Lorenzo Córdova y el capital (ficticio) cultural

CE, Intervención y Coyuntura

Todo en la vida de Lorenzo Córdova ha sido un camino determinado por rutas.

Desde que era niño y decidió que estudiaría en la UNAM, y después, cuando supo que tras la carrera en derecho estudiaría un posgrado en el extranjero, y en los 90, cuando llegó al IFE de José Woldenberg, y decidió seguir la ruta del derecho electoral, y comenzó a pensar que un día presidiría el instituto rector de las elecciones en México.

Willbert Torre, “Retrato hablado: Las rutas de Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE”.[1]

Así comenzaba Willbert Torre, una semblanza de Lorenzo Cordova; esta cita que ocupamos como epígrafe refleja el asunto que queremos tratar, a saber cómo el llamado capital cultural de ciertas personas puede marcar un trayecto tan definido desde la niñez hasta la madurez sin contratiempos u obstáculos graves. ¿Aunque también nos preguntamos si esto es realmente así, si con ese capital cultural basta para de verdad poder trazar de manera importante los destinos de un país?

La popularización del término “capital cultural” no sólo se ha divulgado en los debates dentro de las ciencias sociales y humanas, sino que también ha llegado a los memes, en donde, por citar un ejemplo, se puede ver correr a una persona con una situación de ventaja sobre otras, con alguna frase sobre su posición familiar en la elite académica, reflejando pues, esta dimensión de dicho capital. Así, podemos ver que más allá de la definición conceptual y sus formas de operación, su ampliación en el uso público ha permitido retratar una situación que se muestra como una realidad vigente y compartida. Entendemos, con perdón de las y los lectores serios de Pierre Bourdieu, por capital cultural, una cierta transmisión material e inmaterial de recursos intelectuales de una generación a otra, permitiendo a ciertos individuos tener una ventaja sobre sus “competidores” en materia de acceso al conocimiento, capacidad de producción del mismo y, en general, de experiencias vitales que contribuyen a una mejor expertise.

Lorenzo Córdova es un buen ejemplo de cómo funciona, en esta simplificación utilitaria, la noción de capital cultural. Sin conocer su vida privada, es posible suponer una serie de elementos que sólo las y los hijos de universitarios viven. Es de suponer que el joven Córdova haya viajado hacia Estados Unidos y Europa desde muy niño y de adolescente abriendo con ello más allá de las fronteras nacionales su mundo; es posible también suponer que nunca haya dudado en la valía de estudiar una carrera universitaria, ni haya tenido grandes premuras económicas, que las obras universales estuvieran al alcance de su mano en la biblioteca familiar; también es posible imaginar que no viajaba dos horas rumbo a sus clases universitarias; que seguramente no tuvo que recurrir a cursos improvisados de idiomas y, muy probablemente, que sea políglota gracias a estancias en otros países. Es también de suponer que la decisión de estudiar en Italia no haya sido muy compleja, dado que su padre estudió allá y que, quizá con una vida austera, haya recorrido el viejo continente en sus años estudiantiles. Es posible suponer que tenga amistades en universidades europeas y norteamericanas que le inviten a ellas o bien a ser autor en libros y revistas de estas instituciones, ello ayuda a pensar que se encuentra al día en la producción bibliográfica que se hace en esos países o que haya leído textos clásicos en su versión original.

Córdova es tan solo un ejemplo, por supuesto, de un camino compartido –con sus respectivas variaciones– de otras y otros hijos de académicos, mismos que suelen encontrar un rápido asiento en el ámbito académico, sobre todo en la UNAM, tras volver de sus estudios en el extranjero. Sin pasar largos años como profesor de asignatura, con un sueldo precarizado y con contratos semestrales; obteniendo una plaza en el Instituto de Investigaciones Jurídicas a una edad relativamente joven. Pero lejos está de ser el camino de las mayorías de trabajadores asalariados de dichas instituciones. Son más bien y aunque en su círculo seguramente no aparezca, una excepción.

Todo esto no es culpa ni de Lorenzo Córdova, ni de quienes comparten este horizonte (con el apellido que tengan, sean de izquierda o de derecha). Antes bien, puede pensarse que supieron aprovechar sus condiciones de ventaja y con ello colocarse por encima de la “media social”; es decir, de quienes tuvieron dificultad para encontrar un espacio en la universidad, para quienes se enfrentaron a dudas sobre el beneficio de una carrera en ciencias sociales; de personas que estudiaron un idioma solo en el posgrado o quizá mucho después; de quienes hicieron toda su carrera formativa en una sola institución; o de quienes vivieron situación de becarios o profesores precarios; o quienes participan, recurrentemente en un sinfín de concursos para obtener un trabajo permanente.

Sin embargo, la más reciente intervención periodística de Córdova muestra que esta noción de capital cultural es ficticia. Como el capital mismo, del que se asume la creación de la riqueza por sobre el trabajo, el que se asocia a la “cultura”, resulta también un fetiche. Y es que la noción de que quienes tienen este “capital cultural” como producto de sus linajes aparece como algo hueco, que sirve para acrecentar su riqueza y su lugar en la vida pública, pero sin contenido real. Es una pura mascarada.

Dos hechos muestran ello en a su columna “Nuevalengua” publicada en El Universal y criticada en redes de manera pormenorizada, siendo las de Violeta Vázquez quizá las más reflexionadas, a pesar de exponerse en la plataforma X.

El primero, si Córdova fuera un académico serio, sabría que hace más de un año circula la obraTernuritas, donde su autor, el filósofo David Bak Geler demuestra que el “centro argumental” (si es que así se le puede llamar) de “Nuevalengua” ha sido escrito decenas –quizá cientos– de veces en los últimos 5 años. Básicamente, Córdova vuelve a escribir lo que ya han escrito otros comentócratas de manera recurrente e igualmente banal. No hay variación argumental, ni novedad en ninguna de las supuestas ideas y planteamientos de su columna. Lo que muestra que Córdova no sabe –seguramente por prejuicio ideológico– de la valiosa obra de Bak Geler, ni tampoco lee a los otros comentócratas. Es decir, escribe para sí mismo desde sí mismo: es casi seguro que Córdova sea de esos “académicos” que escriben más de lo que leen o que sólo se leen a sí mismos.

El segundo, y que fue señalado con profundidad en las críticas de Vázquez y otros, es su pobre referencia al problema de la filosofía del lenguaje. Tanto capital cultural para terminar citando frases que aparecen en páginas de Facebook conspirativas, provenientes de un personaje como George Orwell, que, además, fue un delator de comunistas ante la policía política inglesa; es decir, muy resistente “al poder” no fue como persona su autoridad intelectual.

Si el mentado capital cultural que asociamos a figuras como Córdova fuera real y no solo una mascarada, quizá habría podido citar a Wittgenstein y decir que los límites del mundo de AMLO son los de su lenguaje…. O a Gramsci y la vertiente que ha hablado del lenguaje y la hegemonía; o incluso, en un exceso, a Frantz Fanon para hablar del problema del lenguaje en entornos de colonización. Pero no, la cita fácil, reiterativa, repetitiva. Hueca.

Uno de los grandes límites de oposición es, en este momento, su intelectualidad navega en vertientes sin salida. O está demasiado demacrada y envejecida repitiendo, como lo hace el antropólogo Roger Bartra, quien desde hace cinco décadas sostiene la misma tesis: ahora si el campesinado dejará de existir; o es producto cultural del llamado “nepobaybismo”, es decir, de ser hijos –literalmente con los mismos nombres y apellidos– sin trayectoria de figuras públicas (ahí están Jorge Castañeda Jr o Medina Mora) o bien, ser banales hasta la ignominia. Córdova es una mezcla de todo esto. El recordatorio que la casta intelectual, por más pura y democrática que se sienta, se para sobre el puro nombre de quienes en décadas pasadas hicieron algo relevante, pero ante los que sus herederos son pequeñitos.

[1] Publicado en Excélsior, 26 de junio de 2014, https://www.excelsior.com.mx/nacional/2014/06/29/967994