Luz externa y José Agustín: Llamas del alma dormida
Jaime Magdaleno
Seis en el tercer lugar significa:
Un hombre tuerto puede ver.
Un hombre cojo puede caminar.
Camina en la cola del tigre.
El tigre muerde al hombre.
Infortunio.
Así actúa un guerrero en defensa de su príncipe.
I CHING O LIBRO DE CAMBIOS; hexagrama 10,
«Conducta (Caminar)».
Versión de Richard Wilhelm.
Epígrafe de Luz externa
La crítica ha señalado a la novela Se está haciendo tarde (final en laguna) como el trabajo narrativo más logrado de José Agustín. No es nuestra intención desmentir a nadie al respecto –además, estamos de acuerdo con ese juicio. Lo que queremos indicar en este texto es que Luz externa puede verse como una obra en la que se ponen en juego varios de los elementos estilísticos y temáticos más representativos de José Agustín. Y algo más: Luz externa es un breve ejercicio de exploración de la condición humana tal y como suele abordarla José Agustín; es decir, por medio de personajes desarraigados que andan en busca de su camino, de su centro y lugar en la tierra, por lo que no dudan en buscarlo entre viajes de ácido o consultas al I Ching. Precisamente, es el hexagrama 10 el que sirve de catalizador y organizador de la historia, pues Luz externa se divide en cuatro capítulos o partes, que a su vez plantean un momento en la historia y búsqueda psicodélica-erótica-existencial del personaje principal, Ernesto. Veamos:
Un hombre ciego puede ver: El hombre ciego que es Ernesto mira hacia adentro y nos expone lo que ve. Llega a casa de su amigo Salvador, metido en un viaje de ácido y con la intención de fumar mariguana, pues quiere poner en orden su vida reciente; en concreto, la relación que ha llevado con María. Salvador es el escucha atento que sirve de pretexto al visionario Ernesto, quien refiere su historia y nos convierte a nosotros en escucha/lectores de una picaresca rockera-psicodélica, expuesta bajo los acordes de Procul Harum.
Un hombre cojo puede caminar: Ernesto anda, se sumerge en un flujo de conciencia y nos sumerge en las luminiscencias de sus viajes con marihuana, peyote o LSD en compañía de María, la mujer que le quitó al Sargento Pedraza y con la que coge sabrosamente; con quien vive de arrimado en su departamento de la colonia Roma, sobreviviendo con el dinero que el padre de María envía, y andando por Orizaba y pueblos varios en busca de droga a bordo del automóvil de María, también financiado por el padre de ella. En uno de sus viajes peyoteros, María ve en Ernesto la cara del diablo y la felicidad comienza a desmoronarse. María le reclama a Ernesto que no trabaje, que no aporte un centavo a la casa, que no lleve comida al departamento y que no coopere para arreglar los desajustes del carro. Ernesto sospecha que lo que necesita María es una-cogida-memorable-que-apacigüe-su-ánimo; no obstante, ni eso sale bien: el último de sus revolcones resulta apagado, sin ánimo; razón por la cual, cuando encuentran a un gringo jipi llamado Robbie, María se le encarama y Ernesto monta en cólera y celos. Con ese gringo, Ernesto y María se pondrán otra pacheca cósmica, al ritmo de Spirit, que alejará definitivamente a María de Ernesto, pues ella verá el rostro del mismísimo señor Jesucristo, quien sin decirle una palabra solicita que abandone su vida de pecado y se entregue a Él. La nueva faceta-ascética de María desespera a Ernesto, por lo que rompe definitivamente con ella y se va de su casa, no sin antes propinarle una soberana madriza.
Camina en la cola del tigre: Ernesto termina su relato y como no ve en Salvador ningún gesto de comprensión, decide irse de su departamento. El peligro de andar sobre la cola del tigre se cierne sobre Ernesto: después de mucho vagar, llega al depa de su amigo Armando el Gordo, quien está en medio de una fiesta estridente que fluye entre el humo de la mota y los grumos de la coca. Ernesto le solicita alojo al Gordo Armando y éste dice que no hay problema: puede quedarse varios días. Piensa Ernesto que eso es mucha suerte, pero la misma se le torna nefasta desde el momento en que se topa con Miguel Carlos. .
El tigre muerde al hombre: Miguel Carlos es el tigre que muerde al hombre. El que trae el infortunio a la vida pacheca de Ernesto. La bestia que sobrepasa las habilidades del guerrero del rock y el ácido llamado Ernesto. Miguel Carlos, judicial con parientes en la “polaca” y por lo mismo aspirante a diputado por Campeche, será el animal salvaje que revuelque y hiera, salpique de sangre y semen a Ernesto, quien terminará fichado y flechado: atravesado por la vida y el destino al que lo guió su propia luz.
Ahora bien, por lo que toca a sus recursos narrativos, en Luz externa el uso del monólogo interior fluye, no porque José Agustín sea un simple imitador del stream of consciousness joyceano, sino por las necesidades narrativas del personaje Ernesto, quien entre el viaje en ácido y su deseo de reajustar las imágenes de su vida con María, se desliza entre segmentos sintácticos zigzagueantes o recortados, entre espacios en blanco o líneas de pensamiento que se adivinan túneles (inexplorados) de la memoria. Por otro lado, en Luz externa el Ying-Yang se mueve dinámicamente, animado por personajes extremos pero complementarios: Salvador es un intelectual sedentario y Ernesto un vitalista nómada. María es la descarriada en busca de volver al redil y Ernesto es el descreído de todo dogma, el que sólo cree en sí mismo y se erige como Rey de su Propio Templo. Carrión es el militante marxista que sueña con que la Revolución del Proletariado llevará la justicia a las masas, mientras que Ernesto sueña con que el LSD mostrará el Camino Amarillo de la Felicidad al mundo entero, ganándose con ello el desprecio de Carrión, quien sólo ve en él y en la droga al sujeto y al objeto de la alienación. Ernesto es el guerrero que confía en sí mismo pero que es arrasado por Miguel Carlos, el policía que busca acumular poder para extasiarse en placer. En fin, la galería de personajes y temperamentos mantienen en movimiento la condición humana al confrontarse pero también complementarse, pues hay algo de cada uno de ellos en su contraparte, ya que, en última instancia, todos están en busca de la luz que guíe su andar.
Tradicionalmente, cierta crítica literaria ha visto en José Agustín al ondero cotorreador del lenguaje y al fabulador número uno del rock. A José Agustín se le ha negado –o regateado, en el mejor de los casos— la categoría de escritor que busca expresar la condición humana. Desde nuestro punto de vista, esos juicios han sido motivados por el deseo de ninguneo: en los personajes de José Agustín la condición humana se manifiesta como exploración o, mejor aún, como proyecto incierto. Es decir: los personajes de José Agustín se miran y no se reconocen, y por ello se buscan una y otra vez, afrontando el riesgo de consumirse, quemarse, devorarse, lo cual sucede la más de las veces, por lo que sus restos vuelan entre sus páginas, entre sus letras. Intentando entender a los críticos tacaños con José Agustín y su obra, pensamos que tal vez esta búsqueda existencial permanente queda eclipsada en la profusión de frases y la revolución de imágenes. Tal vez los accesorios del ácido, el rock y el acostón terminan por despistar a más de uno, por lo que se piensa que José Agustín sólo es “onda” y no «escritura”. Pero no: José Agustín es un explorador del alma dormida que aviva el seso y despierta. Y, si esto último es cierto, es probable que eso explique su éxito entre los jóvenes que todos somos o alguna vez fuimos, quienes nos buscamos y, algunas veces, nos encontramos en la obra del maestro José Agustín.
José Agustín. Luz externa. Grijalbo, México, 1990.