías). Me interesa retomar la figura de la Malinche porque el misterio de su disposición para entregarse es, precisamente, que no se entrega, sino que es entregada. A pesar de su condición de víctima, de ofrenda sacrificial para evitar que el extranjero se ensañe con el resto de la comunidad, hay contra ella “un trato lleno de superstición y fatalismo”, pues a la mujer entregada contra su voluntad (o al menos sin su consentimiento) se la tiene por una suerte de colaboracionista de los colonizadores. En esta estigmatización de la Malinche, observamos el mecanismo mediante el cual las mujeres, especialmente las madres, terminan cargando con los crímenes masculinos, tanto los de quienes las entregan como los de los hombres que usufructúan su cuerpo (cual si de maíz se tratara) y se aprovechan de su trabajo de reproducción de la vida. 

En la historia de Ricarda podemos encontrar también esta estigmatización y esta práctica de transferir la culpa de los crímenes masculinos a las mujeres. A lo largo de su interrogatorio, el juez insiste varias veces en preguntar a Ricarda si pidió el apoyo de Téllez, el hombre que la dejó embarazada. La respuesta de ella es, nuevamente, por completo lúcida:

—¿Él nunca prometió ayudar a sus hijas?

—No, y lo comprendo culpable solamente en la medida en que no tuvo la responsabilidad de ayudarlos por sí mismo, sin que yo se lo dijera

—¿Cómo fue despedida del trabajo?

—Una vez la patrona me preguntó si yo estaba encinta, a lo que respondí que sí. Después de unos días, en que había terminado de trabajar un lote de batas para el Palacio de Hierro, la señora me llamó a su despacho donde me dio la raya diciéndome que ya me mandaría a mi casa una tarjeta por si me necesitaba. Yo entendí que esto quería decir que ya no tenía trabajo…

—¿Y por qué, entonces, no recurrió a Téllez?

—Esas son cosas que el hombre debe hacer por sí mismo, sin que una tenga la obligación de recordárselo… (Revueltas 2018: 85, las cursivas son mías).  

Además de enfrentar su propia acusación, Ricarda tiene que responder por el padre ausente. Ante la insistencia del juez por intentar culparla, incluso, de la indolencia ajena —como si ella no hubiera sabido insistir para obligar al hombre a cumplir con sus obligaciones—, Ricarda repite una y otra vez que se trata de una responsabilidad que Téllez debía asumir por sí mismo. Se trata de un hecho que observamos con frecuencia en nuestra cotidianidad: madres sol(ter)as a las que la sociedad les exige responder por la ausencia paterna, por no haber “sabido elegir” a un hombre que fuera un buen padre para sus hijos. Si bien Ricarda “no miente, no inventa coartadas, no trata de exculparse, no desea que su pena amengüe” (Revueltas 2018: 82), tampoco permite que recaiga sobre ella el crimen del abandono masculino de los hijos y corta de tajo los intentos del juez por transferirle la culpa.

Los filicidios de la abuela de Úrsulo y Ricarda implican, a la vez, la extinción de sí mismas. Para la abuela de Úrsulo, la muerte viene del soldado que se disponía a esclavizarlos a ella y a sus hijos; en el caso de Ricarda, de haber logrado completar su plan, la muerte habría sido autoinducida. A diferencia de los padres ausentes que pueden transferir la culpa a las madres, ellas enfrentan el asesinato de los hijos con su propia muerte o con la condena de su cuerpo al encierro; son juzgadas por hombres que creen tener la estatura moral de calificarlas de inhumanas cuando ellos mismos perpetúan las condiciones que hacen imposible la vida digna: el pacto patriarcal de impunidad masculina y la explotación capitalista del trabajo, ya sea como campesinas esclavizadas o como obreras textiles en el más absoluto desamparo. En el caso de Ricarda cabe destacar que el suicidio hubiera implicado, a la vez, no un filicidio, pero sí un aborto. Se trata de una diferencia fundamental, pues las historias de Ricarda y la abuela de Úrsulo condensan la distinción entre acabar con la propia vida y la de los hijos cuando la maternidad se vuelve invivible e indigna, y de entrada impedir el nacimiento para evitar la reproducción de la esclavitud o la injusticia.

Los abortos de la Borrada, en suma, previenen el crimen, el filicidio. En su clarividencia trágica del mundo, la Borrada evita vivir una maternidad como la de Ricarda, pues su decisión de abortar tiene lugar antes de siquiera establecer contacto con Adán. Los abortos de la Borrada no son la solución que detendrá las condiciones imperantes de violencia y desamparo en las que las madres crían a sus hijos, pero sí constituyen un paréntesis que detiene, aunque sea momentáneamente, la maternidad que se vive como condena.

Bibliografía

Mateo, José Manuel (2018). Tiempo de Revueltas cuatro: nota roja y sentido trágico [la firma de José Revueltas], México, Universidad Nacional Autónoma de México.

Revueltas, José. (2014). El luto humano, en Obra reunida. Novelas I, Ciudad de México, Era, Conaculta.

Revueltas, José (2018). “Mi hijo será el último en juzgarme. Patético relato de sus crímenes hace la filicida” en José Manuel Mateo, Tiempo de Revueltas cuatro: nota roja y sentido trágico [la firma de José Revueltas], México, Universidad Nacional Autónoma de México.

[1] Agradezco a José Manuel Mateo sus generosas sugerencias para este ensayo, así como su amable disposición para reflexionar y dialogar sobre la literatura de José Revueltas.     

[2] Uno de los aportes más interesantes de José Manuel Mateo en su Tiempo de Revueltas cuatro: nota roja y sentido trágico [la firma de José Revueltas] (2018) es proponer la lectura en conjunto de “Mi hijo será el último en juzgarme…” y de las dos notas publicadas por José Revueltas, también en El Popular, sobre el caso del feminicida Gregorio Cárdenas. Más allá de la cercanía de los títulos en el tiempo (todos se publicaron en octubre de 1942), Mateo considera que las tres notas forman “un solo cuerpo” en el que el Revueltas “confronta intencionalmente las dos historias como extremo de una dialéctica del crimen (no presente sino proyectado en el porvenir) cuyos momentos están marcados por la mujer como sujeto de la violencia” (58-59).   

[3] Este dato es recuperado por José Manuel Mateo en el estudio referido en la nota anterior. Como parte de la historia de violencia simbólica ejercida por este periódico contra las mujeres, vale la pena recordar que el 14 de febrero de 2020 La Prensa, al igual que el diario Pásala, publicó en su primera plana fotografías (filtradas por las autoridades) del cuerpo mutilado de Ingrid Escamilla, víctima de feminicidio. La publicación generó la indignación, principalmente, de grupos feministas. Entre otras respuestas, en redes sociales se convocó a compartir imágenes bellas con el nombre de Ingrid Escamilla, con el objetivo de que las fotografías filtradas no fuesen lo primero en aparecer al buscar información sobre ella en la red.

[4] Coincido con el análisis de Mateo, quien afirma que el carácter trágico de Ricarda reside en su capacidad vidente, verbalizada por ella en la frase “pienso muy lejos”.