La “Unidad” y el 2024: quién es moderado y quién es puro

*Cesar Martínez Valenzuela (@cesar19_87)

En el bando reaccionario no pasan inadvertidas las disputas entre facciones del Movimiento de Transformación y comienza a usarse la analogía de “los Juegos del Hambre” para explicar desde lo superficial una profunda e hiriente realidad histórica: la imposibilidad de dirigir un cambio político en ‘unidad’ en el contexto de una sociedad sin cultura democrática como lo es la sociedad mexicana.

Esa es la tesis de Luis Villoro en su clásico ensayo El Proceso Ideológico de la Revolución de Independencia, citada por Gabriel Careaga para enfatizar el carácter burocrático de la clase media mexicana del siglo XX: un país cuya estructura de poder no gira alrededor de la democracia como hábito y forma de vida necesariamente se desahoga mediante la simulación, el linchamiento, la fractura y la violencia. “Es el tiempo político de la disyuntiva entre radicalismo ficticio y planteamientos prácticos”, explica Careaga.

Hablar de radicalismo ficticio por parte de Careaga, además, demuestra la cruda realidad de que para las vanguardias partidistas, mediáticas y burocráticas en México es la fuerza política y material la verdadera partera de la historia. Si a inicios del sexenio de Andrés Manuel López Obrador un afamado columnista de un diario de izquierda tachó de propagandístico el mote “Cuarta Transformación”, (por no haber sido violenta como nuestras tres transformaciones previas), a finales del sexenio se vuelve probable que el 2024 sea impactado por la fuerza en contubernio, como decía Edmund Burke, de vanguardias partidistas, mediáticas y burocráticas.

Quizás de entre Independencia, Reforma y Revolución la más apta de nuestras tres transformaciones anteriores para establecer un parámetro respecto a la Cuarta Transformación sea la Guerra de Reforma. Según Villoro, el drama de la incipiente democracia en México gira alrededor de la disyuntiva entre libertad y fuerza; de modo que ningún otro momento pasado de la historia política mexicana se parece tanto al 2024 como la Reforma, donde la tensión entre lo nuevo y lo viejo fracturó claramente al movimiento liberal entre los liberales ‘puros’ y los liberales ‘moderados.’

Hoy como ayer, la fascinante línea divisoria entre puros y moderados no puede ni debe ser pintada mediante los radicalismos ficticios denunciados por Careaga, sino por el planteamiento práctico: grandes historiadores de la Reforma como Daniel Cosío Villegas o incluso Justo Sierra no perdieron tiempo priorizando el análisis de ideas económicas o legislativas y posturas ante Estados Unidos, sino que definieron al liberal puro como aquel que se lanzó frontalmente contra el antiguo sistema de dominación política y al liberal moderado como el adicto a la transacción.

Otro gran historiador liberal, Jesús Reyes Heroles, incluso llega a sugerir de manera brillante que la línea divisoria entre puros y moderados en la sociedad fluctuante de aquel México, tan parecida a la de este México, es una diferencia moral, de carácter: “… Muchos hombres que quieren el progreso, llegan a desesperar de su causa por los males que la inestabilidad engendra al país. Asumen entonces la actitud de creer posible un modus vivendi con las fuerzas del retroceso. Otros caen en esto mismo por la vía del desencanto ante los métodos necesariamente duros de la lucha, o bien, equivocados sobre las fuerzas reales de los partidarios del retroceso, llegan a la rendición.” (p. 425)

En otras palabras, el moderado (profundamente antidemocrático en comparación con el liberal puro/demócrata según la terminología de Reyes Heroles) es quien ya disfruta de un modus vivendi dentro del sistema político dominante, o para decirlo usando el imaginario de Gabriel Careaga, el moderado antidemócrata es el dirigente partidista, el burócrata o el intelectual formado en la cultura de simulación de la clase media. De ahí que, sorpresivamente, Careaga al decir que la Revolución Mexicana fue traicionada por dicho estrato social en su monopolio sobre el sistema de partidos, coincida con López Obrador, quien ha afirmado que “en la práctica el régimen posrevolucionario no se distinguió del Porfiriato: se fue don Porfirio, pero quedó doña Porfiria.”

En conclusión, el planteamiento práctico con que Careaga, siguiendo a Luis Villoro y otros grandes historiadores, nos ayuda a entender el 2024 es un criterio alejado de radicalismos ficticios: se trata de reconocer que sostener un cambio político sin violencia exige un poder democrático muy superior a la fuerza en contubernio de las vanguardias partidistas, burocráticas y mediáticas por más de izquierda que digan ser. A partir de ahí, la ‘unidad’ bien puede o no darse y el mundo no se va a acabar. La lección de la Reforma para nuestros días es recordar aquella frase de Melchor Ocampo según la cual el moderado en realidad es un conservador más despierto.

*Maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Bristol y en Literatura de Estados Unidos por la Universidad de Exeter.

Bibliografía:

Careaga, Gabriel (1974) Mitos y Fantasías de la Clase Media en México, Joaquín Mortiz.

Reyes Heroles Jesús (1988) El Liberalismo Mexicano II: La Sociedad Fluctuante, Fondo de Cultura Económica.