La UJCE, la sanidad pública y el Mugimendu Sozialista: principios positivos y algunos errores

David Fuente

Parece que la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), preocupada por los errores del Partido Comunista de España, busca marcar distancia con estos. Pero, al mismo tiempo, y sin que sea exigencia de lo anterior, parece que no se está dando cuenta de que reproduce algunos planteamientos que le alejan del marxismo-leninismo.

Lo cierto es que copiar los análisis del Mugimendu Sozialista (MS) no es un buen camino. Los camaradas del MS (cuya sección juvenil es GKS: Gazte Koordinadora Sozialista) tienen el fundamento adecuado de recuperar el proyecto comunista.  Esto es una iniciativa crucial en la actualidad y un gran paso adelante en el contexto vasco. Pero por el momento ni su proyecto de partido es leninista ni varios aspectos de su análisis contemporáneo son correctos. Se aprecia confusión incluso en cuestiones esenciales sobre las clases sociales, y, por desgracia, entre los textos más teóricos, una tendencia a huir con generalidades y trucos del lenguaje ante los verdaderos problemas.

El MS está desarrollando debates y ojalá prospere hacia una línea leninista. Si avanza en ese camino, dejará atrás este izquierdismo académico burgués que de momento tiene fuerte presencia (se aprecia la inclinación al marxismo occidental, contra la asimilación de las obras fundamentales de Lenin y Stalin). Asumir los análisis de los camaradas del MS, desde una organización que se define marxista-leninista, solo prueba que las definiciones estatutarias son a menudo una (buena) intención. Elegir bien los objetivos no es poco, pues no es general esta buena elección, pero hay que dar pasos efectivos hacia ellos.

La asimilación de la ciencia marxista-leninista es un vastísimo trabajo. Hubo un tiempo en el que existía una academia de las ciencias de la URSS que facilitaba las cosas. Qué empeño puso Stalin, dirigiendo a los mayores expertos soviéticos, en impulsar la alta calidad de aquel manual de economía política que tradujo Wenceslao Roces, destinado a educar a la joven generación comunista de la URSS y a los partidos de todo el mundo, en general tan débiles en el dominio del marxismo. Hoy estamos bastante peor y contamos con muy poca ayuda. Ni siquiera hemos recogido todo el legado pasado; qué decir de las débiles posibilidades de desarrollar aquello que no se domina. La confusión teórica es total. En España hay sectores sacristanistas, buenistas, antiengelsistas, bernsteinianos de nuevo tipo… casi la totalidad de formas de desviarse del marxismo-leninismo. No hay artificios para solucionar esto. No hay puentes ni atajos ni revelaciones que suplan la asimilación teórica de la experiencia revolucionaria anterior, plasmada por el puño y letra de los más destacados dirigentes e intelectuales comunistas, y a la que solo se accede mediante el estudio. Pero tomar conciencia de la debilidad únicamente puede abatir a quien no confía en el proyecto. Quien confía en él solo ve, en la identificación de sus problemas, el primer paso para dirigir las fuerzas hacia la solución.

Este 10 de febrero, la UJCE ha publicado el artículo “Crítica a la defensa socialdemócrata de la sanidad pública”. En él aparecen unas consignas y planteamientos que antes no había difundido la organización. Se trasparenta con bastante claridad el último programa de Estrategia a debate ―nuevo medio audiovisual del MS― titulado “Proletarización y ruptura política”. Este programa fue publicado poco antes, el 1 de febrero. También es evidente la influencia de artículos previos de la misma organización, especialmente “Contribución a una política sanitaria socialista”, de mayo de 2020.

Ocurre que, en un largo contexto de debilidad del movimiento comunista, cuando no se persevera en el estudio de los principios, es fácil creer ver en un fenómeno incipiente ―y surgido en las condiciones específicas del contexto vasco― las soluciones a los propios problemas. La UJCE vivió una sacudida igual con la irrupción del movimiento feminista. Tal y como muestran los posicionamientos desde 2017, aquella sacudida no llevó a la UJCE a profundizar en la teoría y la experiencia comunista sobre la emancipación femenina (estudio que no puede llevar menos de un año de intensa dedicación), sino a una asimilación ecléctica de planteamientos pequeñoburgueses. Luego, en la práctica, y al reflujo del movimiento, será posible constatar que hubo amoldamiento espontáneo. Pero, aún a toro pasado, si no se ajustan cuentas teóricas, no es posible salir del terreno de la intuición y del ensayo-error, y aprender en profundidad. De un error, por desgracia, se pasa a otro… Cerrarse a la limitada experiencia propia, absolutizar el valor del ensayo-error en la ciencia ―como hizo el maoísmo de la revolución cultural― supone situarse en el campo del espontaneísmo y no cumplir con las exigencias teóricas de la tarea histórica del proletariado.

¿Qué elementos del análisis del MS se traslucen en ese artículo sobre la sanidad? Cabe destacar sobre todo uno que es central en esta organización: un particular uso (ecléctico) del concepto de proletarización. Se trata de un concepto que la UJCE no venía empleando a la hora de exteriorizar sus análisis contemporáneos ―algo no necesariamente recriminable, puesto que, empleado rigurosamente, no tiene en los últimos 15 años la centralidad que le atribuye el MS―. De hecho, una sencilla búsqueda del mismo en su web, juventudes.org, solo arroja este último artículo sobre la sanidad como resultado. Por lo demás, en sus redes la referencia más antigua son dos tweets del 30 de enero y el 4 de febrero de este año. Muy distinta es la situación en la elaboración teórica y la agitación y propaganda del MS, donde viene teniendo presencia constante. De modo que el empleo de este concepto por parte de la UJCE como clave analítica a difundir, incluso como pilar de nuevas consignas, se acaba de producir. Toca constatar la manera en que se hace y si esta es la correcta. Como veremos, es un verdadero nido de equívocos.

¿Reciente proletarización masiva?

El MS sostiene la tesis (parecen preferir decir “hipótesis”) de la presunta “proletarización masiva” o “general” desencadenada tras la crisis de 2008, que explicaría una supuesta activación política de la juventud, que a su vez sería la base del giro en el proyecto político que el MS busca encarnar: del reformismo al proyecto comunista.

Esta explicación sorprenderá a más de uno. ¿No significa entonces que este giro proviene, no del seno de la clase obrera, sino de capas trabajadoras de origen no proletario que se han visto golpeadas por la crisis y han aterrizado recientemente en la clase obrera? Efectivamente. Y así pareciera indicarlo el propio lenguaje de los textos del MS y más aún de sus homólogos estatales (y que este texto de la UJCE reproduce), así como la línea política ultraizquierdista que en algunos artículos evidencia sesgos anarquistas[1].

De modo que hay que responder: ¿qué es la proletarización? Como se sabe, una de las dinámicas del modo de producción capitalista consiste en la creciente inversión en medios de producción, motivada por la competencia entre capitalistas. Esta dinámica lleva a que los productores autónomos y los pequeños empresarios acaben, o bien abocados a escalar en las inversiones y en el desarrollo de su negocio (y por tanto a convertirse en medianos capitalistas), o bien, y más comúnmente, a sucumbir ante la competencia (y, por tanto, a saltar a tiempo a otra rama o a convertirse en vendedores de su fuerza de trabajo, en proletarios, es decir, a proletarizarse). Eso es lo que el marxismo llama proletarización: la caída de otras clases sociales en la condición de asalariados del capital, de clase obrera, de proletarios[2]. Este es un fenómeno propio del desarrollo del modo de producción capitalista. De ahí la frase del Manifiesto Comunista: “De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.”

La proletarización, por tanto, nombra una tendencia muy clara. Es cierto que esta tendencia se manifiesta de formas muy complejas y tiene diferentes aristas. Es todo un proceso social multifacético el que un productor independiente se vea incapacitado para continuar como tal y no tenga más salida para vivir que vender su fuerza de trabajo ―basta con estudiar cómo esta definición, abstracta, ha tenido tan numerosas formas concretas en los últimos cinco siglos: desde los campesinos expropiados hasta los empobrecidos, desde los artesanos urbanos superados por la nueva técnica hasta la liquidación del pequeño comerciante, desde el uso de la maquinaria a vapor en la industria textil hasta las grandes cadenas que actualmente proletarizan odontólogos―. Pero todos los detalles de un proceso no pueden enturbiar la esencia y la claridad de la cuestión, y no conviene para nada confundir la proletarización con cualquier otra cosa; como, por ejemplo, con la posible caída de sectores de la aristocracia obrera en capas inferiores de su misma clase.

Esta confusión aparece en varios artículos del MS y en el segundo programa de Estrategia a debate como parte ―sin ser el todo― de lo que llaman “segundo proceso de proletarización”. Incluyen aquí, mezclando el concepto marxista con otros usos que suelen aparecer en la economía pequeñoburguesa: 1) la proletarización propiamente dicha, 2) la degradación de sectores de la aristocracia obrera y 3) el aumento de incertidumbre laboral, paro, empobrecimiento etc., es decir, un aumento de la precariedad que afecta a la enorme mayoría de la clase obrera.

Esta mezcolanza no es necesaria, ni con ella se ofrece ninguna claridad ―“crece el número de proletarios y se agrava más y más el carácter precario de su existencia”, dijo Engels, en 1891, al identificar dos aspectos de una misma cuestión general: el avance de las relaciones de producción capitalista[3]―. Los conceptos reflejan aspectos de la realidad, la cual es siempre infinitamente abigarrada, compleja y en transformación. Los conceptos reflejan esos aspectos en movimiento y, mediante el aparato conceptual y los juicios, se reflejan las conexiones de la realidad ―conexiones que están implícitas en el concepto aislado, pero no de manera evidente (por ejemplo: en el concepto de “plusvalor” está implícito el de “capital”, el de “fuerza de trabajo” o el de “mercancía”, pero uno solo lo sabe, y sabe de qué modo, a medida que va dominando la economía política)―. Diluir la claridad conceptual por el hecho de que la realidad está interconectada solo muestra debilidad analítica y evidencia, al tiempo que reproduce, la confusión.

En el artículo de la UJCE el concepto de proletarización hace aparición sin claridad ni aclaración ninguna, lo que se convierte en un problema porque asimila este segundo uso amalgamado. ¿Qué podrá entender la militancia que no sigue al MS o la juventud trabajadora con inquietudes comunistas? ¿Se atendrá al uso marxista? ¿Normalizará la indefinición de esta herramienta de análisis? Así es como un uso poco riguroso de los conceptos propaga la confusión, lo que es un enorme problema para el análisis y el debate científico ―herramientas indispensables para la clase obrera revolucionaria―.

Veamos qué ha ocurrido últimamente en España respecto de la proletarización. Entre 1976 y 2005 avanzó de manera importante, cuando los autónomos sin asalariados pasaron de ser el 26% de la población activa a suponer menos del 12%[4]. Por su parte, los asalariados pasaron de ser el 66% al 75%, y, al incluir a los parados, vemos que la clase obrera pasó a ser el 70,5% de la población activa al 83,5%. Como el grado de proletarización está en general ligado al grado de desarrollo del capitalismo, en España ha ido siempre algo por detrás de las mayores potencias económicas (y ligeramente por delante de Italia): pasó de un 52% en 1952 al mencionado dato de 83,5% en 2005.

La siguiente gráfica del Banco de España muestra, de 1995 a 2017, el porcentaje de autónomos sin asalariados por población ocupada en España y en el conjunto de la Unión Europea. Como se ve, en el caso de España ese porcentaje cae fuertemente desde 1995 hasta 2003. La reducción hasta 2011 es bastante menor, y la caída de la crisis se ve rápidamente revertida por un ascenso durante los años siguientes[5].

La caída más lenta del porcentaje de autónomos de 2003 a 2008 se debió a un aumento absoluto, que sin embargo fue algo menor que el aumento de los asalariados ―se trataba de la fase alcista del ciclo económico―. La crisis de 2008 afectó en su primera fase más a los autónomos, de ahí la caía del porcentaje 2008 a 2011. Pero rápidamente un sector de los parados afluyó al trabajo autónomo. De ahí el alza de autónomos a partir de 2012 (mientras que los asalariados sabemos que siguieron cayendo hasta 2013).

De 2017 a 2022 no se han producido movimientos reseñables en cuanto a la cuestión de la proletarización general. Los niveles de ocupación precrisis se han recuperado, y aunque la masa de autónomos ha crecido, lo ha hecho en menor medida que los asalariados. Si se compara con 2008, la masa de autónomos actual es prácticamente la misma: alrededor de un 2% menos.

¿La crisis de 2008 ha supuesto un proceso de proletarización? ¿Ha habido un desplazamiento “masivo” de personas provenientes de otras clases sociales y que se han convertido en clase obrera? Como puede verse, a rasgos generales, no. Incluso cabe afirmar todo lo contrario: el proceso de proletarización ha sido en España (y Euskadi) algo muy importante desde finales del XIX, durante el siglo XX y hasta poco antes de la crisis de 2008 ―el fenómeno del ejército industrial de reserva, que se cronifica a niveles superiores a medida que más población está a merced del capital, da un salto alrededor de 1982[6]―. Al respecto de la proletarización, lo único relevante que cabe destacar de 2008 a 2023, y en lo que se pone poca atención, es que el número de mujeres asalariadas ha continuado su tendencia a converger con el de hombres ―así como, con más retraso, avanza el de mujeres trabajadoras autónomas―. Esto tiene importantes implicaciones tanto en la vida familiar, como en la sindical, política y social en general[7].

De modo que el planteamiento de la proletarización, tomado estrictamente, no concuerda con los hechos; luego veremos que esa concepción ecléctica llamada “segundo proceso de proletarización”, tampoco. No cabe duda de que hay oficios que se han proletarizado en la última década (o que autónomos de la construcción, que habían crecido con la burbuja inmobiliaria, fueron los más golpeados), pero también que las nuevas tecnologías han permitido, por el momento, desarrollar nuevos empleos autónomos ―base material del ultraliberalismo de un sector juvenil, que está ocurriendo al mismo tiempo que otro sector, el comunista, insiste en recuperar el proyecto―.

La situación es más clara respecto al País Vasco, donde la crisis económica afectó en menor medida y arrastró solo el 6% de los autónomos en su peor momento. En definitiva, el factor de la proletarización es estrecho, no es “masivo” ni “general”. No explica que el sector más politizado de la juventud trabajadora pueda virar hacia posiciones antirreformistas; giro que está ocurriendo en el MS, en la UJCE[8] y en otras organizaciones juveniles obreras del Estado, algunas de nueva creación.

En realidad, este viraje político tiene su base económica, más ancha, en el empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo generales de las clases trabajadoras, pero especialmente de los dos tercios menos favorecidos de la clase obrera. En mi opinión, este es el verdadero centro de gravedad que atrae a la juventud comunista hacia la recuperación de su proyecto, a pesar de que no sea esta la extracción social que domina en todas las organizaciones, y a pesar de las confusiones teóricas ineludibles que se arrastra. No se intenta salvar a las capas superiores degradadas, sino que se intenta defender el proyecto de la clase obrera, que es, al mismo tiempo, la realmente perjudicada y la vanguardia de la emancipación. Al tratar de ponerse al servicio de esto, pero en un contexto de gran debilidad, surgen errores y aciertos. Los últimos se impondrán si la práctica avanza a la luz del estudio del marxismo-leninismo.  

¿Y por qué el giro se produjo a finales de la década pasada, en un momento que en general era de reflujo de la movilización, mientras que la crisis había dado como resultado directo primero al 15-M, en 2011 (el momento de máxima caída de la pequeña burguesía), y luego a Podemos, en 2014? Porque hacia 2018 todo venía quedando mucho más claro. El viraje se fraguó políticamente, no solo sobre la completa incapacidad revolucionaria ante la crisis de 2008, sino también sobre lo que le siguió: el auge y derrota del proyecto reformista liderado por Podemos (y en su caso Bildu), acompañado de una ausencia de desarrollo de las organizaciones revolucionarias. El resultado era que la desigualdad no paraba de crecer, las reformas reaccionarias no se derogaban y el proyecto reformista, no solo había quedado débil electoralmente incluso antes de llegar al gobierno, sino que por esencia se desentendía cada vez más abiertamente de la verdadera solución de los problemas y lastraba la organización y conciencia obreras. (En Cataluña incidió la falta de resultados de las movilizaciones del procés).

Sectores juveniles comunistas y afines estuvieron en condición de constatar que las tareas revolucionarias estaban siendo fatalmente pospuestas, y más jóvenes trabajadores estaban en disposición de ser escépticos con el reformismo. Y si a esto se suma el contexto vasco, con sólida historia de movilización obrera y reivindicación nacional, una red de gaztetxes, una aspiración revolucionaria sostenida durante más tiempo que en el resto del Estado, y un tejido organizado fuerte, especialmente estudiantil, con amplios sectores organizados y descontentos, las condiciones para el giro brusco eran más fuertes.

Así como en los inicios de Podemos hubo organizaciones revolucionarias juveniles que vieron perder algo de militancia hacia él, rápidamente el grueso de estas mismas pequeñas organizaciones y su entorno constataron lo sabido: el agujero sin salida que suponía esta opción. En este entorno se volvió especialmente claro lo siguiente: es imperativo tomar una vía que permita a la clase obrera organizarse de manera creciente y con una conciencia cada vez más clara y firme; ya basta de posponer las tareas que conducen a la lucha por el comunismo, pues es la solución radical a los problemas que golpean a las masas trabajadoras; esto implica recuperar su teoría: el marxismo (y las posiciones más avanzadas supieron intuir que esto solo era posible recuperando el leninismo).

Pero, dada la tremenda debilidad ideológica y organizativa en la que el movimiento comunista de España lleva profundizando desde hace más de medio siglo, esta importantísima verdad esencial no podía bastar por sí sola para desarrollar una línea correcta. Desde estos principios básicos se han desarrollado incluso organizaciones obreristas reaccionarias. Y el izquierdismo ha tenido campo de desenvolvimiento, como una reacción refleja al oportunismo asentado. En este último caso coinciden algunos problemas del MS y la UJCE, lo que a su vez es la base de que pueda haber los vasos comunicantes ideológicos que se están evidenciando.

¿La caída de la ganancia ha pasado a imposibilitar el proyecto reformista?

Otro planteamiento de este artículo de la UJCE, expuesto ya con anterioridad por el MS (y con insistencia central), y que no se corresponde con la realidad, es el siguiente: “El despliegue de la ganancia capitalista permitió la mejora de las condiciones de vida de determinadas capas de la clase trabajadora […]. […] este mismo despliegue de la ganancia se ha terminado por agotar”.

Todo marxista recordará que la tasa de ganancia tiende a descender en el capitalismo, pues, debido al desarrollo tecnológico y la competencia, cada vez hace falta una inversión más grande en medios de producción. La masa de capital invertida en estos medios crece más rápidamente que la invertida en salarios, de modo que la fuente del plusvalor es cada vez relativamente menor (en el libro III de El capital, Marx explica por qué esta tendencia general a la caída se impone a otras contratendencias menos fuertes). Sin embargo, todo marxista recordará también que a la caída tendencial de la tasa de ganancia le acompaña el aumento de la masa de esa ganancia. Y, además, que esto venía sucediendo desde antes de que Marx comenzara sus investigaciones. Esta tendencia se ha seguido desarrollando durante el siglo XIX, XX y XXI. Es decir, ha atravesado el auge y caída del llamado Estado de bienestar―el auge y caída del proyecto socialdemócrata por excelencia―. Este desacompasamiento entre ambos procesos debería ponernos en preaviso de que debe existir algo más que no estamos teniendo en cuenta.

¿Está el reformismo sentenciado porque ahora la ganancia no da lo suficiente como para realizar la redistribución de “otros tiempos” (esta vaguedad cronológica no permite evaluar las cosas con precisión)? Ojalá fuese tan sencillo librarse del reformismo, la verdad. Lo que en realidad encontramos en los diferentes estudios es que la tasa de ganancia cayó de manera importante desde inicios de los años sesenta a inicios de los ochenta. Nótese: momentos de importantes conquistas sociales obreras; lo cual se opone a la tesis de que, si la tasa cae, las reformas no son posibles.

Desde entonces, para compensar dicha caída e incluso revertir parte de ella, a la par que ha crecido la productividad del trabajo y la masa de ganancia, ha ido decreciendo la participación de los salarios en la renta nacional. Se trata de un fenómeno que viene afectando al conjunto de países capitalistas. ¿Y qué expresa? Pues un aspecto de la derrota general de la clase obrera en este periodo y el aumento del poder de los monopolios. Esta caída general de la participación de los salarios en la renta, que pasó por tres años de ascenso en las condiciones de sobreproducción que rodearon a 2008, cayó tras estallar la crisis a niveles por debajo de los anteriores.

Es decir, no es que desde la crisis de 2008 la clase obrera cada vez produzca una ganancia menor que impide a los explotadores devolverle migajas, sino que lleva años produciendo una riqueza cada vez mayor de la que se le devuelve como salario. La introducción del último programa de Estrategia a debate afirma la misma idea que el artículo de la UJCE: “Un capitalismo cada vez más incapaz de conseguir tasas aceptables de rentabilidad, dará lugar a nuevas formas de barbarie social”. Pero esta apreciación es errónea. Los monopolios no se guían por la aceptabilidad de su rentabilidad, sino por el máximo beneficio. Stalin, en un importante texto de 1951 titulado Los problemas económicos del socialismo en la URSS, lo aclaró:

Sería ridículo suponer que los gerifaltes del capitalismo monopolista moderno tratan únicamente, al ocupar las colonias, esclavizar a los pueblos y gestar guerras, de asegurarse meramente el beneficio medio. No, no es el beneficio medio ni son los superbeneficios, que únicamente representan, como regla, cierta superación del beneficio medio, sino el beneficio máximo, concretamente, el motor del capitalismo monopolista. Precisamente la necesidad de obtener beneficios máximos empuja al capitalismo monopolista a dar pasos tan arriesgados como el sojuzgamiento y el saqueo sistemático de las colonias y de otros países atrasados, la conversión de países independientes en países dependientes, la organización de nuevas guerras ―que son para los gerifaltes del capitalismo moderno él mejor «business» para obtener beneficios máximos― y, por último, los intentos de conquistar la dominación económica del mundo. […] la ley económica fundamental del capitalismo moderno […]  [es] la necesidad de obtener beneficios máximos.

“Beneficios máximos” significa no ceder ni un ápice, a menos que la fuerza contraria se imponga. Aunque la formulación de la presunta imposibilidad económica del reformismo parezca más radical, por aparentemente ir contra su viabilidad misma, en realidad desarma a la clase obrera. No permite entender el carácter de la oligarquía financiera y la razón de la pervivencia del proyecto reformista, y se quita de encima ilusoriamente un problema que en la realidad sigue planeando sobre la cabeza. Si la clase obrera pasa a la ofensiva y la oligarquía financiera ve amenazado el control social, la reforma podrá emplearse para embaucar y desviar a sectores del movimiento de la vía revolucionaria. Un puñado de migajas bastarán para dejar en evidencia y aislar a los revolucionarios que decían que absolutamente nada era posible.

Por otra parte, la crisis del proyecto socialdemócrata en general no explica el surgimiento de una nueva juventud comunista los últimos años, pues este proyecto burgués entró en crisis y fue sustituido por el neoliberal hace ya cuatro décadas, justo cuando más aceleradamente se descomponía el movimiento comunista en occidente (y la contrarrevolución triunfaba en la URSS). Entonces la juventud era pasto de las llamadas “renovaciones del marxismo” y de su posterior abandono explícito.

Son las específicas condiciones económicas y políticas de la última década las que han fortalecido las posiciones revolucionarias principalmente en el reducidísimo sector de la juventud organizada; organizada en torno a unas preocupaciones que veía cómo se desentendían, a pesar de ser precisamente la verdadera respuesta. Era inevitable agitarse. Más aún por la capacidad creciente de despliegue de este proyecto ante el continuo aumento de la riqueza y la pobreza, y ante el descarado poder de los monopolios. ¿Cómo limitarse a paliar las consecuencias del capitalismo cuando este empobrece más a los trabajadores y transparenta en mayor medida su esencia? ¿No es evidente que la situación del movimiento comunista es de tremenda debilidad, a pesar de ser tan graves y múltiples las contradicciones sociales que lo hicieron brotar y hoy lo reclaman? ¿Acaso, como dice el MS, no es escandaloso ver caer la organización y la militancia obrera revolucionaria sin que nadie haga nada? ¡Había que actuar!

Otro zarandeo económico que ha reforzado correctamente a la juventud comunista en sus posiciones antirreformistas ha sido el saldo de la etapa COVID. Esta ha permitido al 30% más rico de la población mantener o elevar sus ingresos, mientras el 70% restante los veía reducirse (y además en mayor medida en el caso del 30% más pobre). En el 30% con mayores ingresos se concentran también más de la mitad de las rentas del trabajo, de modo que incluso las capas mejor remuneradas de la clase obrera, al contrario de lo señala el MS, en los últimos años se han visto en general beneficiadas[9]. Por eso, cuando el MS en uno de sus artículos de 2020 indica que estamos “en un momento de ofensiva económica del capital financiero por destruir a la clase media”[10] , habría que poner la atención en que la ofensiva es realmente contra la clase obrera, y en concreto contra el grueso de la misma: las ocho décimas partes que tienen peores condiciones[11]. Además, no es propio únicamente de la etapa COVID el hecho de que los golpes no han sido tan determinantes por arriba. En la crisis de 2008 también se vieron afectados en mayor medida los empleos peor remunerados, temporales y sin antigüedad[12] ―llegados a este punto, vemos ya plenamente que el planteamiento amalgamado del “segundo proceso de proletarización” encierra varios tipos de inexactitudes; si se ha consolidado en el MS, habrá que considerar si tiene que ver con la particular extracción social de este colectivo o al menos con la inclinación de su línea dominante hasta el momento―. La crisis de 2008 y la etapa COVID tienen como saldo algo que sí es esencial: en ambos casos, uno de los sectores fundamentalmente perjudicados ha sido la juventud obrera.  

En la actual situación histórica se vuelve transparente que la menor participación de los salarios en la renta nacional muestra el poder (en aumento) de los monopolios y la debilidad (aún no refrenada) de la clase obrera. El reformismo, por supuesto, contribuye a esta debilidad. Lenin ya constató que “cuanto mayor es la influencia de los reformistas en los obreros, tanto menos fuerza tienen estos, tanto más dependen de la burguesía y tanto más fácil le es a esta última anular con diversas artimañas el efecto de las reformas”[13]. Engels dijo ante la tumba de Marx que este “había infundido por primera vez [a los obreros] la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación”. Por el contrario, el reformismo impide a la clase obrera entender su condición social en el seno del capitalismo y la vía de su emancipación. Lastra la conciencia y la organización revolucionarias e introduce la influencia burguesa en las filas de la clase obrera. Esta se ve obligada a sucumbir, hasta que las nuevas condiciones desnudan la esencia del reformismo: la perpetuación de la explotación capitalista.

Pero el gran poder de los monopolios y la disminución de la participación de los salarios en la renta nacional están lejos de significar que la ganancia burguesa ya no deja margen al reformismo. Para nadie es un secreto que el año 2022 se ha cerrado con nuevos beneficios para la oligarquía financiera, y que el saldo de la crisis de 2008 y de la etapa COVID ha sido el aumento de la concentración de la riqueza ―inherente al desarrollo del modo de producción capitalista―. Las organizaciones revolucionarias deberán tener claro que, si las contradicciones sociales siguen empujando hacia la organización y radicalización obrera, el proyecto reformista que hoy no dice ni palabra sobre el capitalismo (y sí sobre cualquier otra cosa), cobrará nuevos bríos, se presentará como más radical, y tratará una vez más de aparecer como la solución. Y la oligarquía financiera volverá a jugar la baza de, por un lado, asegurar la represión contra el ala revolucionaria y, si es inevitable, acceder a las concesiones más indispensables para atraerse a la pequeña burguesía y a capas obreras y mantener su poder.

Análisis concreto de la realidad concreta

Como se ve, uno de los problemas del izquierdismo, y que aparece en parte de los análisis del MS y la UJCE, es querer ver en las conclusiones generales y esenciales del marxismo la explicación concreta y directa de un momento determinado (véase, en Salario, precio y ganancia, apartado 14, cuando Marx afirma, “Podía contestar con una generalización”, y seguido desmiente tal respuesta). Contra esto Lenin expuso la máxima marxista: “análisis concreto de la realidad concreta”.

El marxismo-leninismo es la herramienta teórica del proletariado para el análisis y la orientación de la práctica. Para ejercer esta herramienta, cada nueva situación exige su estudio específico. Este estudio se orienta eficazmente gracias a todas las conclusiones previas e incluso, llegado el caso, puede enriquecerlas con nuevas apreciaciones, pero el análisis concreto es insustituible. Ante una realidad cambiante, la labor intelectual que esto implica es una tarea constante y nada sencilla; menos aún si el marxismo y la organización comunista han sido crecientemente abandonados durante décadas, dejando a la juventud (que por definición no puede tener vasta experiencia) sin ayuda teórica o incluso viciándola con toda clase de desviaciones. De modo que resulta evidente por qué, a pesar de dar con la base correcta de las tareas actuales, no sea tan sencillo avanzar por la línea correcta.

Un ejemplo de la tendencia izquierdista a sustentarse en las formulaciones generales es la siguiente afirmación del artículo de la UJCE:

si todas estamos de acuerdo en que el Estado es una herramienta para la regulación de la acumulación capitalista, ¿cómo su control sobre un determinado ámbito de la actividad social va a ser contrario a las necesidades de la primera? ¿Cómo vamos a alcanzar cotas de calidad superiores a las requeridas para la más estricta reproducción de la fuerza de trabajo dentro del sistema sanitario burgués o cómo vamos a conseguir que este acoja a aquellos sectores del proletariado excedentarios para la valorización?

La formulación de ese párrafo es imperfecta en varios sentidos. Por un lado, el Estado burgués no regula la acumulación capitalista. Esta tarea la hace el propio capital, anárquicamente, compensando una y otra vez (tanto de formas progresivas como mediante bruscas crisis) los continuos e inherentes desequilibrios. Es la acumulación capitalista la que “regula” al Estado burgués, como herramienta de dominación de clase (por ejemplo: crisis económica –> protesta social –> ley mordaza). Por otro lado, la primera pregunta no centra la cuestión pues, en cuanto a la sanidad pública, no se trata de si el Estado burgués se va a oponer o no a la acumulación capitalista en general, de la cual es herramienta superestructural. Lo que ocurre es que los intereses de la burguesía no son absolutamente homogéneos, y que determinadas regulaciones sociales perjudiciales para ciertas ramas del capital o para ciertos capitalistas o perjudiciales temporalmente, favorecen el desarrollo general del modo de producción capitalista.

Veamos algo que Marx analiza en el primer libro de El capital, porque el contraste será, por fuerza, muy instructivo. Los siguientes cuatro extractos tienen que ver con la legislación fabril inglesa de mediados del siglo XIX, es decir, una legislación de un Estado burgués:

1) En las fábricas sometidas desde hace más tiempo a la ley fabril, con su restricción coactiva del tiempo de trabajo [es decir, reducción obligatoria de la jornada] y sus demás regulaciones, no pocos de los viejos abusos han desaparecido. El propio perfeccionamiento de la maquinaria exige, al llegar a cierto punto, una ‘construcción mejorada de los edificios fabriles’, lo que redunda en beneficio de los obreros.

2) El parlamento inglés, a quien nadie tachará de genial, ha llegado empíricamente a la conclusión de que una ley coactiva puede suprimir de un plumazo todos los presuntos obstáculos naturales de la producción que se oponen a la limitación y regulación de la jornada laboral.

3) ¿Qué podría caracterizar mejor al modo capitalista de producción que la necesidad de imponerle, por medio de leyes coactivas del estado, los más sencillos preceptos de limpieza y salubridad?

4) En su movimiento práctico, el capital, que tiene tan ‘buenas razones’ para negar los sufrimientos de la legión de obreros que lo rodea, se deja influir tan poco o tanto por la perspectiva de una futura degradación de la humanidad —y en último término por una despoblación incontenible—, como por la posible caída de la Tierra sobre el Sol. No hay quien no sepa, en toda especulación con acciones, que algún día habrá de desencadenarse la tormenta, pero cada uno espera que se descargará sobre la cabeza del prójimo, después que él mismo haya recogido y puesto a buen recaudo la lluvia de oro. Aprés moi le déluge![después de mí el diluvio] es la divisa de todo capitalista y de toda nación de capitalistas. El capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida del obrero, salvo cuando la sociedad[14] lo obliga a tomarlas en consideración.

Esta legislación, momentáneamente problemática para ciertas ramas de la industria, y que contó con enconada oposición burguesa, tuvo finalmente como resultado el impulso de la inversión en medios técnicos para suplir la ya imposible explotación ilimitada de la fuerza de trabajo. Las empresas que se apoyaban en esta sucumbieron. El capitalismo avanzó en su desarrollo y el movimiento obrero salió fortalecido para nuevas luchas. Quien piense que la clase obrera va a amanecer de la noche a la mañana preparada para la revolución social, en realidad no sabe nada de marxismo ni de historia del movimiento comunista ni de las revoluciones socialistas, y capitula de las tareas necesarias; error gravísimo, se haga desviándose por la derecha o por la izquierda.

Hace año y medio, la UJCE apoyaba las reivindicaciones por la salud pública[15]. Sin embargo, desde febrero de 2023 critica a quienes: “llaman a ‘defender la sanidad pública’, es decir, a defender una parte del sistema sanitario burgués gestionada por el Estado y que se constituye como aquella rama orientada para los pobres”. Y, en sustitución de esto, propone la “sanidad socializada”, es decir, la sanidad que desarrollaría un estado obrero, al servicio pleno de los trabajadores:

El trabajo comunista concibe la lucha por una sanidad universal y de calidad [no confundir con la “sanidad pública”, con el “sistema sanitario burgués”] desde la base de la denuncia de los efectos que tiene sobre nosotras la ofensiva burguesa, la articula en torno a una estrategia general a todos los campos de lucha de nuestra clase y, en consecuencia, la dirige hacia la construcción de un sistema de sanidad socializada como única alternativa a la barbarie capitalista y como la única en la que cabe pensar el cumplimiento de su universalidad y calidad.

Como se ve, de la crítica a la reforma se pasa a la defensa del objetivo revolucionario con frases muy altisonantes pero nada definidas. Seguramente el lector se estará preguntando qué se nos propone exactamente (además del aspecto sanitario de la revolución socialista, que también deseamos); más aún cuando el objetivo de un documento político es trazar la línea de acción. Sin embargo, al estar este texto dominado por el planteamiento izquierdista, llama a avanzar ―en confrontación con el oportunismo, contra el cual parece estar pensando en exceso― pero no encuentra más camino para ello que afirmar el objetivo revolucionario. Ante esto surgen inmediatamente algunas preguntas. ¿Debe la clase obrera desentenderse de la defensa de la sanidad pública? ¿Puede ser la defensa de la sanidad pública un medio para esclarecer la esencia del modo de producción capitalista y su Estado, acercar a jóvenes a la organización comunista y educarlos en el leninismo (lo que sería una estimadísima aportación de la UJCE)? Pareciera que, según la UJCE, no, poque necesariamente la defensa de la sanidad pública: “parte de la naturalización de las relaciones sociales de producción capitalistas para procurar mejoras materiales dentro de sus propios márgenes”. Y, por su parte, la UJCE tampoco propone otro tipo de defensa que tenga otras aspiraciones.

Creo que la UJCE sabe las respuestas a estas preguntas. Pero también creo que la frustración creciente, las inspiraciones izquierdistas y las tareas teóricas leninistas aún pendientes, han dado por resultado un artículo de vocación radical pero, por desgracia, nada capaz de hacer avanzar posiciones en la práctica. Y ese es el objetivo de la teoría revolucionaria: aclarar los pasos a dar sobre la base del análisis científico. El planteamiento del artículo reproduce la vieja contraposición entre reforma y revolución, pero en lugar de por la vía bernsteiniana oportunista (las reformas llevan a la transformación total, por lo cual hay que deshacerse de la aspiración revolucionaria y sus dañinas prisas), por la vía izquierdista (las reformas no interesan porque no son la revolución).

La dialéctica correcta entre ambas cuestiones la recogió Rosa Luxemburgo al inicio de su famoso texto Reforma o revolución (texto pre-1917, por tanto: “socialdemocracia” = “comunismo”):

¿Puede la socialdemocracia estar en contra de las reformas? ¿Puede considerar como opuestos la revolución social, la transformación del orden establecido, su fin último, y las reformas sociales? Por supuesto que no. Para la socialdemocracia, la lucha cotidiana para conseguir instituciones democráticas y reformas sociales que mejoren, aun dentro del orden existente, la situación de los trabajadores constituye el único camino para orientar la lucha de clases proletaria y para trabajar por el fin último: la conquista del poder político y la abolición del sistema de trabajo asalariado.

Efectivamente, subrayar la legitimidad de la aspiración masiva a una sanidad pública de calidad, luchar por su desarrollo en el contexto capitalista, desnudar los negativos efectos de la mercantilización de la sanidad, abogar por la nacionalización de la industria farmacéutica,  mostrar el desarrollo de la sanidad privada como fenómeno consustancial a la reducción de la sanidad pública, evidenciar la naturaleza de clase de la continua resistencia al gasto social y la contraposición capitalista entre los productores de la riqueza y quienes la gestionan y disfrutan; estos y otros son los procesos para que los comunistas recojan las aspiraciones de las masas trabajadoras y les ayuden a ver, a sectores cada vez mayores y con creciente claridad, el fondo de cada batalla. Todo esto a la par que se contribuye a aumentar la organización en las filas del comunismo. Solo así, lo que hoy son pequeñas organizaciones, pueden ir fortaleciéndose y clarificando a la vanguardia de la clase obrera el porqué de la inevitable lucha final por la toma del poder y la construcción del socialismo. Solo así puede unirse el marxismo-leninismo con la lucha de la clase obrera, y lograr que esta conduzca tras de sí al resto de las masas trabajadoras. Y solo así se estará en condiciones de responder ante las futuras situaciones revolucionarias que sin duda nos traerán las profundas contradicciones del imperialismo.

La separación metafísica entre reforma y revolución, entre conciencia tradeunionista y conciencia socialista, es ajena al marxismo-leninismo. Impide a los comunistas lograr que la clase obrera avance de una hacia otra. Les impide incluso comprender cómo facilitar este movimiento necesario. Semejante orientación solo consigue aislar a los comunistas y, por tanto, dejar a la clase obrera en manos de los reformistas. Por eso es tan importante que la ruptura con el oportunismo de derechas no se convierta en la caída en el izquierdismo. Las reformas no dan por resultado la revolución, a la cual se deben los comunistas, pero la lucha por las reformas es una importantísima vía para la clarificación del objetivo revolucionario entre la clase obrera (Luxemburgo había dicho que era “el único camino”). Y si Luxemburgo y Marx no son suficientes para evidenciar en qué consiste la línea correcta, flanqueada por las dos resbaladizas pendientes del izquierdismo y el derechismo, tal vez la cuestión quede definitivamente clara con Lenin:

A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la clase dominante. Pero, a la vez, los marxistas combaten con la mayor energía a los reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas. El reformismo es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital.

[…]

Comprendiendo que, al mantenerse el capitalismo, las reformas no pueden ser ni sólidas ni importantes, los obreros pugnan por obtener mejoras y las utilizan para proseguir la lucha, más tesonera, contra la esclavitud asalariada. Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase. Los obreros, que han comprendido la falsedad del reformismo, utilizan las reformas para desarrollar y ampliar su lucha de clase.

[…]

Los marxistas realizan una labor constante sin perder una sola ‘posibilidad’ de conseguir reformas y utilizarlas, sin censurar, antes bien apoyando y desarrollando con solicitud cualquier actividad que vaya más allá del reformismo tanto en la propaganda como en la agitación, en las acciones económicas de masas, etc.[16]

Pienso que las mejores lecturas para que la juventud comunista avance en posiciones leninistas y no caiga en el izquierdismo (tentador ante el bloqueo oportunista) son las siguientes, las cuales hay que estudiar con escrupulosa atención, no meramente leer, y menos proclamar haber leído cuando no se evidencia su dominio. Ningún joven comunista sentirá que pierde ni un minuto de su vida con ellas y sin duda serán un importantísimo punto de apoyo para avanzar durante esta década:

1) La enfermedad infantil del izquierdismo bajo el comunismo, de Lenin

2) Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la URSS, de Stalin

3) La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo, de Dimitrov

Los tres textos se encuentran con facilidad en Internet. Además, la siguiente jornada sobre José Díaz, organizada por la Asociación Cultural Volver a Marx, resultará también importante:

https://www.youtube.com/watch?v=iv7h51gibUo

Avanzaremos, sin duda, hacia la recuperación del proyecto comunista a la luz del marxismo-leninismo y de los análisis correctos de la situación actual. La victoria del comunismo se puede postergar por un tiempo, pero es inevitable. Como todo comunista puede ver claramente a su alrededor, la tarea fundamental que nos lastra ahora es la ideológica y la organizativa. El movimiento comunista de occidente había dejado de ser “el intérprete consciente de un proceso inconsciente”, para verse arrastrado por la dinámica burguesa hasta prácticamente dejar de existir. Pero que no quepa duda de que se está escribiendo el fin de décadas de capitulación. Hay signos de ello en todo occidente. Debemos esforzarnos por estar a la altura de los enormes retos que exige la tarea histórica de la clase obrera. Es una necesidad estar a la altura.

[1] No conviene olvidar la experiencia que sintetizó Stalin sobre esta capa: “La segunda capa [de la clase obrera] la componen gentes salidas hace poco de clases no proletarias, de los campesinos, de las filas pequeñoburguesas, de los intelectuales. Esas gentes proceden de otras clases, hace poco que han pasado a formar parte del proletariado y llevan a la clase obrera sus hábitos, sus costumbres, sus vacilaciones, sus titubeos. Esta capa ofrece el terreno más propicio para el surgimiento de grupos anarquistas, semianarquistas y «ultraizquierdistas» de toda índole”. Una vez más sobre la desviación socialdemócrata en nuestro partido, 1926.

[2] Un mero ejemplo. Rosa Luxemburgo en Reforma o revolución: “Por un lado, los sindicatos tienen la función de influir sobre la situación del mercado de fuerza de trabajo. Pero esta influencia se ve constantemente superada por la proletarización de las capas medias de nuestra sociedad, proceso que aporta constantemente nueva mercadería al mercado de trabajo.” Nótese: se trata de nuevos vendedores de fuerza de trabajo.

[3] Engels, «Contribución a la crítica del proyecto de programa socialdemócrata de 1891»

[4] Diego Guerrero, enero de 2006, “Transformación y evolución del capitalismo español: desde los Pactos de la Moncloa a los retos de competitividad.” Disponible: https://www.researchgate.net/publication/327249817_’Transformacion_y_evolucion_del_capitalismo_espanol_desde_los_pactos_de_la_Moncloa_a_los_retos_de_competitividad

[5] https://repositorio.bde.es/bitstream/123456789/8464/1/be1902-art20.pdf

[6] Véase la página 101: https://www.fbbva.es/wp-content/uploads/2017/05/dat/DE_2006_estadisticas_historicas.pdf

[7] En el siguiente artículo traté de exponer las claves de la concepción marxista de la cuestión, en oposición a Silvia Federici: “Marx vs Federici. Cuánto vale el trabajo doméstico” https://intervencionycoyuntura.org/cuanto-vale-el-trabajo-domestico-marx-vs-federici-profundizacion/

[8] Véanse las tesis de la UJCE de hace 20 años. Especialmente, las posiciones respecto a IU: https://archivo.juventudes.org/textos/UJCE/Documentos%20IX%20Congreso%20UJCE.pdf

[9] https://ctxt.es/es/20220101/Firmas/38442/desigualdad-europa-observatorio-la-caixa-riqueza.htm

[10] https://gedar.eus/es/arteka/osasun-politika-sozialista-bati-ekarpena

[11] Esta tesis no se redujo a aquel artículo de 2020. Aparece también en el último programa de Estrategia a debate, repitiéndose varias veces desde la intro misma. Ahí se expone que consideran como “clases medias” a la aristocracia obrera y la pequeña burguesía. https://gedar.eus/telebista/proletarizacion-y-ruptura-politica

[12] http://docpublicos.ccoo.es/cendoc/043509EfectosCrisisSalarios.pdf

[13] Lenin, 1913, “Marxismo y reformismo”: marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/12-ix-13.htm

[14] El izquierdismo puede llegar a ver un lapsus interclasista, hasta en el mismo Marx, que habla aquí de “la sociedad”. Lenin se rio varias veces de estos descubrimientos. Véase la nota que dedica al “superinteligente” en El derecho de las naciones a la autodeterminación, o su defensa del concepto de Marx de revolución “popular” en Estado y revolución, contra quienes “han reducido el marxismo a una deformación liberal tan mezquina, que, para ellos, no existe más que la antítesis entre revolución burguesa y proletaria, y hasta esta antítesis la comprenden de un modo increíblemente escolástico”.

[15] https://www.juventudes.org/20j-el-pce-y-la-juventud-comunista-en-defensa-de-la-sanidad-publica/

[16] Lenin, 1913, “Marxismo y reformismo”: marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/12-ix-13.htm

1 comentario en “La UJCE, la sanidad pública y el Mugimendu Sozialista”

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