La viva fila

Mauricio Aguilar Flores

El sábado por la noche había convocado a mi hermano para disfrutar en casa de una bohemia democrática previa a la elección. Víctimas de la ley, bebimos café en lugar de cerveza. El intento se hizo, pero el tendero se negó y al sentirnos derrotados compramos unos cuantos panes. Segundos después de cerrar la puerta comenzó el debate. Desde Silvio hasta Nathy Peluso nos sirvieron de fondo para enlistar los defectos y virtudes de las candidatas a la grande. Continuamos así un par de horas hasta que agarramos la guitarra. Enseguida se esfumó la crítica y nos volvimos radicales. Invocamos al Mastuerzo, a Cabral, a Violeta e Illapu hasta que se cantó la última nota. Nos despedimos inspirados para el magno evento.

Me desperté a las siete según para no agarrar fila y tras un ligero pestañeo ya eran las once de la mañana. Me vestí de bermuda negra con playera blanca para no delatar mi voto. Salí del edificio y me fui caminando a mi casilla. A lo lejos vi que la fila no estaba tan larga. El sol me había hecho arrepentir por no llevar gorra, pero consideré que no tardaría mucho. De López a Zamudio a la izquierda y de Abella a Lira a la derecha. La señora Paty que vive en el 6 se había formado en la fila equivocada y les estaba reclamando a los funcionarios quienes señalaban en mi dirección. Avanzó fúrica por lo que retrocedí cediéndole mi lugar. Solo dijo gracias.

En una de las mesas estaba Don Nacho junto al señor Mario. Hace unos años hasta se agarraron a golpes y ahora estaban ahí recibiendo credenciales. Se debieron haber cruzado en los ensayos del INE y ninguno se rajó. Bien por ellos la verdad, aunque sinceramente lo suyo no era la rapidez. No habíamos avanzado mucho en 30 minutos. El sol ya me había empezado a calar. Encima los de al lado salían más rápido.

Me estaba fastidiando un poco hasta que llegó Andrea. Toda mi infancia viví enamorado de ella. Sumí la panza e intenté peinarme un poco. Era inútil. Ese almohadazo solo salía con agua. Me volví un puberto nervioso. Fingí estar distraído viendo el celular. Sospecho que ella sintió lo mismo porque, aunque estaba detrás de mí, nunca me habló. Cuando salí del trance noté que ya estaba más cerca de pasar. Me armé de valor y frunciendo el ceño volteé hacia atrás. Todo mal. La fila era el triple de larga de cuando llegué, el sol caía a plomo y Andrea se había pasado al otro lado. Los representantes del partido le pedían a los de la mesa que cantaran los nombres más fuertes, un perrito en brazos les ladraba a ellos y a su vez yo lo maldecía a él.

Por suerte ya estaba a punto de pasar. Quedé a la altura de las urnas. Me asomé un poco para ver cómo eran y no equivocarme de caja. Las boletas cubrían más de la mitad de los cubos. No recordaba haber visto algo así. Para la hora, en otras elecciones irían apenas por un cuarto tal vez. Me puse a hacer cuentas; las que van, los que veo en la fila y apenas son las 12. La gente había salido con urgencia, pero ¿de qué? Claro que no faltó el vecino que amenazó con denunciar a los funcionarios por ineptos; sin duda hubo cansancio e indignación por la espera; con toda seguridad muchos pensamos en regresar más tarde o de plano no volver, pero en la casilla de la sección 0615, nadie se movió. Cada persona defendió su postura. Los últimos análisis políticos se daban entre los presentes. El vórtice de los últimos meses se redujo a tres paredes blancas y las boletas enfrente. Mientras marcaba mi decisión, un anciano acompañado por su hija ocupó el otro lado de la casilla. – ¡No me digas quién, yo ya se! Le dijo socarrón. Doblé mis boletas y salí.

Los noticieros reportaban largas filas en muchas casillas con airado descontento en las especiales. En general la gente esperaba su turno para ejercer su voto, sean cuales fueren sus preferencias, sus esperanzas o su anhelo de país. Con mis vecinos, cada familia se informaba con su periodista preferido. Lo veía en sus ventanas cuando iba a la tienda para comprar provisiones en la espera del resultado. Aunque no lo creí, me dio algo de recelo que los opositores se autonombraran ganadores. No sé si fue la ansiedad, pero comí mucho más de lo debido.

Para las 10 de la noche el cansancio ya era notorio. Se me cerraban los ojos y me sentía indigesto. Pensaba que los funcionarios la estarían pasando peor y me despertaba solidario. Hora y media después la presidenta del INE comunicaba lo que ya sabíamos. Solo esperábamos saber la magnitud del golpe. La tarea estaba hecha. Me lavé la cara y sentí ardor. El sol me había requemado y seguro no era el único en esta situación. Mañana algunos seremos más morenos y otros rojos. Los listos se pusieron bloqueador. Anoche la mayoría de los votantes durmieron el sueño de los justos, pero también conscientes de que hoy, en cuanto sonara el despertador, nos levantaremos cada quien a su puesto para construir el futuro de lo que ayer votamos.