Las tránsfugas contemporáneas

CE, Intervención y Coyuntura

“O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo”solía decir Carlos Monsiváis. Cuando se mira la manera en que los partidos políticos se están conformando o el cómo se está articulando la hegemonía obradorista. Lo primero que sorprende es la apertura que ha tenido para incorporar a personajes tan distintos a lo largo del sexenio; tal parece que en este momento electoral Claudia Sheinbaum busca profundizar esta incorporación subordinada.

Es por lo que es necesario pensar en el tránsfuga, aquella figura que una de las vertientes de la sociología intelectual ha caracterizado como un personaje que, tras profesar firmemente una ideología, vira hacia su contrario. Es un paso común de un sectarismo a otro de signo contrario. En realidad, no es exclusivo de las y los intelectuales, sino un fenómeno que se extiende a la vida política en su conjunto. Si en el pasado se le asociaba a las “grandes ideologías”, el día de hoy aparece como un acto de profesión política, la de la política cotidiana. Hoy en medio de la crisis de la representación política, más que de tránsfugas se habla de el “chapulineo”, como este acto de estar brincando de una opción a otra sin que medie esa consideración ideológica. Pensamos pues que quizá valga traer de nueva cuenta las viejas jergas porque lo que acontece en la política contemporánea es mucho mayor que el pragmatismo sin ton ni son al que se alude con esta actitud de “chapulinear”.

Sin duda es un derecho de las personas –políticas o no– cambiar de opinión. Y en ese sentido, resalta en los últimos años de la Cuarta Transformación el efecto contrario al que asociamos el transfuguismo. La década de los noventa representó un momento difícil para la izquierda debido a la desbandada de militantes hacia la derecha fue mayúscula. Hasta hace no mucho veíamos a intelectuales y personajes de la izquierda volverse en sus contrarios, cubiertos por sus nuevos compañeros de ruta (poderos medios de comunicación); esto se festejaba como signo de madurez, coherencia y rectitud. Analizados con seriedad, muchos de estos cambios hablan más del marchitamiento intelectual, tres ejemplos lo constatan. Roger Bartra, quien escribió Las redes imaginarias del poder político, un libro de gran valía, hoy pasado a la derecha, apenas y puede compilar un libro con sus propias columnas, a las que agrega algún comentario: un libro donde el autor se comenta a sí mismo y su máximo aporte es “crear” un concepto sin pies ni cabeza como el de “retropopulismo” (¡!). Otro ejemplo es el del otrora comunista Joel Ortega Juárez, quien se hizo famoso entre la militancia de aquella corriente por encarar al presidente Echeverría tras los hechos de 1971 y hoy apenas le alcanza para ser el para-rayos del impresentable Jorge G. Castañeda, con quien publica un libro de pésima factura (Las dos izquierdas) y que, al generar la celebración del Reforma su aparición editorial, equivoca los argumentos vertidos en el libro… ¡en el reino de los “ghostwriters” se nota cuando alguien no escribe lo que firma!

Un tercer ejemplo, muy menor, es el de Ricardo Pascoe, exmilitante trotskista, de aquellos que proclamaban la revolución permanente cada tres minutos y que hoy es apenas un personaje de la sexta fila de la oposición, de su pasado apenas y quedó el odio por Cuba, país del cual fue embajador al amparo del gobierno de Vicente Fox. Tránsfugas de las izquierdas a las derechas, cuyo decaimiento intelectual y peso político se reduce, aunque se les festeje en medios, se les invite como columnistas, pero en realidad se les mantenga lejos de la práctica política: es decir, son un objeto de uso esporádico en el aparador de la oposición.

Los casos contemporáneos son muy distintos, pero tienen una función muy especial: dicen menos de las personas y más de la coyuntura. En las redes sociales se ha expresado la doble acepción que generó la actitud tránsfuga de la hasta hace unos días militante panista y diputada local Ana Villagrán. No es la primera ocasión que una aguerrida militante de esa afiliación pasa hacia el reino de la perspectiva ideológica contraria. Es esto lo que incomoda: estamos acostumbrados de que se vaya de la izquierda a la derecha y no al revés. Y es que, pese a todo, una buena parte de los simpatizantes de la 4T no han entendido que el péndulo está del lado contrario, finalmente.

Hace unos años un perfil similar a la de la diputada local realizó la misma operación, quizá por el uso menos intensivo de las redes fue menos perceptible, pero el ejemplo de la ex panista Gabriela Cuevas da cuenta de que esto ya sucedió. Cuevas, quien fue un personaje en la guerra mediática contra AMLO en el proceso del desafuero –incluso pagando una multa que, de no haberse hecho, habría llevado al hoy presidente a la cárcel– pasó sigilosamente a las filas de la 4T y  juega hoy como una de las voceras de Claudia Sheinbaum. Los perfiles de Cuevas y Villagrán son parecidos: mujeres aguerridas que fustigan contra la izquierda con ahínco, pero que, en determinado momento, encuentran convergencia de agendas cuando el entorno derechista les cierra puertas.

Es preciso, en aras de la comprensión, abandonar la explicación meramente individual, que asocia el cambio al oportunismo político. Si este existe o no (es decir, si realmente creen en el cambio o quieren creer), es lo de menos, pues la condición del escenario político es lo más importante.

En primer lugar, la posibilidad del transfuguismo a la izquierda como el efecto más poderoso de la 4T bajo el gobierno de AMLO: el desfonde de la oposición. Su presencia ha generado la desorganización del bando enemigo, al grado que sus cuadros más prometedores encuentran pared ante la mediocridad de los liderazgos derechistas. Este efecto desorganizador no ha sido calibrado con suficiencia y habla de un conjunto social que simpatiza con la derecha (alrededor del 20% del electorado) que sufre por tener en su representación a personajes de escasa capacidad. Fenómeno inédito, como pocos.

El segundo es que la candidatura de Sheinbaum es un paso al centro, lo que amplía el margen no sólo de la desorganización, sino de la ampliación del radio de la 4T. Corrido al centro, sin la perspectiva plebeya de AMLO –esa forma de conectar el lenguaje de los más pobres y precarios con en el Estado–, el margen de maniobra para perspectivas como la de un sector de la militancia panista se abre la posibilidad de diálogo y puentes.

El tercer elemento que expresa el cambio de estas personalidades es la crisis ideológica de las derechas. Confundidas ante el desmoronamiento del orden neoliberal, encuentran dilemas generacionales. Mientras que el panismo histórico es de hombres asentados en la idea de la familia tradicional, las nuevas generaciones de panistas, imbuidas en la lógica de la globalización y la mercantilización que pluraliza las formas de vida, las posiciones tradicionales del PAN aparecen como anacrónicas. La crisis está en el modo en que viejas prácticas ideológicas del panismo conviven con las nuevas, atentas a los cambios del mundo. El viejo panismo es taurino y el nuevo es animalista en la versión mercantilizadora de esta. El viejo panismo era homofóbico, el nuevo se suma a la diversidad neoliberalizada del “orgullo”: hay un choque generacional evidente.

El cuarto elemento es que, como lo hemos dicho en otras ocasiones, el dilema izquierda-derecha se juega menos en el conjunto de la disputa social (demarcado con el 20% base del PRIAN) y más en los entornos de la coalición gobernante. La inclusión de perfiles como los que han suscitado discusión contemporánea refuerza que el proceso tiende a una inclusión más amplia de fuerzas políticas y perspectivas que disputarán, internamente a la coalición gobernante, el estilo y fuerza que tendrá este segundo momento de la transformación.

Por otro lado, la molestia interna de quienes han construido la formación partidaria ante el lucimiento mediático de las otroras competidoras con figuras de primer nivel –el jefe de gobierno, la secretaria del partido, el excanciller– traen a colación el cómo en la acción colectiva siempre existe el “free rider”, es decir, aquel qué sin contribuir a la construcción de algo, se beneficia de ella. Pero esto es invariablemente inevitable: la elite que se forja bajo el manto de la 4T incluirá, necesariamente, a estos personajes y la tendencia es que cada vez sea de manera más protagónica.

El viejo PRD sabía que si quería avanzar en la transformación de la política debía desestructurar al PRI, cuestión que nunca pudieron llevar a pesar de las crisis internas de ese partido. Lo que estamos viviendo hoy no es únicamente un pragmatismo acomodaticio con la mejor opción, aunque puede que algún personaje efectivamente así lo sea. Desfondar al enemigo trae consigo varios fenómenos que rompen con el binarismo con que antes se apreciaba la situación política.