Los mareados rosados. La caricatura de las clases "medias" conservadoras

Arturo Flores Mora

A pesar de que su clasismo, racismo y complejos de superioridad los ponen en evidencia, las supuestas organizaciones «ciudadanas», «independientes», pero sobre todo «apartidistas» han decidido quitarse la máscara al apoyar hace unos días a Xóchitl Gálvez, mujer que al igual que ellos se avergüenza de su verdadera identidad y se auto asume como «ciudadana», «apolítica» y hasta de «izquierda».

Mientras a la gente de izquierda no le da vergüenza considerarse como tal, la gente de derecha es cobarde para definirse como lo que es: corrupta, autoritaria y egoísta. El mejor ejemplo de ello, además de la propia Xóchitl, lo es Claudio X. González, quien hace unos meses en una entrevista con Loret de Mola se definió como «de izquierda» a pesar de haber unificado como representante de la burguesía colonizada al PRI y al PAN, los partidos más conservadores en la actualidad.

De igual manera, los sectores aspiracionistas de las clases medias desconocen la distinción entre derecha o izquierda. Ante el cuestionamiento sobre su postura política, prefieren difamar, mentir y autoengañarse como «apoliticos neutrales»; podemos escuchar en ellos que son de centro, y en casos de suma cobardía, pregonan que no son de derecha ni de izquierda, sino que son «humanistas». También, el presidente Obrador en este contexto electoral ha aclarado que basta reconocer a una persona conservadora cuando se enoja al hablársele de política. O de igual manera, justifica su conservadurismo diciendo que «todos los partidos son iguales» y que «todos son corruptos», motivado inconscientemente por la proyección que aplica de su persona al resto de la sociedad, algo que la fauna neoliberal conservadora ahora «libertaria» estableció en sus fundamentos al considerar al hombre egoísta, y con ello, justificar la lucha encarnizada del sector empresarial contra la clase trabajadora por la distribución de la riqueza.

En términos generales, los conservadores proyectan sobre el mundo sus actitudes personales, y en ese sentido, justifican su simpatía por la corrupción porque «todo mundo» así como él es corrupto, y sólo aquel que se asume como corrupto es sorprendentemente desde su visión ¡El único honesto! ¿Será por lo anterior que a ciertos sectores conservadores les da risa en vez de indignación cuando Xóchitl confesó haberla «pendejiado» en su tesis ante las acusaciones de plagio demostradas en su trabajo terminal de licenciatura?

Pero más allá de lo anterior, la marcha del domingo 19 de mayo demostró que aquellos que siempre se las dan de objetivos, neutrales, apolíticos, o ciudadanos, terminan en coyunturas definitivas apoyando a la derecha. O como lo diría Valenzuela Feijóo: hay una correlación igual a 1 (o equivalente al 100 por ciento) entre los apolíticos y los conservadores.

La marea rosa, que recuerda más bien a las revoluciones de colores que se llevaron a cabo en los países exsovieticos con el objetivo de imponer democracias a modo de las élites económicas occidentales, concentró a sectores sociales marea-dos por su desclasamiento y rosa-dos de odio por los privilegios que el actual presidente López Obrador ha erradicado en las clases sociales superiores. El bloque conservador que se ha unido en contra del pueblo de México contiene a tres tipos de actores de caricatura:

  • Las clases aspiracionistas como caricaturas de las oligarquías;
  • La candidata Xóchitl Gálvez como caricatura de la identidad del pueblo mexicano;
  • La oposición del PRIAN, como caricaturas de demócratas y liberales.

Recuérdese que la caricatura apela a lo absurdo, lo ridículo, lo irracional, lo chistoso, mientras que en un contexto social, la caricatura es la tragedia de la imitación y la farsa producto del proceso colonizador que terminó por convertir a los indígenas y mestizos en ladinos.

Las élites económicas colonizadas neoliberales enriquecidas al amparo del poder durante los gobiernos del PRIAN impusieron a Xóchitl pensando en que su frivolidad, vulgaridad y soplonería representaba a las clases populares, creyendo ignorantemente que ellas se iban a sentir identificadas con su forma de actuar. Es decir, Xóchitl fue elegida candidata porque desde la visión de las élites económicas es igual de «vulgar» que la mayoría del pueblo mexicano. Lo anterior demuestra que las minorías que hoy dependen de Xóchitl para ganar tienen un profundo desprecio clasista y racista hacia su candidata, mientras ella lo tolera y parece disfrutarlo. De ahí que se entienda a Xóchitl como caricatura por actuar como un pésimo retrato de lo que es realmente la sociedad mexicana.

Ejemplo también de la equivocada percepción que tienen los sectores clasistas sobre el pueblo mexicano los encontramos en sus peones mercenarios a sueldo como la de Guillermo Sheridan, un ideólogo conservador del equipo de Enrique Krauze, que proyectan sus conductas en el pueblo de México. Citamos:

No estoy de acuerdo. El mexicano es por lo general ignorante, violento, tonto, fanático, corrupto, ladrón, sexista, caprichoso, temperamental, alcohólico, arbitrario, golpea a sus hijos y a las mujeres, idolotra el ruido, tira basura, nunca ha respetado el derecho ajeno, se pasa los altos, evade impuestos, compra y vende piratería, zarandea a los peatones, no duda a la hora de hacer transas, desprecia a la ley, no sabe aritmética elemental ni tirar pénaltis. Lo mismo puede decirse de la clase baja. Tenerle amor y admiración a eso es masoquismo o demagogia.

Y a pesar de las críticas anteriores al pueblo de México, ahí están ese tipo de ideólogos en las marchas conservadoras gritando «Viva México», «Todos somos México», «ni chairos ni fifís». Afortunadamente, no todo el pueblo de México falla penaltis o golpea a sus hijos como el clasista de Guillermo Sheridan.

Por si lo anterior no fuera poco, Xóchitl ha ejemplificado la falta de razón y conocimiento que caracteriza a los sectores aspiracionistas en demostraciones como el no saber sumar la participación de su familia en las acciones de su empresa, presumir de conocer las cinco capitales del mundo (cosa que no existe), proponer pediatras para adultos mayores y semáforos auditivos para personas ciegas, hasta almacenar agua dulce en Texcoco. Tal parece que Xóchitl ha superado con creces en sólo una campaña las ridiculeces que con tanto esfuerzo Peña Nieto hizo durante seis largos años. Insistimos que lo anterior es muy característico de los sectores medios conservadores que equivocadamente piensan tener la razón en todos los temas por el hecho de tener un poco de dinero, tener tarjetas de crédito, o ir al Starbucks.

Por otra parte, las clases medias históricamente han oscilado entre el progresismo y el conservadurismo. En coyunturas específicas, las clases medias han sido las sepultureras de órdenes injustos y opresivos, o bien, han acompañado seducidas por la propaganda y las noticias falsas regímenes supremacistas, autoritarios, totalitarios, y brutalmente represivos. Han estado a la vanguardia de los intereses de los más pobres, y han respaldado como carne de cañón a minorías privilegiadas. Las clases medias suelen vivir en una ambivalencia ideológica; a diferencia de otras clases sociales, ellas no tienen consistencia en su identidad, ni en su conciencia y mucho menos, sobre sus intereses en la jerarquía desigual que ha establecido el poder del capital. No saben pues quiénes son y hacia dónde van, o como mejor lo apuntará Gabriel Careaga: «Para decirlo con una sola idea: la clase media vive el vacío social de un grupo que no ha sabido encontrar su ideología y su sistema de ecuación, ya que dentro de sus senos se encuentran divididos, fragmentados, están sociológicamente y moralmente hechos polvo» (Mitos y fantasías de la clase media en México, Editorial Joaquín Morita, 1977, pp. 66-67).

Aunque se ha intentado desde el pensamiento dominante concebir a las clases medias como pequeña burguesía con la falsa idea de qué algún día (no se específica cuando) llegará a ser tan importante como la gran burguesía, la realidad es que la clase media depende de su trabajo como el de la clase trabajadora para poder sobrevivir. Es decir, las clases medias tienen más elementos en común con los obreros que con la burguesía. Lo único que distingue a las clases medias de la clase trabajadora es la mayor duración del poder adquisitivo, sin embargo, para ambas clases ese poder adquisitivo es finito sin trabajo, cosa que no sucede con la gran burguesía, en donde la reproducción de su capital depende de la explotación del trabajo ajeno.

Para ocultar esta relación, el debate no se da entre si el trabajo y su retribución es justo o no, lo cual en el sistema capitalista es injusto por naturaleza, sino en la superficial idea como sostiene la fauna libertaria de que es el Estado el que evita la acumulación del dinero por la vía de los impuestos. En el superficial pensamiento aspiracionista, el Estado-Gobierno impide que el individuo sea rico, próspero y burgués, olvidando e ignorando que el Estado es el aparato de dominación de las clases a las que admiran y los condenan a vivir en la inferioridad. Basta tan sólo recordar que han sido esos empresarios ligados también a ideologías antiestatistas los que han abogado por mayores impuestos a las clases bajas y medias para 1) cubrir el boquete que los empresarios no contribuyen en el presupuesto nacional; y 2) cubrir con el dinero de las clases medias y bajas las crisis recurrentes en la economía producto de la avaricia empresarial asociadas con crisis de consumo producto del bajo poder adquisitivo en el resto de la sociedad.

El mejor ejemplo de lo anterior es Ricardo Salinas Pliego, quien ha hecho su riqueza al amparo de lo que el mismo llama «Gobiernícolas». Aquí cabe recordar lo que dice Carlos Monsiváis: la doctrina de los conservadores es la hipocresía.

Por tanto, se advierte la contradicción en las clases medias desclasadas de defender a las clases que abogan por mayores impuestos para ella y le impiden en términos económicos aspirar a ser parte de la gran burguesía. Concretamente, la clase media aplaude a su crucificador.

El poder adquisitivo de las clases medias, inferior al de la burguesía, y superior al de las clases trabajadoras le generan dos conductas irracionales de cara a las otras clases sociales: frente al empresario, el aspiracionismo, y frente al obrero, el clasismo.

El dinero en las clases medias genera un efecto enajenante, similar al caso del representante que se olvida de su base de legitimación al ocupar inmediatamente un cargo público. De igual manera, se olvida de su verdadera condición social y a través del consumo suntuoso y frívolo formaliza su separación de la «chusma». Cambia el Motorola por el iPhone y va al Starbucks a pedir un «american coffe» más caro y menos delicioso que el café de olla de la esquina. En el consumo suntuoso intenta olvidar su vacío existencial y proyectar una forma de vida superior aunque sea a crédito.

El dinero y el consumo aunado a la falta de conciencia lleva a la clase aspiracionista al igual que al capital a regir su vida buscando en todo momento el lucro y la ventaja competitiva. Por más católico o cristiano que se diga, su verdadero dios es el dinero; el dinero lo es todo, y en un sistema como el actual, no hay límites ni consideraciones éticas en la búsqueda del dinero: se puede mentir, se puede engañar y se puede hasta matar. El capitalismo ha demostrado que el dinero para reproducirse requiere de criterios inmorales como el egoísmo, la soberbia, el individualismo, el engaño y la violencia. Son esos los valores dominantes del pensamiento oligárquico que tienden a reproducirse a través de los medios que ellos mismos controlan gracias a su poder económico.

Lo anterior se complementa en favor de la ideología conservadora, ya que de acuerdo con Careaga:

La clase media mexicana, parecida a la española pero aún más perdida, se maneja con «datos desarticulados» e «información de segunda mano» que le impiden pensar en clave política. No articula en términos de información histórica, de hechos sociales; en términos de discusión política sobre alternativas reales. Muy al contrario, toda discusión se basa en la anécdota y el humor dentro de un mundo despolitizado y desinformado. Casi no leen periódicos, pues la prensa siempre tergiversa la verdad, así que su visión política está configurada bajo la sombra de esos periódicos que no leen y de esos comentaristas que no escuchan, sino que repiten (Ibídem, pp. 215).

Es en ese sentido cuando se llega a presenciar la imitación de las clases altas en formas por demás vergonzosas y caricaturescas, que ni siquiera los dueños del dinero serían capaces de realizar. Hoy ningún alto ejecutivo de BBVA o de BlacRock se atrevería a sostener como lo hacen las clases aspiracionistas que vamos a ser como Venezuela o que los gobiernos de Morena están dispuestos a expropiar la propiedad privada. Es inevitable ante la patética actitud de los conservadores medios compararlos con los perros guardianes que defienden a la mansión como si fuera suya, a pesar de vivir fuera y en peores condiciones que las personas que se encuentran en ella.

Un ejemplo perfecto de la conducta irracional de las clases medias conservadoras lo ha mencionado Rafael Correa a través de la comparación que hace con el personaje del «Chavo del 8», Doña Florinda, aquella mujer que en un contexto de pobreza se sentía de diferente condición social por tener un poco más de dinero que el resto de los vecinos. Esa superioridad mejor concebida como «riqueza subjetiva-pobreza objetiva» le permitía tratar a los demás como «chusmas», golpear al pobre obrero de don Ramón en la mayoría de las veces sin razón, y someterse servilmente a figuras de mayor escala social como el señor Jirafales y el señor Barriga.

Este fenómeno de odio hacia el pobre es inherente de las clases medias conservadoras, pues detrás de ese odio está el temor de ser igual de pobre como un obrero; el obrero es la imagen que le recuerda a la clase media su verdadera naturaleza de la cual reniega, pero a su vez, la existencia de las clases pobres es un «mal necesario» para ellas porque les sirven para distinguirse a través de la discriminación como una clase superior en el mar de la miseria y la pobreza. Por lo tanto, la justificación de la desigualdad para distinguirse es (aunque no lo sepan) la principal fuente de su conservadurismo.

En resumen, el comportamiento de caricatura de la clase media tiene como origen la aspiración de ostentar los mismos privilegios y riqueza de las capas superiores de la sociedad. Defienden los privilegios de las clases superiores pensando que en algún día gozarán de esos mismos privilegios a pesar de que en las circunstancias actuales no los tengan. Ha llegado a ser tan absurdo el comportamiento de la clase media que para sentirse momentáneamente superior ante la falta de autoestima, ha recurrido al endeudamiento para ostentar los bienes y estar en los mismos lugares de la alta jerarquía social. Crean un estatus ficticio para corresponder la contradicción entre la riqueza subjetiva y la pobreza objetiva, es decir, la pobreza material y la riqueza mental. Realmente, su vida es una farsa, una simulación y un engaño que se sostiene con alfileres. No se dan cuenta que las clases superiores les hacen el «fuchi» así como ellas se lo hacen a los humildes.

En el plano psicológico, Careaga describe que…

los hombres y mujeres de la clase media suben y bajan luchando desesperadamente por tener mayor movilidad social, que aspiran a más cosas, que se irritan, que se enojan, dentro de una tradición melodramática. Esta clase media vive la mayor parte del tiempo desgarrándose, lamentándose de su mala suerte, echándole la culpa a los otros de sus desgracias personales. Soñando en querer ser otra cosa, siempre envidiando al otro que no es como él, siempre actuando en el humor, la sospecha, en la calumnia, en la mala fe; siempre deseando y frustrándose. Esto los hace tener un profundo carácter autoritario. Es decir, sus relaciones serán de miedos e inseguridad, de sumisión y de abusos de poder, en una palabra de autoritarismo (Ibídem, pp. 66).

En ese sentido, ante cualquier indicio de reforma social su pensamiento conduce a una catástrofe imaginariamente ridícula: democracia o dictadura, aunque ni lo uno ni lo otro sean ciertos en el contexto de la Cuarta Transformación.

Es la ignorancia y la frivolidad de las clases medias las que las hacen compartir con Xóchitl la defensa por los privilegios que se obtienen a costa de los derechos de las mayorías.

La transformación auténtica de la sociedad y con ello, el mejoramiento de sus condiciones materiales de vida, dependerá de que las clases medias entiendan que su inseguridad material no es responsabilidad de las víctimas, es decir, de las clases humildes, los obreros, los migrantes, campesinos o indígenas, sino en la tendencia monopólica y elitista de un sistema económico que no garantiza a los estratos medios y bajos los mismos beneficios que ostenta la alta jerarquía social.

Su clasismo, ignorancia y complejos de superioridad son los que realmente polarizan a la sociedad e impiden establecer alianzas con las clases más cercanas a sus condiciones materiales, es decir, con los pobres y los trabajadores.

Mientras tanto, la lucha de las clases medias aglutinadas en el PRI y el PAN no son por la democracia… sino por las minorías rateras; sus llamados de paz… son para la represión de los pobres y su representación política; su preocupación por la libertad… es por la esclavitud y el condicionamiento de los humildes; y su lucha por el pueblo… es más bien por los empresarios a los que aspiran a ser. Ese ha sido en todo momento el objetivo de la Marea Rosa.