López Gatell contra la ley de hierro

CE, Intervención y Coyuntura

En un famoso ensayo titulado Los partidos políticos, Robert Michels analizaba los procesos de burocratización de las organizaciones. Pensando en la forma partidaria existente hacia el final del siglo XIX, Michels bautizó, con fortuna, el proceso de la poderosa socialdemocracia alemana: la existencia de una ley de hierro de las organizaciones. Ella podría ser traducida a nuestro tiempo, como la existencia de una tendencia en la que una organización abandona sus fines para concentrarse en su propia existencia. Por ejemplo, una organización que nace con un objetivo “x” (la paz, el fin de la violencia, una demanda) a la larga buscará, antes que lograr dicha finalidad, sobrevivir como organización.

Asimismo, La ley de hierro permitió entender los procesos de profesionalización y burocratización. La racionalidad abstracta de la modernidad se expresaba incluso cuando la sociedad se organizaba.

Más allá de las críticas que pueden generarse a la obra de Michels o a la idea, lo cierto es que resulta útil. El Movimiento de Regeneración Nacional nació con la finalidad de transformar el conjunto de las condiciones sociales del país. A la larga, terminará burocratizándose, es decir, colocando en primer puesto su propia existencia y sobre vivencia.

Esto es muy claro en su existencia: Morena vive en las elecciones, son los diputados, alcaldes o presidentes municipales quienes “tienen la estructura”; son los “operadores-políticos” los que mueven una parte de esa estructura organizativa: personas, brigadistas. Hacer una campaña es costoso: hay que contratar impresores, “espectaculares”, la producción de falsas revistas que en realidad son grandes anuncios, mandar hacer playeras, uniformes. El objetivo del partido se suplanta: su objetivo es hacer vivir estas estructuras, alimentarlas, fomentarlas, ampliarlas. Hacen falta estudios sobre la economía política del “operador político”, sus fuentes de ingreso, su capacidad de hacer pagos, de socializar el dinero, de venderse al mejor postor.

Atrás queda el programa, los ideales, las aspiraciones: la estructura es el fin en sí mismo.

Por eso, la candidatura de López Gatell es una bocanada de aire fresco. Apuntala una campaña por fuera del “operador”, más allá de la estructura. Y no es que no pueda necesitar –como todo candidato o candidata– a estas figuras. Sino porque su origen no está ahí. Lo más importante no es quien se “decantó”, quien vio la “cargada”, que “operador” se sumó para llevar a las huestes.

Irremediablemente, en la política de masas contemporánea, hay que vérselas con estos mediadores. Pero la candidatura del doctor es fiel a la premisa nacional-popular al evadirlos lo más que pueda.

No es la primera vez que López Gatell enfrenta algo así. En la pandemia, tuvo que chocar contra quienes pasaron de colocar la salud en primer término –la industria farmacéutica– a la ganancia. Era otro terreno, con otras necesidades, pero en con una premisa fundamental: hay que escapar a las mediaciones perversas de la política moderna, aunque tarde o temprano se tenga que negociar con ellas. Lo importante es, en qué condiciones se hace.