De “intelectuales”, académicas/cos y el fin de las campañas

CE, Intervención y Coyuntura

La semana pasada, una buena parte de la discusión mediática y entre los círculos asociados a redes y campañas, estuvo marcada por la presencia de dos formas distintas de entender el vínculo entre un proyecto político y un amplio y amorfo espectro que circula entre la noción de intelectual, académico, artista y otros.

Resulta más o menos claro para alguien informado que esas nociones han entrado en crisis. Incluso a quienes consideramos hoy intelectuales, no necesariamente se describían de esa manera. Una parte de lo que hoy consideramos intelectualidad, en su momento fueron anti-intelectuales en sus pociones, algo normal, cuando se asocia esa noción con cierto vínculo a las esferas de poder, dinero o influencia. En realidad, la crisis de esa noción va en correspondencia con la proletarización, precarización y masificación del trabajo académico, absorbido por lógicas burocráticas que dejan poco tiempo para el pensar en la cotidianeidad y la coyuntura, haciendo del trabajo académico una tarea unidimensional.

De tal manera, se pudo observar un montaje en ese intento que pretendía pensar con categorías del pasado –porque no tenemos otras– un presente más amorfo.

En ese sentido, la “Marea rosa” tuvo, al tiempo, menos desatino, pero fue franca en su concepción estrecha. Su convocatoria fue cerrada, con apenas 250 nombres, de un promedio de edad avanzada. Reconocen su lugar oligárquico, mismo que no comparten ni quieren compartir, aunado a un grupo que ha transitado por la izquierda, pero que anhelan el regreso de su marginalidad, que parecieran asociar a su “pureza”, lo que, de manera muy extraña –por decir algo–, los compele a pedir el voto por la derecha.

Más de una o un académico habría deseado aparecer en esa lista de apoyo a la coalición “Fuerza por México”, pero los cadeneros de la cultura oligárquica no lo permitirían. Su desatino fue más grande, pero franco en su reconocimiento de que no cualquiera entra al exclusivo club, porque Roger Bartra solo hay uno, Héctor Aguilar Camín también, y aunque de jóvenes criticaron el servilismo de Enrique Krauze (amor de Octavio Paz de por medio) hoy están todos juntos, tratando de sacarle algo de dignidad a una candidata sin horizonte.

La contra repuesta del equipo de Sheinbaum fue, desde un cierto punto de vista, equivocada. Pues apareció como una reacción a la primera, aunque con un sentido distinto. Lo importante no era el nombre, el apellido, sino la función. Aunque con un horizonte más plural y democrático, considerando no solo “los grandes nombres”, sino a conjuntos amplios. Faltó, sin embargo, establecer un anclaje más fuerte con el precariado académico y cultural.

Ambas situaciones son contrastantes. Por un lado, quienes tienen el nombre para lucir en los estantes de sus editoriales –Cal y Arena, Grano de Sal, antes FCE– y por el otro, conjuntos más amplios, pertenecientes al IPN, la UACM u otras instituciones que los primeros no consideran ni siquiera de valía. En el primer listado relucen los nombres españoles y compuestos, incluido un pésimo gestor como lo fue Barnés de Castro (apellido compuesto) y otros herederos de un linaje que, si se es consecuente, no debería existir más.

Tarea pendiente de la 4T es democratizar ese difícil espacio, que tiende a la aristocratización, al monopolio y al peso del linaje; es, también, contribuir de manera amplia a escuchar las voces de la perspectiva plebeya, que venga desde el suelo de la sociedad. Para ello sería bueno contribuir a pensar el lugar de esa palabra tan usada –“intelectual”– y si otras capas bajo su manto en realidad necesitan de otra política (ejemplo: profesores precarios). En ese caso, la cuestión es de ambos polos, pues necesitamos un conjunto académico, artístico y de otras áreas afines, mucho menos pretencioso y más anclado a la lacerante realidad que vivimos.

Esa soberbia de los mundos culturales y académicos existe, es patente, apuesta a la blanquitud, al uso instrumental de lo popular y resulta muy nefasta, de ahí la perspectiva aparentemente de la reacción de AMLO. Pero lo que mostró fue la animadversión a un tipo de práctica intelectual y cultural disociada de la sociedad; crítica y tensión creativa en la que necesitamos seguir profundizando.

Pero el surgimiento de otra concepción entre los practicantes del trabajo intelectual o artístico o académico no es por supuesto, tarea que se reduzca a la acción de gobierno alguno, sino de las comunidades que encuentren y construyan nuevas condiciones para su realización. Tenemos que pasar, con urgencia, a un modelo que considere al intelectual, al artista y al académico como un trabajador, cuyo trabajo establezca un compromiso profundo con la sociedad, a través de una diversidad de haceres puestos para ella y por ella, cualquier otro mecanismo es reproducción de lo mismo.

La continuidad y la profundización de la cuarta transformación sólo podrá establecerse en la medida en que continué con el proceso de desmote de los resabios de una forma aristocrática de la política y de la cultura.