Silvina Pachelo

“Un ganador es un luchador que nunca se rinde”

Nelson Mandela

Luiz Inácio Lula da Silva volvió a ganar al derrotar al ultraderechista Jair Bolsonaro, actual presidente de Brasil, luego de una de las elecciones más complejas desde el retorno a la democracia. Con este triunfo regresan la esperanza y la alegría de un pueblo que vivió años de terror y se pone fin al gobierno más derechista de las últimas décadas.

Esta elección demuestra, una vez más, que resistir, permanecer y luchar tiene sentido y que las batallas las pierden quienes las abandonan. “Han intentado enterrarme vivo y estoy aquí para gobernar este país”, dijo Lula en el discurso de celebración. 

Bolsonaro, que aún no reconoció la derrota y sigue guardando silencio, es el primer presidente que no logra la reelección desde que se aprobó la posibilidad de segundo mandato, en 1997. Nuestros pueblos viven cambios profundos. Y Lula, con más de dos millones de votos, regresa así al poder que ocupó entre 2003 y 2010 y que le costó 19 meses en prisión por causas inventadas. 

Luego de sus días en prisión, vuelve con sus premisas de intensificar la democracia, la inclusión y la legitimación de derechos. Brasil eligió “la democracia” en un contexto de máxima violencia y desestabilización social.

Hoy el pueblo tiene la oportunidad de recomponer el tejido social y de volver a ser el Brasil que Lula dejó y que Bolsonaro destruyó. Donde se prioricen la distribución de ingresos, la disminución de la pobreza, la educación al alcance de las clases más postergadas y, sobre todas las cosas, la reconstrucción de una esfera de derechos arrasados por las políticas de aceleración de Jair Bolsonaro. 

Tras el triunfo y el frenesí de un pueblo harto y con miedo, en las calles de Brasil se escucha “a democracia esta de volta“. Luiz Inácio Lula da Silva fue, sin duda, el presidente más importante de la región. Fundador del Partido de los Trabajadores (PT), llega por tercera vez a la presidencia de su país, con el apoyo incondicional de su pueblo, y de los que fueron su oponente, Ciro Gomes (del Partido Democrático Laborista, PDT) y la senadora Simone Tebet (Movimiento Democrático Brasileño, PSDB), quienes englobaban casi la totalidad de los votos que no se habían ido a los máximos líderes. Otro que apoyó la candidatura de Lula es el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), que fue uno de los opositores más fuertes de Lula. 

El jueves pasado, Lula anunció su programa de gobierno: economía e inversión, reforzar las políticas de desarrollo social que incluyan asistencia social e impuesto de renta cero, desarrollo sostenible y transición ecológica, educación, salud, incremento anual del salario mínimo y el cuidado de los recursos naturales. Pero su máxima preocupación es rescatar del hambre a treinta y tres millones de personas y a más de cien millones de la pobreza.

Los bajos fondos de la democracia

El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), las comunidades eclesiásticas de base, la CUT (principal central obrera de Brasil) son parte de este campo popular que encuentra en el PT su espacio e instrumento político que los representa. La trayectoria histórica del PT entre 1980 y la actualidad es la prueba viva de los límites de esta estrategia. La primera presidencia de Lula fue el apogeo de una nueva república. El horizonte que marcó la integración política en la región y la consolidación de un país solido. 

En 2014 la cacería contra Lula se convirtió en una masacre judicial y mediática. A falta de pruebas concretas, el juez Moro lo condenó gracias a una dudosa innovación jurídica de su propia invención: el “acto oficial indeterminado”. Durante una conferencia en la Universidad de Harvard, en abril de 2018, el juez explicó que en los casos de corrupción de políticos y grandes empresarios no siempre es posible identificar un acto específico del agente público que caracterice el delito. Moro condenó a Lula a doce años de prisión, acusándolo, sin ninguna prueba, de haber recibido un departamento de tres pisos en Guarujá, una ciudad balnearia de clase media cercana a San Pablo, como soborno por facilitar los contratos entre Petrobras y los de otra gran constructora. La propiedad nunca perteneció a Lula, ni él ni su familia vivieron nunca allí, pero sobre la base de esta condena (que cuatro años después sería anulada por el Supremo Tribunal Federal), Moro ordenó la reclusión del ex presidente.

Lula da Silva fue detenido el 7 de abril de 2018, seis meses antes de las elecciones presidenciales, cuando era el favorito en todas las encuestas. El caso de Lula se encuadra claramente en un caso de lawfare, como siguen viviendo muchos líderes políticos de la región, como es el caso de Cristina Fernandez de Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales entre otros. Lula quedo recluido en una celda individual de 15 metros cuadrados en la sede de la Policía Federal, en Curitiba, durante 580 días. Se trató claramente de una maniobra política para inhabilitar su candidatura, lo que acabó abriendo el camino para la elección de Bolsonaro.

Alianzas para volver

Los resultados del domingo reafirman, que el PT sigue representando la fuerza más destacada de la izquierda brasileña y sigue siendo el partido más vinculado a los movimientos sociales y a los sindicatos. Esta fuerza se impuso contra los valores ultraconservadores del exmilitar Jair Bolsonaro, que para garantizar su reelección invocaba a las armas . Tristemente en estos años, la violencia en Brasil recrudeció y los números alarman a los Organismos de Derechos Humanos en la región. Brasil ocupa el quinto lugar en la tasa de homicidios de mujeres en la lista de 83 países. Entre 2003 y 2013, el número de asesinatos aumentó 21por ciento y se acrecentó en los últimos años. Son 13 mujeres muertas diariamente. Si hiciéramos el recorte de las mujeres negras, los datos son todavía más alarmantes. El feminicidio se concentra en la juventud de 18 a 30 años. En Río de Janeiro, por ejemplo, el Dosier Mujer, organizado a partir de los registros de las comisarías, demuestran que la violencia sexual genera el mayor número de hechos. El estudio revela que la violencia también se da por medio de amenazas y lesión corporal y los probables agresores son compañeros o personas del entorno familiar. Las Favelas son un punto de inflexión donde recae la mirada estigmatizadora de las clases medias y oligárquicas. Hay que recordar a la activista, socióloga y feminista Marielle Franco, fue asesinada por sicarios en marzo de 2018 en Rio de Janeiro. Uno de los involucrados, es el hijo de Jair Bolsonaro. La concejala denunciaba y había publicado una tesis sobre el punitivismo que fue adquiriendo el Estado brasileño y el accionar de las fuerzas de seguridad sobre la población pobre. Una política que habilitan la suspensión de derechos básicos de la población de la favela y a su vez sostiene y refuerza todos los estigmas que asocia a esta población con la delincuencia. Las estadísticas no bajaron sino que se intensificaron, en el periodo del COVI-19 y la pésima administración de Jair Bolsonaro. Años de bolsonarismo en el poder, dieron lugar a singulares procesos de radicalización y naturalización del crimen organizado y la violencia en la población civil usando armas de manera deliberada En este contexto la violencia no es sino la falta de iniciativas sociales, culturales y laborales. El bloque armado y la violencia latente del neoliberalismo que llega a los índices de cerca de la mitad de los 210 millones de brasileños ganan menos de 200 dólares al mes. Y el diez por ciento más rico de la población del país gana cien veces más. Las seis familias más ricas de Brasil tienen la misma riqueza que 100 millones de sus habitantes más pobres. Por esto y por muchas injusticias más, Lula se hace necesario. Si bien Lula ha prometido volver al crecimiento económico, en un clima muy polarizado. No queda dudas que el gran problema que enfrenta Brasil como otros países de la región es la desigualdad económica, la concentración de capital en manos de muy pocos, y la pobreza extrema. La crisis que deja Jair Bolsonaro, se puede pensar en términos del sociólogo, Luis Barbosa dos Santos, que deja de ser un proceso inconsciente y espontaneo de desborde del resentimiento social para constituir una nueva forma de política, para la cual no faltan cuadros ni aparatos ideológicos. Lo que significaría que a Lula le toca una tarea titánica. Reestablecer el diálogo, la persuasión para recobrar la unión social en torno a los valores fundamentales y recomponer el lazo social, la lucha y la política.

*Publicado por primera vez en Caras y Caretas el 31 de octubre de 2022: https://carasycaretas.org.ar/2022/10/31/lula-otra-vez/